Cementerio

Cada vez más rápido, aquel extraño jalón "anti-gravedad" nos llevaba hacia una gran puerta de madera de doble hoja y aunque Sara y yo estábamos hasta atrás del grupo, no dejaban de preocuparme César y Adriana, quienes iban hasta el frente y, aunque no sería mortal, el impacto de otros nueve cuerpos prácticamente en caída libre, podía dejarlos seriamente lastimados.

Para fortuna de todos, la puerta aquella se abrió de par en par y la velocidad nos arrojó dentro de uno de los lugares más extraños que había visto en mi vida.

—¡Salimos! ¡Ya estamos afuera!

Por un segundo y ante la perspectiva de escapar de la pesadilla, Adriana pareció olvidarse incluso de su hermano y su entusiasmo terminó por contagiar a varios de nosotros. Sin embargo, algo no andaba bien con aquel lugar.

La puerta nos arrojó justo en medio de alguna clase de cementerio, del piso de granulosa tierra negra se alzaban incontables lápidas de piedra gris, salpicadas aquí y allá por mausoleos de blanco mármol que, siniestros, reflejaban la luz de una hermosa luna que brillaba alta en el cielo nocturno.

Había varios problemas que eran evidentes casi de inmediato con aquel lugar y el primero que me vino a la mente fue el hecho de que, según mis cuentas, habíamos subido dos tramos de escalera; por lo tanto, debíamos estar, por lo menos, en un tercer piso, pero parecíamos estar sobre tierra firme. Específicamente, estábamos parados sobre un amplio andador, de unos cinco pasos de ancho, que nacía al pie del mausoleo más grande de los alrededores, de cuya puerta, aparentemente, habíamos salido.

El segundo y que tenía especialmente inquietas a Paty, Noemí y Karla, era que parecía carecer de límites, las lápidas tapizaban el suelo hasta donde la vista alcanzaba y los extremos estaban ocultos por una extraña neblina que comenzaba a unos 10 metros de nosotros y que se espesaba poco a poco hasta que hacía imposible determinar si existía alguna pared o cerca que delimitara el cementerio.

En medio de todo aquello y mientras comenzábamos a levantarnos y a sacudirnos el polvo de encima, la sensación de ser observado comenzó a ponerme inquieto, primero, y poco a poco fue convirtiéndose en una auténtica alarma que me obligó a...

—¡¡¡Kiiaaaaia!!!

Por lo general no me gustaba usar mi personal variación del tradicional grito del karate ("silencioso, pero mortal", era mi lema en aquel entonces), sin embargo, tal era la tensión que me embargaba, que me fue imposible evitarlo mientras lanzaba una veloz ushiro geri (patada recta hacia atrás) que se estrelló violentamente contra algo tan duro que consiguió lastimarme un poco el talón.

—¡¡El ganador y aún campeón, por nocaut efectivo a los 10 segundos del primer round: Mario "Tirofijo" Rivadeneira Rojas!!

Entre la extraña imitación que hacía Hugo de una multitud que me "aclamaba", la pesada cabeza de mármol de la vieja estatua de un ángel a mis espaldas comenzó a desprenderse poco a poco, hasta que terminó por caer al piso; no obstante, la molesta certeza de que alguien nos observaba aún no me dejaba en paz.

—¡Yadeja de hacer payasadas y mejor vamos a buscar una puta puerta para irnos anuestras casas!

Aunque era evidente que trataba de contenerse, Arturo no pudo evitar lanzarme una mirada cargada de ira mientras, a jalones, trataba de que Eloina lo siguiera.

—¡Nada de vámonos! ¡Tenemos que regresar por mi hermano!

Mientras Adriana pareció volver a su realidad.

—¡Estás pendeja! ¡No pienso regresar ahí!

—¡Óyeme, imbécil!

César era por completo incapaz de soportar que alguien agrediera a su novia y la voz inyectada de rabia de Arturo empeoró aún más las cosas.

—¡A poco crees que me asustas! ¡A más cabrones me los he chingado! —No obstante, la furia del "Güero" había alcanzado un nivel que yo no le había visto, ni siquiera cuando algún desafortunado mesero derramó un poco de sopa en su impecable traje nuevo —¡y nadie me va a obligar a entrar ahí de nuevo!

—No hemos salido.

La muy tranquila voz de Paty impactó a Arturo con más fuerza que cualquier golpe que el musculoso César le hubiera podido propinar.

—¡Qué, tú también eres pendeja o qué te pasa! ¡Qué no ves! ¡Ya estamos afuera!

—No, todavía no.

Además de que era casi imposible rebatir tal serenidad, Arturo terminó por ceder al ver que Karla y Noemí asentían con la cabeza a las afirmaciones de la pelirroja.

—Andando entonces, tenemos que salir de aquí.

Aunque les estaba hablando a ellos, mi mirada estaba fija mucho más allá del pequeño nudo que habíamos formado, tratando de descubrir quién o qué nos estaba vigilando.

Al principio, quise creer que eran los vacíos ojos de las estatuas los que me habían puesto tan nervioso, de hecho, por eso casi no me gustaba visitar las exposiciones de escultura que volvían loca a Eloina, sin embargo, cuando empezamos a caminar...

—¡¿Los viste!?

Susurré tan bajo como pude para evitar que el resto del grupo me escuchara y Manuel se limitó a asentir, justo cuando aquellos dos puntos luminosos se deslizaban detrás de una tumba.

—"Mar..." algo "1205-1245", no se puede leer bien el nombre, ya está muy borroso —Karla nunca había hecho caso de aquello de que "la curiosidad mató al gato" y estaba tratando de leer las inscripciones en las lápidas —"Garcí Or..." no-sé-qué "1318-mil trescientos sesenta y..." algo.

Mientras la chica trataba de examinar las tumbas que íbamos pasando, los puntos luminosos se convirtieron en sombras que surcaban el cielo nocturno; algunas describiendo una línea recta, veloces como el viento, y otras recorriendo amplios patrones ondulantes que las llevaban de extremo a extremo del lugar, mientras algunas más dibujaban un rápido círculo por encima de nuestras cabezas antes de seguir su camino y desaparecer dentro de alguno de los mausoleos más lejanos.

—¡Ya deja eso, Karla! ¡Nos están dejando atrás!

Noemí jaló por un brazo a la distraída chica, quien no tuvo más remedio que dejar lo que estaba haciendo y apresurar el paso a lo largo del largo andador adoquinado flanqueado por mohosas estatuas adonde la puerta nos había arrojado.

Conforme avanzábamos, extraños sonidos comenzaron a acompañar a las misteriosas sombras, al principio sólo eran lejanos rumores de aleteos, después, el suave sonido de algo que, con suavidad, cortaba el aire a su paso y, finalmente, suaves chasquidos aquí y allá... cada vez más cerca de nosotros.

—Hay alguien aquí.

Patricia se detuvo en seco justo en medio de una encrucijada a la que el andador empedrado nos había llevado y, al instante, Hugo se acercó para ver qué le ocurría.

—Obviamente, tonta, todos esos ojos y esos ruidos son de "alguien".

El tono irónico de Adriana no bastó para ocultar un ligero temblor en su voz.

—¡No seas estúpida! Hay alguien más, una... una persona o algo parecido... ¡Tenemos que irnos de aquí!

Paty levantó su alabarda y se preparaba para correr presa del pánico cuando...

—¿Irse? ¿Pero a donde piensan irse, mis niños?

Era demasiado tarde, la fría voz que salió de entre la penumbra, un poco más adelante de nosotros, nos dejó paralizados de terror. Luego de horas (¿o sólo eran minutos?) de no escuchar otras voces que las nuestras (y la del Mago), aquel sonido nos heló la sangre más allá del punto de congelación.

—Ya no hay nada adelante, ni siquiera esperanza; sería mejor que se quedaran aquí y con gusto aceptaran el reconfortante abrazo de la muerte.

Aunque estábamos paralizados de miedo, la voz se escuchaba cada vez más cerca de nosotros y conforme se aproximaba, Albion y Espina Sangrante comenzaron a brillar cada vez con mayor intensidad, al grado que incluso lograron dominar las tinieblas circundantes e iluminar el rostro de nuestro interlocutor.

Sentado en cuclillas al borde de una delgada lápida, sin siquiera balancearse un poco, la delgada y pálida figura de un hermoso joven, cubierto del cuello a los pies por ropas negras y envuelto por una especie de túnica del mismo color, nos hablaba con una voz tan clara y cristalina que parecía la de una mujer.

—No tiene caso seguir y, de todos modos, nadie en 700 años ha logrado pasar por aquí. Claro que nunca lo habían intentado un Dragón y una Hechicera al mismo tiempo.

Sin dejar de vigilar a las pequeñas sombras que se deslizaban por encima de nosotros, me atreví a preguntar —¿Quién eres?

—Mi querido Dragón, soy el corazón de la noche, soy la oscuridad en tu destino, soy la sombra de tu dulce muerte, soy... tu más hermosa pesadilla.

—¡En verdad no sabes nada acerca de mis pesadillas!

Con una determinación que no había sentido en años, mi brazo se movió como poseído por una voluntad propia, haciendo a Albion trazar un amplio y brillante círculo que buscaba la cabeza del extraño.

Pero nunca lo alcancé, ligero como una pluma, el misterioso joven se impulsó desde la lápida, giró en el aire sobre nuestras cabezas y aterrizó sin un solo ruido, en cuclillas, justo al borde de la cornisa de un pequeño mausoleo.

—¿Qué quieres de nosotros? —exclamó Manuel al mismo tiempo que le arrojaba la pequeña hacha que completaba su trío de armas.

Esta vez, en un aún más asombroso despliegue de habilidad acrobática, aquel ente saltó hacia un lado, giró para apoyar las manos en una lápida baja y de inmediato se impulsó para caer, otra vez en cuclillas y casi sin despeinarse, sobre la mohosa cabeza de un ángel de mármol.

—¿Que qué quiero? Quiero evitarles el sufrimiento por venir. Odiaría ver tanta juventud y belleza desperdiciadas y mutiladas por los peligros del camino a la Torre, aquí, por lo menos, la muerte les llegará con un beso, tan silenciosa e indolora como caer en un apacible y frío sueño.

—¡¡Sal de nuestro camino!!

La ira de Arturo era tal, que por primera vez en la noche se decidió a atacar, pero lo hizo contra el enemigo equivocado. Tal vez cansado de esquivarnos, el pálido sujeto evitó el violento (pero muy torpe) tajo de la espada del "Güero", se dejó caer de la cabeza de la estatua y justo al momento de tocar el suelo hizo un ligero movimiento con un brazo y con la palma de la mano tocó el pecho del impulsivo joven ¡quien salió despedido varios metros hacia atrás, para aterrizar sobre una dura lápida!

—¿Qué demonios eres?

Hugo murmuró con ferocidad, sin dejar de rechinar los dientes y apretando el mango de su arma con tal fuerza que sus nudillos estaban casi blancos.

—¡Ustedes y sus preguntas! —exclamó en medio de una carcajada que sonó como si la propia muerte se riera de nosotros —Tal vez sería mejor que le preguntaran a su amiga la Hechicera, ella ya debe saberlo ¿o no?

Sus oscuros ojos se posaron en Patricia, quien si de por sí era pálida, se volvió casi transparente y retrocedió como si le hubieran pegado, mientras balbuceaba.

—N-no... no es cierto... yo no... no sé nada...

—No te preocupes, Paty, pensándolo bien, no necesito saber qué es para rebanarlo.

Justo cuando Hugo se preparaba para echar a correr en pos de nuestro adversario, éste estiró un brazo y agitó el dedo índice de un lado a otro, para advertirle a Hugo que se detuviera y éste... lo hizo.

—Valientes palabras, mi pequeño, pero no comas ansias, ya llegará tu turno.

Sin esforzarse, dio otro salto, con la ligera gabardina dejando una especie de oscura estela detrás de él, para librar las cabezas de Adriana, Noemí y Karla y caer, de pie esta vez, junto a Eloina, quien había corrido detrás de Arturo y trataba de reanimarlo.

—Primero quiero probar a tu dulce amiguita.

Una especie de trance paralizó a la rubia, quien ni siquiera intentó oponer resistencia cuando el hermoso monstruo la tomó por la desnuda cintura y la jaló hacia su pecho.

—Hola niña, hules a poesía —con delicadeza posó sus labios en los de ella —y sabes a música, un exquisito manjar después de tanta gente ruda e ignorante.

—¡¡¡No la toques!!!

Sin importarle estar en completa desventaja contra un ser más ágil que un gato y más fuerte que un gorila, Hugo se precipitó sobre el monstruo tratando de proteger al amor de su vida.

Con total abandono, casi con desdén, el pálido sujeto apenas se movió para esquivar el hachazo descendente de mi amigo y de inmediato lo pateó en las costillas con tal fuerza y velocidad que apenas lo alcancé a ver, aunque todos pudimos escuchar el sonido de varias costillas quebrándose, seguido por una especie de "¡ugghhh!" que se escapó de la garganta del espigado joven, junto con todo el aire de su pulmón derecho.

—Sí. Siempre hay uno —dijo el ente con un tono mezcla de fastidio y resignación —un "caballero de brillante armadura" dispuesto a defender a la "damisela en desgracia".

El sacrificio de Hugo no fue del todo en vano, el monstruo tuvo que soltar a Eloina, sólo por un segundo, y eso fue más que suficiente para que Sara, quien estaba más cerca de la rubia, la jalara por un brazo y se la llevara corriendo de ahí.

Nuestro enemigo no tardó en notarlo, sin embargo, yo ya estaba preparado y alcancé a interceptarlo lanzando un tajo ascendente con Albion, cuyo brillo aumentaba entre más cerca se encontraba de la criatura, y aunque ésta alcanzó a frenarse sin recibir daño, mi intención era exactamente esa: impedir que fuera tras las dos chicas.

—Vamos, mis niños; no tiene por qué ser tan difícil, sólo cierren los ojos y reciban a la muerte como los cachorros de la leona reciben a su madre —dijo mientras volvía hacia nosotros aquellos ojos fríos y oscuros como una noche en el Ártico.

Aunque habían tardado un poco en reaccionar, Manuel y César ya se encontraban plantados a mi lado, mientras Eloina y Sara revisaban a Hugo y el resto, en medio de la confusión, se habían dispersado sin saber realmente si correr o esconderse.

Era extraño verlo avanzar, sus pies parecían no moverse y, sin embargo, cada vez estaba más cerca de nosotros, mis dos amigos se dejaron envolver por la oscuridad de aquella mirada y mientras yo retrocedí un par de pasos, ellos no tuvieron más remedio que quedarse congelados en su lugar, para recibir un par de violentos puñetazos del demonio, que los arrojaron un par de metros hacia atrás.

Otra vez me había quedado solo, de las cinco personas que podían ayudarme, tres ya habían caído, mientras Patricia seguía parada en un solo sitio, en medio de la encrucijada, dándole la espalda a la pelea y temblando de pies a cabeza, y Sara había corrido para ocultar a Eloina en aquel laberinto de lápidas, mausoleos, criptas y estatuas, así que resistir lo más posible era lo único que me quedaba.

Sin embargo, aquella era la... cosa más poderosa que había enfrentado en mi vida, su fuerza y velocidad parecían no tener límites y aunque yo era bastante hábil, ni todos mis conocimientos habrían bastado para igualar ese poder, ni siquiera para mantenerlo a raya.

Pero no tenía otro remedio y aunque por un tiempo (unos segundos, de hecho) pude mantenerme alejado de sus mortales puños, muy pronto recibí dos o tres violentos roces que habían comenzado a sacarme de balance.

—Pensé que tú serías el último en caer, mi pequeño, pero ahora veo que tendré que dormirte a ti primero.

Con un solo salto y sin esfuerzo aparente, el demonio libró mi 1.70 de estatura y aún antes de caer ya me había lanzado una patada que, por suerte, logré esquivar a medias; aun así me alcanzó a la altura del hombro izquierdo, lo cual terminó por romper mi ya frágil equilibrio, arrancó mi espada y me arrojó sobre una tumba.

Y si todavía alguna tenue esperanza de salir con vida brillaba en algún rincón de mi mente, se extinguió cuando vi que la criatura ya se encontraba sobre mí cuando todavía no terminaba siquiera de caer, mostrando dos largos colmillos, brillantes como la llama de un par de velas.

—Ahora, Dragón, eres mío y una vez que te hayas ido, tu dulce noviecita se convertirá en mi hermosa consorte.

Los fríos ojos de la criatura se centraron absolutamente en Sara y por primera vez en mucho tiempo... sentí miedo, un miedo tan profundo y oscuro que rebasaba al más abyecto terror. En medio de ese desolador panorama, algo en mi mente se rebeló y decidió que nadie me arrojaría al olvido sin recibir, por lo menos, un par de patadas en la cabeza.

Y ese algo era la voz de "Leo", susurrando a todo volumen dentro de mi cabeza que él era la única esperanza para Sara, para Eloina, para Hugo, para el grupo y para... "nosotros" mismos. Dentro de mi cabeza, los segundos se alargaron al grado que pude recordar el enorme esfuerzo que a mi terapeuta, a mi sensei y a mí mismo nos había costado encerrar a aquella amenaza en las profundidades de mi mente, años de trabajo que se habían ido a la basura en el salón de la comida.

Sin embargo, esa vez se había escapado por accidente y por eso había podido controlarlo, pero si ahora lo dejaba salir por mi propia voluntad, eso sería todo, no podría volver a vencerlo.
No obstante, en realidad no había elección y por mucho miedo que le tuviera, las vidas de 11 personas dependían de ello y en un acto de abandono total, después de 10 años de incesante lucha... lo dejé salir.

Todavía recuerdo la forma en que la fría mente de "Leo" envolvió a la mía, cómo sus gélidos razonamientos de costo-beneficio desplazaron mis temores, mis aprensiones e incluso mis otros traumas y cómo mis sentimientos se convirtieron en objeto de estudio para determinar la mejor forma de manipular a otros, pero que no volverían a ser sentidos nunca más.

Con una serenidad asombrosa volví a abrir los ojos y con la misma frialdad de un témpano esperé el golpe mortal, pero cuando el monstruo levantó el puño para aplastar mi cabeza llamé mi espada (que había perdido al momento de caer sobre la lápida) y lo amagué con un tajo a la cabeza; aquello lo hizo fallar el puñetazo y esto, a su vez, me abrió su costado para asestarle una poderosa mawashi geri (patada circular) a las costillas y así quitármelo de encima.

Me levanté de un salto resorteando sobre mi espalda, sin importarme si vivía o moría y preparado para darle a aquel... vampiro, la batalla de su vida.

De alguna extraña forma, que quizá tuviera que ver con aquel castillo, cuando "Leo" tomó el control de mi mente, consiguió conservar y aprovechar en "nuestro" favor la alterada percepción del tiempo que me permitió recordar los años de terapia y entrenamiento que me habían ayudado a encerrarlo y gracias a ello y al brillo de Albión pude enfrentarlo al tú por tú, al menos por un momento.

Por cerca de un minuto nos envolvimos en una fulgurante pelea en la que ninguno de los dos lograba asestar un golpe definitivo y aunque poco a poco el vampiro fue tomando la ventaja, aparentemente seguro de que tenía todo el tiempo del mundo para someterme, yo (o más bien "Leo") ya sabía que no tendría que resistir en solitario mucho más tiempo.

—Manuel, a mi derecha —Decidí poner al recién recuperado "Flaco" y la luz de "Epinee Sanglante" entre la criatura y el lugar donde creía que estaban Eloina y Sara —César, a mi izquierda, como en 1-2-3 ¿entendido?

Sabía que Manuel entendería que aquello significaba "yo lo acomodo y tú le pegas, tú lo acomodas y yo le pego" y esperaba que los casi impredecibles movimientos de César lograran sorprenderlo una o dos veces, con lo cual la balanza se inclinó ligeramente a nuestro favor.

En todo este tiempo, Sara no había perdido detalle de la pelea y sabía que nuestras posibilidades eran bastante escasas, de modo que decidió movilizar al resto del grupo.

—¡Vamos, gente, muévanse, tenemos que encontrar una salida, Karla y Noemí por la derecha, Arturo por la izquierda y yo me sigo de frente. Hugo, no dejes que Eloina se asome y vámonos.

César, Manuel y yo hacíamos hasta lo imposible por resistir la gélida ira de nuestro enemigo y nuestra táctica funcionaba a medias, sobre todo porque éste lograba deshacerse de mis amigos más seguido de lo que hubiera yo querido, de modo que tenía que reajustar el triángulo constantemente.

En medio de la furiosa lucha, a la distancia alcancé a ver cuatro figuras que se movían en la penumbra, mientras oía a Sara exclamar: "...no dejes que Eloina se asome y vámonos".

Pero obviamente no podía ser tan fácil, en cuanto el vampiro los vio emitió un estridente chillido... o aullido... alguna especie de sonido que en realidad rebasaba el umbral de la audición humana, pero que pudimos sentir atravesando nuestros tímpanos casi como un tren de carga.

—¿A dónde creen que van, mis niños? Ya les dije que no hay forma de que salgan de aquí con vida.

Otro prolongado ¿grito? y las sombras a nuestro alrededor tomaron forma: miles de feroces criaturas parecidas a murciélagos salieron de los mausoleos y de las criptas y se abalanzaron sobre Sara, Arturo, Karla y Noemí, quienes, pese a todo no se detuvieron y, lanzando golpes a diestra y siniestra, continuaron su búsqueda de una puerta.

—¡¡¡Rrrrhhaaaaaaa!!!

Con un rugido que casi no parecía humano, Patricia por fin pudo sacudirse el profundo estupor en el que había estado sumida y atacó al vampiro con inusitada furia.

—¡No sé qué seas y no me importa! ¡No puedes retenernos aquí! ¡No te lo permitiré!

—Me decepcionas, Hechicera, siempre creí que tu orden estaba entrenada para reconocer de inmediato la presencia de una leanhaam-shee.

Meses después, mientras revisaba las cosas que Karla había dejado en mi casa en busca de un recuerdo de mi "hermanita" perdida, encontré un libro que nunca le había devuelto, el "Diccionario de las cosas que nunca existieron" y al revisar la entrada de leanhaam-shee (o leanan sídhe o lhiannan shee) descubrí que es una especia de espíritu que atrae hombres jóvenes para convertirlos en sus consortes y brindarles profunda inspiración artística, pero a cambio de alimentarse de su energía hasta consumir su vida por completo.

—¿Leanhaam-shee? ¿Una señora de las hadas?

El frenético ataque de Patricia había alejado al vampiro de nosotros y, peor aún, por alguna razón, al escucharla, la pelirroja otra vez se quedó parada y permitió que la vampiresa la atrapara.

—¿Señora de las hadas?-—Justo había llegado para escuchar a Patricia decir esto último —¿Eres un hada, una mujer? ¿Entonces por qué quieres a Sara y a Eloina?

Manuel y César se detuvieron a mi lado mientras, la vampiresa levantaba a Patricia por la nuca como un espeluznante trofeo y se tomaba la molestia de explicarme.

—Mi querido Dragón, mil años de toscos campesinos y maleducados guerreros terminaron por hartarme, así que decidí intentar un cambio y tus amiguitas son más que ideales para ello.

En realidad, aquello no me interesaba, lo único que quería era ganar tiempo mientras el resto del grupo encontraba la salida y, por algún milagro de la sincronía...

—¡Heeyy! ¡Muchachos, por aquí!

Cubierta de heridas y agitando su doble lanza en el aire para tratar de mantener alejadas a las criaturas aladas que aún revoloteaban a su alrededor, la aparición de Sara distrajo a la vampiresa lo suficiente como para que la pelirroja se zafara de sus garras.

Una vez libre, Patricia corrió hacia nosotros y, volviéndose hacia la criatura, tomó mi brazo y el de Manuel y nos obligó a cruzar nuestras espadas, las cuales emitieron un repentino fulgor que nos cegó por un par de segundos, pero que golpeó a la leanhaam-shee como una bola de demolición, arrojándola varios metros hacia atrás.

—¡Ahora, corran!

No nos hicimos del rogar y salimos disparados hacia Sara y Noemí, quienes se encontraban paradas sobre un estrecho andador de toscos adoquines que conducía directamente hacia una puerta erguida en medio de la nada, pero que los demás ya habían abierto y que dejaba entrar una extraña luz que parecía producida por antorchas.

Nunca me volví a ver si el monstruo nos seguía, pero Sara me contó que cuando por fin logró recuperarse del "golpe de luz", se levantó rodeada por una oscuridad casi sólida que poco a poco se fue disipando hasta revelar la que supusimos era la verdadera forma de la criatura: una extraña mezcla entre una hermosa mujer escasamente vestida, un murciélago y una mariposa, que furiosa gritó:

—¡Todos los demás podrán largarse, pero Eloina se queda!

Para colmo, la rubia aún se acercaba a la puerta portando a un maltrecho Hugo y aunque un profundo terror se asomó por sus ojos al oír las palabras de la criatura, se negó a soltar al espigado joven, hasta que César llegó junto a ella para relevarla.

—¡Ándale, cabrón, apúrate que no estás en báscula!

César obligó a Hugo a pasar un brazo sobre sus hombros y comenzó a arrastrarlo hacia la puerta.

—Espérame, que no pienso irme sin dejarle un recuerdito.

Con una fiera determinación en su mirada, Hugo empuñó la Daga y la arrojó contra el monstruo.
Veloz como un relámpago, el arma atravesó a la vampiresa en el pecho y terminó clavada en alguna lápida detrás de ella, arrancándole un estridente grito que no era ni animal ni humano y que provocó en Eloina un terror ciego que la obligó a correr y atravesar la puerta ella sola...

—¡¡¡Aaaaaaahhhhh!!!

El alarido mezcla de terror y dolor que llegó del otro lado del umbral nos paralizó a todos y el tintineante sonido del ostentoso collar de pedrería de fantasía que usaba la chica inundó nuestros corazones con el más negro de los presentimientos.

—¡No dejen que se cierre la puerta! —Alcancé a gritar mientras me volteaba para enfrentar a los pequeños demonios alados que la leanhaam-shee había convocado con su último grito.

Sin embargo, las tenebrosas criaturas dejaron de atacarnos y casi en silencio comenzaron a regresar hacia sus oscuros escondrijos, mientras la vampiresa, aún sosteniéndose una herida sangrante en el pecho, se levantaba y miraba a la puerta con profunda tristeza.

—Se los advertí, pero rechazaron mi oferta; de no ser por su necedad, Eloina habría vivido mucho tiempo a mi lado. ¡Ahora lárguense! —Dio media vuelta y comenzaba a alejarse cuando, obedeciendo a un segundo pensamiento, se volvió hacia nosotros —pero la oferta aún está en pie para ti, Sara.

Con cierto temor en la mirada, Sara volteó a ver la puerta por la que su amiga había cruzado, luego a mí y luego a la blanca mano que la criatura le tendía, tras dudarlo un segundo, la chica dio media vuelta, me tomó del brazo y se encaminó hacia el aterrador umbral abierto.

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