✡ CXXXI

Capítulo 131: Goma

El camino hasta Dorsian duró varias horas, de manera que ellos tuvieron tiempo de sobra para conocerse.

Los nueve reclutas estaban volando por los cielos dentro de una pequeña casa mágica de un solo piso. En el momento en que entraron a ella, Raidel y Keila pudieron observar que no se parecía en nada a la majestuosa casa en la que habían viajado el otro día. Ésta era tan pequeña que solamente consistía en una sala de quince muebles, una mesa, y más allá una cocina en la que había varios alimentos y bebidas dentro de una especie de caja metálica que por alguna desconocida razón estaba fría; tan fría como el hielo o la nieve.

Esta experiencia resultaba bastante rara porque uno iba a tener que hacer equipo con un grupo de desconocidos en una misión de gran importancia. Aunque el muchacho pensó que lo mejor sería acostumbrarse a ello porque desde ahora probablemente así iban a ser todas sus misiones.

Raidel y Keila pudieron observar que, por obvias razones, todos sus compañeros se mostraban amables entre ellos y deseosos de hacer trabajo en equipo. En una misión tan compleja como aquella no tenían más opción que trabajar entre todos sì querían salir victoriosos.

Todos parecían fuertes aunque no se podía saber con seguridad hasta que entrasen en acción.

Seis eran hombres y tres eran mujeres, incluyendo a Keila.

La mayoría de ellos eran robustos, con músculos voluminosos y de rostros duros como si sus cuerpos hubieran sido tallados en piedra, pero también habían dos o tres individuos delgados, y uno ya era un anciano, el cual tenía un aspecto tan desaliñado que parecía que había vivido en la calle por los últimos meses, y quien desprendía un nauseabundo olor de su cuerpo.

Sin embargo, si había algo que todos tenían en común era que traían grandes y pesadas mochilas consigo, en las cuales parecían llevar numerosos objetos de gran valor para esta misión. Raidel y Keila estaban bastante aliviados al ver que se habían preparado como era debido.

Y una vez que intercambiaron varias palabras para conocerse y para saber el estilo de pelea de cada uno, desplegaron el gran mapa sobre la mesa de madera que yacía en medio de los muebles. En aquel papel tenían una representación bastante precisa del Castillo de la familia Zestror, por lo que no tardaron en armar una estrategia para la batalla. En el mapa incluso se mencionaba el número aproximado de guardias que había en cada torre, cada estancia y cada esquina, sin mencionar todas las entradas, pasillos, trampillas, pasadizos secretos, pisos subterráneos y puertas dobles de aquel gigantesco castillo. El mapa era tan detallado que parecîa que había sido hecho por la misma persona que diseñó el Castillo en primer lugar. Raidel se preguntó si el White Darkness le había amenazado a esta persona para que les hiciera un mapa del Castillo de Vlador...

Según sus cálculos, ellos llegarían a su destino en seis horas más, es decir a las tres de la madrugada. A semejantes horas de la noche supusieron que Vlador estaría durmiendo, por lo que quizá tendrían que verse obligados a atravesar todas las defensas para llegar a las habitaciones de aquel noble, las cuales estaban ubicadas justo en el centro de su fortaleza. Pero consideraron que lo más probable que sucediera era que él saliese huyendo al escuchar el estrépito de la batalla, en cuyo caso tendrían que dejar una pequeña parte del equipo afuera para que lo esperase.

—Lo sé, intentará huir —aseguró un tipo que tenía una gran cicatriz que le atravesaba el rostro de un extremo a otro de manera vertical—. Y cuando lo haga, los guerreros de larga distancia lo esperaremos para acabar con él.

Todos estuvieron de acuerdo. Afortunadamente aquel Castillo no tenía túneles subterráneos que llevasen a otro lugar, de modo que si Vlador pensaba huir, solo podía hacerlo por la superficie.

Seguramente no habían construido túneles subterráneos porque eso facilitaría la entrada de los enemigos, puesto que aunque intentaran mantener dichos túneles en secreto, una organización poderosa como el White Darkness se terminaría enterando de ello tarde o temprano. Esa era una de las ventajas que tenía aquel Castillo. Sin embargo la desventaja era que Vlador no podría huir por el subterráneo si su fortaleza se veía bajo ataque.

La mayor parte de la estrategia la había realizado un hombre alto de cabello entrecano, quien ya se estaba quedando calvo en la coronilla. Él dijo que había sido General del Ejército de Glesgow por quince años, por lo que conocía muy bien las estratagemas y las mañas de la batalla.

Y cuando al fin terminaron de planear la incursión, volvieron a enrollar el mapa y se sentaron en los muebles. Faltaba media hora para llegar a su objetivo. La mayoría empezó a sacar sus armas y a prepararse para la batalla. Otros, en cambio, fueron a la cocina y empezaron a devorar lo que encontraron primero. Sus rostros transmitían absoluta tranquilidad como si una misión como aquella fuera lo más normal del mundo.

Una maga de unos treinta años de edad, quien llevaba una larga túnica y sombrero puntiagudo se sentó al lado de Raidel y Keila, y allí se quedó con la mirada fija enfrente, mientras no dejaba de mover silenciosamente los labios como si estuviera repasando sus hechizos antes de la batalla.

Raidel procuró no acercarse demasiado a ella. Aunque se suponía que era una aliada, él todavía no había olvidado lo que sucedió la última vez que se tuvo que enfrentar contra un mago.

Una considerable parte del equipo miraba a Raidel, como si no pudieran creer que aquel mocoso fuera un recluta, pese a que él ya les había mostrado su Rem en cuanto subió a aquella casa. Pero el pelirrojo no les prestó demasiada atención, ya que al fin y al cabo ese tipo de cosas siempre le ocurrían fuera a donde fuese.

Y fue luego de unos minutos que finalmente entraron Dorsian.

Todos los reclutas se aproximaron a las ventanas para mirar las grandes y lujosas viviendas de aquel lugar.

Raidel pudo observar que era un reino bastante parecido a Xulei. Las esferas mágicas de luz volaban por lo alto, iluminando el lugar por completo, a pesar de que a esas horas de la madrugada pocos eran los que caminaban por las pavimentadas calles.

—Hey, miren eso —dijo un hombre con un parche en el ojo, señalando un punto en el horizonte.

Los demás lo miraron y vieron que se trataba del Castillo de Vlador. Al fin habían llegado.

Era una de las edificaciones más grandes que Raidel hubiera visto jamás. Estaba construida con una piedra tan negra como la noche sin estrellas. Tenía un centenar de pequeñas ventanas, y varias luces pasaban a través de éstas hacia el exterior, lo que revelaba que allí dentro varias personas seguían despiertas. El castillo estaba flanqueado por una docena de torres tan grandes que sus puntiagudos techos casi acariciaban el cielo. Y toda esta fortificación estaba protegida por una inmensa muralla de veinticinco metros de altura. Además había un profundo foso acuífero fuera de ésta, en donde nadaban criaturas extrañas que parecían serpientes marinas.

—La familia Zestror —murmuró el anciano de aspecto desaliñado—. Una de las familias nobles más ricas del reino de Dorsian... Qué lástima que eso acabe hoy —sonrió.

El antiguo General se alejó de la ventana y miró a todos los presentes, uno por uno.

—Bueno, espero que sigan el plan al pie de la letra. Si no cometen ningún error nada tiene por qué salir mal.

Pero Raidel no estaba tan seguro. Si bien su estrategia era buena, no tenían forma de saber qué clase de hechizos mágicos habían puesto a aquel castillo para protegerse de los invasores, así como tampoco conocían el tipo de poderes tendrían los enemigos contra los que lucharían. Sin embargo este equipo era prometedor, y hasta Raidel lo admitía, ya que cuando se conocieron, todos habían tenido que contar de dónde habían venido y sus hazañas en combate, las cuales el muchacho consideró bastante impresionantes. Entre ellos estaban:

Dem, un antiguo y poderoso General de Glesgow; Selia, una maga que, según dijo, se había graduado con los más altos honores en la Escuela Superior de Magos de Thankor; Rodol, un arquero que aseguraba que era el mejor de su clase; Tana, una mujer que había tenido que aniquilar a todos los miembros de la organización criminal a la que había pertenecido tras robarles lo que ella dijo que era la "Espada Sagrada"; Zaker, un tipo de más de dos metros de altura que tenía todo el aspecto de ser un salvaje de las montañas, quien mencionó que quería unirse al White Darkness para de esta forma "huir" de una antigua y malvada Orden de Magos Oscuros que por alguna razón estaba tras su cabeza: Xandor, un asesino a sueldo que había dicho con toda la tranquilidad del mundo que había aniquilado a unas cincuenta mil personas a lo largo de su vida por dinero; Raidel y Keila, quienes masacraron a todos los miembros de varias docenas de grupos de mercenarios y cazarrecompensas para poder salir de Roca Blanca y entrar a Colmillo Rojo; ...Y por último (y menos importante) estaba el anciano de barba larga, enmarañada y grasienta que no parecía haberse dado un baño desde que nació. Él dijo que simplemente era un vendedor de empanadas.

Raidel se puso de pie. Cogió sus pertenencias y sacó su guadaña portátil de la mochila, listo y preparado para la acción. A continuación se permitió esbozar una amplia sonrisa. A excepción del viejo, su equipo no estaba nada mal.

Con unos aliados como ellos, la misión quizá les resultara tan sencilla como comer leche con pan. 

En cuanto la casa voladora empezó a aproximarse al Castillo de la familia Zestror, una veintena de guardias que estaban ubicados sobre las murallas y en las torrecillas de vigilancia regresaron a verlos, y algunos de ellos incluso alzaron sus arcos con gesto amenazante para transmitirles que fueran por otra dirección.

Sin embargo, la casa siguió acercándose al objetivo. Los reclutas estaban bastante tranquilos.

Raidel y Keila se miraron entre ellos y asintieron con la cabeza.

Y tras varios segundos, al ver que no retrocedían ni modificaban su trayectoria, todos los arqueros del lado oeste de la muralla empezaron a apuntar la casa con sus arcos. Las cuerdas estaban tensas, listos y preparados para disparar en cuanto el superior diese la orden. Algunos otros, en cambio, estaban gritando cosas a los guardias que estaban bajo la muralla para que fueran a ayudarlos.

Pero dentro de la casa voladora todos seguían con una calma bien marcada en los rostros. Los guerreros ya tenían preparadas sus armas y estaban de pie, listos para entrar en combate, a excepción del vendedor de empanadas, quien estaba sentado en un mueble mientras se comía un sándwich de mantequilla y leía un libro titulado: "Cómo llevar a todas las doncellas a tu cama". Parecía que ni siquiera se había dado cuenta que ya habían entrado a la batalla.

Y de pronto el sujeto del parche en el ojo se dirigió hacia la puerta de la casa y la abrió de una fuerte patada, revelando a sus enemigos más cercanos, quienes estaban sobre la muralla. Llegados a ese punto ya eran treinta o cuarenta.

El hombre del parche fue hasta el umbral de la puerta y allí se detuvo. Las ráfagas de viento golpeaban su rostro con gran intensidad, revolviendo sus largos y castaños cabellos. El sujeto, cuyo nombre era Rodol, alzó el inmenso arco de color rojo que tenía en las manos y sacó una flecha de su bolsa y la colocó en su arma. Era una flecha cuya punta era de color roja y además estaba repleta de símbolos rúnicos que sin duda eran mágicos. A continuación tensó la cuerda del arco, apuntó al objetivo y disparó el proyectil.

La flecha voló por los aires y fue a impactar contra la base de la torrecilla que se alzaba sobre la cima de la muralla.

Raidel habría creído que falló el tiro si no hubiera sido por el hecho de que sabía que ese era precisamente el plan.

Y justo en el instante en que la flecha chocó contra la piedra de la torrecilla se desató una explosión tan poderosa que hizo que la torre se desplomara sobre una parte de la cima de la muralla, enterrando de esta forma a los treinta arqueros que habían estado a punto de abrir fuego contra los invasores. La explosión provocada por la flecha y la posterior caída de la torre había resonado estrepitosamente por todo el lugar.

Raidel ahogó una exclamación de asombro sin poder creer que en verdad hubiese funcionado.

El arquero se alejó de la puerta, mientras soltaba una fuerte carcajada.

—Amo estas flechas explosivas —dijo con una sonrisa—. Qué lástima que cuesten tanto dinero...

A continuación se escucharon los gritos por parte de los guardias, quienes vociferaban órdenes y corrían de un lado a otro. Y además se hizo sonar una ensordecedora alarma que sin duda advertía a todos los moradores del Castillo de la presencia de los invasores.

Raidel se mordió el labio inferior, molesto.

—Diablos, no contábamos con que ellos tuvieran una alarma...

—No importa, no importa —lo tranquilizó Dem, el antiguo General de Glesgow—. Una simple alarma no cambiará nuestros planes en lo absoluto.

Raidel quería creer eso.

El arquero miró al exterior a través de la puerta. En aquel momento estaban sobrevolando la cima de la muralla.

—Bueno, suerte a todos —dijo mientras salía de la casa y saltaba al vacío.

Tres más lo siguieron: Selia, la maga; Xandor, el asesino a sueldo; y Zaker, el salvaje de las montañas.

Los cuatro cayeron sobre la cima de la muralla y corrieron a través de ésta hacia la parte occidental del muro mientras eliminaban a los guardias que se interponían en su camino. Rodol utilizó una de sus flechas explosivas para aniquilar a media docena de arqueros que se disponían a derribar la casa voladora.

De modo que solo quedaron cinco personas en la casa: Dem, el antiguo General; Tana, la ladrona de la espada; Raidel, Keila, y el viejo vagabundo que seguía leyendo su libro.

Tana era una mujer de hombros anchos y casi tan robusta como Dem, quien tenía una mirada severa.

Y entonces varias flechas impactaron contra la casa, golpeando las paredes y la parte baja del suelo.

—Bueno, me temo que esto es lo más cerca que podremos llegar —dijo Dem, mirando a través de la puerta abierta. Ya habían atravesado la muralla y ahora estaban cerca del Castillo, pero no tan cerca como a Dem le hubiera gustado. Sin embargo, ya no podían seguir allí dentro por más tiempo, puesto que la casa estaba bajo ataque.

—Espero que los dioses estén de nuestro lado y nos protejan —dijo Dem, y acto seguido corrió hacia la puerta y saltó al vacío. Raidel, Keila y Tana lo siguieron, pero el viejo se quedó sentado en el sillón, como si no supiera que la incursión ya había empezado.

Y tras varios metros de caída libre, los cuatro cayeron sobre el suelo de piedra a medio kilómetro del Castillo de Vlador. Aquella fortaleza era simplemente gigantesca.

Los aullidos de dolor y rugidos de guerra sonaban provenientes de todas las direcciones, las cuales solamente eran superadas por la estrepitosa alarma que seguía haciendo eco por todo el lugar.

Raidel miró la casa voladora y vio que ésta regresaba por donde había venido. El viejo de las empanadas no los siguió.

—No te preocupes por él, nosotros cuatro somos suficientes —dijo Keila mientras empezaba a correr hacia el Castillo, tras Dem y Tana.

El muchacho asintió con la cabeza y los siguió.

—¡Rindanse ahora y tendrán una muerte rápida! —vociferó uno de los guardias enemigos, quien estaba vestido con una cota de malla sobre el traje verde de los guerreros de aquella fortaleza.

Sin embargo, los cuatro reclutas lo ignoraron completamente y siguieron corriendo hacia el Castillo.

Raidel tenía su guadaña portátil colgada del hombro; Keila estaba armada con dos poderosas y afiladas dagas; Dem sujetaba un enorme tridente y Tana tenía en las manos lo que todos supusieron que era lo que ella había llamado "La Espada Sagrada". Era una espada de tamaño medio que parecía común y corriente como cualquier otra.

Los cuatro vieron que un grupo de guardias ubicados cerca de la muralla empezaron a movilizar grandes cañones de tres metros de largo, los cuales eran tan grandes y pesados que los soldados tenían que moverlos por tierra. Aquellos artefactos tenían dos ruedas en cada extremo para que pudieran desplazarlos con mayor facilidad.

A continuación apuntaron las miras en dirección hacia sus enemigos y abrieron fuego.

Seis bolas metálicas del tamaño de un cráneo salieron disparadas de los cañones con un fuerte estrépito en dirección a Raidel y a los otros.

—¡Atrás! —bramó Dem, al tiempo en que él se colocaba al frente y extendía sus brazos para servir como escudo.

Los otros tres se quedaron detrás mientras el cuerpo de Dem era brutalmente golpeado por las seis balas de cañón que chocaron contra él con gran potencia.

Raidel soltó una exclamación de horror al ver como los proyectiles se hundían en el cuerpo del antiguo General. La piel de Dem se estiró hacia atrás debido al formidable impacto de las balas como si su cuerpo estuviera hecho de goma. Y al instante siguiente, los proyectiles rebotaron y dos fueron a chocar contra el suelo, tres contra la pared de la muralla más cercana y el último contra varios guardias enemigos que se estaban acercando a ellos con las espadas en lo alto, quienes murieron en cuanto recibieron el golpe.

Raidel abrió mucho los ojos al ver semejante cosa. Las balas de cañón simplemente habían rebotado del cuerpo de Dem...

El antiguo General se dio media vuelta para mirarlos. Raidel, Keila y Tana estaban con la boca abierta.

—No sé de qué se sorprenden —dijo—. Ya les mencioné que mi Rem era de Goma, ¿recuerdan?

El avance hacia el Castillo no resultó tan complicado como ellos habían creído en un principio, ya que los guardias que habían aparecido hasta el momento, aunque fueran muy numerosos, eran extremadamente débiles. Tan débiles que ellos cuatro fueron suficientes para aproximarse hacia la fortaleza sin mayores problemas. Además, Rodol, el arquero, les estaba cubriendo la espalda desde la lejanía, cuyo arco era tan potente que sus proyectiles tenían un alcance realmente impresionante.

Dem avanzaba al frente, haciendo como escudo. Él recibía cualquier clase de ataque sin que su cuerpo sufriera un daño considerable: Flechas, bolas de cañón, lanzas... Él repelía todo lo que era arrojado a su dirección como si se tratara de alguna clase de imán repulsor.

Mientras tanto, los otros tres iban detrás de él, bien protegidos por Dem y su Rem de Goma. De vez en cuando un grupo de osados guardias se acercaban a ellos para luchar frente a frente, pero eran eliminados en cuestión de segundos.

De forma que los reclutas pudieron llegar al Castillo sin ninguna complicación. Pero en cuanto lo hicieron, todo cambió.

Vieron que dos Golems de Piedra de cinco metros de altura estaban flanqueando la entrada, a quienes se les sumaba varios individuos con báculos mágicos y sombreros puntiagudos que los esperaban con absoluta tranquilidad.

Los cuatro compañeros se detuvieron al ver que los Golems de Piedra empezaban lentamente a moverse. Por su parte, los magos comenzaron a recitar hechizos y a agitar sus báculos brillantes de un lado a otro.

Raidel y Keila se miraron el uno al otro.

—Bueno, es hora que pongamos a prueba los resultados del entrenamiento con el Ermitaño, ¿no te parece? —dijo ella.

—Estoy de acuerdo —sonrió Raidel mientras prendía todo su cuerpo en llamas.

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