La Llegada
21 de noviembre de 2024, Nueva York - 12:20 PM.
La calma de la ciudad estaba perturbada por una noche lluviosa. Un vagabundo, envuelto en harapos y con el rostro desgastado por el tiempo, caminaba por un angosto callejón, molesto por el sonido de sus propios pasos en el silencio opresivo. La lluvia caía en torrentes, y él, irritado, encendió una lámpara vieja en un vano intento de iluminar su camino.
De repente, unos gritos desgarradores cortaron el aire, provenientes de las profundidades del callejón. El vagabundo, temblando de miedo, llamó en voz alta, preguntando si alguien estaba allí. Su voz temblaba, arrastrada por el viento frío y la incertidumbre.
Al llegar a lo más oscuro del callejón, sus pies descalzos se hundieron en una sustancia viscosa y fría. Inicialmente pensó que era un charco de agua acumulada por la lluvia, pero al iluminarlo, descubrió horrorizado que se trataba de un charco de sangre, espeso y negro como la noche misma.
El terror se apoderó de él. Sus manos temblaban mientras levantaba la lámpara, la luz temblando erráticamente en la oscuridad. El sudor se mezclaba con la lluvia en su rostro, y sus ojos, desorbitados, se llenaron de un miedo indescriptible al enfrentar una escena espantosa.
Antes de que pudiera reaccionar, un dolor agudo y punzante en el pecho lo hizo caer de rodillas. Su aliento se volvía errático y entrecortado mientras vomitaba sangre en un torrente grotesco. Miró hacia abajo y vio un cuchillo de gran tamaño, encajado en su pecho, la hoja ensangrentada brillando siniestramente a la luz de la lámpara.
Desde las sombras, unos ojos brillaban con un fulgor incandescente, observándolo. El vagabundo, con lágrimas brotando de sus ojos y el terror estampado en su rostro, suplicaba por su vida en un murmullo desgarrador.
En un callejón cercano, una pareja de jóvenes se detuvo bruscamente al escuchar un grito desgarrador que hizo temblar el aire. La chica, con el rostro pálido de miedo, se aferró a su pareja, que, con una expresión de terror, le dijo que no mirara. El joven, con el corazón latiendo desbocado, miraba la escena que se desplegaba frente a ellos.
Ante sus ojos, yacían dos cuerpos destazados con una brutalidad inhumana. La lluvia caía en silencio, un cómplice mudo del asesino, tratando de borrar las pruebas de su barbarie.
Las sirenas de ambulancias y patrullas rompieron la quietud, mientras los civiles, con rostros llenos de miedo e incertidumbre, se preguntaban qué monstruo había desatado tal horror en su ciudad.
Los cuerpos eran irreconocibles, dejando a los agentes de policía con una sensación de indignación y horror. La escena del crimen era un espectáculo de tortura y mutilación que desafiaba la lógica humana.
El Agente Michael, con su rostro cansado y su barba salpicada de lluvia, observaba el desolador espectáculo. Su voz temblaba mientras hablaba con su compañero.
—Esto es horrible. En mis años como agente de policía, he lidiado con psicópatas enfermos, pero esto... —dijo, su voz quebrada por el horror.
—¿Tiene alguna conexión con los asesinatos anteriores? —preguntó el Agente 2, su voz cargada de preocupación.
—Estas víctimas han sufrido el mismo destino que las anteriores. No cabe duda de que hay una conexión. Estos asesinatos parecen ser castigos ritualísticos: piernas rotas en mil pedazos, cráneos aplastados, desollamientos... —La voz de Michael se extinguió en un susurro de repugnancia.
—¿Castigos de la Santa Inquisición? —preguntó su compañero, rascándose la barbilla en un gesto nervioso.
—Exacto. El asesino debe ser un fanático religioso —confirmó Michael, mientras su mirada se perdía en el grotesco mensaje escrito en sangre en una pared cercana.
Uno de los oficiales, con el rostro pálido y tembloroso, se acercó corriendo hacia Michael.
—¡Jefe, hemos encontrado algo!
Los agentes se dirigieron rápidamente al lugar indicado, donde encontraron un mensaje grotesco escrito en sangre:
—"Los infieles a nuestra santa solo conocerán el castigo; los impíos de corazón recibirán el castigo eterno."
Michael, limpiándose el sudor y la lluvia que le resbalaban por el rostro, miraba el mensaje con una mezcla de terror y incredulidad.
—¿Pero qué demonios significa esto? —exclamó, mientras su compañero, con una mano en su hombro, trataba de calmarlo.
—Calma, jefe. Soy yo. Parece que este caso te está afectando mucho. Deberías dejarlo en manos de alguien más —dijo su compañero con un tono de preocupación.
Michael, con una mirada temblorosa, respondió —No es humano.
—¿No es humano? —preguntó su compañero, confundido.
—Nada, olvida lo que dije. Será mejor que hablemos con Irene sobre este caso —dijo Michael, mientras el viento soplaba y la niebla comenzaba a formar una presencia inquietante en la escena.
Un agente observó una figura encapuchada en la niebla y, al darse cuenta de que estaba siendo observado, la figura se desvaneció, dejando al agente pensativo y temeroso.
Michael suspiró profundamente y murmuró —Si existe un dios, que se apiade de nosotros.
En un apartamento lujoso, una joven de cabello rojo fuego se bañaba lentamente, acariciando su cuerpo con una delicadeza sensual. Al salir del baño, la belleza y la desnudez de su figura eran evidentes, y su desdén hacia el día gris y nublado era palpable.
—Odio los días nublados, son tan deprimentes —pensó mientras preparaba un café. Su tranquilidad se rompió cuando su celular sonó, y al ver el nombre de su jefe, Michael, su expresión se tornó seria.
—Irene, me alegro de que estés en casa —dijo Michael, su voz reflejando una angustia palpable.
—¿Estás bien, Michael? Te noto apurado, y eso es raro en ti —preguntó Irene mientras se sentaba a la mesa.
—Desearía estar tranquilo, pero la situación se ha complicado. Supongo que ya sabes de los recientes asesinatos en la ciudad —respondió Michael, su tono cargado de desesperación.
—Sí, he estado al tanto —dijo Irene, deslizando la pantalla de su tableta hasta el informe del último asesinato.
—Irene... algo no está bien. El criminal que estamos buscando no es normal —dijo Michael.
—Michael, calma. Parece que has visto al mismo diablo —respondió Irene, revisando los testimonios y la foto del mensaje macabro.
—Mis instintos me dicen que este criminal no es... —Michael vaciló, buscando las palabras.
—¿No humano? —interrumpió Irene, revisando las pruebas.
—Exactamente. No conozco a ningún humano capaz de cometer tales atrocidades. Creo que esto es ritualístico —dijo Michael.
Irene observó los informes y el mensaje con una expresión pensativa. Mientras su conversación continuaba, Michael mencionó la posibilidad de un fanático religioso y la peculiaridad del símbolo dejado en la escena del crimen.
—Es una mezcla entre lo egipcio y lo católico. Es un símbolo que nunca había visto antes —dijo Irene, sorprendida por la singularidad del símbolo.
—Voy a seguir investigando. Tú deberías ir a la escena del último crimen. Y una cosa más... —dijo Michael mientras la lluvia caía con una intensidad creciente, haciendo que el ambiente se volviera aún más sombrío.
Irene: —¿Qué sucede?
Michael: —Antes de que te vayas... Logré vislumbrar una silueta en la niebla densa, un espectro encapuchado que se desvaneció ante mis ojos. Tal vez esa figura ha estado acechándonos sin que nos percatemos.
Irene: —Esto se está tornando interesante. Ten la certeza de que te apoyaré, Michael, pero por ahora, deja todo en mis manos.
Michael dejó escapar una risa nerviosa. —Gracias, Irene. Me has salvado el pellejo. Te lo recompensaré con una cena.
Irene: —Aún me debes esa cena en el restaurante de mariscos. Espero que no lo hayas olvidado.
Michael: —¡Claro que no! Sé que te encanta la langosta roja. Pero primero, necesitamos resolver esto. Mantente en contacto.
Tras colgar, Irene dejó escapar una risa sarcástica. —Nunca cambies, Michael.
La noche se desplegó sobre la ciudad de Nueva York. La hermosa pelirroja caminaba por el angosto callejón que había sido escenario de una masacre horrenda unas horas antes. Un viento misterioso susurraba, agitando las cintas de contención con un estremecimiento casi consciente.
Irene frunció el ceño, sintiendo una incomodidad creciente en el ambiente. Se frotó los brazos, sus instintos agudizados ante el entorno sombrío. Su mirada se posó en la escena del crimen con una mezcla de duda y terror, examinando cada rincón mientras la lluvia caía sin piedad.
Una marca en la pared atrajo su atención: un surco profundo, como el rastro de un cuchillo gigantesco. Irene deslizó sus dedos sobre la marca, su rostro se tensó al sentir la fuerza con que había sido hecha.
—Nunca había visto una marca tan brutal —murmuró, observando el filo perfecto dejado por el cuchillo—. Un maníaco religioso sabe cómo hacer cortes.
Mientras avanzaba, descubrió nuevas pistas: marcas de balas en botes de basura y paredes, pero lo que realmente captó su atención fue un fragmento oscuro metálico en el suelo. Lo levantó con cuidado, examinándolo con curiosidad.
—¿Qué demonios es esto? —Se preguntó mientras el fragmento reflejaba la luz de su lámpara.
Decidió que debía mostrarle el fragmento a su amiga Bridget y, tras un breve informe de lo que había descubierto, se dirigió hacia una calle llena de antros y clubes nocturnos. Las luces neón transformaban la fría noche en un espectáculo vibrante, pero para Irene, esa distracción no podía ocultar la creciente sensación de peligro.
Al pasar por una estantería de strippers, un póster de una rubia de ojos rojos y un micro bikini blanco captó su atención. La joven no pudo evitar sentirse atraída y se sonrojó, suspirando eróticamente.
—Parece que algunas de las trabajadoras podrían saber algo sobre los recientes asesinatos. La mayoría de las víctimas han sido encontradas cerca de aquí. ¿Será que el autor de los crímenes vive por estos lares?
Su semblante cambió a uno de preocupación mientras se rascaba la cabeza con una mezcla de ansiedad y comicidad.
—Tengo tantas cosas por hacer que no sé por dónde empezar. Espero que la cena que me prometiste Michael valga la pena, o te patearé el trasero.
Decidida, se preparó para mostrarle el fragmento a Bridget. En un modesto apartamento, el celular de Bridget comenzó a sonar. Ella, sobresaltada, se acomodó el cabello violeta semi largo y respondió con sorpresa.
Bridget: —¿Quién demonios será a esta hora? ¿Diga? ¡¿Irene?!
Irene: —Sí, soy yo. Necesito tu ayuda urgente. ¿Puedo ir a tu casa?
Bridget: —Siempre serás bienvenida, Irene —respondió con un tono sensual que hizo que Irene se sintiera un poco incómoda.
Irene: —No es por una visita casual. Necesito tu ayuda científica para examinar un fragmento extraño que encontré en la última escena del crimen.
Bridget: —Oh, claro. He oído hablar de esos crímenes. Te estaré esperando, no te demores.
Irene: —No te desesperes, llegaré lo más rápido posible. Y una cosa más...
Bridget: —¿Qué cosa?
Irene: —Gracias por aguantar a alguien como yo. Ella colgó y se puso en marcha.
Se deslizó en la penumbra del callejón, dando un salto y comenzando a volar hacia la casa de Bridget. A medida que cruzaba la ciudad, con sus imponentes edificios y el bullicio de la vida urbana, un escalofrío recorría su espalda.
Al llegar a la azotea del edificio de Bridget, sintió un escalofrío inquietante y miró la ciudad con una expresión angustiada. Algo en el aire le decía que la ciudad misma estaba temblando.
Irene tocó el timbre y Bridget abrió la puerta, emocionada, la abrazó y le dio un beso en los labios.
Bridget: —¡Qué alegría verte, cariño!
Irene: —Igualmente, pero desearía que esta visita fuera por razones más agradables. Se adentró en el apartamento y se acomodó en el sillón mientras miraba a Bridget con una expresión coqueta.
Bridget: —He escuchado sobre los asesinatos. Supongo que has traído una pista interesante a mi acogedor apartamento lleno de desorden.
Irene: —Eso es lo de menos. Vamos a ponernos a trabajar. Sacó el fragmento del material oscuro y lo colocó sobre la mesa del pequeño comedor.
Bridget examinó el fragmento con fascinación, tocándolo con cuidado.
Bridget: —¿Encontraste esto en la escena del crimen?
Irene: —Sí, eres una científica prestigiosa y espero que puedas ayudarme a identificar este material.
Bridget: —Parece acero, pero el color es inusual. Al tocarlo, es áspero. Voy a analizarlo con el equipo especializado.
Sus palabras se volvieron susurros de asombro mientras sus manos temblaban y gotas de sudor se deslizaban por su rostro.
Ella se levantó de un salto, murmurando repetidamente "No puede ser", mientras transportaba el fragmento hacia el escáner con una prisa frenética. El latido de su corazón resonaba en sus oídos mientras el aparato zumbaba con una ominosa vibración. Irene observaba con ansiedad la reacción de Bridget, ambas mujeres paralizadas por el resultado que apareció en la pantalla: "Metal desconocido".
Irene: —¿Estás segura de que la máquina está bien?
Bridget: —Sí, está en perfecto estado. No es un error. Haré el análisis de nuevo.
Volvió a introducir el fragmento en el escáner. La pantalla arrojó el mismo resultado inquietante, sumiendo a Bridget en una confusión palpable.
Bridget: —¿Pero qué diablos está pasando?
Irene, abatida, se apoyó contra la pared y cruzó los brazos en señal de frustración, sus pensamientos atrapados en una maraña de incertidumbre.
Bridget: —¿Dices que esto lo encontraste en la escena del crimen?
Irene: —Exactamente, y ahora estamos de vuelta en el punto de partida.
Bridget: —Parece acero, pero el color es algo peculiar, único.
Irene: —Nunca he visto nada igual, y eso que hemos enfrentado cosas bastante extrañas.
Bridget: —¿Qué pistas tienes sobre el homicida?
Irene: —Muy pocas. Michael mencionó que estamos tratando con un fanático religioso. Los asesinatos parecen estar inspirados en rituales de la Santa Inquisición.
Bridget: —Oh cielos, recuerdo haber leído sobre esos fanáticos. No estaban en sus cabales.
Irene: —Lo que más me preocupa es, ¿Cuándo volverá a atacar?
Ambas mujeres contemplaron el fragmento con una creciente inquietud.
La noche siguiente, Irene recorría las calles sombrías de los suburbios bajos de Nueva York, una sensación perturbadora y casi tangible recorría su cuerpo.
Irene: <<Algo no está bien. Esta sensación de anomalía es diferente, hay una presencia de gran poder en este lugar.>>
Mientras avanzaba, la mirada lasciva de los transeúntes la incomodaba. Ajustó su falda corta con una mezcla de desdén y precaución.
Irene: —Sabía que esto sucedería. Debo encontrar la fuente de este extraño poder.
Un hombre intentó coquetear con palabras sugestivas, pero al girar hacia él, sus ojos brillaron con una intensidad sobrenatural. El joven retrocedió aterrorizado, llamándola monstruo.
Exploró cada rincón del barrio, hablando con todos aquellos que encontraba, pero las pistas eran escasas. Finalmente, al detenerse en un puesto de comida callejera, una vendedora le comentó que una prostituta de renombre había visto a un ser extraño, de casi tres metros, en la azotea de un edificio cercano. Sin embargo, la mujer no pudo ofrecer más detalles, ya que estuvo a punto de ser atropellada y, al volver la vista, el ser había desaparecido.
Desalentada y exhausta, Irene se dirigió al antro donde había visto el póster de Foxy Lust, su mente agobiada por la imagen de la stripper.
Irene: —Todos los hombres hablan de esta chica. Es sexy, sí, pero ¿Qué tiene ella que yo no?
Sus ojos se posaron en el anuncio, especialmente en los ojos carmesí de la stripper.
Irene: —Nunca he visto un color de ojos así. Y eso que he enfrentado a enemigos con pupilas extrañas. Necesito investigar este lugar.
Al entrar, los hombres presentes la miraron con una intensidad que parecía desnudarse a sí mismos ante su presencia. Se dirigió a la barra, donde el encargado la recibió.
Encargado: —¿Desea algo de beber, señorita?
Irene: —Vino de uva, por favor.
El encargado le sirvió el vino en una copa mientras le lanzaba preguntas inquisitivas.
Encargado: —¿Qué la trae por aquí, señorita? No es común ver a alguien en un club como este, donde los hombres vienen a ver chicas desnudas bailar.
Irene, en lugar de responder, mostró discretamente su placa de agente especial de policía. El encargado se mostró sorprendido y algo incómodo.
Encargado: —Ya decía yo que esto era demasiado hermoso para ser cierto.
Irene: —No haga ruido si no quiere problemas. Solo estoy investigando los asesinatos recientes en esta área.
Encargado: —Ah, esas masacres misteriosas. Escuche, no tengo nada que ver con eso, ni la gente que viene aquí para relajarse. Aunque vendo drogas y otras cosas, le aseguro que...
Secó el sudor de su frente mientras Irene lo observaba fijamente.
—Le prometo que ningún miembro de la mafia está involucrado en esos tortuosos crímenes.
Irene se recargó en la barra mientras daba otro sorbo a su vino.
Irene: —Te creo. Tus ojos dicen la verdad. Tengo otra pregunta sobre tu nueva chica.
Encargado: —¿Te refieres a Foxy Lust? ¿Qué te interesa de ella?
Irene: —¿Desde cuándo trabaja aquí?
Encargado: —Ella lleva cinco meses en el lugar, por su propia voluntad. Al principio se veía algo descuidada, pero debo admitir que es mercancía valiosa. Desde su llegada, el negocio ha prosperado. Parece que es japonesa, se llama Yuzan.
Irene: —Así que lleva cinco meses aquí.
Encargado: —En unos minutos comenzará su show. Si quieres, puedes quedarte y ver por ti misma por qué es tan solicitada.
Irene: —Bueno, aceptaré tu oferta. Espero que al menos me ayude a olvidar este maldito día.
A medida que pasaba frente a un grupo de hombres que murmuraban sobre su presencia, se dirigió a una mesa cercana a la plataforma de baile, aguardando el espectáculo de Yuzan.
Su tranquilidad se vio interrumpida cuando un hombre de mediana edad y cabello oscuro se sentó a su lado.
Hombre: —¿Por qué tan sola, cariño? ¿No quieres algo de compañía?
Irene lo miró y, en lugar de rechazarlo, decidió jugar con él para mantener las apariencias.
Irene: —¿Siempre te gusta invadir el espacio femenino de manera tan imprevista, cariño? —dijo mientras jugueteaba con un mechón de su largo cabello rojo.
Hombre: —Una señorita como tú no debería estar en un lugar como este. Cerca de aquí está mi apartamento.
Irene: —Parece que me estás coqueteando, cariño. Pero tú no sabes que en realidad soy el depredador y tú, la presa.
Hombre: —Interesante. Una femme fatale en toda regla. Me encanta.
Irene se acercó al hombre, su mirada seductora y letal. Mantuvo el juego de gato y ratón mientras su voz se volvía profunda y sensual.
Irene: —Parece que tu caza de chicas no ha sido muy exitosa, ¿verdad? —su tono hizo que el hombre se sintiera cada vez más incómodo, el sudor comenzaba a resbalar por su rostro.
Hombre: —Adoro a las chicas como tú, sensuales y frías.
Irene se inclinó hacia su oído, susurrándole con una voz lasciva: "Mira lo que tengo entre las piernas".
El hombre, excitado, desvió su mirada hacia la entrepierna de Irene. Sin embargo, lo que encontró no era lo que esperaba: en lugar de la prometida intimidad, había una placa de policía.
Irene: —No digas nada si no quieres más problemas, ¿Entendido? —El hombre asintió, su rostro pálido y lleno de preocupación.
El hombre se levantó apresurado, disculpándose con una formalidad forzada mientras abandonaba el club con una prisa palpable. Irene lo observó partir, una sonrisa sarcástica curvando sus labios mientras se relajaba nuevamente en su asiento.
En ese preciso instante, el anunciador rompió el silencio con una voz estridente, anunciando que la siguiente stripper estaba a punto de salir. Los hombres se agolpaban ansiosos mientras el telón se alzaba, revelando a una deslumbrante rubia de ojos carmesí. Vestida con un bodysuit tan ajustado que parecía esculpido en su piel, no dejaba nada a la imaginación.
Irene se quedó boquiabierta ante la belleza casi sobrenatural de la stripper.
Irene: <<Mierda, es aún más impresionante en persona.>>
La rubia comenzó a moverse con una sensualidad hipnótica, sus caderas y cuerpo se contorsionaban con una gracia que desafiaba la lógica. Sus manos deslizaban por su figura, gateaba con una seducción deliberada y ejecutaba maniobras audaces en el tubo, acelerando el latido del corazón de Irene y elevando su adrenalina.
Con una habilidad calculada, la stripper comenzó a desabrochar el cierre de su bodysuit, revelando un micro bikini dorado. Cada movimiento hacía que sus pechos se balancearan provocativamente, los pezones marcándose bajo el top. Finalmente, se despojó completamente de su traje, quedando únicamente en el micro bikini dorado. La sala estalló en vítores y silbidos mientras ella ejecutaba acrobacias en el tubo.
Con un gesto atrevido, la stripper lanzó el top del bikini hacia Irene. Ella lo atrapó, su mirada cruzándose con la de la rubia, quien le regaló una sonrisa pícara y un guiño antes de retirarse, dejando a todos en un estado de euforia.
Los hombres rodearon a Irene, halagándola por su suerte, algo que la hizo sonrojarse visiblemente.
Irene: —¡Cállense, idiotas! —su tono estaba teñido de molestia, pero su reacción se vio abruptamente interrumpida por una explosión ensordecedora.
El caos se desató en la sala. Los clientes corrieron despavoridos mientras Irene se abría paso entre la multitud, su rostro endurecido por la determinación. Al salir al callejón, una columna de humo se alzaba ominosamente.
Irene: —Finalmente sales de tu maldito escondite.
Se abrió camino entre los que huían y aquellos que permanecían atónitos. En el lugar del ataque, un vehículo ardía mientras una mujer yacía en el suelo, su grito de ayuda cortaba el aire. Una figura imponente, oscura y encapuchada, se erguía sobre ella. Una voz profunda y mecánica resonó en el callejón.
—Muerte a los herejes.
Con una crueldad implacable, la figura apuñaló a la mujer, la escena proyectada en las sombras danzantes de las paredes del callejón. El ser lanzó el cuerpo de la mujer contra el vehículo en llamas, dejándola ser consumida lentamente por el fuego. Luego, desapareció entre las sombras.
Irene llegó al lugar del crimen y contempló con horror los cuerpos carbonizados de un niño, un hombre, y la mujer aún ardiendo. Su rostro se contorsionó en una mueca de terror, su mano cubriendo su boca.
Irene: —Dios mío...
El charco de sangre aún fresco y los cuerpos cálidos revelaban la reciente brutalidad. Desesperada, sacó su arma y la apuntó a cada sombra que la rodeaba. La paranoia y el horror se apoderaron de ella, una sensación perturbadora de ser observada por algo más allá de la oscuridad la envolvía.
Un estrépito repentino la sacó de su trance: un bote de basura caía al suelo. Apuntó su arma hacia la fuente del sonido y vio a una figura encapuchada que se movía con rapidez.
Irene: —¡Alto!
Empezó la persecución, corriendo con la determinación de un depredador. Al doblar una esquina, se dio cuenta de que el callejón era sin salida. Al mirar hacia arriba, vio al encapuchado en la azotea.
Irene: —No te escaparás.
El encapuchado saltó de un techo a otro con una agilidad sobrenatural, pero el sonido de disparos rompió la noche. Uno de los proyectiles impactó en su hombro izquierdo, haciéndolo perder el equilibrio y caer al suelo.
Irene se acercó mientras el encapuchado se incorporaba, la sangre escurriéndose de su herida.
Irene: —¡No te muevas, maldito, si no quieres que te vuele los sesos!
Observó asombrada cómo la herida de bala en el hombro del encapuchado se regeneraba rápidamente, el proyectil expulsado de su palma.
Irene: —¿Qué demonios? ¡No voy a dejarte escapar!
Cuando volvió a disparar, el encapuchado repelió las balas con una agilidad sobrehumana. Con un brazo transformado en una enorme cuchilla, cortó una de las balas en un movimiento horizontal. La frialdad del metal brilló bajo las luces de la ciudad, dejándola sin palabras.
Irene: —Interesante. Me alegra que no seas humano. Al menos me podré divertir un poco y usar mi poder después de tanto tiempo.
Dejando caer su arma al suelo, se despojó de su ropa, revelando un traje de batalla en forma de bikini. Sus ojos brillaron con una intensidad sobrenatural, y un aura de poder la envolvió.
—Vamos, demuéstrame de lo que eres capaz.
El encapuchado se puso en guardia mientras la lluvia comenzaba a caer, y los relámpagos iluminaban los cielos de la extensa ciudad.
¿Quién prevalecerá en esta batalla? ¿Logrará Irene capturar al autor de los asesinatos?
Continuará.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top