✡ CXXV
Capítulo 125: Colmillo Rojo
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Para llegar a su destino, ambos habían tenido que hacer frente a un sinnúmero de peligros que jamás pudieron haber previsto... Lo primero que hicieron al abandonar la montaña Therd fue alistarse como cazarrecompensas por una semana, ya que iban a necesitar una gran cantidad de dinero para el transporte si querían cruzar el continente. Las primeras misiones que les fueron encomendadas habían sido sencillas y de poca importancia. Pero sus increíbles desempeños en batalla habían hecho que las misiones fueran ganando cada vez mayor dificultad. Los rumores de que habían dos poderosos guerreros entre las filas de los cazarrecompensas se esparcieron rápidamente, y fue al sexto día que una familia noble y poderosa los contrató, quienes se mostraron enormemente sorprendidos en cuanto tuvieron la oportunidad de ver el Rem del muchacho con sus propios ojos. Y fue entonces cuando estos nobles llevaron a ambos a su castillo, el cual estaba ubicado a las afueras del reino Fargot. Y en cuanto llegaron se dirigieron al Inmenso patio de Entrenamiento para hacer varias pruebas personalizadas a Raidel y Keila. Y, al final, como era de esperarse, los contratistas concluyeron que ellos solos eran más aptos para la misión.
Ambos compañeros partieron aquella misma noche hacia la profunda densidad del bosque, en donde se rumoreaba que allí estaban habitando últimamente el clan de los Escorpiones Negros, quienes eran una tribu salvaje que se dedicaba al robo, la trata de personas, y al asesinato. Su misión era aniquilarlos.
El espeso bosque era tan extenso que Raidel y Keila tuvieron que buscar a los Escorpiones Negros por dos días enteros, ya que ellos nunca se asentaban en un mismo lugar por mucho tiempo. Y al final fue el humo de una hoguera la que había delatado la posición de los malhechores, la cual se alzaba al cielo con bastante claridad. Ambos no perdieron ni un segundo y se dirigieron hacia el lugar.
Se contaban por cientas. Cientas de tiendas de acampar plegables yacían en el suelo. Era un grupo enorme, tal y como habían dicho los nobles,
Raidel y Keila habían llegado al campamento en medio de la madrugada, sin molestarse siquiera en ocultarse. Y en cuanto se aproximaron al lugar, caminando con tanta tranquilidad como si estuvieran en su casa, los salvajes que se encontraban montando guardia aquella noche, dieron la voz de alarma. Con prominentes gritos advirtieron que habían intrusos e hicieron sonar cuernos que resonaron por todo el lugar.
Y entonces ambos pudieron ver con total calma cómo los miembros de los Escorpiones Negros salían de las innumerables tiendas de acampar en las que habían estado durmiendo, y agarraban apresuradamente sus armas para dirigirse hacia los intrusos, a quienes los rodearon en cuestión de segundos.
Eran hombres mayormente robustos que vestían taparrabos y llevaban largas y enmarañadas barbas, las cuales les daba un aspecto fiero. Sus brazos desnudos estaban cubiertos de tatuajes rojos que tenían diversas formas y tamaños.
Ambos compañeros se fijaron que ellos cargaban lanzas, espadas, hachas, tridentes, dagas, guadañas, y todo tipo de armas.
Y tras la pregunta del hombre que parecía ser el líder, Raidel admitió abiertamente que ellos habían venido a aniquilarlos.
Y no es necesario mencionar que la masacre que se desató a continuación había sido tremenda. Los salvajes eran ciento cincuenta o quizá doscientos, pero Raidel y Keila exterminaron a todos con las manos desnudas, en apenas pocos minutos.
El suelo quedó lleno de cuerpos sin vida, mientras que ambos amigos apenas se habían agitado.
Lo próximo había sido dirigirse al castillo para reclamar la recompensa, la cual fue de trescientas monedas de oro. Una suma exorbitante pero justa, teniendo en cuenta la gran cantidad de enemigos a la que tuvieron que aniquilar.
Y una vez hecho esto, se pusieron en marcha hacia su objetivo. El camino más corto era por la cadena de altas montañas de Lirgh, así que se dirigieron hacia el lugar sin más demora. No obstante, había sido un gran error tomar aquel trayecto porque mientras estaban escalando la montaña, cincuenta salvajes salieron de entre los árboles y los atacaron sin ningún motivo aparente. Y aunque era gente a la que no habían visto jamás, Raidel y Keila ya conocían los rojos tatuajes que ellos llevaban en los brazos. Resultaba que los miembros de los Escorpiones Negros a los que habían aniquilado en el bosque hacía pocos días atrás eran apenas una pequeña fracción del clan en su totalidad. Ambos compañeros acabaron con los cincuenta salvajes sin mucha demora, pero habían dejado a uno para interrogarlo, quien no tuvo ningún problema en soltar toda la información que sabía gracias al puño en llamas de Raidel.
Resultaba que el resto de los Escorpiones Negros ya sabían que Raidel y Keila fueron los que aniquilaron a una parte del clan... Alguien les había vendido aquella información... Sin embargo, la revelación más impactante era que el clan de los Escorpiones Negros se componía por unos cinco mil miembros en total... Y todos ellos estaban en su búsqueda para vengarse.
Y llegados a ese punto, ambos compañeros tenían dos opciones: O regresaban por donde habían venido para tomar otro camino, o seguían escalando las montañas, las cuales eran territorio de los Escorpiones Negros y otros clanes similares...
Raidel y Keila no tuvieron que pensar mucho en la respuesta: Siguieron subiendo.
Pero tal vez no fue la decisión más sensata de todas porque además de los Escorpiones Negros, también tuvieron que hacer frente a varios de sus aliados: Los Orejas Podridas, Los Servidores del Caos, Las Almas Corrompidas, La Legión de Muertos, y varios clanes más cuyos nombres eran igualmente estrafalarios.
Por lo que su recorrido por las montañas de Lirgh estuvo plagado de incesantes batallas, una tras otra, que iban siendo cada vez más cruentas y salvajes a medida que avanzaban, ya que iban acercándose a la base principal de sus enemigos.
Llegó un punto en el que Raidel empezó a tener piedad de los salvajes, pero Keila le había dicho que aquella gente era la peor escoria de la humanidad. Aseguró que los crímenes que ellos cometían eran tan horribles que no tenían ningún perdón, y que el mundo iba a agradecer si ellos simplemente desaparecían.
Y fue luego de unos días que ambos llegaron al gran pueblo en el que vivían los Escorpiones Negros, el cual casualmente estaba en medio del trayecto. Y no se sorprendieron al ver que los salvajes ya los estaban esperando, con sus armas desenfundadas y listas para la batalla.
Eran miles de ellos. Todos los clanes se habían unido para librar la batalla final, la cual duró un día y medio sin ningún tipo de descanso. Eso había supuesto un gran problema para los salvajes. Sin embargo, Keila y Raidel ya estaban más que acostumbrados a combatir por varias horas consecutivas gracias al brutal e inhumano entrenamiento del Ermitaño.
Y cuando ya hubieron aniquilado a más de la mitad de las fuerzas enemigas, los salvajes levantaron las banderas blancas en señal de rendición... sabiendo perfectamente que no podrían derrotar a aquellos monstruos demoníacos ni así contasen con diez mil o veinte mil guerreros más.
De modo que Raidel y Keila, quienes habían terminado empapados de pies a cabeza con la sangre de sus enemigos, tuvieron que aceptar su rendición, y continuaron con su trayecto como si no hubiera ocurrido gran cosa.
Y a partir de ese punto, el camino estuvo completamente despejado, por lo que ambos cruzaron la cadena de montañas en pocos días y descendieron cerca de la frontera de una de las ciudades principales del Imperio Khen. Según Keila, solo habían dos Imperios en Roca Blanca, por lo que resultaba una experiencia algo intimidante toparse con uno de ellos.
Ambos pudieron contemplar desde las alturas de la montaña aquella magnífica ciudad que se alzaba bajo sus pies. Los Palacios, viviendas, edificios, estatuas, fuentes de agua, y demás construcciones estaban hechas enteramente de un mármol tan blanco como la nieve. Y algunas de estas edificaciones estaban decoradas con esculturas doradas de dragones, leones o lobos que parecían haber sido esculpidas con oro puro.
Los jardines eran esplendorosos, los cuales rebosaban de rosas y plantas de todos los tamaños y colores. Las calles estaban pavimentadas con una clase de piedra reluciente que Raidel jamás había visto, además de que habían más palacios y castillos de los que él podía contar; y todos ellos eran magníficos y tan enormes que tal vez tuviesen doce o quince pisos de altura.
Y desde su posición, no se pudo distinguir muy bien a las personas que recorrían las calles de esta espléndida ciudad, pero los colores que ellos vestían eran brillantes hasta la exageración. Una gigantesca muralla de cuarenta metros de altura rodeaba la ciudad, protegiéndola de posibles enemigos. Además una gran cantidad de guardias estaban apostados fuera y dentro de ésta. Hasta habían varios campamentos alzados en puntos estratégicos a varios kilómetros de la ciudad, los cuales se encargaban de protegerla de algún hipotético atacante. Sin embargo, algunos creían que estas precauciones eran excesivas, ya que el territorio dominado por el imperio se expandía por varios miles de kilómetros a la redonda, incluyendo la cadena de montañas, por lo que no tenían enemigos cercanos. Además el Imperio era tan poderoso que nadie se había atrevido a declararle abiertamente la guerra desde hacía algo más de un siglo.
El muchacho estaba contemplando el panorama con la boca abierta cuando Keila le dijo que aquella era Vlandor, la ciudad en la que vivían los nobles más ricos del Imperio Khen.
Y cuando terminaron de descender la montaña, se encontraron con que un centenar de guerreros vestidos de dorado los estaba esperando, quienes no parecían tener precisamente buenas intenciones.
Y esto se confirmó en cuanto los soldados se abalanzaron contra ambos con sus resplandecientes armas en lo alto.
Resultaba que, que por alguna extraña razón, el Imperio Khen quería sus cabezas.
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Raidel y Keila intentaron huir. Corrieron sin descanso en medio del bosque, sin saber la razón por la que los soldados del Imperio Khen los estaba persiguiendo, pero luego hicieron las deducciones lógicas y se dieron cuenta que era debido a los clanes de las montañas a los que habían aniquilado. Resultaba que aquellos salvajes cumplían con la importante misión de proteger las montañas de los forasteros y posibles enemigos del imperio Khen. Y, de hecho, el mismo imperio les pagaba por ello, dándoles oro o armas nuevas.
Por extraño que pudiera parecer, los clanes de las montañas de Lirgh eran muy buenos aliados del imperio. Raidel y Keila intentaron huir de sus perseguidores, pero la mayorìa de éstos iban a caballo, por lo que les resultó sumamente complicado. Además todo el bosque y sus alrededores eran territorio del imperio.
Y tras correr por varias horas consecutivas, ambos se dieron cuenta que no iban a poder evadirlos, así que los enfrentaron.
Estos guerreros eran mucho más fuertes que los salvajes de las montañas. Tenían un gran dominio con el arma que estaban sujetando, y se lanzaban contra ellos sin dudar ni por un segundo, pese a las abrasadoras llamas que aparecieron en el cuerpo de Raidel.
A ambos les había demorado su tiempo el poder derrotar al grupo de quince guerreros que estaban más cerca de ellos. Luego robaron dos caballos y huyeron a la carrera. Los animales eran delgados y rápidos; tan ágiles que pudieron marchar por cualquier terreno del bosque sin apenas disminuir el paso.
No obstante, al poco tiempo escucharon movimiento tras ellos, el cual estuvo acompañado por una una bandada de flechas que fue disparada hacia su dirección.
Una flecha alcanzó al caballo de Keila, el cual se derrumbó en el suelo y no volvió a levantarse. El otro se encabritó, asustado, tiró a Raidel al piso y huyó del lugar sin mirar hacia atrás, por lo que ambos compañeros no tuvieron más remedio que continuar a pie.
Corrieron por medio kilómetro, y en cuanto entraron a un claro se toparon con que cincuenta guerreros los estaban esperando allí, en una emboscada sorpresa, a quienes se les sumó la gran cantidad de soldados que venían persiguiendolos por detrás.
El Ermitaño los había entrenado bien, pero nada les había preparado para esto. Sus días de ahora en adelante se vieron plagados de batallas, cada una más cruenta que la anterior. Sus enemigos eran tan numerosos que apenas habían encontrado el tiempo para dormir y comer.
E incluso hubieron ocasiones en las que tuvieron que hacer frente a varios Generales sumamente poderosos... pero nadie pudo detenerlos.
Tuvieron que transcurrir varias semanas hasta que al fin salieron del territorio dominado por el Imperio Khen. No perdieron tiempo y se dirigieron hacia la Gran Barrera, la cual todavía estaba a miles de kilómetros de distancia. Raidel y Keila creyeron que sus batallas ya habían terminado tras abandonar el Imperio. Sin embargo, muy para su desgracia, estaban terriblemente equivocados.
El Imperio estaba muy enfadado por las bajas que habían sufrido a consecuencia de aquellos dos únicos guerreros, de modo que habían contratado a innumerables grupos de mercenarios y sicarios para que fueran tras ellos.
La Brigada de Ángeles, la Legión Fantasma, El Enjambre de Bestias, La Lanza Plateada, El Escuadrón Muerto, La Hermandad del Silencio, Sereti Dostri, y hasta contrataron al grupo de asesinos más temible del continente: Los Descendientes de Agaroth.
Pero eso solo era la punta del Iceberg porque el Imperio también había puesto precio a sus cabezas: dieciocho mil monedas de oro para quien pudiera asesinarlos...
Raidel y Keila se habían convertido de la noche a la mañana en las personas con las más altas recompensas de todo el continente.
Por lo que un exorbitante número de cazarrecompensas no tardó en hacer acto de presencia, quienes eran tan molestos e insistentes que parecían una plaga de moscas. Esta gente procedía de todos los extremos de Roca Blanca.
Y las semanas que siguieron pareció como si el continente entero estuviera en su contra. Intentaron ocultarse en innumerables ocasiones, pero fue en vano. Los perseguidores esta vez se contaban por miles y no los dejarían en paz hasta que estuvieran muertos.
Y apenas hubieron transcurrido tres días cuando el Imperio Khen elevó aún más el precio de sus cabezas: veinticinco mil monedas de oro.
Raidel y Keila se llenaron de heridas en todo el cuerpo. El hambre y sueño que sentían llegó hasta tal punto que estuvieron al borde del colapso. Sus atuendos se vieron repletos de sangre, de modo que fue más fácil para sus perseguidores encontrarlos.
Y en un desesperado intento por perderlos de vista, ambos se vistieron con las ropas de sus enemigos, se pusieron capuchas sobre sus cabezas, cascos, yelmos sombreros o lo que sea que encontraran, pero nada hacía ningún cambio significativo: Los enemigos seguían encontrándolos con tanta facilidad como si Raidel y Keila tuvieran un enorme letrero encima de sus cabezas que anunciara con letras brillantes: "Hey, la recompensa por nosotros es de veinticinco mil monedas de oro".
Y no importaba si iban a los grandes reinos e intentaban mezclarse con la multitud, porque los perseguidores no tardaban en encontrarlos.
Ellos jamás lo habrían creído posible, pero sus días habían sido infinitamente más extenuantes y horribles que los que tuvieron que pasar entrenando con el Ermitaño. Sus horas de sueño se habían visto reducidas a tres al día, y a veces ni eso. Tuvieron que alimentarse de manzanas, bellotas, uvas y cualquier cosa que encontraran en los bosques.
Las semanas transcurrieron y las incesantes batallas ya se estaban volviendo poco a poco una rutina cada vez más normal.
Y llegó un punto en que los perseguidores empezaron lentamente a disminuir en número pese a que el Imperio Khen seguía aumentando el precio de sus cabezas.
Y quizá fuera porque ya se estaban acercando a la frontera del continente o porque todos empezaron a temerlos, pero llegó un día en el que los cazarrecompensas desaparecieron súbitamente. Ya no había ni uno solo a la vista. Ambos compañeros aprovecharon este extraño acontecimiento para descansar y reponer energías. Subieron a una colina en la que corría un riachuelo y descansaron, comieron y bebieron agua por montones. Habían olvidado lo agradable que resultaba el descanso...
Y tras el mejor día que ambos tuvieron por mucho tiempo, Keila dijo que debían continuar con la marcha porque ya estaban muy cerca de la barrera.
Ambos subieron una pequeña montaña y cuando llegaron a la cima observaron algo que los dejó con la boca abierta: Miles de guerreros estaban abajo, en el valle, ubicados en una formación de media luna en varias filas descomunalmente largas. Las armas desenfundadas yacían en sus manos, como si estuviesen a punto de entrar a la guerra. Las armaduras que llevaban eran muy diversas y diferentes entre sí, las cuales iban desde simples protectores de cuero que solamente cubrían el torso hasta armaduras metálicas completas que abarcaban desde los pies hasta la cabeza, y las cuales desprendían una gran magnificencia.
Keila y Raidel se miraron entre ellos.
—Es hora de terminar con estos cazarrecompensas y mercenarios de pacotilla de una vez por todas —dijo ella con un suspiro.
El muchacho asintió con la cabeza, y a continuación ambos bajaron por la montaña con expresiones de absoluta tranquilidad en los rostros. La verdad era que en aquel momento estaban rebosantes de energía gracias al pequeño descanso que tuvieron. No se habían sentido tan bien desde hacía meses...
Y llegados a este punto, la recompensa por ambos era de sesenta mil monedas de oro, así que una enorme cantidad de grupos de mercenarios, sicarios y otras despreciables alimañas de similar calaña se habían unido para aniquilarlos. Tenían planeado repartirse la recompensa entre ellos. Sin embargo, habían subestimado, una vez más, el poder de sus rivales, quienes acabaron pintando el suelo de rojo con su sangre antes de que el sol saliese por el horizonte. Aunque de todas maneras la batalla había sido increíblemente intensa, de modo que Raidel y Keila habían salido casi moribundos del lugar.
A continuación caminaron varios kilómetros para salir a una empolvada carretera y allí alquilaron un pequeño carruaje, el cual los llevaría hasta la frontera de Roca Blanca.
Y fue solo entonces cuando se permitieron descansar, sabiendo que ya nadie los perseguiría...
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Durante varias horas, Raidel durmió como un muerto en la parte trasera del carruaje. Y hubiera seguido durmiendo más tiempo, pero algo lo despertó. Eran unas voces discutiendo cerca de él.
En cuanto abrió los ojos vio que sus heridas superficiales ya habían sido cuidadosamente tratadas. Debía recordar darle las gracias a Keila por ello.
Se levantó lentamente, y una oleada de dolor recorrió su cuerpo. Realmente había quedado muy débil tras la batalla con los cazarrecompensas. Pero esperaba recuperarse pronto…
Prestó atención a las voces que discutían y se dió cuenta que era Keila y el conductor del carruaje.
—¿Estás loca? ¡Jamás me adentraré por ese terreno maldito! —estaba diciendo el conductor—. ¡Solo nos traerá peligro y mala suerte!
—Debemos tomar el camino más corto y rápido a la frontera —respondió Keila—. Caso contrario, en verdad podríamos estar en problemas. Nosotros y tú.
—Así que ustedes sí están huyendo de alguien, ¿eh? —dijo el conductor de mal humor—. ¡Lo sabía! ¡Lo supe desde el principio! ¡Sabía que no debía recogerlos ni llevarlos a ningún lado! ¡Mis presentimientos nunca fallan! —se detuvo durante un instante—. ¿Son fugitivos? ¿Prófugos de la ley?
—No somos prófugos de la ley, pero supongo que no me creerías, ¿cierto?
Otro silencio.
—Si cooperas con nosotros, todos podemos salir ganando —dijo Keila—. Solo debes llevarnos a la frontera de Roca Blanca. Serás bien recompensado.
—¡Pero jamás iré por ese valle maldito! ¡Daremos un rodeo y punto! Si no les gusta la idea, pueden bajar ahora mismo.
—Te daremos el doble de paga —dijo Keila.
—¿Crees que soy tan fácil de sobornar?
—Triplicaremos la paga —ofreció Keila.
Esta vez hubo el silencio más largo de todos.
—¡Quintuplicarán la paga!
—Hecho —dijo Keila sin pensarlo dos veces.
—Diablos, espero que las almas en pena de los muertos no nos maldigan por la eternidad —murmuró el conductor—. Ese lugar es horrible… dioses, protejan mi alma…
Raidel caminó hasta la parte frontal del carruaje, en dónde ambos estaban discutiendo.
—Oh, Raidel, ya despertaste… —dijo Keila.
—Y bueno, ¿qué pasa aquí? ¿De qué lugar están hablando? —dijo con un bostezo.
—El Valle del Silencio —dijo Keila, sin más—. La manera más rápida de llegar a la frontera de Roca Blanca es pasar por el Valle del Silencio.
Por un momento, Raidel creyó que aquella era una guarida infestada de bandidos, pero luego recordó que ya había escuchado ese nombre en algún lugar en el pasado… ¿Dónde lo había escuchado…?
—Oh, dioses, protejan mi pobre alma —seguía murmurando el conductor.
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No les tomó mucho tiempo llegar al temido Valle del Silencio.
Aquel era un lugar derruido por una guerra pasada; tan devastado que ni siquiera las bestias salvajes se atrevían a entrar en él. Debido a ello, era uno de los lugares más silenciosos que Raidel había pisado jamás.
Llegados a este punto, él ya había recordado dónde había escuchado aquel nombre.
El Valle del Silencio era uno de los lugares más extraños de Roca Blanca. Prácticamente todos los habitantes del continente habían escuchado hablar de él.
Allí era dónde legiones de seres sobrenaturales se habían enfrentado hasta la muerte.
Raidel y Keila observaban el paisaje con asombro, mientras el conductor iba con la mirada gacha, la cabeza cubierta por un sombrero y sin dejar de murmurar plegarias.
—Nunca creí que este lugar fuera tan… extraño —dijo Raidel. Toda una mezcla de sentimientos y emociones desfilaban por su mente ante el panorama que se abría delante de sus ojos.
—Había escuchado rumores, pero ni siquiera se acercan a esto —comentó Keila, tan sorprendida como Raidel—. Uno nunca sabe con lo que se encontrará hasta verlo con sus propios ojos…
Raidel nunca hubiera imaginado que existirían criaturas con poderes tan increíbles como para ocasionar semejante devastación en el entorno.
Cientos o quizás miles de cráteres estaban desparramados por el suelo, todos ellos absolutamente gigantescos. Parecían abismos. Cada uno debía medir quinientos metros, y algunos eran más grandes todavía. Todas las montañas cercanas también estaban destrozadas. Algunas tenían enormes agujeros de cien metros que las atravesaban de un lado a otro. Otras montañas estaban partidas por la mitad… Y aquel panorama de destrucción y devastación se extendía hasta donde llegaba la vista.
—Aquí hubo una gran guerra entre Dioses y Demonios —dijo Keila con la mirada pensativa—. Esto es lo único que quedó de aquella mítica batalla…
Raidel también había escuchado sobre ello. Aunque aún seguía pareciéndole increíble que existieran criaturas con semejante poder en este mundo.
Sin embargo, había algo que no le quedaba muy claro.
—¿Quién ganó la guerra al final?
—No lo sé... Nadie lo sabe.
El resto del trayecto lo recorrieron en silencio, cada quien sumido en sus propios pensamientos. Sin importar cuántos kilómetros recorrieran, los cráteres en el suelo no parecían tener fin. Y las montañas destrozadas que veían a lo lejos tampoco. El Valle del Silencio era increíblemente extenso y todo el lugar estaba devastado, sin árboles, sin vegetación, sin vida, lleno de cráteres. No habían cadáveres, pero Raidel sentía una opresión e inquietud constantes al pasar por allí, como si las almas de los muertos que merodeaban por los alrededores estuvieran oprimiéndole el pecho. Se preguntó si en verdad fue buena idea entrar a este lugar…
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Les tomó cuatro días atravesar el Valle del Silencio. Y al sexto día de viaje por fin lograron vislumbrar la Gran Barrera, la cual se alzaba a lo lejos, casi en el horizonte. Se trataba de un muro casi transparente que recorría la lejanía de derecha a izquierda y cuyo fin no estaba a la vista por ninguno de los extremos.
Ambos se encontraban en la parte trasera del carruaje, sentados junto con las cajas de equipaje del conductor.
Raidel levantó la mirada al cielo, intentando ver el fin de aquella monstruosidad, pero Keila sonrió ante aquel inservible acto.
—No te molestes, la barrera no tiene fin. No importa cuántos kilómetros te eleves en el cielo o lo que sea, la barrera simplemente no tiene fin —se encogió de hombros—. Se extiende por las alturas del cielo hasta el infinito y también bajo tierra.
Raidel frunció el ceño. Recordó que Legnar le había dicho que aquella barrera ya existía desde tiempos inmemoriales... Tal vez alguien la creó o tal vez existió desde siempre. Al muchacho no le convencía ninguna de las dos opciones... Para empezar, ¿quién cuernos puede tener el suficiente poder como para crear una barrera que separe Roca Blanca de todos los demás continentes? Además, según había dicho el Ermitaño, la barrera era tan poderosa que ni siquiera Nirek, el último portador de la Espada de las Sombras, había podido atravesarla...
—Hey, ¿me están escuchando?
La voz del conductor, un tipo delgado y bajito, fue la que sacó al muchacho de sus cavilaciones.
—Son cincuenta monedas de oro —repitió. Había quedado bastante pálido después de todo el trayecto.
Keila rebuscó en la bolsa y le dio el dinero al hombrecillo. Al final había tenido que pagarle ocho veces la cantidad original. A continuación bajaron del carruaje y se dirigieron hacia la Gran Barrera.
Al muchacho se le vino a la mente todas las insoportables sesiones de entrenamiento que había tenido que superar para este día, sin mencionar a los miles de mercenarios que debió derrotar... Pero ahora por fin estaba aquí...
El Ermitaño había sido un gran sujeto después de todo. Al final Raidel no pudo derrotar a aquel anciano ni una sola vez —y no estuvo ni cerca de hacerlo—, pero de todas maneras el viejo le había dado la localización de una supuesta base del White Darkness.
El muchacho contempló el paisaje que tenía lugar detrás de la muralla casi invisible. No era para nada diferente de cualquier otro. Arboles, cesped, arbustos... todo era igual...
Raidel fue hasta el Campo de Fuerza e intentó tocarlo con una mano, pero sus dedos simplemente la atravesaron, como si fuera un holograma. Raidel retrocedió un paso, algo sorprendido.
«Si sales del continente, jamás podrás volver a entrar». Ese pensamiento inundó repentinamente su cabeza y lo hizo titubear.
El muchacho se detuvo en seco, como si alguien le hubiera envenenado con una flecha paralizante.
—Ya hemos llegado hasta aquí —dijo Keila a su lado—. No podemos dar marcha atrás...
—¿En serio piensas acompañarme? —dijo el muchacho, quien por alguna extraña razón parecía algo enfadado—. ¡Este es mi problema! ¡Solo mio! ¡Tú no tienes nada que ver en esto!
—Oh, por favor —murmuró ella, poniendo los ojos en blanco—. Algo me decía que encontraría grandes aventuras si te acompañaba, y hasta ahora no me he equivocado —sonrió.
—Nunca podrás regresar al continente...
Ella se encogió de hombros, sin darle la menor importancia.
Pero el muchacho seguía con su terquedad:
—¿Y qué pasará con el Ermitaño? Nunca más volverás a verlo —señaló—. ¿Acaso podrás cruzar esta maldita barrera sabiendo eso?
Keila no pudo hacer más que sonreír ante los tontos intentos de Raidel para hacer que se quedara en Roca Blanca, un lugar supuestamente seguro, que en realidad no lo era tanto gracias a que el Imperio Khen los quería ver muertos a toda costa.
—¿Acaso olvidaste las últimas palabras de mi padre? Él quiso que te acompañara...
Raidel bajó la mirada al suelo, mientras intentaba recordarlo.
Ella repitió las palabras del viejo con una exactitud sorprendente:
—"Keila, tú cuida de este mocoso malcriado y grosero. Detén su irritante sarcasmo y, en especial, detén su impulsividad antes de que alguien lo termine matando... Y tú, mocoso, protege a mi princesa con tu fuerza bruta. Recuerda que si algo le llega a pasar, yo iré hasta donde sea que estés y... te mataré".
—Son unas palabras bastante inspiradoras —opinó el muchacho tras un corto silencio.
—Ambos estamos en esto —dijo ella rotundamente.
Raidel volvió a colocarse frente a la barrera y miró hacia el otro lado. En esa posición se quedó por un minuto entero, sin siquiera moverse, como si estuviera pensando si cruzar el Campo de Fuerza o no.
Al final, Keila le dio una patada en el trasero. La fuerza del impacto hizo que Raidel atravesara la barrera, se tropezara y cayera de bruces al suelo.
—¡Auch! —aulló Raidel, mientras se ponía de pie. Abrió la boca para protestar, pero se detuvo al darse cuenta que había atravesado la barrera... Keila lo miraba desde el otro lado de ésta con una sonrisa burlona en el rostro.
Raidel observó sus negros cabellos que ondeaban al viento.
—¿Qué se supone...?
—La verdad es que no sé qué harías sin mí —lo interrumpió Keila, encogiéndose de hombros—. Como la ocasión en la que casi te comes una planta venenosa —soltó una risita al recordarlo.
—¿Cómo dices?
—Eres un caso perdido, muchacho —suspiró Keila mientras ella también cruzaba la barrera.
Raidel alzó una mano y tocó el Campo de Fuerza. Esta vez no pudo atravesarlo. Keila tampoco.
Luego ambos golpearon la barrera con sus puños, como si pudieran romperla. Era un muro impenetrable.
—Bueno, no somos Inmunes... —dijo el muchacho con un suspiro—. Adiós Roca Blanca... Nunca más volveremos...
El muchacho guardó silencio y bajó la mirada al suelo. Se tomó un minuto para recordar todas las aventuras que había tenido en aquel continente... Su estadía en la Academia Legacy... Sus aventuras en Ludonia... Allí había conocido a la princesa Misha a quien no pudo salvar... También recordó la misión que tuvo en el Desierto Inder... El Entrenamiento con el Ermitaño en la montaña Therd... Y ahora no podría regresar jamás a ninguno de esos lugares... Ya no volvería a ver a ninguna de aquellas personas...
—Vamos, anímate un poco —suspiró Keila, al ver el inusual ensimismamiento del muchacho—. Nuevo continente, nueva vida.
Raidel asintió con la cabeza.
—Por cierto, ¿todavía te quedan manzanas? Me muero del hambre...
Keila sacó dos frutas de su mochila. Una para Raidel y otra para ella misma.
Y entonces se pusieron en marcha, mientras se contaban bromas y comían manzanas.
Y al cabo de poco tiempo dejaron bien atrás la Gran Barrera. Ambos siguieron caminando por el bosque hasta que sus ojos vieron algo inaudito: Se trataba de una casa de tres pisos, la cual estaba volando por los cielos como si se tratase de un globo aerostático o alguna alfombra voladora.
El muchacho cerró los ojos y luego los volvió a abrir, creyendo que sus ojos estaban jugando con él, pero no era así. Una casa de tres pisos estaba volando por los cielos sin que nada a la vista la estuviera impulsando...
—¿Qué diablos...? —murmuró Raidel con los ojos muy abiertos, completamente pasmado al ver semejante escena.
A modo de respuesta, Keila dijo:
—Bienvenido al Colmillo Rojo, el segundo de los nueve continentes —sonrió.
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Nota de Autor:
Bueno, aquí termina la primera cuarta parte del libro.
Habrá una breve pausa hasta que termine de escribir la siguiente parte. Saludos.
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