Cita de Chicas

La mirada de Irene, oscura y cargada de desconfianza, se clavó en N 13 como un puñal, pero la rubia se mantuvo imperturbable, enfrentando el desafío de la pelirroja sin una sola muestra de debilidad.

—¿Qué tienes que decirme? —escupió Irene con un tono ácido—. Y más te vale que no sea uno de tus trucos sucios, porque si es así, tengo un puño listo para arruinar tu preciosa cara.

N 13 sostuvo su mirada, sus ojos carmesí parpadeando con algo que se parecía a la resignación, aunque sus palabras fueron firmes.

—No es ningún truco, Irene. Pero este no es el lugar adecuado. Hablemos en privado.

Ambas compartían una incomodidad palpable, una mueca de desconfianza que se reflejaba en sus rostros tensos mientras cruzaban la muchedumbre, adentrándose en el bullicio de una fiesta que solo parecía intensificar los demonios que llevaban dentro. N 13 observaba las sonrisas despreocupadas a su alrededor, y por un breve instante, se vio atrapada en una emoción ajena, añorando la simpleza de aquellas vidas. Incluso Irene, con su postura defensiva, mostraba un destello de relajación, una sonrisa apenas visible que desarmaba a N 13.

La rubia se detuvo abruptamente, un susurro de duda cruzando su rostro. Irene se tensó, su expresión mutando a una mezcla de preocupación y alerta.

—¿Pasa algo? —preguntó Irene, su mano rozando nerviosamente su brazo izquierdo.

—No pasa nada —respondió N 13, apartando la mirada y sonriendo apenas—. Solo... me alivias al saber que estás en guardia, siempre.

La sonrisa juguetona de Irene la hizo sonrojar, y algo en el ambiente se volvió denso, cargado de un extraño erotismo que escapaba de su control.

Desde las profundidades de su mente, V emergió con su tono burlón y omnipresente.

"Vaya, nunca imaginé que una simple mirada podría ponerte así de nerviosa. Interesante."

La mandíbula de N 13 se tensó, su voz en un susurro irritado: "¡Cállate, maldito hijo de perra!" Su frustración se proyectó en un golpe en el aire, uno que solo alcanzó a su propia sombra, a esa otra entidad que habitaba en su caos interior.

Irene frunció el ceño, observando cada movimiento con atención hasta que, sin pensarlo, alzó una mano para rozar la mejilla de la rubia. N 13 se sobresaltó, y un leve gemido de sorpresa escapó de sus labios mientras los dedos de Irene recorrían su piel como un ancla en la tormenta. Sus ojos, carmesí contra el azul profundo de Irene, crearon un contraste cargado de una tensión que solo ellas podían sentir, una intimidad que desbordaba de palabras no dichas.

—Veo en tus ojos que algo te atormenta —murmuró Irene, su voz impregnada de una sensualidad acerada—. Tristeza, y más dolor del que podrías soportar.

La rubia intentó apartar la mano, pero su cuerpo traicionó su resistencia. Un leve temblor recorrió sus dedos mientras su agarre se mantenía firme, un lazo invisible que ignoraba al mundo a su alrededor. La presión de aquel silencio se volvió insoportable hasta que N 13 finalmente habló, su voz rota y carente de la máscara de fuerza que siempre había llevado.

—Te envidio, Irene... —admitió, su voz quebrándose—. Pero me alegra que tú no tengas que soportar esta tortura.

Una lágrima, frágil y rebelde, escapó de sus ojos. Sin una palabra, Irene la tomó del brazo y la arrastró hacia un callejón sombrío, donde las paredes calladas serían los únicos testigos de la tragedia que pesaba sobre N 13.

La pelirroja la observaba con intensidad, sus ojos revelaban una mezcla de preocupación y algo más oscuro, algo que era casi pánico. Irene se acercó, levantando ambos brazos hasta acorralar a N 13 contra la pared, sin dejarle escape.

—¡Dímelo! —exclamó, su voz tensa y cargada de impotencia—. Dime qué es lo que te atormenta, de una vez.

La voz de Irene temblaba con una vulnerabilidad que rara vez dejaba ver, una herida abierta desde que descubrió las verdades oscuras de su propio origen. N 13 suspiró, dejando que su mirada se perdiera en las sombras del lugar, apenas un susurro cuando respondió.

—Está bien... Aquí no nos molestarán.

Irene retrocedió, aunque su mirada permanecía fija, llena de una preocupación que la anclaba al suelo. N 13 respiró profundo, cruzando los brazos como si la seguridad que buscaba tuviera alguna esperanza de aferrarse a ella. Sus ojos se endurecieron.

—Eres una persona noble, Irene... —empezó, y su voz se tornó áspera—. Sabes mirar a través de los ojos de las personas. Escucha bien lo que voy a decirte, porque es algo que va más allá de lo que puedes imaginar.

N 13 tragó saliva, su mirada desviándose hacia el cielo nocturno, como si en aquella negrura estuviera la respuesta que nunca había encontrado.

—Vengo de otro mundo, de otro universo... —murmuró—. Es una versión retorcida y oscura de esta Tierra. Hace más de cien mil años, un cataclismo arrasó todo. Cuando desperté, encontré un mundo dominado por una religión dictatorial, una sociedad aplastada bajo el peso de la obediencia ciega.

Irene enmudeció, sus ojos buscando algún rastro de duda en el rostro de la rubia, pero solo encontró un abismo de dolor y un miedo palpable, tan antiguo como el mundo que describía. N 13 miró su mano derecha, la observó como si en sus dedos estuvieran las respuestas a una vida que no comprendía.

—Ni siquiera sé quién soy —dijo, su voz quebrándose—. No sé por qué sigo viva... ni qué clase de monstruo llevo dentro. Hay otro ser dentro de mí, V lo llaman. Un demonio que se nutre de mi furia y ansía el control, para destruir y arrasar.

Se apretó el pecho, su expresión un pozo de angustia. Irene pudo sentir la desesperación que hervía en su interior, la culpa punzante en cada palabra.

—He cometido atrocidades —continuó N 13, sus labios temblando—, cosas que nunca podré borrar. Me aterra pensar en lo que V podría obligarme a hacer. Temo por este mundo, por la gente que sonríe sin miedo. Temo que un día despierten en un lugar de sonrisas falsas, un mundo sin verdad, donde la inquisición juzga cada mirada.

El silencio cayó entre ellas, denso y pesado. Irene, sin pensar, dio un paso adelante y la abrazó con una calidez inesperada. N 13 se quedó quieta al principio, sorprendida, pero en un segundo, el peso de la vulnerabilidad la arrasó. Se aferró a Irene como una niña que ha perdido toda identidad y, al final, las lágrimas comenzaron a correr.

—¿Pero cómo... cómo es posible que tú y ese ser hayan llegado aquí? —murmuró Irene, la incredulidad brillando en sus ojos.

N 13 se separó lo suficiente para mirarla a los ojos, sosteniendo con fuerza su mano, como si soltarla significara perderse en el vacío. Empezó a hablar, su voz como una confesión amarga.

—Una compañera, Nisha, me advirtió sobre un grupo llamado la Cofradía de los Inquisidores —comenzó—. Expanden la influencia de una secta, la Iglesia de la Santa Petrificada. Según Nisha, un día recibió una carta de una mercenaria llamada Dinna.

Hizo una pausa, sus ojos volviéndose hacia la oscuridad, como si la escena volviera a desmoronarse en su mente.

—Había rumores... experimentos en uno de los departamentos científicos de la archicofradía. Estaban abriendo portales, usando magia de alto nivel para transportar ejércitos y armas a este universo. Y el hombre a cargo... era ese mismo con el que luchamos ayer.

La confesión terminó en un susurro, y la incredulidad aún brillaba en los ojos de Irene mientras procesaba aquella verdad. Los dos mundos de las mujeres se entrelazaban en la oscuridad, rodeadas de los secretos que las habían traído hasta ahí, de todas las tragedias que nunca podrían compartir con nadie más.

Irene observaba con curiosidad y una mezcla de asombro a la rubia frente a ella. Se apoyó contra la pared, cruzando los brazos detrás de su nuca con una expresión pensativa.

—Parece que en tu mundo la tecnología ha alcanzado niveles impensables —dijo Irene—. Lo comprobé cuando llevé a mi pareja, Bridget, un fragmento del traje de Gantus. La aleación es increíble, resistente a disparos y ataques convencionales. Creía que la tecnología que me creó era insuperable, pero... ahora veo que me equivocaba.

N 13 suspiró con amargura, sus manos temblando de frustración mientras golpeaba la pared.

—El gran cataclismo lo cambió todo... —murmuró, sus palabras cargadas de un odio silencioso—. No solo alteró el planeta, transformó al ser humano. La tecnología y la magia se entrelazaron en un equilibrio macabro. Pero detrás de cada avance hay una sombra de destrucción. Lo he visto demasiadas veces.

Irene escuchaba en silencio, sintiendo cómo una sombra de preocupación oscurecía sus propios pensamientos. La confesión de N 13 la dejó absorta.

—Intenté detener a Gantus antes de que llegara aquí, pero se adelantó. Sabía que estaba jugando con fuego, pero aún así... —N 13 bajó la cabeza, su voz temblorosa—. Tenía una máquina capaz de abrir portales entre universos. Lo enfrenté con todo lo que tenía, pero activó la máquina, y... el resto es historia.

Un silencio amargo llenó el espacio. Irene la miraba con incredulidad y cierta resignación.

—Vaya, es una locura —murmuró Irene—. No eres la única que ha visto la ambición desmedida. Fui creada para la guerra, y mi mundo no descansa en sus intentos por replicarme... incluso han revivido animales extintos, pero no para preservarlos, sino como armas.

N 13 tensó la mandíbula, sintiendo el peso de esa verdad. La tecnología de este universo era diferente, pero igualmente peligrosa.

—Debemos detenerlo —dijo, su voz grave y determinada—. Si hay algo en este mundo que pueda interesarle, no dudará en usarlo para sus propios fines. Creo que sé dónde podría estar escondido.

Irene se sobresaltó y dio un paso adelante, con la mirada chispeante de sorpresa.

—¿De verdad sabes dónde? —preguntó, tratando de no perder la esperanza.

N 13 asintió, con una frialdad calculada en sus ojos.

—Una chica llamada Judith me habló sobre unos túneles abandonados bajo la ciudad. Dijo que había escuchado ruidos extraños, alaridos, como si algo siniestro merodeara ahí. No es casualidad... llevamos meses atrapadas en este mundo.

Irene respiró hondo, sopesando la información.

—¿Tienes alguna forma de regresar? —preguntó en voz baja.

La pregunta pareció golpear a N 13, que apretó los labios con una mezcla de frustración y dolor.

—No lo sé. Ni siquiera había pensado en eso... solo sé que Gantus es la clave para abrir los portales.

Irene la miró con una sonrisa suave, extendiendo su mano hacia ella.

—No estás sola, N 13. Cuentas conmigo. Juntas terminaremos con esto.

N 13 tomó su mano, una chispa de gratitud y determinación reflejándose en sus ojos.

—Así será.

—Conozco esos túneles. Un laberinto perfecto para alguien como él —dijo Irene, acariciándose el mentón con una rápida deducción—. Esa Judith... ¿te mencionó alguna estación en específico?

N 13 se quedó en silencio, su rostro tornándose carmesí cuando comprendió el descuido.

—Yo... —dijo, con una vergüenza que apenas podía esconder— ¡Se me olvidó!

Irene soltó una risa suave, acariciándole la espalda.

—Tranquila, hasta yo suelo olvidar cosas. Pero... ¿tienes alguna forma de contactarla?

Los ojos de N 13 se iluminaron al recordar. Sacó un trozo de papel de su chaqueta y se lo mostró a Irene con una sonrisa de triunfo.

—¡Aquí está! Judith me dio su número, pero... no tengo algo llamado "celular". ¿Qué es eso?

Irene la miró, boquiabierta.

—¿No sabes lo que es un celular? —preguntó, su voz una mezcla de incredulidad y lástima—. ¿No existen en tu mundo?

N 13 frunció el ceño, visiblemente confundida. Para ella, este mundo era una maraña de misterios y amenazas; y, sin embargo, había algo en la amistad de Irene que le hacía sentir que, tal vez, todavía había una razón para luchar.

N 13 se recargó contra la pared, esbozando una sonrisa nerviosa. —No, no tengo un "celular". En mi mundo, usamos holo visores y cristales mágicos para comunicarnos —rió levemente, sin saber que Irene ya estaba buscando algo en su bolso.

Irene le mostró un pequeño dispositivo rectangular. —Mira, esto es un celular. Así nos comunicamos aquí.

N 13 tomó el aparato con cuidado, sus ojos analizándolo con asombro y curiosidad. En ese momento, una voz resonó en su mente.

V: "Así que este es el artefacto que los antiguos humanos usaban para hablar... " El tono de V sonaba nostálgico, y en su resonancia había algo inquietante, como si tocar aquel artefacto hubiera desenterrado memorias olvidadas.

—¿Estás bien? —preguntó Irene al ver la sombra de angustia en el rostro de N 13.

La rubia sacudió la cabeza, intentando reprimir los ecos de V en su mente. —Sí... estoy bien, sólo es que... esa cosa despierta memorias ajenas —dijo, desviando la mirada, mientras revisaba el papel con el número de Judith. Sus manos temblaban levemente.

Irene asintió y marcó. —Yo llamaré. Tú háblale, ¿de acuerdo?

Cuando la voz de Judith surgió al otro lado, N 13 tragó saliva, su voz brotando temblorosa. —Hola... soy yo, Yuzan.

La respuesta de Judith fue un susurro de alivio y felicidad. —¿Yuzan? No sabes cuánto me alegra escucharte.

—Esta noche... ¿todavía nos veremos? —preguntó N 13 con un hilo de voz, luchando contra el nudo en su garganta.

Judith confirmó el lugar, el café en Central Park, y N 13 cerró los ojos, imaginando el árbol de Navidad y el muñeco de nieve en la entrada, tan ingenuamente reconfortantes en medio de aquel caos.

Al colgar, Irene le entregó el teléfono, burlona. —No tienes idea de lo ridícula que te veías, ¿eh?

—¡No te rompo el teléfono en la cabeza solo porque me estás ayudando! —murmuró N 13, ocultando su rostro rojo de vergüenza mientras Irene reía, dándole palmaditas en la espalda.

—Vamos, vamos —Irene ladeó la cabeza hacia ella, aún sonriente—. Todos hemos estado enamorados alguna vez. Además, no eres la única que gusta de las chicas.

N 13 respiró profundo, asintiendo, aún con el corazón acelerado. Sin aviso, Irene pasó un brazo por su nuca y la atrajo cerca. —Tienes mucho que aprender sobre esto. Pero no te preocupes. Yo te enseñaré lo necesario, ¿entendido?

Sin tiempo para responder, Irene la cargó en sus brazos y despegó del suelo en un abrir y cerrar de ojos. N 13 ahogó un grito, aferrándose a ella mientras la ciudad se desplegaba ante sus ojos como un mar de luces incesantes y frías. La majestuosidad de los edificios rasgaba la noche y, en medio de todo, sentía una extraña calidez al ver la ciudad desde aquella perspectiva.

—Es... hermoso —susurró N 13, apenas contenida por el asombro. Al aterrizar, limpió una lágrima solitaria de su mejilla y le dedicó una última mirada de agradecimiento a Irene.

—No te preocupes —respondió Irene, quitando importancia con un gesto—. Solo es cuestión de práctica. Que las dudas no te frenen.

Y con un suspiro agotado, ambas caminaron en silencio hacia su destino, conscientes de que, entre la inmensidad de la ciudad y sus secretos, estaban a punto de encontrarse cara a cara con el peligro.

N 13 apartó la mirada con un aire de pesadez en los ojos.

—Es complicado, Irene. He cometido errores... errores que cuestionan lo poco de humanidad que me queda. Si supieras lo que he hecho... —la voz de N 13 tembló, un dejo de culpa impregnando cada palabra.

Irene la observó, sus labios curvándose en una sonrisa agridulce.

—Todos llevamos una carga, N 13. Nos aferramos a lo que creemos correcto, aunque en el fondo sepamos que estamos al borde del abismo. Yo también he hecho cosas cuestionables, cosas que pueden marcar la diferencia entre la vida y la muerte... no solo para mí, sino para todos.

Ambas avanzaron en la fría penumbra de la ciudad hasta llegar al café. Allí, Judith las esperaba, agitando la mano con una sonrisa cálida que contrastaba con el aire opresivo de la noche.

—¡Irene! —exclamó Judith, la sorpresa iluminando sus ojos al reconocer a la pelirroja.

Irene frunció el ceño, confundida.

—¿Nos conocemos? —preguntó.

Judith asintió con entusiasmo.

—¡Por supuesto! Tú eres la mejor agente de la ciudad. Sin ti, esto ya sería un paraíso para los horrores.

Irene, visiblemente incómoda, rascó la nuca y desvió la mirada, nerviosa.

—Hago lo que debo... aunque quisiera que este fuera solo un encuentro normal. Pero... hay algo más, N... Yuzan. —Una leve carraspera de N 13 la hizo rectificar.

Judith, sorprendida, se ajustó la mochila y asintió, recordando.

—Bueno, en realidad, los alaridos venían de la estación del este de Central Park —dijo, apuntando hacia el lugar como si aún resonaran aquellos gritos en su memoria.

—Gracias, Judith —respondió N 13 en un susurro cargado de alivio. La suavidad de la mano de Judith en su mejilla fue reconfortante, y cuando la miró, sus palabras eran como un bálsamo.

—No dejes que el pasado te retuerza, Yuzan. Avanza, y que tus decisiones pesen solo por lo que valen ahora.

La voz de V interrumpió el momento, sarcástica y burlona.

"¿Por qué no la besas ya, N 13? Vamos, no es momento de contenerse..."

N 13 apretó los labios, apenas resistiendo el impulso de gritarle que se callara. Pero justo entonces, el teléfono de Irene vibró y la conexión cortó el aire cálido del café.

—¿Qué ocurre, Michael? —preguntó Irene, alzando una ceja, su tono tenso.

La voz de Michael sonaba cargada de ansiedad.

—Irene, esto es serio. Diez desapariciones en las inmediaciones de Central Park, solo hoy. El alcalde está en alerta, y temo que la ciudad entera pronto entre en pánico. ¿Alguna pista?

—Las hay —dijo ella, con un tono glacial—, pero necesitamos aumentar la seguridad. Lo que enfrentamos no es algo que puedas entender fácilmente, Michael... no pertenece a este mundo.

Un silencio inquietante resonó en la línea.

—¿Me estás diciendo que...? —Michael titubeó, pero rápidamente se recompuso—. De acuerdo, Irene. Voy a hacer lo necesario, pero que Dios nos ampare si no puedes detenerlo.

Al colgar, Irene se giró hacia Judith y N 13, sus ojos duros como el acero.

—Tenemos poco tiempo, y nadie está a salvo.

Irene apretó el brazo de Judith con una expresión seria.

—Judith, será mejor que encuentres un lugar seguro. No sabemos qué puede pasar cuando demos con el culpable.

La mirada de N 13 se deslizó hacia Irene, tratando de disimular el leve temblor en su voz.

—¿Y... cuál es el plan?

Irene exhaló con frialdad.

—Es arriesgado. Entraremos cuando el flujo de gente sea mínimo. Si Gantus está allí y nota que todos se han ido de repente, puede intentar escapar. Esperaremos hasta la una; ese es el momento de menor tránsito. Así que... aprovecha el tiempo que queda. Habla con Judith. Cuando sea la hora, te estaré esperando cerca de la estación este.

—Gracias, Irene. No olvidaré lo que has hecho por mí.

Con una mezcla de alivio y ansiedad, N 13 se giró hacia Judith, y por un breve instante, las dos se aislaron del caos que las rodeaba. En el silencio de la noche, sus risas y susurros compartidos le dieron a N 13 un respiro del peso de su realidad, un consuelo que sabía efímero mientras los minutos avanzaban inexorables hacia la madrugada.

Cuando el reloj marcó la una, N 13 se despidió de Judith, pero sus manos permanecieron entrelazadas, reteniéndose mutuamente, sabiendo ambas que era peligroso aferrarse y aún más difícil soltarse.

Judith la miró con ojos llenos de preocupación.

—Por favor, Yuzan... no mueras.

N 13 le dedicó una última mirada antes de correr hacia la oscuridad, dejando a Judith atrás, observando cómo se perdía en la penumbra.

Al llegar a la estación, encontró a Irene esperándola, observando la silenciosa boca del túnel con una expresión sombría.

—Lamento que tu cita haya terminado así —murmuró Irene, manteniendo la vista fija en la entrada—. Y... los alaridos... hace poco escuché algunos, lejanos, en medio del bullicio. No me gusta esto. ¿Estás lista?

N 13 asintió, endureciendo la mirada.

—Sí. Vamos a acabar con ese hijo de puta de una vez por todas.

Y con un último crujir de nudillos, ambas se adentraron en las sombras, cada paso resonando como un tambor fúnebre en la quietud helada del lugar.

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