✡ CXXVIII
Capítulo 128: Mazmorras
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A ambos los habían llevado a pequeñas celdas separadas, las cuales no tenían puertas, sino mágicos y transparentes Campos de Fuerza que impedían la entrada y la salida de los reclusos. y eran muy parecidos al de la Gran Barrera que separaba Roca Blanca de los demás continentes, solamente que estos invisibles muros eran mucho más pequeños.
Eran celdas sucias y mugrientas. La pintura negra de las paredes era tan antigua y se encontraba tan desgastada que ahora estaba casi gris.
En cada celda había una pequeña cama, un lavabo, un banquillo, y un inodoro. Fuera de eso, nada más.
Lo primero que intentó el muchacho cuando lo metieron ahí dentro fue, obviamente, intentar romper el invisible Campo de Fuerza que hacía de puerta, pero éste era más sólido que el más duro de los metales que Raidel hubiera conocido jamás, de modo que sus intentos no dieron ningún resultado.
A Raidel y a Keila no les quedó más opción que sentarse en el banquillo y esperar su destino inevitable. Creían muy probable que los fueran a ejecutar aquella misma tarde.
Pero pasaron las horas, las cuales pronto se convirtieron en días. Nadie iba a verlos a excepción de los guardias para entregarles comida a través de una doble ranura muy pequeña que tenía el Campo de Fuerza.
Y cuando llegó el cuarto o quinto día, Raidel ya no pudo soportar más y empezó nuevamente a golpear la muralla invisible. Esta vez con mayor desesperación. También golpeó las paredes de la celda pero fue en vano, ya que éstas también estaban protegidas por Campos de Fuerza.
Y al cabo de unas horas, Raidel se rindió y se acostó en el colchón, jadeante y sudoroso. Permaneció en silencio un buen rato, pensando en si podría vencer a todos los guardias y soldados de Xulei, ya que suponía que eso sería necesario para salir con vida de aquel lugar.
El pelirrojo ya se estaba preparando para lo peor cuando escuchó pasos fuera de la celda. Raidel abrió los ojos y se puso de pie. Por un segundo pensó que eran los guardias con la ración de comida de la noche, pero era todavía era demasiado temprano para ello...
Y quien apareció fue un hombre con un magnífico traje de color azul oscuro, el cual parecía desprender una clase de aura desconocida para Raidel, como si aquellos trapos tuvieran vida propia o algo similar. Era un hombre de piel oscura, rostro redondo, y bien afeitado, cuya mirada era penetrante, como si pudiera leer el interior de las personas. Y estaba flanqueado por dos altos magos. Uno a su izquierda y otro a su derecha.
Este hombre resultó ser el "interrogador" e hizo un montón de preguntas a Raidel y a Keila por separado. Y, para sorpresa del hombre, las dos versiones que relataron los reclusos coincidían entre ellas perfectamente bien. Pero eso no significaba que dijeran la verdad, ya que sus versiones estaban cargadas de descaradas difamaciones en contra de la memoria del fallecido profesor Tandor, quien fue uno de los magos más grandes de Xulei cuando estuvo con vida. Nadie en su sano juicio hubiera podido creer las calumnias que ellos atribuyeron al profesor, por más seguros que sonaran de sí mismos.
Resultaba que, según ellos, el difunto profesor Tandor les había querido robar y, además, vender sus cuerpos a algún supuesto "Mercado Negro". Y luego aseguraron que él había dicho que era el líder de Serendal Kestrer.... ¡Serendal Kestrer! Eso era inaudito...
Serendal Kestrer era el Gremio de Magos Oscuros más temible de Xulei. Era una banda criminal bastante grande e influyente. Entre otras cosas ellos robaban, mataban, hacían trata de personas, algunos de sus miembros incluso asesinaban por dinero... Eran los enemigos más poderosos del reino. El sugerir que el fallecido profesor Tandor era el "líder" de esta banda de criminales abominables era la peor de las ofensas que alguien podía hacer a un difunto.
Así que el interrogador se marchó del lugar, sin creer ni una palabra, pese a que ellos sonaban seguros de sí mismos y que hasta parecían desesperados.
Y al siguiente día, la sentencia les llegó por parte de uno de los informantes: los decapitarían a ambos en la plaza central del reino. Una ejecución pública.
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Raidel y Keila estaban sumidos en una profunda angustia tras haber escuchado la sentencia que recibirían. Ambos ya ni siquiera tenían ganas de luchar por su supervivencia... Y quizá esto se debiera a que Xulei era un reino como ellos no habían visto antes. La magia en aquel lugar era tan palpable, tan extensa, tan increíble...
Y ahí estaban. Sentados en los banquillos de sus respectivas celdas, mirando al vacío.
El noche se convirtió en día. Ninguno de ellos pudo dormir, ya que el día de la ejecución había llegado.
Raidel le había dado vueltas al asunto toda la noche, pero al final no logró llegar a ningún lado. No se le había ocurrido ninguna estrategia viable para intentar escapar. Después de todo, tendrían que enfrentarse a un millar (o quizás más) de magos, soldados, guardias, si querían huir de Xulei con vida. Y no había que mencionar que apenas habían podido derrotar a Tandor, un único mago. ¿Cómo iban a poder vencer a mil?
Y en medio de sus cavilaciones fue cuando el ruido de los pasos se hicieron sonar de nuevo. El muchacho se puso de pie con una expresión de repentina determinación en el rostro. Se hizo sonar los nudillos, mientras pensaba en que solo le quedaba abrirse paso a golpes hasta salir de Xulei. Al fin y al cabo eso es lo que siempre hacía...
Un hombre calvo de aspecto demacrado —como si no hubiera dormido lo suficiente en los últimos meses— apareció ante ellos, quien estaba rodeado por una multitud de magos de sombreros puntiagudos.
Y de un simple chasquido de dedos, el calvo hizo desaparecer el Campo de Fuerza que había estado bloqueando la entrada.
Raidel ya se disponía a prender su cuerpo en llamas y luchar hasta la muerte, pero el hombre dijo:
—Sal, eres libre.
Raidel se detuvo en seco, con un puño a la altura de su cabeza.
—¿Qué?
El calvo se dirigió hacia la celda de Keila y también la abrió. Ella salió con pasos cortos. Parecía tan confundida como Raidel.
Ambos se fijaron en las grandes ojeras oscuras que él tenía bajo los ojos.
—¡Felicidades! —dijo el calvo con gran entusiasmo—. No sé quienes sean, pero yo, como el Director de la Escuela de Magos de Xulei, les doy mis más sinceras felicitaciones.
—¿De qué se trata todo esto? —dijo Keila después de un largo silencio en el que ninguno reaccionó de ninguna manera.
—Por más increíble que parezca, ustedes estaban en lo correcto. Tandor sí resultó ser un miembro de Serendal Kestrer después de todo. ¡Sus tatuajes lo demuestran!
Raidel y Keila se miraron entre ellos.
—¿Tatuajes?
—Los miembros de dicho Gremio tienen tatuajes inscritos en el hueso del antebrazo izquierdo. Tuvimos que cortar la piel del brazo y sacar los músculos para poder verlo...
Ambos compañeros se miraron nuevamente.
Ni en un millón de años el muchacho habría imaginado que alguien podía llevar un tatuaje en el hueso...
El continente Colmillo Rojo le estaba sorprendiendo cada día más...
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Raidel y Keila salieron de las mazmorras hacia la luz del atardecer que iluminaba tenuemente el reino. Observaron que un millar de personas los estaba esperando afuera para darles sus felicitaciones y aplausos por "descubrir" que Tandor era en realidad el líder del tenebroso Gremio de Magos Oscuros.
Ambos aceptaron las felicitaciones de la gente, pero se alejaron lo más rápido posible del lugar.
Y ahora se encontraban caminando tranquilamente por una de las calles del reino. La noche ya estaba empezando a hacerse presente, de modo que las esferas mágicas de luz comenzaron a flotar hacia el cielo y a encenderse con una luz blanca y cegadora que alumbraba el lugar.
A modo de recompensa e indemnización, el Director les había regalado una gran bolsa del tamaño de una pequeña mochila, la cual estaba repleta de gemas rojas. Ambos agradecieron aquel gesto.
—No me importaría quedarme un par de días en Xulei —dijo Keila, rompiendo el silencio—. Pero hay un pequeño problema con eso...
Ambos seguían caminando por una de las estrechas calles del reino, la cual estaba casi desierta.
—¿Qué? ¿Qué cosa? —balbuceó el muchacho, demasiado ocupado contando el número de gemas que habían en la bolsa.
—Si nos quedamos, podríamos ser el blanco del Gremio Serendal Kestrer —dijo ella con un suspiro—. Me imagino que deben estar muy enfadados por la muerte de su "líder". Así que más vale retirarnos cuanto antes... Xulei ya no es seguro para nosotros.
—Pfff, ¿qué importa? Ningún maldito lugar en el que hayamos estado es seguro para nosotros —dijo el muchacho con una risita.
Keila sonrió. Pese a que las palabras de Raidel fueron emitidas con su típico tono sarcástico, tenían una buena parte de verdad. Los Clanes de las Montañas, el Imperio Khen, los mercenarios, los cazarrecompensas, y ahora posiblemente Serendal Kestrer. Desde que salieron de la montaña Therd sus días se habían visto plagados de persecuciones, una tras otra, y cada vez de una gravedad más grande.
—Y bueno, ¿qué hacemos? —dijo el muchacho tras un momento de silencio, mientras seguía contando las gemas.
—Compraremos pasajes hacia el Desierto de la Luna Amarilla hoy mismo.
A Raidel le brillaron los ojos al escuchar aquello.
De modo que se dirigieron hacia la casa de transportes en busca de los boletos. El lugar estaba atestado de gente, así que tuvieron que hacer fila para que el recepcionista los atendiera. Resultó que el hombre que se estaba encargando del local aquel día los había reconocido gracias a que el rostro de Raidel y Keila había salido en los periódicos de reino como los dos individuos que "descubrieron" que el prestigioso mago Tandor era, en realidad, un malhechor de Serendal Kestrer. Así que el recepcionista les regaló boletos de primera clase para esta misma noche, los cuales eran dorados y tan brillantes que parecían irradiar luz propia.
Raidel y Keila pasearon por el reino hasta la hora de la partida. Y mientras caminaban por las calles tuvieron la oportunidad de observar una multitud de cosas tan extrañas que sin duda serían imposibles sin magia. Luego regresaron a la casa de transportes y se quedaron con la boca abierta en cuanto un empleado les mostró la casa en la que viajarían. Era inmensa. Magnífica. De seis pisos, y la cual estaba pintada de un color dorado tan resplandeciente como el de los boletos.
Ambos viajarían con otras personas, pero Raidel y Keila ocuparían el último piso.
Y entonces la gran puerta de la casa se abrió por si sola, como si un fantasma la hubiera empujado.
—Bueno, adiós Xulei —dijo Raidel, mirando por una última vez el magnífico reino—. Hola, Desierto de la Luna Amarilla... Hola White Darkness.
Y a continuación el muchacho entró en la casa a paso decidido.
Keila fue tras él.
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