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Capítulo 130: El Desierto de la Luna Amarilla

Raidel miró el mapa por milésima vez en aquel día, sin poder aceptar que estaba perdido... tan perdido como lo estaría un pingüino en medio del desierto. 

Según el mapa, se suponía que debía encontrarse cerca de las cavernas orientales, pero Raidel las buscó incansablemente... sin ningún éxito. Incluso se había subido a una pequeña colina rocosa, para escudriñar los alrededores, pero las supuestas cavernas no estaban por ningún lado. El desierto era simplemente demasiado grande.

El muchacho volvió a enrollar el mapa bruscamente. Por un momento tuvo el impulso de quemar aquel inservible trozo de papel, pero estaba consciente que sin eso su búsqueda sería aún más difícil.

Después de despedirse de Keila, Raidel había entrado apresuradamente al desierto sin mirar atrás... Quizá por eso se había perdido...

Al bajar de la colina rocosa, él alzó su vista al cielo. La bola de fuego ardía en lo alto con tal intensidad que parecía quemar todo a su paso. Y pese a la protección que le brindaban las suelas de sus zapatos, Raidel podía sentir el calor de la arena bajo sus pies, como si estuviera pisando un candente brasero.

El muchacho estaba deshidratándose a un ritmo acelerado, puesto que su cuerpo no dejaba de generar grandes cantidades de sudor. Hace varias horas que había entrado al desierto sin más compañía que la mochila de pertenencias que había traído desde Ludonia y el mapa que les había entregado el Ermitaño, el cual Raidel lo había sacado de la mochila de Keila antes de marcharse.

El pelirrojo se sentó en el suelo, bajo la sombra de una monumental roca maciza de varios metros de grosor que tenía la forma de un triángulo casi perfecto. La figura era tan extraordinaria que parecía que había sido esculpida por alguien; aunque ese alguien probablemente no era más que la erosión del viento que debió haberla moldeado en un período de cientos o quizás miles de años, en cuyo caso resultaba más sorprendente todavía, ya que era una creación completamente natural. La roca debía ser tan antigua como los dinosaurios, pensó Raidel.

El muchacho permaneció allí sentado una considerable parte del día. Observó el mapa por un largo rato. Luego se puso de pie y miró a sus alrededores. No había nada a la vista, a excepción de la siempre presente arena la cual se expandía hasta donde alcanzaba la vista, aparte de varios arbustos, cactus y algunas otras plantas más. Y cuando Raidel subió a las colinas más altas pudo divisar unas cuantas montañas a lo lejos, pero él no estaba seguro qué montañas eran, por lo que no podía usarlas para localizarse en el mapa en base a ello. Ni siquiera estaba seguro de su distancia. Podían estar a quince kilómetros de distancia o a ciento veinte. No había forma de saberlo...

De su mochila sacó una botella de agua y dio solamente un pequeño sorbo. No podía permitirse desperdiciarla, ya que sabía que después la necesitaría. Por un segundo pensó en regresar al punto de partida, pero no recordaba muy bien por dónde había venido. No le había prestado mucha atención a eso porque se suponía que no iba a retornar. Además, si regresaba podría encontrar a Keila, lo que el muchacho no quería bajo ninguna circunstancia.

No tuvo más remedio que continuar con su marcha. Las horas transcurrieron, pero el sol seguía tan ardiente como desde el mismo momento en el que había entrado. Pronto la piel de su cuerpo empezó a sufrir las quemaduras provocadas por los abrasadores rayos del sol, las cuales le escocían dolorosamente. Siempre que hacía demasiado calor, Raidel se preguntaba por qué el sol le afectaba tanto cuando él era inmune al fuego...

Y en aquella misma tarde el muchacho había tenido que enfrentarse contra varias bestias del desierto para seguir avanzando. Afortunadamente éstas no fueron muy poderosas, por lo que él no tuvo que gastar muchas energías para aniquilarlas.

La noche pronto llegó y Raidel seguía sin saber en dónde se encontraba, pese que a cada diez minutos sacaba el mapa para intentar orientarse, pero era caso perdido porque en aquel maldito desierto no había nada; nada en lo absoluto a excepción de arena, rocas y a veces una que otra planta.

La temperatura en el lugar, anteriormente candente, había caído en picado. Ahora el frío helado era increíblemente intenso. El viento soplaba como el rugido de una bestia, levantando grandes cantidades de arena y polvo. El muchacho vio un tornado de unos veinte metros de altura que se movía en la lejanía. El frío era tan estremecedor que cualquiera habría contraído una neumonía cuanto menos... pero Raidel no era cualquiera. Él pensó con una sonrisa que, a comparación con la montaña Therd, el frío de este lugar era un juego de niños...

Los siguientes días fueron mucho más agotadores. El pelirrojo se encontró con montañas rocosas, más bestias salvajes, y huellas de animales... pero nada más. En una ocasión se quedó con la boca abierta al ver que la huella de una pisada era mucho más grande que él mismo, al menos tres o cuatro veces más... Parecía la pisada de un dinosaurio, pero ningún dinosaurio, por más enorme que fuera, podía tener semejante tamaño... ¿Qué clase de animal podría tener una pisada de tres o cinco metros de largo? Era inconcebible...

Y por un momento Raidel albergó algo de temor al pensar que podría encontrarse con esta bestia, a pesar de que la huella parecía bastante antigua... Aunque con miedo o sin él, se obligó a seguir caminando.

Al cuarto día al muchacho se le acabó el agua y la comida, por lo que ya ni siquiera tuvo ganas de seguir adelante: Se tiró al suelo bajo el calor abrasador del sol. Allí permaneció por lo que quizá fue una hora, sin saber qué hacer a continuación. Pensó que quizá debía descansar de día y caminar por la noche...

Y allí fue cuando él escuchó el sonido de unas pisadas y acto seguido algo apareció, haciendo sombra al muchacho.

Al percibir esto, Raidel abrió repentinamente los ojos y se puso de pie, creyendo que era el monstruo de las pisadas gigantescas, pero observó que se trataba de algo mucho peor: Era Keila.

Ella se dirigió hacia el muchacho con una expresión nada amigable en el rostro.

Raidel se cubrió la cabeza, creyendo que ella le iba a propinar un fuerte coscorrón, pero en cuanto llegó hasta él, Keila simplemente le dio un abrazo.

—Sabía que te habías perdido, niño tonto —dijo ella con voz débil, aún abrazándolo—. Me dejaste atrás… No vuelvas a hacer algo como eso...

—Lo siento, lo hice por tu bien —dijo el muchacho con la voz entrecortada. Una parte de él estaba feliz de ver a su amiga, pese a que eso no era nada bueno para ella.

Ambos se separaron. El muchacho pudo ver que Keila estaba casi en tan mal estado como él mismo. Sus labios estaban secos, se encontraba bastante pálida y tenía ojeras en los ojos... Sin duda debió haberlo buscado incansablemente...Tal vez ni siquiera durmió. De repente el muchacho se sintió algo tonto por haber hecho lo que hizo...

—Te acompañaré, no importa lo que suceda ni a donde vayas... —dijo ella con suavidad—. Creí que ya te lo había dicho...

Raidel apartó la mirada.

—Sucede que me dirijo al infierno. ¡Al infierno! Tú no querrás ir a un lugar como ese, ¿cierto?

Ella soltó un suspiro.

—Solo mírate, ni siquiera puedes orientarte con un mapa. No creo que sobrevivas ni un día en el White Darkness... —bajó su mirada al suelo—. Te acompañaré... No quiero que te maten... no como a mi hermano...

Raidel la miró fijamente.

—Seremos asesinos hasta la muerte, ¿no tienes problema con eso?

Ella se puso más pálida todavía, pero se mantuvo firme en su posición.

El muchacho se encogió de hombros.

—Bueno, ya que las cosas están de esta forma, supongo que solo me queda decir que no tienes de qué preocuparte porque te protegeré... Te protegeré así sea lo último que haga, Keila.

—¿Desde cuando los papeles se han invertido? —dijo ella con una pequeña sonrisa.

Con la ayuda de Keila, el viaje había sido bastante corto pese a que el muchacho, por haber ido solo, se había extraviado varios kilómetros del camino principal.

Afortunadamente, ella todavía tenía una gran cantidad de agua, de modo que eso había sido suficiente para ambos.

Y tras dos días de constante marcha por el mar desértico ambos al fin habían llegado a su destino... La supuesta localización de la base del White Darkness.

Pero en cuanto se fijaron en el lugar, vieron que allí no había nada. Nada en lo absoluto. Ni siquiera una piedra.

El desierto en aquel punto estaba completamente vacío, a excepción de la gruesa capa de arena que recubría el suelo.

Raidel y Keila miraron nuevamente el mapa.

—¿Seguro que es aquí? —inquirió el muchacho con el ceño fruncido.

—Según el mapa, sí —dijo Keila, levantando la mirada y observando a su alrededor.

—¿Por todos los infiernos, acaso el mapa estaba equivocado? —gruñó Raidel, visiblemente desesperado—. ¿Todo lo que tuvimos que pasar fue en vano?

Ambos se quedaron allí parados, en medio de la nada. No articularon palabra por un buen rato.

—Diablos, viejo, ¡tu mapa resultó ser más falso que los bigotes de mi abuela! —exclamó el muchacho y luego se tiró al suelo, sin más ganas ni energías de seguir moviéndose.

—No te quejes —dijo ella—. Sabíamos desde el principio que esto no iba a ser tan fácil. Tenemos que seguir buscando...

—¿Seguir buscando? —dijo Raidel sin poder aceptar que todo el esfuerzo de las últimas semanas no hubiera servido para nada.

—Tendremos que preguntar a la gente poderosa de este continente... De seguro alguien sabe algo...

—Tal vez nos tome años en encontrar al que lo sepa... —suspiró Raidel—. Es caso perdido...

—Vamos, el White Darkness es una de las Cinco Grandes Organizaciones… No es cualquier cosa.

Ambos se dieron media vuelta, dispuestos a marcharse, pero entonces algo sonó detrás de ellos, como el sonido de una gigantesca puerta al abrirse.

Raidel y Keila se voltearon para ver que la tierra a veinte pasos de ellos se estaba desplazando hacia un lado como si tuviera vida propia. Una gran capa de arena descomunalmente grande se movió hacia un extremo, dejando al descubierto una especie de puerta metálica de veinte metros de largo que parecía estar pegada al suelo.

Ambos la observaron fijamente con los ojos muy abiertos del asombro. La puerta tenía un emblema bastante peculiar: Un majestuoso Dragón de color negro y blanco, quien estaba bajo la luz del sol y la luna.

—¿E-ese es...? —balbuceó Raidel, sin ser capaz de terminar la frase.

—Sí —se limitó a decir ella, sin despegar la vista del emblema.

A continuación la puerta se abrió de manera lateral, revelando unas escaleras que descendían hasta un subterráneo. No se podía ver mucho más, debido a la oscuridad de las profundidades.

Ambos permanecieron en silencio e inmóviles, alertas a cualquier posible movimiento.

—¿Crees que deberíamos bajar? —inquirió el pelirrojo tras un rato, al ver que nada sucedía.

Ella hizo un ademán con la mano para transmitirle su negativa.

Raidel y Keila continuaron mirando las lóbregas escaleras hasta que alguien subió por allí. Era un hombre de mediana edad y nariz aguileña que vestía una grandiosa armadura negra, la cual resplandecía de manera intensa. Parecía un sol negro.

Raidel había visto aquella armadura antes... No la había olvidado ni por un segundo… Era la armadura que llevaba Deon cuando fue a Ludonia y masacró a todo el ejército…

—¿Nuevos reclutas? —dijo el hombre tras mirarlos fijamente de pies a cabeza. Su apariencia no destacaba demasiado: Su cabello era escaso, su musculatura no era mayor que la de cualquier campesino, y apenas medía unos cuantos centímetros más que Keila.

Ambos asintieron con la cabeza.

—Bueno, síganme —dijo el hombre tranquilamente, mientras empezaba a bajar por las escaleras.

—¿Qué? ¿Eso es todo? ¿Ya estamos dentro? —dijo Raidel con rostro inexpresivo—. Diablos, eso fue rápido.

Keila se encogió de hombros y empezó a bajar por las escaleras.

El muchacho la siguió.

Los pasadizos eran amplios y estaban construidos con un material que parecía piedra, pero el muchacho pensó que debía de tratarse de un componente mágico porque algunos fragmentos de las paredes y el techo brillaban con luces de tonalidades diferentes, iluminando de esta forma el lugar.

Raidel y Keila siguieron al hombre de la nariz aguileña por unos cuantos minutos en completo silencio. Los pasillos eran largos y se abrían en varios túneles diferentes. Era como un laberinto formado por innumerables y sombríos pasadizos. Raidel intentó memorizar el camino de regreso por si tenían que salir huyendo a la carrera, pero esperaba que por una vez en la vida eso no ocurriese.

Sus pasos resonaban fuertemente en aquella lúgubre penumbra. Ambos observaron que mientras más se adentraban en el lugar, más puertas aparecían junto a las paredes del túnel, las cuales supusieron que desembocaban en salas o habitaciones. Las puertas eran metálicas y solo tenían números en la parte superior de éstas: "136, 137, 138...".

Y entonces el silencio fue interrumpido por el sujeto de la armadura negra, quien se aclaró la garganta antes de decir:

—¿Quién les mencionó sobre la localización de esta base?

—Alirden —dijeron ambos al unísono.

—También conocido como el Ermitaño —dijo Keila—. Él nos dio un mapa.

El tipo no dio muestras de reconocer aquel nombre, pero de todas formas prosiguió:

—¿Por qué quieren unirse a nuestra organización?

Keila alzó la mirada hacia la parte del techo luminoso por la que estaban cruzando, reflexiva, pero el muchacho ya tenía preparada su respuesta desde hacía semanas, así que simplemente recitó:

—Somos muy fuertes, necesitamos dinero y no nos importa tener que hacer el trabajo sucio.

Una mentira tan burda como aquella no pudo haber pasado desapercibida para el individuo de la armadura negra, pero, una vez más, él no pareció darle mucha importancia y continuó:

—Si no cumplen con el nivel de poder mínimo, entonces serán ejecutados. Nadie que no pertenezca (ni vaya a pertenecer) a nuestra organización puede ver nuestra base —mientras caminaba, giró la cabeza para mirarlos con el rabillo del ojo. Sus pupilas eran tan negras y carentes de vida como el fondo del pasadizo al que se estaban dirigiendo—. ¿Están de acuerdo con eso?

Raidel y Keila asintieron con la cabeza. Aunque ella se puso roja al comprender que ya no había marcha atrás. Ambos ya estaban metidos en esto desde el mismo instante en el que pisaron las primeras escaleras para bajar al subterráneo...

El sujeto volvió a hablar:

—Además siempre deben tener en mente nuestro lema: "Muerte para entrar, muerte para salir".

Raidel entrecerró los ojos. ¿Qué significaban aquellas palabras?

Y tras girar por varias esquinas más, los tres llegaron a su destino: Era un gigantesco salón, el cual estaba tan bien iluminado como si estuviese bajo la luz del sol. Raidel alzó la mirada y observó que la totalidad del techo estaba irradiando una luz blanca y casi cegadora.

La sala estaba repleta de gente. Habían al menos cincuenta mesas pequeñas repartidas por toda la estancia de manera circular, y en cada una de ellas había un sujeto de armadura negra y brillante que estaba atendiendo a personas de atuendos diferentes. A Raidel no le cabió ninguna duda que estos últimos eran nuevos miembros que también querían unirse al White Darkness.

Y pese a que había una considerable cantidad de gente, el lugar estaba en completo silencio, como si todos estuvieran susurrando en vez de hablar en voz alta o como si el lugar estuviera embutido en un poderoso hechizo para que la gente no pudiera escuchar las conversaciones de los demás.

El hombre de la nariz aguileña señaló una mesa vacía, la cual estaba ubicada en una esquina alejada, y los tres se dirigieron hacia allí.

Él se sentó en una silla a la cabeza de la mesa, junto a varios papeles, mientras que ambos lo hicieron al otro lado.

Hubo un largo silencio en el que el individuo revisó varios documentos y garabateó símbolos extraños con una pluma de tinta negra.

—Así que me decían que ustedes son fuertes, ¿no? —dijo el hombre sin dejar de escribir sus símbolos en un papel en blanco.

Keila abrió la boca para decir que tal vez Raidel había exagerado un poco al hacer semejante declaración, pero el muchacho habló primero:

—Lo somos, señor —dijo—. Somos muy fuertes.

—Bueno, entonces no les molestará que les envíe a una misión de alto riesgo, ¿no?

—¿Misión? —dijo ella, algo confundida—. Yo creí que todavía éramos reclutas...

El hombre dejó de escribir para mirarla.

—Estás en lo correcto. —Con un dedo señaló a las personas del salón que no llevaban las armaduras negras—. Todos ellos también son reclutas —dijo—. Si quieren ser miembros de verdad tendrán que cumplir con éxito una de nuestras misiones. Recuerden el lema: "Muerte para entrar, muerte para salir". Si quieren entrar, tendrán que aniquilar a uno o varios de nuestros enemigos. En cambio, si quieren salir... solo podrán hacerlo con la muerte. No hay otra forma.

Keila ahogó un suspiro. Ya empezaba a comprender cómo funcionaba todo esto. Si ellos fracasaban en la misión asignada, el White Darkness los mataría. Y ahora que ya estaban allí abajo, ya no había vuelta atrás.

—¿Y cuál es esa misión? —dijo Raidel con una tranquilidad excesiva. Evidentemente no comprendía lo que estaba en juego.

El hombre se puso a rebuscar entre varios papeles, intentando encontrar la misión perfecta para ambos.

El pelirrojo miró a sus alrededores. Le parecía increíble que toda esa cantidad de gente quisiera unirse... Eran cien o doscientas personas. Sin duda esta organización debía ser increíblemente importante.

Al cabo de unos minutos, el hombre de la nariz aguileña alzó un papel y lo colocó frente a ambos.

—Su misión será asesinar a Vlador Zestror, uno de los nobles más poderosos e influyentes del reino Dorsian

—¿Asesinar a un noble? —dijo el muchacho, horrorizado, mirando el dibujo del rostro de aquel hombre, el cual estaba ubicado en el extremo superior de la hoja—. ¿Puedo preguntar...?

—Vlador es el dueño del Mercado Negro más importante de Dorsian, en el que se trafican armas, objetos mágicos prohibidos, animales, personas... Nosotros hicimos un trato con esta persona cuando él creó su Mercado Negro. En dicho tratado se estipulaba que nosotros le brindaríamos protección e invisibilidad a cambio del 75% de sus ganancias. Pero ahora resulta que, según nuestras fuentes fidedignas, sus ganancias han incrementado drásticamente en los últimos años debido a que su mercado se popularizó gracias a la perdurabilidad que nosotros mismos le hemos brindado con nuestra protección. Sin embargo, Vlador insiste en que sus ganancias no han incrementado en lo absoluto... pero lo que desgraciadamente no sabe es que nosotros tenemos poca paciencia... No se puede jugar con el White Darkness.

Raidel tragó saliva. Aunque una parte de él estaba algo aliviada. Aniquilar a un criminal debía ser mejor que aniquilar a un inocente que por alguna razón fuese enemigo del White Darkness, ¿cierto?

Pero a Keila le preocupaba algo más aparte de la posibilidad de que la víctima fuese inocente o no.

—¿Nosotros dos solos contra uno de los nobles más poderosos de Dorsian, quien controla el Mercado Negro del reino? —dijo ella, casi sin poder creer lo que había escuchado—. ¿Cómo planeas que lo aniquilemos? No somos tan fuertes como para,..

—No te preocupes —dijo él con rostro inexpresivo, como si no le interesara en lo absoluto si ellos vivían o morían—. A ustedes los acompañará siete reclutas más.

—Bueno, si somos nueve entonces tal vez sí podríamos... —empezó a decir Raidel, pero Keila lo interrumpió:

—¿En dónde se supone que encontraremos al tal Vlador en primer lugar?

—Él vive en uno de los castillos más protegidos y fortificados de Dorsian. Les recomiendo tener mucho cuidado porque su fortaleza es tan grande que parece un reino en miniatura, y además está resguardado por una gran cantidad de guardias, criaturas inanimadas y hechizos contra posibles atacantes... Por mucho es el castillo más temido de Dorsian.

—Bueno, ya cambié de opinión —dijo Raidel—. Nueve reclutas definitivamente no son suficientes para matar matar a Vlador.

Pero el hombre se encogió de hombros, sin darle mucha importancia.

—Tendrán que arreglárselas con eso. Es lo que hay —dijo—. Si no pueden completar esta simple misión, entonces me temo que no son dignos de unirse al White Darkness.

Ella miró al suelo. Coincidía plenamente con Raidel. Una misión como esa debía ser otorgada a los miembros poderosos del White Darkness, no a simples reclutas como ellos... ¡Y además solamente eran nueve! Lo que les esperaba seguramente no iba a ser nada bueno...

El hombre de la nariz aguileña les entregó un pergamino enrollado.

—Es el mapa en donde está la ubicación de la fortaleza de Vlador —explicó—. Si la fortuna está con ustedes y logran completar la misión con éxito, vuelvan a este punto para enviarlos a otra base en la que sus superiores podrán determinar su nivel exacto de poder de pelea, y en base a ello se les ubicará en un equipo para que ya empiecen a formar parte del White Darkness.

Raidel y Keila no dijeron nada. Sus músculos estaban tensos y sus miradas fijas en aquel hombre.

—Ah, por cierto —añadió él—. Ni se les ocurra intentar huir porque ya saben lo que pasará, ¿no?

Luego señaló las manos de ambos.

Ellos bajaron sus miradas y vieron que en sus muñecas había una pequeña figura, del tamaño de una uña, que parecía un tatuaje. Era el dibujo de un dragón negro y blanco.

Keila apretó fuertemente las mandíbulas. Sin duda eran rastreadores... Acto seguido miró al individuo de enfrente, quien estaba sentado en su silla con absoluta tranquilidad y hasta aburrimiento. ¿Cuándo fue que él les colocó aquellos rastreadores en las manos?

...Tal vez fue en el mismo instante en el que bajaron las escaleras y pusieron un pie dentro del territorio dominado por el White Darkness; un territorio que seguramente estaba embutido con un millar de hechizos mágicos del más alto nivel en los nueve continentes...

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