Batalla Universal
Los ojos del grupo se posaron sobre aquel mundo desolado, donde la ambición y la violencia habían dejado cicatrices imposibles de borrar. Los restos de la ciudad se alzaban como mausoleos de concreto, bañados por la penumbra de un cielo roto.
Entonces, el horizonte fue desgarrado por un fulgor antinatural. Una fractura en el aire, un desgarrón de luz púrpura y negra, se abrió como una herida infecta sobre Manhattan. El portal palpitaba con una energía que no pertenecía a este mundo. Gritos y murmullos se esparcieron entre la multitud. Miedo. Desconcierto. La gente se apartaba con la misma reverencia con la que se teme a la muerte.
Desde su oficina en el piso 47, Michael observaba la expansión de aquel abismo en el cielo. Su rostro, habitualmente inmutable, ahora mostraba una grieta: una gota de sudor que se deslizó por su mejilla. Sus labios se movieron apenas, dejando escapar un susurro que resonó como una sentencia.
—Que Dios se apiade de nosotros —murmuró con la voz quebrada.
En la Zona Cero, el viento rugía como si la tormenta misma estuviera siendo succionada por el portal. La frontera entre ambos mundos se desdibujaba, los colores del cielo fluctuaban entre el azul grisáceo y un púrpura venenoso.
—¡Algo me dice que el factor sorpresa se ha ido al diablo! —gritó Irene, con el rostro cubierto por mechones oscuros sacudidos por el vendaval.
—¡¿Te parece?! —Anna miraba con ojos salvajes el caos desatado.
—¡Ya no hay tiempo! —la voz de N 13 cortó la discusión—. ¡Debemos entrar en la torre, ahora!
Sin dudarlo, las tres corrieron hacia la imponente estructura. Cada paso crujía sobre la grava húmeda, el estruendo de sus botas se perdía entre el rugido del viento y el eco de la distorsión. La torre se alzaba ante ellas como un titán dormido, una aguja de metal negro que apuntaba al cielo herido.
El poder se sentía en el aire.
Aquel rayo de energía que surgía desde el centro de la torre era familiar para N 13. Lo sintió en la piel como un veneno invisible, un recuerdo que jamás podría olvidar.
—Es como aquella vez... —susurró, con los ojos clavados en la luz pulsante.
—¿De qué hablas? —preguntó Anna, su voz entrecortada por el cansancio.
—Cuando enfrenté a Gantus por primera vez —respondió N 13 con un tono áspero—. Lo acorralé, y activó una máquina como esta. Abrió un portal... y saltó. Así fue como llegué a este mundo.
Irene miró el portal, su mandíbula tensa.
—Si eso pasa de nuevo, esta vez no lo vamos a dejar escapar.
La torre estaba abierta.
No hubo necesidad de forzar la entrada, la puerta principal yacía entreabierta, como la boca de un predador invitando a su presa. El metal crujía, las bisagras gimiendo bajo el peso del acero oxidado. La humedad impregnaba el ambiente con un hedor dulzón, una mezcla de óxido y carne pútrida.
—No me gusta esto... —murmuró Anna con una mueca de desconfianza—. Una entrada abierta nunca es buena señal.
—Es una trampa —confirmó N 13 con los ojos fríos—. Manténganse alerta.
El silencio era tan denso que casi podía tocarse. Sólo se oía el eco lejano de maquinaria, un zumbido metálico y monótono que llenaba cada rincón del lugar. Un corazón mecánico latiendo en las profundidades.
—No puedo creerlo... —Irene miró las paredes, los pasillos y las luces parpadeantes—. Sólo han pasado seis meses. ¿Cómo demonios volvió a poner todo esto en marcha?
—Algo así debería tomar al menos tres años... —respondió Anna, con los ojos escaneando cada detalle—. Esto no es normal. Este lugar debería seguir muerto.
—Gantus nunca juega limpio —gruñó N 13—. Nada de lo que construye es natural.
Entonces llegaron a la sala principal.
Era un anfiteatro de pesadilla. La luz roja del techo oscilaba, lanzando destellos intermitentes que sólo lograban empeorar la escena. En el centro, una docena de camillas metálicas se alineaban en semicírculo, cada una con un cuerpo tendido sobre ella.
No eran cuerpos humanos. No del todo.
Los brazos mecánicos descendían desde el techo, largos, delgados, con garras y agujas que se clavaban en la carne de los cuerpos inertes. Los movimientos eran precisos, meticulosos, casi quirúrgicos. Los sonidos eran crudos: el chirrido de las cuchillas cortando hueso, el chasquido de la carne desgarrándose, el silbido de líquidos hirviendo.
El hedor golpeó a las tres como una pared de asquerosidad. Carne putrefacta, sangre seca y bilis. Irene y Anna llevaron las manos a sus bocas, sus cuerpos sacudidos por arcadas incontrolables. N 13, sin embargo, no se inmutó.
Ella ya había respirado ese aire antes.
—¿Qué clase de monstruo haría esto? —murmuró Irene, sus ojos fijos en los cuerpos mutilados.
—No son sólo cuerpos —respondió N 13, su mirada se endureció mientras avanzaba—. Son pruebas.
La pelirroja, con manos temblorosas, se acercó a una de las camillas. La manta que cubría el cuerpo estaba pegada por la sangre seca. Agarró la esquina con dedos temblorosos y tiró lentamente. El mundo dejó de girar.
Lo que vio no tenía nombre.
Era humano, en algún momento lo fue. Su rostro estaba parcialmente cubierto por una máscara de metal oxidado, los ojos habían sido sustituidos por lentes oscuros implantados en la carne. Su mandíbula estaba dislocada, el metal incrustado en la piel mantenía la boca abierta en un grito eterno. Los dedos se habían transformado en garras mecánicas, y cables negros atravesaban sus costillas, uniéndolo a la camilla.
Anna retrocedió de golpe, se tapó la boca, y su respiración se volvió errática.
—No... no puede ser... —balbuceó con la voz quebrada—. Este... este era...
—Sí —interrumpió N 13, con la mirada llena de furia contenida—. Eran humanos.
El brazo metálico de la máquina descendió de nuevo, un cuchillo quirúrgico brillando bajo la luz intermitente. Se detuvo un instante y luego bajó de golpe, cortando el estómago del cuerpo abierto. El sonido fue sordo, húmedo, como cuando se aplasta una fruta podrida.
—No puedo... no puedo seguir viendo esto —dijo Irene, apartándose con los ojos llorosos.
N 13 se agachó junto a uno de los cuerpos aún "incompletos". Tocó con los dedos una de las placas de metal que sobresalía del pecho. Su rostro estaba oscuro, su voz, apenas un susurro.
—Gantus no solo quiere crear máquinas. Quiere crear dioses.
Un estruendo sacudió la sala.
El eco de un golpe seco retumbó por los pasillos. Las luces parpadearon y luego se apagaron por completo, dejándolas en la más profunda oscuridad.
—¡¿Qué fue eso?! —Irene giró, con la pistola apuntando en todas direcciones.
—Silencio —ordenó N 13, aguzando el oído.
Se escuchó algo. Pasos.
Lentos. Pesados.
Arrastrándose.
—No estamos solas... —dijo Anna, con la voz apenas audible.
El eco se acercó. Algo crujía entre las sombras. La respiración de las tres se detuvo. Había algo allí con ellas.
—No enciendan la luz... —susurró N 13—. Si lo ven, será demasiado tarde.
Y entonces, la respiración se oyó a su lado.
Un jadeo. Frío. Ajeno.
Justo detrás de Irene.
La hediondez a sangre coagulada y bilis flotaba densa en el aire, haciendo que Irene sintiera un nudo en la garganta. La rubia avanzó entre las camillas metálicas, donde cuerpos destrozados y mutilados permanecían inmóviles. Había tanto metal incrustado en sus carnes que la línea entre humano y máquina se había desvanecido en una grotesca amalgama de carne, hueso y acero oxidado.
Los brazos robóticos chirriaban mientras operaban con precisión impersonal. Los ojos vacíos de las víctimas seguían abiertos, como si aún pudieran sentir el dolor.
—¡Hey, miren! —dijo N 13, con una mezcla de sorpresa y gravedad en la voz—. Esta aún conserva su rostro.
Irene se acercó con pasos titubeantes, la inquietud pulsando en su pecho. Su mirada se clavó en el rostro de una mujer, parcialmente humano. La carne aún estaba intacta, pero los parches metálicos se incrustaban en sus mejillas. Era un rostro que reconocía.
—No puede ser... —susurró Irene, retrocediendo como si hubiera visto un espectro.
Anna se le acercó con la mirada fija en su amiga.
—¿Qué ocurre? —preguntó—. Pareces haber visto un fantasma.
—Esa chica... —Irene tragó saliva, luchando contra la urgencia de vomitar—. Era una trabajadora de Ángelus. Desapareció hace dos meses.
El silencio fue interrumpido por una carcajada que resonó como un cuchillo raspando metal oxidado. Las tres se giraron al unísono, sus cuerpos tensos como resortes a punto de romperse. Las sombras se sacudieron y de entre ellas emergió Gantus.
—¡Jajajaja! ¡No puedo creer que hayan llegado tan lejos! —dijo, su tono impregnado de burla y desprecio—. Y derrotaron a mi querida X-12... ¡Menuda sorpresa! No fue fácil encontrar los "materiales" para crearla, pero bueno, ya da igual. Todo está listo para la invasión. ¿Qué les parece mi decoración? —Gantus extendió los brazos con teatralidad—. Un poco de carne por aquí, un poco de metal por allá... ¡Nada que la tecnología y la magia no puedan hacer juntos!
Irene sintió que la ira le prendía fuego en las entrañas. Dio un paso al frente, apoyando las manos en la cintura con una sonrisa mordaz.
—Si fueras mi decorador personal, ya te habría despedido. Eres pésimo, cariño.
N 13 alzó la voz, la rabia en su mirada era un filo dispuesto a cortar cualquier obstáculo.
—¡Ríndete, Gantus! —bramó—. ¡Esta vez no tienes escapatoria!
El inquisidor inclinó la cabeza hacia un lado, su sonrisa se torció, revelando dientes amarillentos.
—¿Escapatoria? —repitió con sorna—. Qué curiosa elección de palabras. ¿No dijiste lo mismo en nuestro primer encuentro? —Sus ojos se afilaron, y su voz se volvió un susurro afilado—. ¿Y qué obtuviste a cambio? La muerte de tus camaradas. Creíste que podías ser líder, pero lo único que lograste fue llevarlos al matadero.
El mundo de N 13 se tambaleó. Su respiración se volvió errática mientras recuerdos sangrientos la atravesaban como cuchillas oxidadas. Imágenes de cuerpos destrozados, de gritos agónicos, de ojos apagados que la miraban con reproche. Su mente se llenó de un rojo espeso y asfixiante. Bajó la cabeza, con los puños temblando de pura impotencia.
—¡Cierra la maldita boca, monstruo! —espetó Irene, rompiendo la tensión.
N 13 y Anna se giraron sorprendidas por la furia de la pelirroja.
—¡No tienes derecho a juzgar a nadie, Gantus! —dijo Irene, con la voz al borde de quebrarse, pero firme—. ¡Todo lo que has demostrado es que eres un cobarde, escondiéndote tras tus máquinas y tus trampas! ¿Sabes qué es la verdadera fuerza? Aprender de tus errores, superar el fracaso y enfrentarlo. Tú solo te arrastras en tu propia locura.
El inquisidor soltó una risa burlona.
—Orden, querida... No locura. Orden. —Levantó un dedo, como si estuviera explicando una gran verdad universal—. Algo que los herejes nunca entenderán. Ni siquiera Ángelus, con su obsesión por la perfección, se atrevió a abrazar el orden. Pero yo sí. Y mira los resultados. Ellos cayeron. Y ustedes caerán también.
Anna apretó los dientes, con una rabia creciente que se derramaba por cada palabra.
—¡Eres una peste, Gantus! ¡No vas a salir vivo de aquí!
El inquisidor sonrió de oreja a oreja, mostrando la demencia oculta bajo su máscara de falsa serenidad.
—Oh, querida, ya gané esta perla. —Su tono era tan suave como el de un amante susurrando palabras al oído—. ¡Levántense, mis bellas creaciones!
El crujido de huesos y chirridos metálicos llenó el aire. Los cuerpos en las camillas se enderezaron con movimientos erráticos y espasmódicos. Sus ojos, ahora iluminados con un brillo rojo mecánico, se giraron hacia las tres mujeres.
—¡Mierda! —escupió Anna, sacando sus cuchillas.
—¡Nos están rodeando! —gritó Irene, su cuerpo tenso, lista para atacar o huir.
El suelo metálico retumbó con el sonido de los pasos pesados.
—¡Jajaja! —gritó Gantus mientras sacaba un cuchillo y lo pasaba por el aire, abriendo un portal iridiscente frente a él—. ¡Y aquí es donde me retiro, chicas! ¡No me esperen para la cena!
—¡No vas a escapar, maldito! —vociferó N 13, lanzándose a la carrera.
Un experimento saltó en su camino, golpeándola en el estómago y empujándola hacia atrás. Anna se lanzó hacia la criatura y la decapitó con un solo corte limpio.
—¡Vayan tras él! —rugió Anna, empapada en sangre, con la respiración agitada—. ¡Yo me encargo de estos malditos!
—¡Pero...! —Irene titubeó, viendo a su hermana de reojo.
—¡VÁYANSE! —gritó Anna, con una sonrisa ensangrentada—. ¡N 13, cuida de Irene!
Sin dudarlo más, las dos corrieron hacia el portal que comenzaba a cerrarse. Con un salto desesperado, atravesaron la abertura justo antes de que esta se cerrara. Anna, con la sangre manchando sus labios, se volvió hacia los experimentos que la rodeaban.
—Muy bien... —dijo, levantando su cuchilla—. ¿Quién de ustedes quiere ser el primero en morir?
Silencio.
El mundo se tambaleó para Irene. Cuando abrió los ojos, un cielo púrpura y enfermizo se alzaba sobre su cabeza. Se incorporó de golpe, jadeando. Un paisaje desolado se extendía frente a ella, edificios destrozados y esqueletos de rascacielos retorcidos como cadáveres ardiendo en una hoguera.
—¿Dónde...? —dijo con la voz temblorosa, mientras sus ojos intentaban adaptarse al nuevo entorno.
Entonces vio a N 13 tendida en el suelo. Corrió hacia ella, la tomó por los hombros y la sacudió.
—¡Oye, despierta! ¡No me hagas esto!
N 13 abrió los ojos con un gruñido y se llevó la mano a la cabeza.
—Ugh... como odio viajar por portales —se quejó.
—¡Me tenías preocupada, idiota! —Irene la abrazó con fuerza. Luego, su cuerpo se tensó. Miró hacia arriba, y su rostro se llenó de horror.
El rayo. Ese rayo azul y colosal que se disparaba desde la distancia.
—No... —susurró Irene—. Es como si ese bastardo hubiera conectado mi mundo con el tuyo.
N 13 se puso de pie, limpiándose la sangre de la cara.
—No hay tiempo para hablar. —Sus ojos ardían con determinación—. ¡Vamos!
Y las dos corrieron hacia el infierno una vez más.
Un escalofrío recorrió la espalda de Judith mientras contemplaba el portal que se cernía sobre la ciudad como una herida abierta en el cielo. Desde la azotea del edificio, su respiración temblorosa empañaba el aire frío de la noche. Se aferró al colgante en su pecho como si fuera su último vínculo con la esperanza.
—Vaya lío, ¿no crees, Judith? —Bridget rompió el silencio con una sonrisa ladeada, encendiendo un cigarrillo con calma forzada.
Judith desvió la mirada, su voz salió trémula. —Tengo miedo... Miedo de que les pase algo a Yuzan, Irene y Anna.
—Créeme, saldrán de esta —Bridget soltó una bocanada de humo que se desvaneció en el aire—. No dudes de la fortaleza de esas chicas. Saben cómo patear traseros.
Judith asintió débilmente, una sonrisa cansada asomando en sus labios. Pero su mirada volvió a clavarse en el abismo carmesí que se abría sobre la ciudad.
"Chicas... no se rindan. Yuzan, no estás sola."
A kilómetros de allí, Irene y N 13 corrían a través de un paisaje desolado de ruinas y cuerpos olvidados. La joven rubia se detuvo de repente, sus ojos escaneando el vacío detrás de ellas.
—¿Qué ocurre? —preguntó Irene, girándose con el ceño fruncido.
N 13 parpadeó, confundida. —Jurar... Juraría que escuché la voz de Judith.
—Je... Créeme, N 13, cuando escuchas la voz de la persona que amas, significa que está contigo —respondió Irene con una media sonrisa.
El comentario hizo que los labios de N 13 se curvaran en una sonrisa tenue. La chispa de determinación iluminó sus ojos dorados mientras ambas aceleraban el paso.
El camino se volvió un cementerio de cuerpos. Hombres de armaduras doradas, otros con trajes improvisados de cuero y metal, yacían en el suelo con sus entrañas desparramadas. Rostros congelados en muecas de horror. Sangre seca adornaba las ruinas como pinturas de guerra.
Irene tragó saliva. El hedor a muerte era insoportable. "Joder... Ojalá encuentren descanso."
—¡Ya estamos cerca, Irene! —gritó N 13 con voz áspera y jadeante.
Ambas se detuvieron en seco al llegar a la cima de una colina de escombros. Frente a ellas se alzaba un altar de metal negro, forjado con placas oxidadas que chisporroteaban bajo las descargas de energía. Una torre de cables se enredaba en un monolito central que pulsaba con una luz morada, como un corazón profano latiendo fuera de su cuerpo.
—¡Allí está! —gruñó N 13.
El infame inquisidor, Gantus, estaba de pie, dándoles la espalda. El metal de su armadura brillaba bajo la penumbra púrpura. Al notar su presencia, giró lentamente, su sonrisa oculta bajo la sombra de su capucha. Con un movimiento ágil, comenzó a jugar con un cuchillo largo, haciéndolo danzar entre sus dedos.
—Qué necias son —dijo con una voz grave y burlona—. Los herejes siempre lo son. Creen estar en lo correcto, pero solo buscan anarquía y libertinaje.
—¡A lo que llamas orden solo ha traído exterminio! —vociferó N 13, sus ojos ardiendo de furia—. ¡Tu "orden" no es más que muerte disfrazada de justicia!
—¡Exacto! —añadió Irene, tronándose los nudillos con una mirada predadora—. ¡Voy a romperte la cara, pedazo de mierda!
Los ojos de Gantus brillaron con un fulgor carmesí. Se llevó una mano a la frente y soltó una carcajada gutural, robótica, como el chirrido de un engranaje oxidado.
—Cariño, ya es demasiado tarde para eso. En una hora, mis refuerzos estarán aquí. Cuando lleguen, todo este mundo será nuestro. Pero... —su sonrisa se ensanchó—, si juran lealtad a la Santa Iglesia y a Su Santidad, quizás me apiade de ustedes.
Su brazo se extendió hacia ellas, una mano enguantada ofreciendo una falsa misericordia.
—¡Vete a la mierda! —escupió Irene con desprecio.
—¡Jamás nos arrodillaremos ante ustedes, monstruos! —rugió N 13, su mirada endurecida como el acero.
Gantus suspiró con fingida tristeza, bajando la mano.
—Siempre es igual con ustedes, los herejes... Solo entienden a las malas.
Los ojos de Gantus se encendieron como faroles sangrientos. De repente, su cuerpo se arqueó, y con un salto antinatural, se elevó en el aire como una sombra sin peso. En un parpadeo, desenvainó una ametralladora de su espalda y comenzó a disparar balas imbuidas de magia sacra.
—¡Cuidado! —gritó Irene.
Ambas guerreras rodaron hacia los lados, esquivando la lluvia de balas que destrozó el suelo de metal y piedra. Pero N 13 no fue lo suficientemente rápida. Sintió el filo de algo atravesar su vientre. Un dolor abrasador la atravesó como una descarga eléctrica. Al mirar abajo, vio una espada de fuego negro que atravesaba su abdomen.
—¿Qué... qué clase de truco es este? —jadeó, la sangre brotando de la herida.
"Jeje... Parece que este tipo tiene más trucos bajo la manga." La voz de V resonó en su mente, burlona y venenosa.
El cuchillo de Gantus se había extendido, transformándose en un filo largo como una lanza. Con un movimiento lento y sádico, Gantus desgarró el vientre de N 13, haciendo que su carne se abriera de forma grotesca.
—¡MALDITO HIJO DE PUTA! —gritó Irene con la voz rota por la rabia. Su cuerpo se cargó de energía pura, las chispas doradas de su poder iluminando la oscuridad. Disparó una serie de esferas incandescentes hacia Gantus, quien apenas se movió.
La explosión sacudió el altar, lanzando polvo y escombros en todas direcciones.
Irene se quedó quieta, el pecho subiendo y bajando, sus manos temblando de furia. Observó la densa nube de polvo, con la esperanza de ver al inquisidor convertido en cenizas.
Pero la esperanza fue efímera.
Con un rugido, Gantus emergió de la nube como un demonio. Sus ojos brillaban con una locura inhumana. Antes de que Irene pudiera reaccionar, él la tomó del rostro con fuerza descomunal.
—¡Soltaste la lengua demasiado, hereje!
El mundo giró cuando Gantus la estrelló contra una estructura cercana. El golpe fue seco, rompiendo el concreto y provocando una lluvia de escombros. Irene sintió un crujido en sus costillas. La sangre se acumuló en su garganta, y cuando trató de hablar, lo único que salió fue un borbotón de líquido escarlata.
N 13 vio a su compañera ser aplastada contra la estructura. Su respiración se volvió un gruñido bajo, sus ojos dorados se encendieron con un brillo bestial. La rabia la poseyó, sofocando el dolor.
—¡Hijo de perra! —rugió, lanzándose hacia Gantus con toda la fuerza que le quedaba.
Saltó con la agilidad de un depredador herido, los músculos de sus piernas tensándose en un esfuerzo titánico. Sus ojos se clavaron en el cuello de Gantus, su única intención era partirlo en dos con sus propias manos.
Pero el inquisidor la vio venir.
Su sonrisa volvió a formarse bajo la sombra de su capucha, un gesto de burla que ardía como una herida abierta.
—¿De verdad crees que esta vez será diferente, hereje?
La lucha no había hecho más que comenzar.
El choque resonó con un eco metálico que vibró por todo el campo de batalla. La cuchilla de N 13 se encontró con la espada de Gantus en una lucha de pura fuerza. Los ojos de N 13, endurecidos por la rabia y el dolor, se clavaron en los del inquisidor, pero él solo respondió con una sonrisa torcida, revelando sus dientes amarillentos bajo la penumbra.
—¡Adoro ver la desesperación en tu rostro! —se burló Gantus, con la misma calma que un verdugo antes de soltar la hoja. Su tono era el de un carnicero disfrutando su obra maestra—. Me demuestra que no tienes la fuerza necesaria para ganarme.
—¡Cierra tu maldita boca, víbora! —gruñó N 13 con los dientes apretados, cada músculo de su cuerpo temblando bajo la presión del choque de fuerzas.
Con un rugido de esfuerzo, N 13 empujó con todas sus fuerzas, forzando a Gantus a retroceder un par de pasos. Él apenas titubeó, pero su mirada asesina no se apartó de ella ni un segundo. La reacción de Gantus fue inmediata, con la precisión de un depredador. La hoja de su cuchillo se alargó de forma antinatural, buscando perforar su torso. "¡Maldito truco sucio!", pensó N 13, pero su cuerpo reaccionó antes que su mente. Con un movimiento ágil y casi instintivo, su brazo metálico desvió la hoja.
El sonido del metal al chocar rebotó en las paredes de ruinas, creando un coro de lamentos de acero. El destello de las chispas iluminó brevemente el rostro de Irene, quien emergía de los escombros. Su cabello rojo estaba manchado de polvo y sangre seca. Se agarró el brazo izquierdo, torcido en un ángulo antinatural.
—Bastardo... no voy a permitir que te burles de mí. —Con un grito seco, tiró de su brazo con fuerza, devolviendo el hueso a su sitio con un crujido nauseabundo. Contuvo el grito de dolor, respirando hondo mientras sus ojos dorados centelleaban con furia.
Sus ojos se fijaron en el duelo de N 13 y Gantus. Los movimientos de ambos eran precisos, casi coreografiados, pero salvajes en intención. Los ataques de Gantus eran rápidos y brutales, mientras que N 13 respondía con una fluidez casi danzante, a pesar de que los cortes comenzaban a surcar su piel como una tela rasgada.
—Increíble... nunca había visto algo así. —Los labios de Irene se entreabrieron mientras su corazón latía con fuerza—. Ese maldito de Gantus... ¿cómo puede moverse con tanta libertad con ese peso encima?
La sangre se filtró por las aberturas de la piel de N 13, cada corte más profundo que el anterior. El inquisidor apenas había sufrido daños. Su armadura de placas sagradas se desmoronaba poco a poco, pero su carne grotesca se mantenía intacta, hinchada y palpitante bajo el metal roto. N 13 gruñó de dolor, pero no se detuvo.
—¡Maldito imbécil, vas a pagar por esto! —gritó N 13, con la respiración entrecortada, su rostro perlado de sudor.
Gantus se carcajeó con una risa que sonaba distorsionada, como si cientos de voces hablaran a la vez. Sacó su ametralladora y la levantó con una sola mano.
—¡Ahora, aquí se termina el juego, herejes! —La lluvia de balas sagradas iluminó la penumbra.
—¡Mierda! —Irene levantó una barrera de energía con un grito feroz, mientras las balas rebotaban contra ella, provocando destellos de luz azul.
Aprovechando el momento, Irene corrió hacia Gantus con un rugido animal. Su puño se encendió con un fulgor dorado y se estrelló contra la cara de Gantus con un crujido seco. La fuerza fue tal que lo lanzó por los aires como un muñeco de trapo, rompiendo varias estructuras de piedra a su paso.
El inquisidor emergió de los escombros con una furia que se sentía más densa que el aire. Su rostro estaba ensangrentado y desfigurado, pero sus ojos brillaban con un resplandor divino. Su respiración era un rugido animal, cargado de odio puro.
—¡Miserables ratas! ¡Ahora verán lo que significa el juicio divino! —gritó con una voz que sacudía la tierra.
Con un movimiento, canalizó toda su energía hacia la hoja de su cuchillo. La espada se expandió hasta alcanzar una longitud absurda, una hoja titánica que atravesó el cielo como una guadaña cósmica. Las nubes negras se separaron, dejando entrar la luz moribunda de un sol rojo sangre.
—¡Mueran, malditas sabandijas! —gritó Gantus, levantando la colosal hoja sobre su cabeza.
—¡No lo creo! —rugió N 13 con voz ronca—. ¡Irene, hazlo ahora! ¡Dame todo tu poder!
—¡De acuerdo! —gritó Irene, mordiéndose el labio hasta sangrar mientras levantaba ambas manos. Su cuerpo comenzó a brillar con una luz dorada cegadora, las venas de su cuerpo latiendo con el flujo de energía pura.
N 13 concentró su propia magia, su energía azulada y etérea se entrelazó con la fuerza de Irene, creando una esfera que vibraba con un estruendo ensordecedor. Dos colores, dorado y celeste, se unieron en un remolino furioso.
—¡Aúllen, malditos! ¡Esto no es para los débiles de corazón! —bramó N 13 mientras la energía acumulada rugía en sus oídos.
—¡Mueran! —gritó Gantus mientras la gigantesca hoja caía sobre ellas.
El choque fue como el nacimiento de un sol. La explosión de luz consumió el mundo. La espada de Gantus crujió como un cristal bajo el peso de la energía de ambas chicas. El cielo, el suelo y las ruinas se iluminaron con una aurora de fuego dorado y azul.
El resplandor era tan intenso que incluso Anna, desde su posición, lo vio a través del portal. Su respiración se detuvo, su corazón dio un vuelco.
—¿Qué demonios está ocurriendo allá arriba? —preguntó con una mezcla de temor y fascinación.
Judith, Bridget y los habitantes de la ciudad también vieron el destello, sus rostros petrificados de horror. El cielo mismo parecía estar rompiéndose.
—¡No titubees, Irene! ¡Demostrémosle a este maldito que no somos débiles! —gritó N 13, la sangre goteando por la comisura de sus labios.
—¡Le voy a cerrar la boca a este maldito sermoneador! —rugió Irene, su cuerpo temblando por el esfuerzo.
Los ojos de Gantus se abrieron de par en par al ver la grieta en su hoja.
—¡No! ¡No puede ser posible! ¡Mis cálculos eran exactos! ¡No había ninguna probabilidad de que me derrotaran!
El estruendo fue el fin de todo. La espada estalló en mil fragmentos que se evaporaron en el aire. Gantus fue consumido por la explosión de energía, su cuerpo desgarrado por la brutal fuerza del impacto.
—¡Esto no puede ser posible! —su voz se ahogó en la luz, su silueta desapareciendo en un torbellino de fuego y viento.
La explosión golpeó a ambas chicas, lanzándolas contra las ruinas como muñecas rotas. El mundo entero pareció sacudirse.
N 13 respiraba con dificultad, su cuerpo cubierto de sudor y sangre.
—Joder... —susurró, su voz apenas un jadeo seco.
Irene cayó de rodillas, sus manos temblando mientras las gotas de sudor se mezclaban con la sangre en el suelo.
—No puedo más... Estoy tan cansada... —dijo, su voz quebrada.
Cuando la nube de polvo se disipó, allí estaba Gantus, aún en pie. Su torso estaba expuesto, su carne grotesca palpitando.
—No puede ser... sigue de pie el Hijo de perra... —dijo Irene, sintiendo cómo el terror volvía a calar en sus huesos.
El aire se volvió denso, cargado con una electricidad que hacía vibrar la piel. Gantus se irguió con una carcajada rasposa y sádica, su voz reverberando como una campana rota.
—Nunca había llegado a este punto, debo felicitarlas... —dijo, sus ojos brillando con una locura inhumana—. ¡Han sido una gran molestia para mí! ¡Pero se acabó! ¡El castigo divino caerá sobre ustedes!
Con un gruñido de pura euforia, Gantus llevó ambas manos a su rostro y arrancó su máscara respiradora de un tirón seco. El artefacto cayó al suelo con un estruendo metálico, aplastado bajo su bota con una violencia ceremonial. Su rostro fue revelado, una visión que pertenecía más a una pesadilla que a la carne humana. La piel estaba quemada y rugosa como corteza podrida, los dientes afilados sobresalían en una mueca deforme, y donde debía estar su nariz solo había un agujero grotesco en carne viva.
—¡Serán testigos del poder de la inquisición! —rugió, con los brazos extendidos, un profeta de la ruina.
El crujido de su armadura resonó por toda la arena. La placa de metal sobre su torso se quebró en fragmentos, revelando músculos tensos que se hinchaban y crepitaban como si estuvieran a punto de explotar. Cada fibra de su carne se agrandó grotescamente, su tamaño se duplicó, su forma se convirtió en la de un titán abominable. Protuberancias surgieron de su espalda, primero como quistes pulsantes, hasta que se rasgaron y emergieron alas hechas de brazos deformes y convulsivos, con dedos que se abrían y cerraban al unísono, como buscando carne que destrozar.
Irene retrocedió un paso, sus ojos abiertos de par en par.
—¡Esto debe de ser una maldita broma! —murmuró, el temblor de su voz delatando su miedo.
N 13 se colocó a su lado, la respiración entrecortada pero la mirada decidida. Su brazo-cuchilla reflejaba el brillo de los rayos oscuros que rodeaban a Gantus, haciéndola parecer una guerrera de otra dimensión.
—¡Prepárate, Irene! ¡El verdadero combate empieza ahora!
Los tubos que recorrían el cuerpo de Gantus se llenaron de un líquido carmesí fosforescente, sus venas relampaguearon como una red de fuego bajo su piel. El aura que exudaba se tornó sofocante, una presión que aplastaba el pecho, hacía arder los pulmones. El cuchillo roto en su mano comenzó a brillar con una energía enfermiza. Absorbió el poder de los rayos que brotaban del portal y su arma se transformó ante los ojos de las chicas. Ahora, en su mano, descansaba una espada de ether y plasma. Su filo era etéreo, ondulante, y emitía un resplandor celeste oscuro, casi espectral. Cada vibración de su hoja resonaba con el grito de las almas atrapadas en su interior.
—¡El tiempo se acaba para ustedes! —vociferó con voz atronadora—. ¡Tu mundo será nuestro, Irene!
El titán se lanzó hacia ellas con una velocidad que no debería pertenecer a algo tan masivo. Fue un borrón, una sombra que atravesó la luz.
—¡¿A dónde se fue?! —gritó N 13, girando la cabeza en todas direcciones, sus ojos bailando con paranoia.
La respuesta llegó demasiado tarde. En el instante que lo vio, ya era demasiado tarde. Gantus apareció de frente. Su mano enguantada de carne endurecida la atrapó por el cuello y la levantó del suelo como si no pesara nada.
—¡Muere, maldita hereje! —gruñó mientras su espada se alzaba lista para atravesar su corazón.
Un rugido feroz interrumpió el momento. Irene, con los ojos inyectados en furia, embistió a Gantus como un ariete viviente. Su puño se estrelló contra el rostro del inquisidor una y otra vez, pero cada golpe era como golpear hierro endurecido. Apenas una muesca, apenas un rasguño.
—¡Bastardo, suelta a N 13! —gritó entre jadeos de esfuerzo, pero la risa de Gantus fue la única respuesta.
—¿Eso es todo, criatura débil? —dijo con sorna.
Una de las alas formadas por brazos deformes se alargó y, con un movimiento enfermizo, atrapó a Irene. Los brazos adicionales la rodearon, se apretaron contra ella como un abrazo de serpientes hambrientas. Uno de los brazos se transformó en una grotesca mandíbula con dientes afilados que intentaron morderla.
—¡Sé mi alimento, Irene! —murmuró Gantus, saboreando la victoria.
—¡Nunca seré comida para un monstruo como tú! —rugió Irene, liberando una explosión de energía que desgarró el ala, haciendo que trozos de carne y sangre putrefacta cayeran al suelo.
Pero Gantus no hizo más que sonreír. La carne mutilada se retorció, se reconectó, y su ala se regeneró con un sonido húmedo y repugnante.
—¡Mi victoria está asegurada! ¡En minutos llegarán mis refuerzos y este mundo se convertirá en un páramo sacro! —proclamó con la voz de un dios implacable.
—¡Ni en tus sueños, maldito! —espetó N 13, limpiándose la sangre de la boca mientras se reincorporaba—. ¡No mientras sigamos de pie!
Su brazo-cuchilla cortó el aire con un silbido mortal, pero Gantus ya no estaba ahí. Ella alzó la mirada y vio la imagen de cinco Gantus descendiendo sobre ella como aves de rapiña. Cortó uno, luego a otro, pero no eran más que ilusiones.
—¡Mierda! ¡Son trucos! —gritó, hasta que sintió la presencia a su espalda.
El filo de la espada espectral la atravesó por el vientre. Un chorro de sangre oscura salió disparado de su boca. La cuchilla la levantó del suelo y la dejó suspendida por un instante, antes de ser arrojada a un lado.
—¡N 13! —gritó Irene con una mezcla de furia y miedo.
La voz de V resonó en la mente de N 13, fría y burlona.
—"¡Maldita zorra, deja de ser tan descuidada! ¡Este loco nos va a matar si sigues con la cabeza caliente!"
Gantus miró a N 13 tirada en el suelo, con su propia sangre formando un charco bajo su cuerpo.
—¿Eso es todo? —preguntó con asco—. ¡Patética!
Con una risa atronadora, Gantus flotó en el aire, rodeado por la misma energía negra y roja que envolvía su espada. Formó una esfera de energía entre sus manos, la condensó hasta que cada grieta de la realidad pareció doblarse a su alrededor.
—¡No permitiré esto! —gritó Irene, interponiéndose entre Gantus y N 13.
—Oh, Irene... —susurró Gantus con deleite—. ¿De verdad crees que podrás detenerme con este sentimentalismo patético? ¡Te concederé una muerte gloriosa!
Irene cerró los puños, sus ojos llamearon con una luz que no había mostrado antes.
—No me importa cómo muera... —murmuró, su voz helada como la muerte—. ...pero no voy a vivir con miedo nunca más.
—¡Irene, no lo hagas! ¡Huye! —suplicó N 13 con la voz quebrada.
Irene no la escuchó. Sus pasos resonaron con fuerza, su cuerpo comenzó a arder con una luz dorada y cegadora, el poder desatado en cada respiración.
—¡Hoy no, maldito! ¡No hoy! —su grito se elevó por encima del estruendo.
El cielo se partió en dos.
El mundo se convirtió en un campo de luz y fuego.
La risa estridente de Gantus resonó como el crujir de un hierro oxidado.
—¡Mueran! —rugió con un tono cargado de odio y fervor fanático.
De sus alas deformes, decenas de manos amorfas comenzaron a proyectar una tormenta de esferas oscuras. El aire se llenó de un zumbido atroz, semejante al de una colmena furiosa. Las sombras danzaron entre destellos de luz negra, cada esfera trazando un arco de destrucción.
—¡No más miedo! —murmuró Irene para sí, su voz apenas un susurro ahogado en su mente—. "Todos me necesitan... debo protegerlos."
Su determinación encendió algo en su interior. Con un grito ahogado de esfuerzo, estiró los brazos hacia adelante y, en un destello de luz dorada, su cuerpo fue envuelto en una intensa aura incandescente. Su cabello, antes de un rojo profundo, ardió con tonos de naranja dorado y azul celeste, como si su misma esencia se hubiera transformado en fuego puro.
Gantus entrecerró sus ojos deformes, atónito.
—¿Qué demonios...? —murmuró con incredulidad.
Las esferas oscuras, que antes la habrían desgarrado, rebotaron a su alrededor como si fuesen piedras contra una barrera impenetrable. Las explosiones sacudieron el entorno, esparciendo polvo y llamas a su alrededor. Cada choque era un trueno que hacía temblar el mundo bajo sus pies.
N 13, con el cuerpo aún tenso por la batalla, la observó en silencio, con una mezcla de asombro y orgullo.
—Irene... te ves genial.
Irene, con la mirada feroz, se volvió hacia su compañera.
—Vamos, no hemos acabado con esto. Eres mi compañera... No podré hacerlo sola. —Su voz era firme, pero había una suavidad oculta en sus palabras.
N 13 asintió, sintiendo cómo la adrenalina recorría cada fibra de su cuerpo.
—De acuerdo. Terminemos con esto.
El crujir de su carne y metal resonó mientras su cuerpo se deshacía de sus límites humanos. Su piel se contrajo, sus huesos se reconfiguraron, y su carne se entrelazó con componentes biomecánicos. La transformación no fue limpia ni rápida. Fue una sinfonía de huesos crujiendo, metal perforando la carne y venas reconfigurándose. De su espalda emergieron alas afiladas y retorcidas, su forma final era la de un ángel caído, más máquina que carne, pero aún con el destello de la voluntad humana en sus ojos.
Desde las alturas, Gantus los observaba con desprecio.
—Faltan 33 minutos. —Su voz era grave, como un trueno lejano—. Mis aliados estarán aquí pronto. Todas sus luchas serán en vano. ¡No tendré piedad!
La mueca en su rostro desfigurado se torció en una sonrisa sádica.
Irene y N 13 alzaron vuelo, sus alas de energía y metal cortando el aire con violencia. El viento ululaba con un eco sobrenatural, cargado de energía estática. La tensión era palpable, como la calma antes de la tormenta.
Sin previo aviso, Gantus arremetió. El cielo se convirtió en un campo de batalla de luces espectrales y sombras abrasadoras. Tres figuras en combate aéreo, cada choque de sus cuerpos liberando ondas de choque que rompían el sonido. Desde el suelo, el enfrentamiento habría parecido un duelo de cometas incandescentes persiguiéndose entre sí.
El aire se llenó de destellos dorados, destellos oscuros y el rugido de la energía en bruto. Gantus, con una risa desquiciada, lanzó una lluvia de agujas escarlatas desde las bocas de sus alas monstruosas. Miles de flechas llovieron como una tormenta de sangre.
—¡Cuidado! —gritó N 13 mientras esquivaba en giros imposibles.
Irene trazó un arco de fuego dorado a su alrededor, desintegrando la mayoría de las agujas, pero algunas lograron atravesar la defensa, rozando su carne y dejando heridas ardientes. Gantus aprovechó su distracción. Con una risa insidiosa, liberó clones de sí mismo que rodearon a ambas chicas.
—¡Maldito cobarde! —gritó Irene, su cuerpo estallando en una explosión de energía pura. La onda de choque desintegró los clones en una niebla negra.
—¡Hiciste mal en subestimarme! —Irene cargó hacia él, sus puños envueltos en fuego.
El golpe resonó como una campana rota. La fuerza fue tan brutal que la piel y la carne de Gantus se desgarraron, dejando a la vista sus costillas de metal y un núcleo pulsante en su pecho.
—Ah... así que este es tu núcleo. —dijo Irene con una sonrisa burlona.
N 13 aterrizó a su lado.
—Aunque sea visible, no es fácil de alcanzar. No te confíes.
La mirada de Gantus estaba llena de rabia, la saliva mezclada con sangre brotaba de sus fauces.
—¡Bastardas! —rugió mientras golpeaba el suelo con tal furia que el suelo se resquebrajó formando un cráter bajo sus pies—. ¡Soy un inquisidor! ¡Mi deber es sagrado! ¡Su santidad me hizo perfecto! ¡Perfecto!
—Idiota... —Irene lo miró con desprecio—. La perfección no existe. Los que la buscan solo encuentran su propia destrucción.
—¡CALLA, HEREJE! —gritó Gantus, lanzándose con la desesperación de una bestia herida.
El mundo se volvió un borrón de movimiento, pero N 13 fue más rápida. Con un movimiento calculado, atravesó el núcleo en su pecho con su brazo convertido en lanza biomecánica. La punta metálica desgarró metal y carne, y Gantus se congeló, su cuerpo temblando en un paroxismo de dolor.
—Eres tan lamentable. —La voz de N 13 era gélida, cortante como una navaja al rojo vivo.
Gantus escupió sangre oscura, riendo entrecortadamente mientras sus ojos se desbordaban de odio.
—Aunque yo muera... siempre estaremos detrás de ti, N 13... —sus palabras eran veneno puro—. Tarde o temprano, tu cabeza rodará bajo alguna guillotina. Y tú, Irene... —la miró con ojos de fuego muerto—. ...tu mundo nunca será limpio. Nunca. Jajajaja... JAJAJAJA...
Su cuerpo comenzó a endurecerse, las venas se calcificaron, la carne se agrietó como roca vieja. Su rostro se congeló en una mueca de odio, y su cuerpo entero se convirtió en piedra.
—Al fin... se acabó. —susurró N 13, dejando caer los brazos con un cansancio que parecía pesar una tonelada.
—No tan rápido. —respondió Irene, su mirada clavada en el cielo.
Una brisa fría cargada de ceniza y polvo envolvió el campo de batalla. Las grietas de la piedra que antes fue Gantus comenzaron a ensancharse. El viento se intensificó. Las motas de piedra comenzaron a deshacerse como cenizas lanzadas al fuego.
—¿Qué está pasando...? —dijo Irene con una mezcla de alerta y cansancio.
—No lo sé... pero no me gusta. —respondió N 13 mientras sus ojos se clavaban en el polvo que se alejaba hacia el horizonte, llevado por un viento que no parecía natural.
El polvo flotó en el aire como si fuera guiado por una fuerza invisible. La sensación de ser observadas se volvió sofocante.
—No es el viento. —advirtió N 13, con sus ojos entrecerrados.
—Entonces, ¿Qué es?
—No lo sé... pero algo nos está mirando.
Ambas se prepararon para lo peor. El polvo no se disipó. Se movió con una dirección clara, como si respondiera a un propósito. Algo antiguo, algo que acecha desde la distancia... esperando el momento adecuado para volver.
El silencio pesaba como una lápida. La mirada de N 13 se ensombreció al regresar a su forma humana. Sus ojos carmesí, antes cargados de furia, ahora reflejaban una tristeza que no se podía ocultar. Irene también retomó su forma mortal, y juntas subieron las escaleras de piedra que crujían bajo sus pasos. El altar las aguardaba, imponente y frío, como el destino que las separaría.
—Bueno... supongo que aquí nos despedimos, ¿no? —murmuró Irene, forzando una sonrisa que no alcanzó sus ojos.
—Así es, aunque fue breve nuestro tiempo juntas, siento como si hubiéramos peleado mil batallas lado a lado. —La voz de N 13 era serena, pero cada palabra cargaba el peso de la despedida.
—No digas esas cosas o me harás llorar. —Irene soltó una risa breve y fingida, mientras se llevaba la mano al rostro. Sabía que estaba al borde de romperse.
N 13 le posó la mano en el hombro con una suavidad inusual para alguien que había masacrado ejércitos enteros.
—Dile a Judith y a los demás que gracias... por todo. Siempre los llevaré en mi corazón.
Irene tragó saliva. La aparición de las naves de la Iglesia en el horizonte le erizó la piel. Decenas de puntos oscuros surcaban el cielo, como cuervos presagiando muerte.
—¿Estás segura de que podrás sola? —preguntó Irene, su voz temblando de preocupación.
N 13 dejó escapar un profundo suspiro. Sostenía el cuchillo de Gantus en su mano, la hoja aún manchada con la sangre seca de su dueño. Su rostro no mostraba temor, solo determinación.
—No te preocupes. Sé cómo tratar con estos fanáticos. Tú enfócate en cuidar de los tuyos... incluso de Judith. —Sonrió con una dulzura que desentonaba con el caos a su alrededor.
—Si el destino quiere que nos volvamos a ver... estaré encantada de luchar a tu lado otra vez.
Sin decir más, ambas chocaron sus manos, un gesto tan simple pero cargado de significado. Era una despedida definitiva, de esas que te dejan una herida invisible que nunca sana.
Con un movimiento firme, N 13 activó la magia oscura que había robado de Gantus. Un portal azabache se abrió con un rugido espectral. Irene se detuvo en la entrada, mirando una vez más a su compañera. N 13 le devolvió la mirada, sonriendo. No hubo necesidad de palabras. Irene saltó, y el portal se cerró de golpe, dejando tras de sí solo el vacío.
El cuchillo de Gantus tembló en la mano de N 13. "Un símbolo de su arrogancia", pensó. Sin dudarlo, lo arrojó al suelo y lo aplastó con el talón, reduciéndolo a fragmentos de metal y astillas de hueso.
—Adiós, Irene. —Una lágrima solitaria rodó por su mejilla.
Desde los cielos, las naves de la Iglesia comenzaron a descender, sus luces bañando la escena con un resplandor blanco impío. Los caballeros tocaron tierra con sus lanzas mecánicas apuntando hacia ella. La rodearon con disciplina militar, pero sus rostros estaban cargados de duda.
N 13 alzó la cabeza con una sonrisa torcida.
—Lo siento, chicos, pero su viaje ha sido cancelado. —Su brazo izquierdo se metamorfoseó en una escopeta grotesca, un híbrido de metal y carne pulsante. Su brazo derecho se transformó en una hoja curva, tan afilada que cortaba el aire con solo moverse.
Los caballeros no tuvieron oportunidad de reaccionar.
Del otro lado del portal, Anna observó con incredulidad cómo la grieta se cerraba, pero antes de que el vacío se sellara por completo, una silueta familiar emergió de las sombras.
—¡Irene! —gritó con todas sus fuerzas.
—¡Anna! —La sorpresa en la voz de Irene fue reemplazada por alivio.
Sin mediar palabra, Anna corrió hacia ella y la abrazó con toda la fuerza que pudo reunir. Su cuerpo temblaba y sus lágrimas empapaban el hombro de su hermana.
—Me alegra tanto que volvieras... —murmuró entre sollozos.
—Ya estoy de vuelta, Anna. Pero aún tenemos un trabajo por hacer.
—¿Qué cosa? —preguntó la pelimorada, secándose las lágrimas con la manga de su chaqueta.
—Destruir este maldito lugar. —La voz de Irene era firme, sin titubeos.
Ambas se miraron a los ojos. No se necesitó más explicación. Se lanzaron al combate, liberando sus poderes más devastadores. Irene canalizó una explosión de energía dorada que destruyó los pilares de la base. Anna cargó contra las paredes, golpeando con una furia desbordante. Las vigas se desplomaron, las explosiones se multiplicaron, y la estructura entera se vino abajo con un rugido atronador.
El fuego iluminó la noche como una pira funeraria, y cuando todo terminó, solo quedó una montaña de escombros humeantes.
—Esto se acabó. —Irene respiró con dificultad, pero no miró atrás.
—Sí... pero siempre hay otro infierno esperando. —Anna miró el cielo con una expresión de agotamiento.
Nueva York, 3:45 a. m.
Las luces de la ciudad nunca se apagan, pero esta noche algo más las iluminó. Un fenómeno inexplicable atravesó el cielo. La prensa lo llamó "La Grieta Negra". Algunos decían que era un fallo en la atmósfera, otros hablaron de portales dimensionales. Pero los testigos presenciales sabían la verdad: vieron algo... o alguien.
En la conferencia de prensa, el presidente de los Estados Unidos intentaba tranquilizar a la población con su voz medida. Pero la mirada del alcalde reflejaba otra cosa. Él también había visto la grieta y, aunque no lo admitiera, sabía que algo había cruzado desde el otro lado.
En un mundo distante
Los cielos estaban manchados con columnas de humo negro. Cuerpos desmembrados de caballeros de la Iglesia alfombraban la tierra ensangrentada. El hedor a muerte era insoportable, pero N 13 caminaba con calma, indiferente.
—Vaya, vaya... —dijo una voz en su cabeza.
Era V, la sombra incorpórea que siempre la acompañaba.
—¿Y ahora a dónde vamos? —preguntó con tono burlón.
N 13 se detuvo un instante. A lo lejos, los restos de la batalla chisporroteaban con la última chispa de vida. Sus ojos carmesí miraron el horizonte, donde la oscuridad parecía más densa que en ningún otro sitio.
—A donde el destino nos guíe.
Sus brazos se reconfiguraron a la normalidad, sus músculos relajados, sus pasos pesados pero seguros. Con cada paso, las piedras bajo sus pies se agrietaban. A lo lejos, la figura de N 13 se desvanecía en la penumbra, pero su sonrisa era inconfundible.
En ese mismo momento, bajo un cielo estrellado en el mundo de Irene, la pelirroja miró al firmamento. Su corazón se sintió inexplicablemente liviano, como si una parte de ella estuviera observando a alguien lejano pero importante.
—Cuídate, N 13... —murmuró, apenas audible.
La brisa nocturna acarició su rostro, y por un instante, se permitió sonreír.
Créditos a Anthony Art pro dejarme usar a su personaje Irene de su obra Warrioress en mi universo
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