✡ CXXVII
Capítulo 127: Tandor
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En cuanto el mago acabó de decir aquellas últimas palabras, Raidel se lanzó hacia él, llevado por una furia asesina. No podía permitir que alguien ofendiera a sus amigos y saliera ileso. Sin embargo, antes de que pudiera llegar a su objetivo, el mago alzó su báculo mágico y recitó unas cuantas palabras en un idioma desconocido. Indudablemente era alguna clase de conjuro.
A continuación el báculo se convirtió en una gigantesca serpiente de cinco metros de largo que se movilizó rápidamente hacia el muchacho, luego enrolló su cuerpo, y lo hizo caer al suelo. Era un animal largo y grueso, de color azul marino y con rayas verdes.
—¡Te iba a dejar vivir, pero no puedo dejar pasar por alto esta insubordinación! —rugió el mago, mientras agitaba su báculo en el aire—. ¡Muere!
Y en cuanto Tandor dijo aquellas palabras, la serpiente abrió la boca, revelando unos colmillos tan grandes y afilados como dagas. El animal estuvo a punto de arrancar la garganta de Raidel de un mordisco, pero entonces apareció Keila y, utilizando su espada de doble filo, cortó la cabeza de aquel horrible animal, la cual cayó al suelo sin nada de sangre. Ni una gota.
Acto seguido el cuerpo sin vida de la serpiente se convirtió otra vez en el báculo.
Raidel se puso de pie, mientras se sacudía sus ropas del polvo.
—Vaya, vaya —dijo el muchacho con una amplia sonrisa—. Debo admitir que no había visto nada como eso antes...
Pero aunque la serpiente que él había creado o invocado había sido derrotada, el mago no parecía muy preocupado, quien simplemente se limitó a mirarlos fijamente mientras que con una mano se acomodaba el sombrero puntiagudo sobre su cabeza.
Raidel cogió el báculo que estaba tirado en el suelo y amenazó al mago con él.
—Esto acaba aquí mismo —dijo el muchacho con una repentina sonrisa en el rostro—. Ríndete o no soy responsable de lo que te pueda suceder.
—Son más fuertes de lo que imaginaba... y también más osados —reconoció el mago mientras esbozaba otra de sus malignas sonrisas—. Sin embargo...
A continuación Raidel tiró el báculo que estaba sosteniendo en las manos, ya que éste empezó a transformarse de nuevo. Y al poco tiempo se convirtió en una horrible criatura que parecía humana pero tenía doce piernas y se movía como una araña. Este monstruo estaba completamente desnudo y tenía la cabeza calva y pálida. Sus ojos reclamaban sangre a como diera lugar. De su espalda le salían inmensos brazos de dos metros. Y en donde deberían estar sus dedos, tenía gusanos que se revoloteaban y se agitaban de un lugar a otro, en busca de una presa.
—Este es un Jeger —dijo el mago.
Raidel intentó golpearlo, pero la criatura esquivaba todos sus ataques y lanzaba los suyos propios.
El muchacho retrocedió varios pasos para poder pensar en una estrategia de ataque, pero entonces se tropezó con una piedra que él habría jurado que no estaba ahí y cayó de espaldas al suelo.
A continuación el monstruo se le echó encima y empezó morder su cuello con sus podridos y negruzcos dientes.
Raidel aulló del dolor. Intentó prender su cuerpo en llamas, pero no pudo... por alguna maldita razón no podía hacerlo...
De modo que al muchacho no le quedó más opción que usar sus puños. Golpeó a la criatura varias veces, pero ésta seguía mordiendo el cuello del muchacho con una tenacidad propia de los monstruos infernales. Al final Raidel logró desenfundar la espada que tenía colgada del cinturón y con ella atravesó el cráneo de la bestia, quien se desplomó sobre el suelo y no volvió a moverse. Una vez más, no salió nada de sangre del cadáver.
Raidel se puso de pie, con una mano sobre la herida que tenía en el cuello. Creyó ingenuamente que todo había terminado, sin embargo cuando se fijó en sus alrededores vio que el parque en el que se encontraban estaba plagado de horribles monstruos, quienes eran absolutamente repugnantes. Cada cual más horrible que el anterior. Y eran miles de ellos... ¡Miles!
Las criaturas estaban volando, moviéndose, desplazándose, arrastrándose por todo el lugar alrededor de Raidel.
Algunos parecían gusanos, otros escarabajos o moscas gigantescas, pero en todos los casos los monstruos tenían cabezas de humanos. Eran tan abominables a la vista que Raidel intentó retroceder, intentó huir, pero estaba completamente rodeado.... los monstruos eran miles y no dejaban de aparecer, quienes empezaron a susurrar cosas en un idioma siniestro e infernal.
El muchacho miró de un lado a otro, desesperado. ¿En dónde diablos estaba Keila y el mago? Él no lograba verlos por ningún lado. ¿Acaso habían desaparecido? ¿Qué diablos estaba sucediendo?
Y fue justo entonces cuando escuchó un horrible grito a lo lejos, el cual también empezó a pedir ayuda desesperadamente. Raidel conocía la voz: Era Keila.
Y ahí fue cuando la vio: Keila estaba a unos treinta metros de distancia, siendo atacada por una horda de innumerables criaturas del infierno.
—¡NOOO! —aulló Raidel y enseguida se dirigió hacia ella a toda prisa para ayudarla.
Pero en cuanto se movió, una docena de monstruos cayeron sobre él, quienes clavaron sus colmillos y garras sobre la frágil carne de sus brazos, piernas, torso y cabeza.
Raidel soltó un horrible aullido de dolor, sintiendo como su carne era dolorosamente desgarrada en muchos lugares diferentes. El sufrimiento era tal que él no pudo mantenerse de pie y cayó al suelo en una maraña de jadeos y tormentosos gritos.
El muchacho intentó prender su cuerpo en llamas, pero, una vez más, no pudo hacerlo.
Otra docena de monstruos hambrientos y sedientos de sangre se lanzaron contra él, los cuales empezaron a devorar su carne a mordiscos. Raidel rugió, sintiendo que un charco de sangre se estaba empezando a formar debajo de él. La pérdida de sangre hacía que su visión se nublara, y luego también empezó a perder la consciencia.
Raidel notó que sus músculos ya no le respondían. La parálisis era total...
Y cuando sus ojos ya estaban por cerrarse, el muchacho vio algo que lo aterrorizó hasta límites indescriptibles:
La cabeza decapitada de Keila estaba rodando por el suelo y fue a detenerse junto a él.
El grito que soltó a continuación fue más desgarrador que ningún otro emitido por las bestias:
—¡NOOOOOOOOOOOOO! ¡KEILAAAAAAAAAA!
Los monstruos siguieron devorándolo. Una criatura que parecía una pulga gigante le arrancó el brazo derecho de un mordisco y se lo tragó entero.
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El mago y Keila miraron cómo el muchacho se revolvía en el piso como un loco mientras gritaba cosas que no tenían ningún sentido. Nada lo estaba atacando ni nadie estaba cerca de él, pero Raidel no dejaba de revolverse en el suelo mientras gritaba incesantemente como si fuera presa de un dolor descomunal... Parecía que alguien lo estaba atacando...
Todo comenzó cuando Raidel había agarrado el báculo del mago. Luego se tiró al piso y empezó a revolcarse y a delirar como un auténtico desquiciado.
Keila, quien se encontraba a su lado, estaba pasmada y hasta algo pálida. Miró a Raidel y al mago repetidas veces. Al final su vista se fijó en este último. Y con una voz cargada de cólera y rabia, dijo:
—¿Qué diablos le hiciste?
El mago seguía de pie enfrente de ellos, con una sonrisa en su rostro.
—Esto es lo que tu amigo gana por tocar los objetos que no le pertenecen...
—¡Detén lo que sea que estés haciendo! —advirtió Keila.
—¿O si no qué? ¿Me matarás? —El mago soltó una carcajada.
Keila alzó la espada de doble filo que tenía en las manos y se colocó en posición de batalla.
El mago soltó una risita al verla.
—Vaya, cree que me puede derrotar —murmuró como si hablara consigo mismo—. ¡Cuánta ignorancia!
A continuación el hombre desenfundó las dagas que llevaba colgadas del cinturón. Eran armas completamente negras y cuyas formas eran tan raras que Keila jamás había visto nada parecido. Unos símbolos y runas estaban inscritas en aquellas dagas.
Ambos se quedaron estáticos en posición de batalla por unos segundos.
Raidel volvió a gritar con tal fuerza que Keila sintió que sus tímpanos estaban a punto de romperse.
Ella miró a su compañero por un segundo y luego su vista fue a posarse sobre el objeto que estaba a su lado: El báculo de media luna del mago. En aquel momento su luz plateada era especialmente brillante.
A Keila por poco se le escapa una sonrisa. Se le había ocurrido una magnífica idea.
Ella se dirigió rápidamente hacia Raidel y estiró un brazo, como si quisiera coger algo.
—¡NOOO! —gritó el mago, sabiendo lo que iba a hacer. El hombre arrojó sus dagas hacia Keila, pero ella rodó rápidamente en el suelo para esquivarlas. Las dagas pasaron de largo, por lo que Keila se permitió bajar la guardia para poder realizar lo siguiente.
De un simple movimiento, la espada de Keila rompió el báculo mágico por la mitad, el cual había estado tirado en el suelo, al lado de Raidel.
Y fue solo entonces cuando aquel bastón de media luna dejó de brillar por completo. Sus poderes mágicos habían desaparecido...
Keila estuvo por sonreír, pero entonces se fijó en que las dagas que ella había esquivado estaban dando la vuelta y ahora se dirigían hacia Raidel.
—¡MUERE! —gritó el mago con una potencia estremecedora.
Y en cuanto las dagas estuvieron por impactar contra el cuerpo del pelirrojo, éste abrió repentinamente los ojos y rodó en el piso. Las dagas acabaron impactando contra el suelo.
El muchacho se puso de pie en un salto.
—¡Raidel! —exclamó ella, muy entusiasmada al ver que su estrategia había funcionado.
El chico observó a su amiga con los ojos muy abiertos, como si no pudiera creer lo que estaba viendo.
—Estás viva... —murmuró Raidel y luego miró al mago que estaba de pie frente a ellos—. ¿Qué demonios sucedió?
—¡Maldita sea! —gritó el Tandor con una furia incontenible—. ¡Ese báculo me lo regaló mi padre cuando yo era niño! ¿Cómo pudiste romperlo? ¡Maldita arpía!
Raidel se miró las manos y las piernas. No tenía ni una sola herida... Luego se fijó en el mago.
—No sé qué diablos me hiciste, pero te lo haré pagar muy caro... —sus ojos centelleaban de la furia.
—¿Ah, sí? ¡Pues inténtalo! —El mago hizo un movimiento con sus manos, y entonces las dagas que estaban clavadas en el suelo se elevaron en el aire y se dirigieron rápidamente hacia Raidel.
—¡Cuidado! —dijo Keila.
Pero el muchacho ya las había visto. Rodó en el suelo y luego se dirigió hacia el mago con una incontenible furia animal para acabar con él. Pero entonces Raidel retrocedió repentinamente. Las dagas del mago volaban de un lado a otro en busca de su cabeza, por lo que el muchacho lo tenía bastante difícil el poder acercarse al enemigo, ya que debía de estar esquivando constantemente las dagas de Tandor.
Raidel soltó una maldición, mientras retrocedía y se agachaba, intentando evadir los rápidos proyectiles que volaban en el aire como pájaros.
Y desde quince metros a la distancia, Keila arrojó su espada contra el mago. Tandor estaba tan concentrado en el muchacho que por poco no logró ver la espada acercarse a él. Apenas pudo agacharse para esquivarla.
Raidel sonrió y se lanzó al ataque ante esta gran oportunidad.
El mago recuperó la compostura y dirigió las dagas hacia la espalda del pelirrojo, pero el ataque de Raidel llegó primero, quien lanzó un potente golpe contra su rival. El mago lo bloqueó con la palma de la mano, pero el golpe resultó tan poderoso que varios huesos de su mano crujieron y se rompieron.
Tandor retrocedió, soltando un potente grito de dolor. Sin embargo todavía tuvo fuerzas para controlar las dagas voladoras, las cuales chocaron contra la espalda de Raidel con un sonoro golpe.
El muchacho cayó al suelo entre gruñidos tormentosos. Tandor dio un paso al frente, dispuesto a rematarlo pero al último segundo se acordó de Keila. El mago alzó la mirada y la buscó, pero ella no se encontraba en donde había estado hace unos segundos atrás...
Keila había bordeado sigilosamente el campo de batalla, y ahora se encontraba al otro lado de éste. Ella se acercó silenciosa y rápidamente a Tandor desde atrás, y, cuando llegó a él, alzó los brazos, y con un rápido y brusco movimiento le torció el cuello.
Tandor se desplomó en el suelo con la cabeza completamente volteada hacia atrás. En donde se suponía que debía estar su rostro ahora estaba la parte trasera de su cabeza.
Keila soltó un suspiro de alivio y se sentó en el suelo, mientras observaba a Raidel.
Ambos estaban agitados tras esta difícil batalla. Keila se detuvo unos segundos para recuperar un poco el aliento hasta que dijo:
—Hey, ¿estás bien?
El muchacho se levantó del suelo con las dagas aún clavadas en la espalda.
—¡Malditos sean los magos! —dijo observando el cadáver de su rival—. Se lo tiene bien merecido...
—¿Qué hacemos con él?
Pero en ese momento ambos se giraron al sentir que varios ojos los estaban observando.
Varias docenas de hombres con sombreros de magos y con las mismas túnicas de Tandor salieron de entre las sombras y los rodearon por completo.
Raidel y Keila no hicieron nada. No podían hacer nada contra tantos.
—Un anciano de barba blanca dio un paso al frente.
—Quedan arrestados por el asesinato de Tandor, uno de los profesores más importantes y prestigiosos de la Escuela de Magos de Xulei.
Ambos compañeros no opusieron resistencia... Solamente maldijeron su suerte.
¿Por qué su suerte siempre era tan mala?
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