✡ CXXVI
Capítulo 126: Magia
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Raidel y Keila tuvieron que caminar por dos días para llegar a Xulei, el reino más cercano.
Y en cuanto llegaron, a altas horas de la noche, Raidel se había quedado con la boca abierta al observar el lugar, ya que ante a sus ojos tenía cabida un panorama tan increíble como él jamás lo había visto. Era simplemente inaudito.
Observó que el reino ni siquiera tenía una muralla, pero eso era lo menos sorprendente, ya que desde la lejanía ambos pudieron observar una gran cantidad de objetos que sin duda eran mágicos. Las calles, parques, viviendas y prácticamente todo el reino estaba alumbrado bajo la luz de innumerables esferas del tamaño de una cabeza que estaban flotando a varios metros de altura... y algunas de éstas incluso se movían, como si tuvieran vida propia.
Pero las cosas no terminaban ahí. Observaron que algunos habitantes llevaban grandes bastones en las manos, cuyo extremo superior acababa en una resplandeciente media luna que brillaba con un color plateado. Este objeto indudablemente era un báculo. Algunos de ellos también llevaban túnicas largas y a azuladas, y tenían un sombrero puntiagudo sobre sus cabezas.
—Ellos deben ser de la Escuela de Magos de Xulei —dijo Keila, mirándolos fijamente.
—¿E-escuela de Magos? —balbuceó el muchacho, sin poder ocultar su desbordante asombro, el cual también estaba cargado de gran fascinación—. ¿Acaso existe algo así?
—Pff, muchacho, parece que en verdad has pasado tu vida viviendo en una cueva —dijo mientras se ponía en marcha hacia aquel extraño reino.
Raidel la siguió con pasos cortos, sin dejar de observar a su alrededor, cauteloso.
Ambos seguían con las vestimentas de los mercenarios, las cuales habían robado antes de salir de Roca Blanca. Eran atuendos oscuros con plateadas cotas de malla sobre sus torsos.
El muchacho recordó que en Roca Blanca la mayoría de viviendas eran pequeñas, de madera o ladrillo y muy antiguas. Pero en este reino las edificaciones estaban hechas de cerámica o mármol, y en la más pequeña de las casas podrían habitar diez personas cómodamente.
Ambos entraron a Xulei.
Las concurridas calles enteramente pavimentadas estaban relucientes gracias a las luces mágicas que iluminaban el reino. Incluso parecía que era de día.
Raidel alzó la mirada y vio que alguien se estaba movilizando en el cielo encima de lo que parecía ser una alfombra voladora. Esa visión le había provocado una sensación extraña en el estómago como de acidez estomacal.
Las vestimentas de algunas personas también tenían luces de colores, y varios otros llevaban mascotas estrafalarias consigo, las cuales parecían osos en miniatura o rinocerontes peludos o elefantes rojos, pero en todos los casos las criaturas no era mucho más grandes que los gatos. El muchacho jamás había visto nada parecido.
Y en cuanto ya se hubieron desplazado tres calles, Keila se detuvo de repente y le regresó a ver al muchacho.
—Hey, estás llamando demasiado la atención...
—¿Qué? ¿Disculpa? —dijo el muchacho, sin dejar de observar el muñeco de trapo de dos metros de altura que estaba bailando fuera de una taberna, al son de la música.
—Sé más discreto, ¿quieres? Eres demasiado evidente... —dijo ella en un susurro—. Yo tampoco he estado jamás en este continente, pero al menos no parezco como si hubiera llegado de otro universo...
—¡Es que este es otro universo! —replicó el muchacho con el tono de voz demasiado alto para disgusto de Keila—. ¡Todo es diferente aquí! ¡Todo!
Ambos se fijaron en que un tipo con el sombrero puntiagudo de mago se detuvo para observarlos. Era alto y tenía una barba de candado alrededor de la boca.
Raidel y Keila siguieron caminando. Y en cuanto hubieron cruzado por la esquina, bajo un elegante puente de piedra, Keila volvió a hablar:
—Si alguien llega a saber que venimos de Roca Blanca, eso puede traernos problemas... Puede hacernos el objetivo de estafas o ataques...
—Está bien. No tienes de qué preocuparte. Le haré honor a mi reputación y actuaré como un verdadero hombre...
Sin embargo, al cruzar otra esquina, Raidel no pudo evitar soltar un grito de sorpresa y fascinación al ver que, frente a la puerta de un majestuoso palacio, se alzaba un gigantesco Golem de Piedra: un monstruo con forma humana pero de cinco metros de altura, el cual estaba hecho completamente de roca y era extremadamente robusto, cuyos brazos y piernas eran mucho más gruesos que los troncos. Daba la impresión de que era una simple una estatua, sin embargo ambos vieron que este movía su cabeza, la cual era una roca redonda con dos puntos brillantes a la altura de los ojos.
—¡Increíble! —exclamó el muchacho fuertemente y luego fue corriendo hacia el monstruo de piedra, ignorando los gritos de Keila.
Y en cuanto llegó a él, Raidel quiso tocarle con una mano, pero el Golem levantó rápidamente un brazo y descargó un potente golpe contra él.
Raidel, quien no se esperaba el ataque, solo alcanzó a bloquearlo con sus brazos en posición de X.
Y si no hubiera sido por ello, el monstruo seguramente le habría arrancado la cabeza.
Pese a que su gigantesco puño impactó contra la defensa del muchacho, el golpe había sido tan poderoso que lo había enviado a volar unos cuantos metros por los aires.
Raidel cayó al suelo de pie, bastante lejos de la criatura de piedra. Al instante percibió el terrible dolor que recorría sus brazos, el cual era tan intenso que el muchacho tuvo que bajar la mirada para comprobar que sus huesos no se hubieran roto.
Keila se colocó a su lado, lista para luchar, pero el Golem no se movió. Se quedó completamente inmóvil, delante de la enorme puerta del castillo, como una estatua.
Y al notar que éste ya no iba a atacar, Raidel bajó sus brazos y se relajó, pero entonces Keila le dio un fuerte coscorrón en la cabeza.
—¿Por qué te acercaste a esa cosa? —dijo ella, furiosa.
—Diablos, ¿cómo iba a saber yo que me atacaría?
—Es un guardia. Está protegiendo el castillo —dijo ella—. Te consideró un enemigo porque te acercaste demasiado. No debiste intentar tocarlo.
Raidel alzó la vista y miró el gigantesco palacio que tenía frente a él. Pocas veces había visto uno más magnífico que aquel. Tenía innumerables torres, era de color dorado brillante y en la parte más alta se alzaba un domo circular que parecía estar hecho enteramente de cristal. Era un palacio increíble hasta para ser parte del reino Xulei. El muchacho se preguntó qué clase de familia podría darse el lujo de vivir en semejante lugar...
Ella le tocó el hombro.
Al darse la vuelta, el muchacho vio que una considerable cantidad de gente se había reunido en la esquina, detrás de ambos, los cuales los estaban mirando con malos ojos mientras se susurraban entre ellos cosas ininteligibles.
—Creo que es hora de irnos —dijo ella, mientras se ponía en marcha. Su paso era ligero y veloz. Quería marcharse cuanto antes del lugar.
Raidel se apresuró para alcanzarla.
—¿Pero a dónde? —quiso saber—. ¿A dónde iremos?
—Según el mapa que nos dio el Ermitaño, el Desierto de la Luna Amarilla todavía queda bastante lejos... El gran problema es que no tenemos dinero...
—¿Qué más da? Iremos caminando, corriendo o lo que sea. Así fue como llegamos a la frontera de Roca Blanca en primer lugar, ¿no recuerdas?
Keila soltó un suspiro.
—Mira, ya hice los respectivos cálculos, ¿y adivina qué? Si fuéramos "corriendo" hasta el desierto al mismo ritmo en el que fuimos desde la montaña Therd hasta la frontera, entonces nos demoraríamos cinco meses en llegar...
—¿Cinco meses? —Raidel soltó una exclamación de horror—. ¿Está tan lejos?
—Si no queremos gastar la vida en llegar a nuestro objetivo, entonces más vale que encontremos otra manera...
Raidel alzó la mirada al cielo. Sería imposible encontrar otra manera si no tenían dinero... Tendrían que trabajar... Pero el muchacho no quería saber nada de eso, ya que su último "trabajo" les había traído grandes consecuencias. El simple hecho de aceptar la misión de aniquilar a unos salvajes malhechores del bosque había provocado un acontecimiento desastroso tras otro, hasta que finalmente el poderoso Imperio Khen y prácticamente todos los cazarrecompensas y mercenarios del continente terminó persiguiendolos. Fue una gran catástrofe... Después de semejante experiencia, el muchacho no quería saber nada de ningún trabajo.
Las concurridas calles del reino poco a poco fueron quedando desiertas mientras avanzaba la noche. Raidel y Keila seguían caminando, sin saber qué hacer ni a dónde dirigirse.
Cruzaron tres calles más hasta que sus ojos se fijaron en un enorme letrero que colgaba sobre el techo de un local y que decía con letras rojas y parpadeantes: "Viajes a todo el Continente con el mejor precio".
Al lado de este local había un extenso terreno cubierto de hierba, el cual estaba vacío a excepción de la docena de casas que habían encima de éste. Eran viviendas grandes e idénticas entre sí, iguales a la casa que ambos habían visto volando en cuanto entraron al continente.
Keila y Raidel se miraron entre ellos por un segundo, y luego observaron que el local bajo el letrero estaba abierto.
—Al menos intentemos... —empezó a decir el muchacho.
Keila soltó un suspiro y ambos se dirigieron hacia el lugar. Entraron sin mucha prisa.
Era una estancia pequeña y bastante simple, la cual estaba iluminada por dos esferas que flotaban cerca del techo. Ambos caminaron por la alfombra roja y se dirigieron hacia el único hombre que había en el lugar, el cual estaba de pie detrás de un mostrador de vidrio, dentro del cual había una gran cantidad de llaves de diferentes formas y colores.
El hombre de cabello entrecano levantó la mirada del libro que estaba leyendo.
—Vaya, es bastante inusual tener clientes a estas horas de la noche.
Ambos se detuvieron frente a él.
—Queremos ir al Desierto de la Luna Amarilla —dijo Keila sin andarse con rodeos.
—Lo siento, tendrán que esperar hasta mañana —dijo el hombre, mientras revisaba unos papeles que tenía sobre el mostrador—. Ningún transporte sale al desierto a esta hora... Hay dos cupos para mañana a la primera hora del día...
—¿De cuánto es el costo? —se atrevió a preguntar Keila.
—Doce gemas rojas.
Raidel y Keila se miraron una vez más.
—¿Y en monedas de oro? —preguntó Raidel.
—¿Monedas de oro? —inquirió, incrédulo—. Oh, ya veo, ustedes vienen de Roca Blanca... Bueno, como deben saber, aquí no se usan las monedas de oro... Pero de todas formas puedo aceptarlas —se detuvo para hacer algunos cálculos y al final dijo—: Serían seiscientas monedas de oro.
—¿Qué? ¿Seiscientas? —dijo el muchacho con el ceño fruncido. Pero luego recordó que Legnar le había dicho que las monedas de oro eran basura para los otros continentes...
Keila miró el interior de su mochila. Solo tenía trece monedas...
Ella se dio media vuelta y se preparó para marcharse, pero a Raidel se le ocurrió una idea.
El muchacho sacó las diez piedras que le había regalado Legnar y las puso sobre el mostrador.
—Los boletos por esto... ¿Qué dices?
El vendedor las observó fijamente.
—¿Hablas en serio? Estas piedras son los objetos mágicos del más bajo nivel...
—Vamos, anciano, son diez piedras, no una sola... —dijo el muchacho, casi a modo de súplica.
—Lo lamento, no es suficiente, pero puedo darles boletos a Glesow. Está a medio camino de donde quieren dirigirse.
Keila sacó el mapa que le había dado el Ermitaño y comprobó la información. Entre la maraña de nombres y nombres que había en el mapa, Glesow estaba casi en medio de Xulei y el Desierto de la Luna Amarilla.
—Está bien, aceptamos —dijo ella, sin ver otra mejor opción.
Él cogió las piedras y se dio media vuelta para rebuscar algo en uno de los cajones. Luego se volvió hacia ellos con dos boletos en las manos. Se los entregó.
—Para mañana a las dos de la tarde.
Ambos asintieron y se marcharon del lugar. Vieron que los boletos eran rojos y tenían un sello de color verde que desprendía un intenso brillo.
Ambos se dirigieron hacia el parque más cercano y se sentaron en los banquillos de piedra que allí habían.
Se disponían a descansar cuando el silencio de la madrugada se había visto interrumpido gracias al sonido de varios pasos que se acercaban a ellos.
Raidel y Keila se pusieron de pie en cuanto vieron que se trataba del sujeto de la barba de candado que los había estado mirando antes. El hombre seguía llevando el sombrero de mago sobre su cabeza y su báculo de media luna en su mano derecha.
—Sabía que ustedes eran forasteros provenientes de Roca Blanca... y no me equivoqué... —dijo el hombre con una sonrisa en los labios.
—¿Qué es lo que quieres de nosotros? —dijo Raidel, con cautela e intentando mantener la distancia.
—Iré al grano. Denme todas sus pertenencias y no saldrán heridos —dijo mientras alzaba su báculo mágico para hacer énfasis a sus palabras—. Además tendrán que acompañarme... No intenten resistirse, ya que será inútil. Yo soy Tandor Grobster, el líder del gremio de magos más temible de Xulei. Me refiero, por supuesto, a ¡Serendal Kestrer! —Llegados a este punto, su sonrisa había adquirido tintes malignos.
Raidel y Keila no dieron muestras de reconocer aquel nombre, pero el mago no se preocupó, quien simplemente añadió:
—Me pregunto cuánto pagará el mercado negro por ustedes dos... —sus ojos se fijaron en Keila—. En especial por esa linda chica...
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