Primeras advertencias

Zacatecas

(República Federada de Aztlán)

[Estamos en pleno verano y el calor es insoportable, seco pero aun así incómodo, no obstante, mi interlocutora, Mónica Esparza Uribe, historiadora oficial de Aztlán, parece sentirse absolutamente cómoda en su pequeña oficina, rodeada de mapas, viejas fotografías, estantes y gavetas atascadas de papeles, carpetas y diarios viejos. Una reluciente Glock 26 se asoma de una funda en su cinturón y un rifle de asalto AK-47 cuelga en la pared de atrás.]

Supongo que está pensando que con este calor es imposible contener a los fríos (1) ¿verdad?

[Me limito a asentir]

Pero se sorprendería del frío que puede hacer en pleno invierno. Antes de la guerra, la temperatura más baja registrada aquí, en la capital, fue de -7 grados celsius, mientras en municipios como Fresnillo y Pánfilo Natera puede alcanzar hasta los -15. No cae nieve, pero hace un frío del infierno.

[Sonríe con una sonrisa chueca]

Yo no nací aquí, ¿sabe? Yo soy de Jalisco, de Guadalajara, para ser más precisos. Fui hija única y, además, quedé huérfana desde niña... un conductor ebrio... una calle mal iluminada... me crió mi abuela y ella murió cuando yo tenía 18...

[Voltea a verme un tanto apenada]

Pero también supongo que no está aquí para escuchar mi historia de vida, ¿verdad?

[Sonríe y suspira con nostalgia]

"Pobrecito de mi México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos" (2), eso decía el presidente Porfirio Díaz por allá de los 1900 y nunca fueron más ciertas esas palabras que antes y durante la guerra. ¿Sabía usted que cada año unos 400 mil migrantes centroamericanos cruzaban México para llegar a Estados Unidos? Eso sin contar los miles de mexicanos que también dejaban su tierra para llegar "al otro lado"; en total unos 600 mil migrantes atravesaban cada año todo el territorio nacional, ni siquiera en busca del tan cacareado "sueño americano", tan solo en busca de ganarse unos cuantos dólares para mandarle de regreso a su familia, que podía estar muriéndose de hambre en algún pueblito abandonado a la mitad de la selva, la sierra o el desierto.

¿Nunca se ha preguntado por qué la Plaga Andante golpeó tan fuerte a México? ¿Por que'si acaso quedamos un millón y medio de un pueblo de más de 100 millones? (3) Fue por eso. Nos "bombardearon" desde todos los frentes: migrantes centro y sudamericanos desde la frontera en Chiapas, balseros antillanos por Veracruz y Yucatán, millonarios árabes y africanos por los aeropuertos de Ciudad de México, Guadalajara y Monterrey y hasta ilegales chinos por los puertos de Acapulco y Manzanillo, todos buscando una sola cosa: entrar a Estados Unidos, a como diera lugar.

Estábamos rodeados, pero no lo sabíamos, por lo menos no los ciudadanos de a pie ¿El gobierno? Hasta ahorita nadie sabe exactamente qué tanto sabía aquel gobierno, pero seguramente era mucho más de lo que nos decían o de lo que se decían a ellos mismos.

[Sus dedos tamborilean sobre una carpeta, mientras su mirada se pierde a través de la ventana de su pequeña oficina]

Y los chinos, los malditos chinos.

[Me mira avergonzada]

Lo siento, pero hasta dos años antes de la guerra, la "migra" (4) solo reportaba siete u ocho chinos por año detenidos intentando cruzar la frontera, los cuales llegaban en vuelos comerciales, sobre todo a Tijuana, buscando atravesar la frontera hacia San Diego. Un año antes, sin embargo, ese número se multiplicó por 20, tan solo la migra reportó la detención y repatriación de 200 ciudadanos chinos que intentaron cruzar la frontera de manera ilegal. Y los meses... no, incluso en las semanas antes de que estallara el Gran Pánico, ¡700 chinos fueron detenidos a lo largo de la frontera! Y esos fueron los que fueron detenidos ¿Y los que no? ¿Cuántos lograron cruzar? ¿Cuántos decidieron quedarse en México al son de "peor es nada"?... ¿Cuántos de ellos estaban ya infectados?

[Su rostro enrojece de furia]

Por aquel entonces yo estaba saliendo de la universidad, con mi flamente título de Licenciada en Ciencias y Técnicas Periodísticas y justo iniciaba en mi primer trabajo.

Mis buenas calificaciones y mi buena pinta me consiguieron un empleo en una de las cadenas de periódicos más grandes del país. Pero ni siquiera mis ojitos verdes y mi cuerpecito de filigrana (como le decía mi novio de aquel entonces) pudieron librarme de la "novatada" que tenían que pasar casi todos los recién egresados que entraban a algún periódico mexicano y, como tal, en vez de entrar a la sección de Espectáculos, que era lo que yo quería, me vi arrojada de cabeza a la sección de Ciudad, que era básicamente la nota roja.

Los viejos lobos del periodismo le llamaban "curtirse" o "foguearse". Si podías aguantar todo lo que ibas a ver en esa fuente, entonces sí tenías madera de reportero, si no, mejor te dedícabas a otra cosa. ¡Y las cosas que vi en ese medio año!, sobre todo porque estábamos en medio de la llamada "Guerra contra el narco": decapitaciones, desmembramientos, ejecuciones tanto individuales como masivas y eso sin contar los accidentes, los suicidios, los crímenes pasionales.

No fueron pocas las veces en las que vi lo que la mayoría de los que vivían en ese mundillo llamaban "arroceados", cadáveres que llevaban a la intemperie los suficientes días como para reventar, dejando expuesto el interior, con cientos de miles de larvas de mosca retorciéndose en la cavidad abdominal, blancas, pequeñas y alargadas... después de ver el primero no volví a comer arroz; por lo menos no hasta que llegué a Mazatlán, muerta de hambre y pesando apenas 40 kilos tras huir de Guadalajara.

[Se da cuenta de que observo el parche que le cubre el ojo izquierdo.]

¿Esto?

No, esto fue mucho después, cuando por fin decidimos regresar; cuando ustedes, los gringos, pudieron cumplir su palabra de ayudarnos a recuperar el país. Fue en la Tercera Toma de Zacatecas (5), yo acompañaba a las fuerzas de ocupación en mi flamante papel de historiadora oficial cuando una bala perdida rebotó en una pared y una esquirla me reventó el ojo...

Pero volviendo al punto... un día, mientras hacía mi visita semanal a la Agencia 01 del Ministerio Público escuché a un par de ministeriales (6) comentar el caso de una ranchería a las afueras de Zapopan; según uno de ellos, habían encontrado unos 20 cadáveres esparcidos por la única calle del caserío aquel, destrozados como si hubieran sido devorados por animales salvajes; "pero el doc (el forense) está segurito de que no son mordidas de animal", dijo el primero con la cara pálida pálida, "¿y entonces?", preguntó el otro, "pues... de humano".

Oliendo la nota, me dispuse a investigar más y averigué que era un pueblito de unos 100 habitantes, habían encontrado 20 en las calles, otros tantos muertos en sus casas y el resto estaban desaparecidos. Al principio especulaban alguna venganza o un levantón del narco. Antes de la guerra había unos cinco o seis casos al año, en que los narcotraficantes llegaban a algún pueblito como aquel y secuestraban a todos los que podían, a los hombres para usarlos como carne de cañón en sus peleas ya fuera contra la policía u otras bandas criminales y a las mujeres y niños para venderlos a los tratantes de personas o traficantes de órganos.

Tampoco era raro que un pueblo entero se dedicara a la distribución y venta de droga o a la trata de personas y que se buscara pleito con otro por el mercado o por la ruta de trasiego y habían masacres enteras de pobladores. Pero esto no era así, la naturaleza del ataque y el estado de los cadáveres... en fin, que fue clasificado como el ataque de una jauría de perros salvajes y se le dio carpetazo al asunto. Sucio y desordenado, pero rápido y efectivo, que era lo que quería la gente de arriba.

¿Y usted les creyó?

Obvio no. Como ya le dije, mi olfato de periodista... ese me decía que había algo más, así que de inmediato me puse a buscar. Primero pregunté a los otros periódicos de nuestra cadena, buscaba casos parecidos, cualquier caso que hubiera sido descartado como ataques de animales.

¿Y encontró algo?

Nada al principio. Pero después, cuando ya casi me había rendido, recibí la llamada de un colega de una radio comunitaria en Tenosique, Tabasco. Alguien le había hablado de mi investigación y llamaba para contarme de un incidente que había ocurrido hacia algunos días.

[Me alarga la carpeta y me muestra una copia fotostática de una hoja de periódico.]

Un campesino había matado a machetazos a un muchacho que había entrado a su corral y se estaba comiendo vivas a sus gallinas. El muchacho, aparentemente un migrante centroamericano, había mordido al hombre, que sólo pudo matarlo, según su propia declaración, hasta que le abrió la cabeza de un tajo.

¿Qué ocurrió con el campesino?

No lo sé. La nota dice que fue llevado al hospital, pero ya no decía más y yo en el momento no le di mucha importancia, de modo que no investigué más a fondo. Sólo me di cuenta de la relación hasta unas semanas después, cuando ya era demasiado tarde.

[Deja escapar un suspiro de resignación]

En fin... que después de esto cambié el enfoque de mi investigación y empecé a encontrar otras cosas, casos extraños y poco comunes que, por lo mismo, habían encontrado el camino a las primeras planas de los diarios locales.

[Comienza a pasar las hojas y me va mostrando una serie de artículos.]

En este, habla de una mujer que fue encontrada vagando en las afueras de un pueblito en Veracruz y cuando los lugareños intentaron ayudarla, los atacó salvajemente. Este es de un hombre que cayó del tren en el Estado de México y fue llevado a un hospital, donde mordió a dos enfermeros. Este otro de un pueblo en San Luis Potosí que había linchado a un tipo que encontraron comiéndose a una niña que había estado jugando en el patio de atrás de su casa.

Así, poco a poco fui encontrando unos 100 de estos casos. Cada que encontraba uno lo señalaba en un mapa y cuando por fin los fui analizando, encontré qué era lo que los unía a todos, aparte del salvajismo de los ataques y de las mordidas.

¿Qué fue?

Todos ocurrieron a menos de cinco kilómetros de la ruta de "La bestia", el tren de carga que iniciaba su recorrido en Chiapas y que, por diferentes rutas, llegaba hasta la frontera con Estados Unidos. El mismo tren que, cada año, miles de migrantes abordaban ilegalmente para atravesar el país.

Por ese entonces ocurrieron otras dos cosas: fue la primera vez que escuché de la rabia africana y, la segunda, que para darle profundidad a mi investigación fui a hablar con el comandante Garmendia, el director de Seguridad Pública de Zapopan.

"Como funcionario público", me respondió cuando le hablé del caso de la ranchería, "sólo puedo corroborar lo que dice el acta: fue un ataque de coyotes o de perros salvajes, de los otros", me dijo, "no puedo opinar, tendrías que preguntar a los colegas de aquellos municipios".

"Eso es como funcionario", me dijo bajando la voz mientras yo guardaba mi grabadora y mi libreta, "como amigo te puedo decir que viene una grande y te conviene tomarte unas vacaciones ¿Conoces Cabo San Lucas?", yo negué con la cabeza, "deberías darte una vuelta, es precioso, yo ya mandé a mi esposa y a mis hijos, a mis papás y a mis hermanas a La Paz (capital de Baja California Sur) y en cuanto pueda, allá los alcanzo".

¿Y usted que hizo?

Estaba confundida. Yo sabía que el viejo me apreciaba, es decir, me apreciaba de verdad, no como todos aquellos policías, agentes, paramédicos y peritos que solo me daban entrevistas para quedar bien conmigo y ver si así se metían a mi cama. Por eso mismo no estaba muy segura de qué había sido aquello, si una amenaza velada para que dejara de investigar (que no habría sido raro) o una advertencia sincera de alguien que me veía como a su hermana menor.

No sabía qué hacer, ya había hablado con mi jefe, quería lanzar mi primer reportaje a lo grande; si iba a estar atorada en las páginas de la nota roja, al menos quería recibir el respeto y el reconocimiento que creía merecerme; sin embargo, el muy imbécil casi se rio en mi cara, me dijo que me dedicara a hacer "periodismo de verdad" y que olvidara mis fantasías conspiranoicas de película gringa; me dio mi orden de trabajo para el día siguiente y se alejó con una sonrisa condescendiente ¡Le juro que poco le faltó para darme unas palmaditas en la cabeza!

Esa misma noche, mientras hacía mi ronda en la patrulla (era costumbre que, cada tanto, los reporteros de la fuente pidiéramos permiso a algún jefe de sector para acompañar a algunos patrulleros a hacer su rondín) y mientras maldecía a mi jefe por su machismo egocéntrico, ellos recibieron una llamada urgente de la colonia Los Arcos; parecía ser una disputa doméstica particularmente violenta y nos dirigimos para allá.

Llegamos en cosa de minutos. Era una de tantas casuchas improvisadas con tablas, láminas de asbesto o de cartón, que parecía podían caerse con solo soplarles... a un par de cuadras de las vías del tren. Una "colonia perdida", refugio de los migrantes que, por cualquier razón, no podían o no querían seguir su viaje a Estados Unidos.

Mientras los dos policías se adelantaban, yo me agaché a recoger un trenecito de juguete que yacía en el piso, justo enfrente de la puerta y en ese momento lo escuché: el grito de terror de alguno de ellos que me jaló al interior como si hubiera sido un electroimán.

Lo que vi adentro va a acompañarme por el resto de mi vida: una mujer bajita y regordeta con el pelo negro relamido y todavía húmedo y rojo de sangre, la espalda destrozada y ensangrentada por una tabla con clavos en la punta, la cual había sido arrancada de la puerta del cuartillo y que todavía estaba clavada en su omóplato. La mujer, que no podía tener más de 25 años, tenía la cara hundida en el cuello de un hombre joven cuyo cuerpo aún se sacudía en el piso, mientras en la esquina de aquel cuartucho apenas iluminado por una lámpara de queroseno...

[Las lágrimas inundan su único ojo, mientras su gesto se descompone en uno de angustia.]

No, olvídelo... es demasiado horrible... ni usted ni nadie necesitan la imagen mental de lo que había en aquel rincón.

López había sido el primero en entrar y el grito y la blasfemia que soltó ante la vista de aquel horrible cuadro llamó la atención de la criatura, que alzó sus brazos y con paso tambaleante se dirigió hacia él. El policía sacó su revolver y vació los seis tiros que atravesaron el torso de la cosa aquella, sin lograr detenerla.

Soberanes gritaba como loco "¡Alto ahí, alto ahí! ¡Deténgase o disparo!", sus manos temblaban de terror mientras apuntaba sin decidirse a disparar. La mujer... el zombi alcanzó a López y lo aferró tan fuerte del brazo que había levantado para defenderse, que hasta yo escuché tronar los huesos que se rompían, seguidos del grito del policía al recibir la mordida. "¡Dispara! ¡Dispara!", le gritaba a Soberanes, quien por fin pudo disparar, un tiro limpio a la cabeza. López se soltó, tomó su cachiporra y comenzó a golpear con ira absoluta lo que quedaba de la cabeza de la criatura, esparciendo sus sesos por todo el lugar... incluida la cara de Soberanes.

No pude más, salí corriendo de ahí mientras Soberanes escupía lo que le había caído a la boca y arrastraba a López fuera de la casucha. Mientras me alejaba a toda prisa, pude escuchar a Soberanes pidiendo una ambulancia. Tomé el primer taxi que encontré y me fui a mi casa.

En el camino, lo único que podía escuchar eran las palabras del comandante Garmendia: "viene una grande". Llegué a mi departamento y comencé a empacar todo lo que pude en mi mochila de acampar, esa que compré cuando tenía la fantasía de irme de mochilera a Europa. Ropa, toda la comida en lata que tenía en la alacena, las medicinas del gabinete del baño... y la Glock 26 que alguno de aquellos "donjuanes" de quinta me había regalado para tratar de impresionarme, junto con una caja con 100 balas... que me acabé entre Manzanillo y Mazatlán.

Eran las tres de la mañana, pero yo estaba decidida a irme en ese mismo instante y justo estaba desempolvando mi vieja bicicleta de montaña, la misma en la que había ganado el campeonato estatal juvenil de "mountain bike", cuando sonó el teléfono... era mi jefe, preguntándome, desesperado, si ya tenía listo mi reportaje sobre la rabia africana.

Creí que todavía no sabían lo de la rabia africana.

Ese fue el gran destape.

¿Fue el incidente del tren de Guadalajara?

No ese fue un poco después. Aquel fue el primer brote que el gobierno no pudo ocultar: Un chico y su padre se habían muerto y reanimado en un albergue de paso para migrantes, también en la colonia Los Arcos. La policía tuvo que abatirlos a tiros, frente a las cámaras de las televisoras locales y de inmediato todos empezaron a gritar: "¡Rabia africana! ¡Rabia africana!"

¿Y qué hizo usted?

Me fui. Así es, me fui, no me importó nada, ni mi jefe, ni mi empleo, ni mi carrera; en el momento simplemente me fui. Tomé mi mochila, mi bicicleta y salí como alma que lleva el diablo hacia Mazatlán.

Pero después se arrepintió, ¿no es así?

[Se ríe de buen humor.]

¡Qué bien hizo su tarea, eh, míster! Sí, me arrepentí, no llevaba ni 20 kilómetros cuando me detuve, me metí en la primera colonia que encontré, creo que era Bosques Vallarta, encontré un café internet (7) y empecé a teclear furiosa. En dos horas ya había terminado. 10 cuartillas, algo así como dos mil 500 palabras, cuando yo sabía que, bajo circunstancias normales, no me habrían aceptado ni dos cuartillas. Pero ya no me importaba, le mandé un mensaje de texto a mi jefe diciéndole que le había enviado el artículo por correo electrónico y nunca volví a saber de él.

Esta carpeta [dice levantándola] es lo único que conservo de todo lo que saqué de mi departamento aquella madrugada y es algo así como mi diario de viaje.

[Pasa las hojas mostrándome varios recortes de periódico pegados a hojas blancas y metidos en micas transparentes.]

Dos días después fue el descarrilamiento del tren en Tlaquepaque, lo cual liberó todo un vagón de zombis a unos kilómetros del centro de Guadalajara. Casi al día siguiente fue el gran brote de Tepito en el DF. A los tres días fue la masacre de San Juan de Los Lagos. El brote de la Basílica de Guadalupe. La evacuación del estadio Instituto Tecnológico de Oaxaca, donde hubo más muertos por el pánico que por los zombis.

¿Nunca vio el video de Tlalnepantla?

No, hasta que llegué a Cabo San Lucas. Alguien lo había mandado a mi correo electrónico. Muchos de esos los redacté y los fui guardando como notas personales para lo que, en ese momento pensaba, sería una serie de reportajes especiales.

¿Como cuáles?

Bueno, pude ver videos del desastre de la Macroplaza de Monterrey, algunos del sitio del centro comercial Puerta del Sol de Guadalajara, con la matanza de Isla del Carmen casi perdí mi fe en la humanidad, también vi varios de la evacuación de Ciudad Victoria, yo siempre he dicho que ese fue el Yonkers de México...

Pero esos fueron ya en la guerra...

¡Ah, sí! De las primeras señales... bueno, casi fui testigo de la cuarentena de Manzanillo...

¿Casi?

Fue a una semana de mi huída de Guadalajara. Justo iba llegando a Manzanillo, Colima, pensando en que quizá podría registrarme en algún hotel, bañarme y comer algo decente, cuando me encontré con un retén militar.

¿El incidente del puerto nuevo?

¡Exacto! Todavía traía mi credencial del periódico, así que pude mostrarla para hablar con el jefe de operación. Obvio casi no me dijo nada, sólo que el acceso a la ciudad era limitado, sólo permitían la salida de trailers con productos perecederos y de primera necesidad, pero nadie más podía salir y absolutamente nadie podía entrar.

¿No le dijo por qué?

Él no, un teniente con algo de tiempo libre y con muchas ganas de una cerveza y de compañía agradable fue el que soltó toda la sopa: agentes aduanales habían asegurado un contenedor lleno de chinos ilegales o al menos creían que eran chinos porque en cuanto lo abrieron, unos 300 infectados que habían estado hacinados ahí adentro desde hacía quién sabe cuánto salieron disparados mordiendo todo lo que se encontraban a su paso.

Todo lo demás fue inútil, no solo porque la carretera estaba cerrada y con un embotellamiento de kilómetros, sino porque el pánico me ganó y decidí lanzarme a campo traviesa.

Fue en parte por eso que tardé tanto en llegar a Mazatlán. Tengo entendido que a un ciclista profesional le habría tomado unos tres días, a buen paso pero con descansos adecuados, recorrer los casi 500 kilómetros que separan Guadalajara de Mazatlán, a mí me tomó tres semanas.

Pero cuando por fin llegué encontré esto:

[Extiende una gran hoja de periódico, donde destaca su nombre resaltado con tinta fluorescente.]

No le cambiaron ni una coma y este fue uno de los últimos ejemplares de mi periódico. Le mentiría si le dijera que no me siento orgullosa, incluso hoy.

Llegué a Mazatlán prácticamente en medio del Gran Pánico, tomé un transbordador a Los Cabos y fue por aquel entonces cuando el presidentucho aquel por fin supo reaccionar y ordenó la evacuación. Iban a fortificar la península de Baja California, como ustedes hicieron con las Rocallosas, "pero no dejaremos a nadie atrás, llevaremos a cabo nuestro plan (8) con la eficiencia estadounidense, pero con el sentido social de la evacuación japonesa", dijo en la televisión con aquel sonsonete que ya todos odiábamos, el perro traidor...

***

Notas

1) Para evitar confundirlos con el cártel del narcotráfico conocido como los "Zetas", en México, a diferencia de casi todo el mundo, la gente y los medios adoptaron el apelativo de "fríos" para los zombies.

2) Frase atribuida al presidente mexicano Porfirio Díaz, pero en realidad acuñada por el intelectual regiomontano Nemesio García Naranjo.

3) El último censo antes de la guerra arrojó una población total de 101 millones para México.

4) Nombre popular para la Patrulla Fronteriza de los Estados Unidos.

5) La primera fue en 1911 durante la Guerra de Independencia, cuando los Insurgentes derrotaron a las fuerzas realistas. La segunda en 1914, durante la Revolución Mexicana, por las fuerzas de Francisco Villa de manos del ejército federal.

6) Nombre popular para los integrantes de la Agencia Federal de Investigación.

7) Café internet o cyber-café. Locales que, antes de la guerra rentaban computadoras con conexión a internet, para todos aquellos que no contaran con una propia.

8) El Plan de Evacuación y Reasentamiento.

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