✡ CXXI

Capîtulo 121: Matanza

Las bestias estaban dirigiéndose rápidamente hacia el pelirrojo sin signos de miedo o temor.

Al notar que sus piernas estaban temblando, Raidel sacudió su cabeza de un lado a otro en un intento por darse determinación a sí mismo.

Y allí esperó su llegada, en posición de batalla y con su cuerpo prendido en llamas.

Los inmensos monstruos corrían a una velocidad que ningún animal de aquel tamaño debería tener. Sus patas se movían con un frenesí tremendo, puesto que lo único que ellos tenían en mente era en llenar sus estómagos con la víctima que tenían delante.

La primera bestia llegó, la cual embistió contra el muchacho de frente, pretendiendo apuñalarlo con sus gigantescos colmillos curvos. Sin embargo, Raidel se agachó lo suficiente para pasar a través de las patas del animal.

El enorme mamut soltó un fuerte gruñido al sentir que las abrasadoras llamas lamían la parte baja de su cuerpo.

Raidel giró en el suelo y golpeó una de las patas del enemigo con las pocas fuerzas que le quedaban, lo que provocó que a la bestia se le quebraran varios huesos. Su pata se torció como una rama al romperse, por lo que ya no pudo mantenerse en pie y cayó inevitablemente al suelo en una mezcolanza de desgarradores aullidos y violentas sacudidas, como si su cuerpo estuviera sufriendo convulsiones.

Sin embargo, el haberlo noqueado le había tomado más tiempo del deseado porque en cuanto volvió a ponerse de pie todos los demás monstruos se lanzaron hacia él con una furia salvaje.

El muchacho sintió como tres cuernos fueron a impactar desgarradoramente contra su carne, y él ya estaba por caer al piso, pero en ese momento uno de los monstruos le dio un fuerte cabezazo, lo que hizo que Raidel saliera despedido cuatro metros hacia su izquierda a consecuencia del poderoso impacto.

Y al caer al blanco y frío suelo escuchó como Keila gritaba de horror al ver a su compañero desplomarse como un muñeco de trapo.

Soltando toses y jadeos, el pelirrojo se levantó antes de que las bestias pudieran atacarlo nuevamente. Gruñó mientras pensaba que esto no se suponía que tenía que estar sucediendo... Aunque bueno, nadie podía haber previsto que aquellas bestias no le tuvieran ninguna clase de temor al fuego y que además fueran más rápidas que el propio Raidel...

Y fue recién cuando al muchacho se le ocurrió la idea de que tal vez esos delgados animales no estuvieran desnutridos, sino que así podría ser su anatomía. Y si ese era el caso, aquello podría explicar en parte el por qué eran tan veloces.

Raidel ni siquiera tuvo tiempo para quejarse de sus heridas, ya que notó que una innumerable cantidad de bestias se estaban dirigiendo hacia él, las cuales provenían de todos los extremos.

Y por un segundo el muchacho tuvo el impulso de caer de rodillas al suelo. Pensó que seguramente este era el fin... Era imposible vencer a todos aquellos monstruos...

Pero entonces sus ojos se fijaron en la bestia a la que había derribado hace pocos segundos atrás, la cual estaba inmóvil en el suelo, inconsciente o quizá muerta.

El muchacho sonrió al ver sus grandes colmillos curvos de varios metros de longitud. Se le ocurrió una magnífica idea.

Raidel rodó rápidamente en el suelo en dirección al animal caído. En el trayecto tuvo que esquivar a cuatro hambrientos monstruos, cuyos colmillos estuvieron a centímetros de perforar su cabeza.

Y cuando Raidel llegó a su objetivo usó su fuerza sobrehumana para arrancar rápidamente los colmillos a la bestia que yacía tumbada en el suelo, quien ni siquiera se movió.

Acto seguido, el pelirrojo agarró un colmillo con cada mano, como si se tratasen de espadas, y las prendió a ambas en llamas.

—¡Bien, carajo! —sonrió—. ¡Las cosas serán muy diferentes de ahora en adelante!

Y esta vez fue Raidel quien se lanzó hacia sus enemigos con una velocidad inusitada. Sus ojos centelleaban con la llama de la furia.

El muchacho efectuó un increíble salto de cuatro metros y cayó justo en el centro de las bestias enemigas. A continuación extendió sus brazos y empezó a girar en círculos sobre sí mismo a gran velocidad, como un tornado viviente, de forma que los colmillos que sostenía en las manos giraban y golpeaban todo lo que encontraban a su paso.

Y en pocos segundos, los colmillos en llamas impactaron contra la carne de una gran cantidad de monstruos. Algunos cayeron al suelo. Otros retrocedieron, repentinamente espantados. Pero la mayoría se lanzó al ataque sin importarles el incesante e impenetrable tornado que Raidel estaba formando con las armas robadas.

El muchacho ya había herido y matado a una importante cantidad de enemigos cuando uno de los mamuts evadió los rápidos ataques de Raidel y contraatacó con sus propios colmillos. El muchacho logró esquivar uno, pero el otro impactó contra su hombro, arrancándole un rugido de dolor.

Raidel cayó al suelo con el colmillo aún clavado en su hombro. La herida era tan profunda que el muchacho sintió que sus fuerzas se desvanecían.

Y, frente a muchacho, la bestia abrió su enorme boca dispuesto a arrancarle la cabeza de un mordisco. Sin embargo, antes de que pudiera hacer nada, una roca del tamaño de un cráneo chocó fuertemente contra la nuca del animal.

Son saber muy bien lo que había acabado de suceder, el pelirrojo aprovechó la situación y usó uno de los colmillos que tenía en las manos para perforar el paladar superior del animal. Su boca se llenó inmediatamente de sangre. Y acto seguido el cadáver de la bestia cayó sobre el maltrecho cuerpo de Raidel quien se quedó enterrado debajo de éste sin apenas poder respirar.

—¡Vamos, sal de ahí, demonios! —jadeó la voz de Keila, la cual estaba cerca del muchacho—. Necesito ayuda, ¿sabes?

Raidel forcejeó para quitarse de encima la masa de carne que debía pesar una tonelada, y luego se puso de pie tan rápido como sus débiles y maltratadas piernas se lo permitieron.

El muchacho pudo ver que su compañera estaba a diez de pasos de distancia de él, luchando ella sola contra una docena de monstruos. Observó que tenía varios cortes y heridas en el cuerpo, pero afortunadamente ninguna parecía ser de gravedad. Raidel estaba bastante sorprendido, ya que si ella estaba allí era porque ya debió haber aniquilado a los monstruos contra los que estuvo luchado antes.

—¡Usa esto! —gritó el pelirrojo, mientras le lanzaba uno de los colmillos a Keila, quien lo agarró en el aire y luego empezó a luchar con él.

Raidel, quien estaba más exhausto que nunca, fue hasta su compañera y se puso a su lado. Sus heridas le estaban doliendo de tal forma que su vista empezó a nublarse, pero se negó a rendirse. El corte en el hombro le estaba resultando especialmente doloroso, pero pensó que mientras pudiera mover el brazo, la herida no le supondría un gran problema. Notó que sus ropas estaban húmedas, manchadas de su propia sangre y de la de sus enemigos.

Keila observó cómo el muchacho se colocaba a su lado. Ahora ambos estaban hombro con hombro.

—El festín de monstruos está por empezar —dijo Raidel con una sonrisa.

La batalla había sido larga y duradera. Keila y Raidel habían luchado ferozmente y sin ningún descanso hasta que la puesta de sol empezó a tener lugar tras las montañas occidentales. Y solo entonces terminaron de aniquilar a toda la manada de salvajes mamuts.

Y ahora ambos estaban sentados en torno a los innumerables cadáveres que colmaban el lugar. Los charcos de sangre despedían un pútrido olor que resultaba casi insoportable.

Y allí, el muchacho empezó a arrastrarse por el suelo en dirección a la laguna. Tenía una expresión lastimera en el rostro, como si el dolor que sentía a esas alturas fuera indescriptible. 

Keila se puso de pie y le dio una patada en el trasero.

—¡Auch! —aulló Raidel fuertemente—. ¿Por qué diablos fue eso?

—Vamos, no finjas que no puedes levantarte —dijo ella entre risas—. ¿Acaso quieres que te cargue de nuevo?

El muchacho se puso lentamente de pie.

—A veces eres cruel, ¿lo sabías? —dijo él con una sonrisa cansada, yendo hacia la pequeña laguna.

A continuación ambos tomaron un poco de agua y notaron que ésta tenía un ligero sabor a podredumbre, como la nieve que Raidel había probado el otro día. Sin embargo, aquel sabor era mínimo, y la sed que ellos tenían era muy grande, por lo que prefirieron tomar el riesgo y bebieron toda la cantidad de agua que pudieron. Luego fueron a descansar un rato y a atenderse las heridas.

El banquete que habían hecho aquella noche había sido espectacular. Raidel había usado sus llamas para asar la carne de las bestias, y luego comieron todo lo que sus estómagos pudieron soportar. Al fin y al cabo, tenían comida de sobra.

No se podía decir que aquella carne tuviera el mejor sabor del mundo, pero luego de varios días de caminar con el estómago vacío, cualquier comida era bienvenida.

Y luego de que ya no pudieron comer más, ambos fueron a descansar cerca del lago. Contemplaron la infinidad de estrellas que brillaba sobre sus cabezas.

—Bueno, descansemos por esta noche y empecemos con el viaje de regreso a las primeras horas de la mañana.

—Me parece bien —dijo Raidel, quien ya se había hecho un lugar en el suelo.

—Si todo sale bien, regresaremos al punto de partida en cuanto se termine la semana...

Pero las cosas no habían salido bien.

En los días que prosiguieron a la batalla con los mamuts ambos habían tenido que hacer frente a innumerables peligros. Se habían enfrentado contra varias manadas de horribles criaturas y estuvieron a punto de morir en un par de ocasiones. Parecía como si el Bosque Blanco estuviera furioso con ellos por haber asesinado a los mamuts de antes...

Ambos tuvieron que luchar contra una manada de lobos que tenían el tamaño de un toro. También hicieron frente a un centenar de arañas gigantes y hasta tuvieron que escapar de la furia de unos monstruos bastante parecidos a los dinosaurios.

Regresar al punto de partida les habría tomado unos tres o cuatro días si no hubieran tenido problemas, pero ahora, gracias a los imprevistos, les había demorado una semana y media.

Raidel y Keila salieron del Bosque Blanco con sus atuendos rasgados, raídos, y completamente manchados con sangre seca. Tenían heridas en todo el cuerpo y ambos estaban cojeando ligeramente, pero con expresiones de gran alivio en los rostros al por fin salir de aquel bosque maldito.

Lo primero que observaron fue que el Ermitaño les estaba esperando al otro lado como si ya hubiera sabido el momento exacto en el que ellos iban a llegar o como si hubiera estado allí parado por dos semanas sin moverse. Ambos vieron que tenía una sonrisa en los labios.

Como siempre, el viejo no llevaba camisa, y su larga barba estaba tan blanca como la nieve.

Raidel y Keila, quienes por poco se estaban apoyando el uno al otro, se dirigieron hacia el anciano sin decir ni una palabra.

—¡Bien, muy bien! —dijo el Ermitaño, prorrumpiendo en aplausos—. ¡Al fin llegaron!

Raidel ignoró sus halagos.

—¿Por casualidad no tienes algo de agua, vejete? Estamos sedientos —Pese a que Keila había llenado de agua su cantimplora y pese a que habían hecho varios recipientes más para llenarlos de agua, eso apenas les había sido suficiente para poder regresar.

—No, no hay nada. Tendremos que regresar a la cabaña si quieren agua.

Raidel se sentó en el suelo en cuanto llegó hasta él.

—Veo que tuvieron que pasar por cosas terribles... —sonrió el Ermitaño.

—Yo diría que terrible es poco —acotó Keila con el rostro inexpresivo. Su piel normalmente blanca ahora estaba casi negra debido al polvo, la sangre seca y quién sabía qué más.

—Bueno, al menos ya terminó —suspiró Raidel sin muchas ganas de volver a ponerse de pie.

—Ya podrán descansar en cuanto lleguen —dijo el Ermitaño, y luego se giró hacia Raidel—. Pero no te olvides de nuestra pelea.

—¿Qué? —dijo el pelirrojo con los ojos muy abiertos.

—Ya transcurrió un mes desde que se estableció nuestro acuerdo —informó el Ermitaño sin poder contener la emoción de su rostro—. Nuestra pelea es en dos días.

—¿Qué? —repitió Raidel algo furioso, creyendo que el viejo le estaba gastando una broma, pero luego hizo las cuentas él mismo y comprobó que, desgraciadamente, el Ermitaño estaba en lo correcto.

—Recuerda el trato que hicimos: Si me vences, yo te daré la información que quieres saber. En cambio si yo te derroto, tendrás que marcharte de mi montaña con el rabo entre las patas.

Raidel soltó un gruñido.

—¡En dos días ni siquiera tendré tiempo para recuperarme de mis heridas! —protestó el muchacho con el ceño fruncido.

—Bueno, entonces te daré un día más. Que nuestra pelea sea en tres días y punto... Solo para que veas que bueno soy —sonrió—. Ahora ve a descansar.

El muchacho estuvo a punto de soltar un insulto, pero el anciano ya se había dado media vuelta y ahora se estaba marchando.

No podía creer lo que su pelea fuera en tres malditos días... Y si no lograba vencer al viejo, él no le daría la información sobre el White Darkness. La vida a veces era bastante cruel...

¿Cómo iba a poder derrotar al hombre más fuerte del continente en tres míseros días?

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