✡ CXXIII

Capítulo 123: Dan

El insoportable estremecimiento de dolor que recorría su maltrecho cuerpo fue lo que despertó a Raidel, quien tras abrir los ojos no pudo hacer más que emitir un lastimero gruñido, como si se tratase de un perro moribundo. Miró a su alrededor.

Se encontraba en la cabaña del Ermitaño, en la habitación en la que siempre dormía.

Tenía gruesos vendajes envolviéndole todo el cuerpo, pero a pesar de eso el dolor que sentía en cada pulgada era indescriptible, como si una roca del tamaño de un dragón le hubiera caído encima.

El muchacho tuvo que forcejear con las sabanas y cobijas hasta que finalmente pudo sentarse. Intentó recordar los últimos acontecimientos.

El Ermitaño lo había derribado en dos ocasiones, aunque luego de eso sus recuerdos estaban confusos... Tuvo que de forzar a su cerebro por varios minutos hasta que finalmente recordó con bastante claridad que tras su segunda caída a él le había embriagado una repentina furia tan monstruosa, como si un demonio hubiera poseído su cuerpo. Sin embargo, resultaba bastante extraño porque Raidel había estado consciente en todo el transcurso de los hechos y sabía perfectamente lo que estaba haciendo... Él mismo fue quien decidió atacar al Ermitaño, pero todo había sido gracias a que la repentina furia lo había impulsado a hacerlo.

Raidel soltó un suspiro. Ahora que lo recordaba, no era la primera vez que le había sucedido algo como eso. En varias ocasiones había sentido aquel impulso asesino que no sabía muy bien de dónde salía, pero que se apoderaba de él cada vez que estaba en peligro, o cuando quería lograr o evitar algo a toda costa.

El muchacho se miró en el pequeño espejo que había en la estancia. Parecía una momia. Los vendajes enrollaban la totalidad de su cuerpo, y abarcaban hasta su cabeza, dejando una pequeña hendidura a la altura de los ojos para que pudiera ver.

Lenta y dolorosamente logró ponerse de pie. Pero al primer paso sus piernas flaquearon y el muchacho cayó al suelo de madera en un sonoro crujido, lo que hizo que Raidel soltara un fuerte gruñido al golpearse las heridas.

Y aquel ruido debió haber sonado por toda la cabaña porque no transcurrieron ni veinte segundos cuando Keila y el Ermitaño entraron a la habitación y allí lo encontraron, tirado en el piso como un muñeco de trapo.

Ella soltó una exclamación y rápidamente se dirigió hacia Raidel para ayudarlo.

—No te muevas —le dijo suavemente mientras lo ayudaba a sentarse en el colchón. Y una vez hecho esto, lo observó con una apreciable tristeza en el rostro.

Raidel miró a ambos alternadamente.

—Demonios, he recibido muchas palizas a lo largo de mi vida, pero creo que esta es la primera vez que alguien me deja tan mal...

—Tomaré eso como un cumplido —dijo el viejo rascándose la larga barba blanca.

—¿Seguro que no eres el más poderoso de Roca Blanca, abuelo? —dijo el muchacho, recordando claramente la infernal lluvia de golpes que había caído sobre él antes de quedar inconsciente—. En otras épocas habría creído que alguien con tu poder tendría que ser no solo el más fuerte del continente, sino el más fuerte del mundo entero...

—Estoy lejos de serlo —dijo el viejo—. Para que te hagas una idea, yo apenas soy Dan 5...

—¿Dan 5? —dijo el muchacho, arrugando la nariz, como si algo oliera muy mal—. ¿Qué cuernos es eso?

—Ah, es verdad, olvidé que has pasado tu vida viviendo debajo de una piedra —bromeó—. Una de las maneras de medir el poder de una persona es con la clasificación del "Dan", la cual es ampliamente usada en los nueve continentes —dijo—. Cuando uno alcanza el Dan 1 le dicen "Novato" o "Aspirante", y de esta forma es llamado hasta el Dan 9... Pero cuando alcanza el Dan 10 le empiezan a llamar "Cazador".

Raidel se encogió de hombros.

—¿Y usted, como el venerable anciano que es, solo es Dan 5? —Raidel parecía incrédulo.

—No es poca cosa —dijo—. Resulta que el requisito para ser Dan 1 es que el sujeto ya pueda controlar el Rem.

El muchacho se miró los dedos de las manos mientras digería toda esa información.

—Eso quiere decir que alguien como yo...

—Yo diría que tú eres Dan 2, y a veces Dan 3 cuando despiertas tu oscuro poder...

Raidel no sabía a qué se refería con "oscuro poder", pero no le prestó mucha atención, ya que su ego se había visto nuevamente herido.

—¿Dan 2? ¿Solo soy Dan 2?

—Siéntete orgulloso, ya que la diferencia de poder entre el Dan 2 y el 1 es enorme —hizo gestos con las manos para añadirle énfasis a sus palabras—. Y no creas que alguien de Dan 1 es débil, dado que como dije antes, ya sabe controlar el Rem.

Se hizo el silencio, en el cual cada uno se sumió en sus propios pensamientos.

El muchacho tenía una expresión apenada tras los gruesos vendajes que cubrían su rostro. Y luego de varios segundos que parecieron horas, él dijo:

—Bueno, supongo que me marcharé en cuanto mis heridas se recuperen... —soltó un suspiro. ¿Ahora en dónde encontraría a alguien que le diese la información que necesitaba?

—Me parece bien —dijo el anciano simplemente.

—Por cierto, ¿cuánto tiempo pasé... inconsciente?

—Cuatro días —dijo Keila, quien seguía cerca de él. Estaba visiblemente entristecida por todo esto, pero también parecía feliz porque Raidel por fin hubiese despertado.

—¿Tanto tiempo? —gruñó el muchacho, incrédulo.

—Lo siento, pero no tuve más opción que usar toda mi fuerza —explicó el anciano, encogiéndose de hombros—. Caso contrario algo terrible podría haber sucedido...

Al notar que estaban entrando a aguas turbias, Keila se apresuró a cambiar de tema.

—De todas formas, tu recuperación es extraordinaria —dijo ella—. Cuando caíste inconsciente estabas en tan mal estado que creímos que te ibas a demorar varios meses en recuperarte... Pero apenas han pasado cuatro días y ya puedes moverte. Es sorprendente...

Pero Raidel no parecía muy feliz. Es más, su mente estaba en otro lugar.

Keila y el anciano lo miraron por un buen rato, sin saber lo que estaba pasando por su cabeza.

Y tuvo que transcurrir un minuto entero para que Raidel volviera en sí mismo.

—He estado pensando que hay otra forma de encontrar a Deon para vengarme de él... —murmuró con la mirada perdida, como si estuviera hablando consigo mismo.

—¿Otra manera? —dijo Keila, asombrada.

—Sí. Buscarlo por todo el continente hasta finalmente encontrarlo...

—Déjame romper tus ilusiones, chico, pero no creo que ese tal Deon esté en Roca Blanca.

—¿Qué? ¿Por qué? —dijo Raidel algo furioso, como si creyera que el Ermitaño le estaba contradiciendo solamente para divertirse.

—Ya te dije que Roca Blanca es muy grande —articuló, mientras miraba por la ventana—. En este continente hay muchos guerreros poderosos, pero créeme que ninguno es tan endemoniadamente fuerte como para aniquilar al ejército entero de un reino en pocas horas... Nadie aquí puede hacer semejante cosa...

Raidel bajó la mirada al suelo al recordar cómo había quedado el panorama en Ludonia después del ataque. Las montañas de cadáveres... La sangre... los desgarradores aullidos de los moribundos...

El muchacho sacudió fuertemente su cabeza.

—Ludonia es uno de los reinos más débiles del continente —señaló el muchacho.

—Igual —dijo el Ermitaño—. ¡Nadie en Roca Blanca debería ser capaz de exterminar a las fuerzas de un reino entero!

Raidel se tomó su tiempo para meditar aquellas palabras. Recordó la insuperable fuerza que había demostrado Deon y en cómo él había mandado a volar a Legnar treinta metros por los aires de un simple puñetazo. Sin duda no era un tipo normal.

—¿Entonces estás diciendo que Deon no es de este continente?

—Exactamente —asintió el viejo.

El pelirrojo estaba confundido. Legnar le había dicho que existía una especie de Campo de Fuerza invisible que separaba Roca Blanca de todos los demás continentes... Y nadie que pudiera usar el Rem podía entrar a Roca Blanca porque la barrera no se lo permitía. Aunque había que mencionar que uno sí podía salir del continente si así lo quería.

—¡Yo creí que nadie de los otros continentes que supiera usar el Rem podía entrar al nuestro debido a la barrera!

—Eso es cierto... pero solo en parte —dijo el anciano—. Hay gente que puede atravesar el Campo de Fuerza.

Raidel se inclinó un poco hacia él, bastante interesado.

—¿Gente que puede... atraversarla?

—Les llaman inmunes —dijo el Ermitaño—. Por alguna razón, la barrera no tiene efecto en ellos, quienes la pueden cruzar sin ningún problema...

A Raidel le resultaba increíble que hubiera gente que pudiera atravesar la barrera que se suponía que era impenetrable.

—¿Cómo pueden hacer eso? ¿Acaso es con alguna clase de técnica de alto nivel?

—No, nada de eso —dijo—. Que alguien pueda traspasar el Campo de Fuerza para entrar a nuestro continente no tiene nada que ver con el poder ni con ninguna técnica. Resulta que, por alguna extraña razón, la barrera simplemente no tiene ningún efecto en aquellas personas. Y ni siquiera ellos mismos saben por qué sucede esto, pero se sospecha que es algo que uno tiene desde el nacimiento...

Raidel soltó un suspiro.

—¿En otras palabras dices que Deon es uno de estos sujetos a los que la barrera no tiene ningún efecto?

—Así es. Y de hecho los que pueden atravesarla son extremadamente pocos en el mundo... Aproximadamente uno de cada diez millones...

—¡Pfff! —escupió el muchacho al escuchar semejantes cifras—. Habla español, ¿quieres? Hace poco que aprendí a contar hasta el cien —bromeó.

Pero Keila seguía teniendo preguntas.

—¿Entonces solo los inmunes pueden cruzar la barrera? ¿Y qué sucede con los guerreros más poderosos?

El anciano se alejó de la ventana y fue a sentarse en la única silla que había en la estancia.

—Se dice que en sus últimos días, Nirek, el último portador de la Espada de las Sombras, quien había gobernado el mundo con una tiranía absoluta, intentó traspasar la barrera en un intento por escapar de sus perseguidores... pero fue en vano. Ni siquiera él pudo atravesarla... Nadie aparte de los inmunes puede hacerlo —se encogió de hombros—. Y hay una gran variedad de historias como esa. Otra dice que el mismísimo fundador de Immortal Blood (una de las Cinco Grandes Organizaciones) también intentó atravesarla desesperadamente por alguna desconocida razón... Pero claro, tampoco lo logró. 

Raidel y Keila miraron al suelo.

—¿Entonces si quiero encontrar a Deon tendré que salir del continente?

—Sí, porque este continente es tan pobre y está tan aislado del resto del mundo que el White Darkness ni siquiera se molesta en tener una base aquí. Tendrás que salir. Pero ten en cuenta que si lo haces, nunca más podrás volver a entrar a Roca Blanca.

Un extraño brillo apareció en los ojos de Raidel.

—Bueno, no tengo alternativa si quiero unirme a ellos —dijo el muchacho—. Partiré en cuanto me recupere de mis heridas.

Hubo un largo silencio en el que ambos sintieron que la determinación del muchacho resplandecía por encima de cualquier otra cosa.

Al final el Ermitaño soltó un suspiro.

—Bueno, si no puedo persuadirte de lo contrario, entonces solo me queda... ayudarte. Te haré fuerte.

—¡¿Qué?! —dijeron Raidel y Keila al unísono. Su declaración era tan inesperada...

—Ya me escucharon —dijo el viejo, repentinamente decidido—. Lo menos que puedo hacer por ti es entrenarte... No me gustaría que te maten por ahí... —luego sus ojos se fijaron en Keila—. Eso va contigo también. Les entrenaré a ambos por dos meses. ¿Qué dicen?

Raidel y Keila se miraron el uno al otro, preguntándose si era alguna clase de broma.

—Luego podrán hacer lo que gusten. —El viejo se encogió de hombros—. Y si veo algún progreso en su entrenamiento entonces tal vez les dé la información que buscan...

Sin importarle el dolor de las heridas, Raidel se puso repentinamente de pie.

—¡Si es así, entonces comencemos hoy mismo con el entrenamiento, señor! —exclamó con solemnidad.

El Ermitaño se puso serio.

—No creas que será gratis. Si quieres mi ayuda tendrás que cumplir con una condición: De ahora en adelante ya no deberás usar tus poderes oscuros. Como dije antes, son muy peligrosos. Te enseñaré a bloquearlos.

Tal vez fue por aquella declaración tan extraña, pero las piernas del muchacho volvieron a fallarle, y éste estuvo a punto de caer al piso por segunda vez, pero Keila logró sujetarlo a último momento.

Luego lo ayudó una vez más a sentarse en el colchón.

—No te esfuerces demasiado —murmuró ella con su típico tono protector.

—Hay algo que he querido enseñarte a hacer, chico —dijo el viejo con una sonrisa extraña en el rostro, como si tuviera intenciones ocultas.

—¿Qué cosa? —inquirió el muchacho con cautela.

—¡Esto! —El anciano formó dos inmensas bolas de hielo en sus manos y luego las arrojó hacia Raidel con gran potencia.

—¿Qué mierda? —logró articular el pelirrojo mientras se lanzaba apresuradamente al suelo. El colchón amortiguó su caída. Las bolas de hielo pasaron apenas unos centímetros por encima de su cabeza, y luego fueron a impactar contra la pared de madera, la cual se astilló a consecuencia del potente impacto. Sin embargo, las bolas de hielo cayeron al suelo sin apenas ningún rasguño.

—¿Acaso estás loco? —gritó Keila, mientras iba a ver en qué estado se encontraba el muchacho, quien afortunadamente no pareció haberse hecho mucho daño.

—Sí, lo estoy —admitió el viejo, y luego soltó una estridente carcajada.

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