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Capítulo 120: Búsqueda

Raidel, como el novato que era, había creído ilusamente que podían sobrevivir una semana entera sin comer ni beber nada en lo absoluto. Supuso que conseguir alguna de estas dos cosas iba a resultar más difícil que aguantarse el hambre. Sin embargo, al tercer día, el movimiento de sus tripas empezaba a ser insoportable. Aunque lo peor de todo era la sed. Ambos estaban con la boca completamente seca y los labios agrietados. Y por si no fuera suficiente, la temperatura corporal del muchacho había caído hasta los suelos, y todo esto en su conjunto hacía que él tuviera ganas de desmayarse.

Ambos seguían recorriendo alguna parte del bosque en busca de agua. Y cuando Keila notó que su compañero estaba empezando a aminorar la marcha, se detuvo y regresó a verlo. Observó que éste se encontraba bastante pálido y tenía grandes ojeras debajo de los ojos.

—¿Estás bien? —dijo Keila mientras se acercaba a él y le tocaba la frente con una mano para medir su temperatura.

—¿Qué clase de pregunta es esa? —Pese a que Raidel estaba al borde del desmayo, seguía siendo tan mordaz como siempre—. ¡Claro que no estoy bien! ¡Me siento fatal!

—Tu temperatura ha descendido hasta niveles peligrosos —anunció Keila con una mueca—. Tal vez necesites...

—No, no quiero tu capa —dijo el muchacho con voz ronca—. Ya has hecho demasiado por mí en todos estos días... Ya no quiero molestarte...

Ella soltó un suspiro.

—Sabes que estoy acostumbrada al frío más que tú...

—Tú también estás con frío —dijo Raidel, observando que los labios de Keila se habían puesto de un color ligeramente púrpura—. A mi no me engañas.

—Está bien, está bien —dijo ella, resignada, sin muchas ganas de seguir discutiendo con aquel terco muchacho—. Pero si veo que tu temperatura sigue bajando, te pondrás mi capa sin discusión, ¿entiendes?

Raidel no pasó por alto el tono protector que tenía su voz. Se sintió halagado de tener a una compañera que se preocupara tanto por él, pero también se sintió algo ofendido. 

—¿Quién te crees que eres? ¿Mi madre? —dijo el pelirrojo con una sonrisa—. No te preocupes tanto. Puedo protegerme solo.

Sin embargo, cuando dio el primer paso, tropezó con las raíces salidas de un inmenso árbol y no pudo evitar caer de bruces al suelo.

Keila puso los ojos en blanco y se dio media vuelta para continuar con la marcha.

—Sí, vaya que puedes cuidarte perfectamente bien —dijo ella—. Ahora ponte de pie. Tenemos que avanzar.

—E-espera un momento —balbuceó Raidel, aún en el suelo, cuyo rostro estaba completamente cubierto con lo que parecían ser los excrementos de algún animal—. ¿Qué diablos es esto? ¡Huele a mierda!

Keila no pudo evitar soltar una risita ante la visión.

—¡N-no es gracioso! —gruñó el muchacho, limpiándose la cara con el antebrazo.

El atardecer había caído sobre el lugar una vez más, pero los compañeros seguían sin encontrar nada de agua.

Con cada paso que daban, el peso del cansancio y la sed se acentuaba más, lo que los obligó a aminorar la marcha.

—¡Nunca creí que esto fuera tan difícil! —dijo Raidel en un exhausto murmullo—. ¡Solo estamos tres días sin beber agua, pero parece como si fueran semanas! Además el estómago no deja de rugirme...

—Eso es porque estamos gastando muchas más energías de lo habitual —dijo Keila—. No hemos dejado de caminar desde que llegamos al bosque, a excepción de las pocas horas de sueño...

Raidel meneó su cabeza de un lado a otro.

—¿Sabes?, a quién diablos engañamos... No hemos encontrado nada en tres días, así que no creo que lo hagamos en el tiempo que queda... —Intentó tragar saliva, pero su boca estaba completamente seca. No le gustaba tener que decir las próximas palabras, pero no veía otra alternativa posible—: Creo que deberíamos... retirarnos.

Keila se detuvo en seco. El muchacho observó su espalda por un largo rato, hasta que ella dio media vuelta.

—No podemos hacer eso —dijo finalmente—. ¿No recuerdas las últimas palabras del Ermitaño? Si abandonamos esta prueba él dejará de entrenarnos... Y lo conozco muy bien como para saber que habla en serio...

—Prefiero vivir y encontrar a alguien más que me proporcione la información que necesito sobre el White Darkness que morir en este miserable bosque y nunca completar mi venganza...

—Entonces adelante —dijo Keila—. Puedes buscar por todo el continente, pero lo más probable es que nadie sepa nada...

El muchacho  miró al suelo por unos segundos. Keila podría estar en lo correcto...

—Bien, tú ganas, continuemos...

El cuarto día había llegado. La deshidratación hizo que Raidel empezara a ver doble, pero aquello por sí solo no le supuso tanto problema como el hecho de que su cuerpo se encontraba tan frío, entumecido y pesado que al muchacho le pareció por un momento que éste estaba hecho de piedra.

Keila también empezó a tener dificultades bastante notables. Abora ella ya no se estaba moviendo con la agilidad y la elegancia de antes, sino que sus pasos eran algo torpes y hasta tambaleantes.

Y en un momento dado, Keila se detuvo sin decir nada y luego se sentó bajo un gran árbol, con la espalda apoyada sobre el grueso tronco.

El muchacho pudo ver que estaba agitada, y además tenía una extensa capa de sudor que le cubría la frente. 

Raidel se sentó a su lado. No se le ocurrió nada que poder decir al respecto.

Pasaron varios minutos hasta que Keila volvió a ponerse de pie. Luego miró a su alrededor como si se estuviera preguntando en qué dirección proseguir con la marcha. Al final decidió continuar con la misma ruta por la que habían venido los días anteriores.

El muchacho notó que mientras caminaba se estaba apoyando en los troncos más de la cuenta. El cansancio estaba llegando a un punto irreversible. Aunque lo que más le preocupaba era que gracias a la deshidratación ya le estaba empezando a dar calambres musculares. Algo que sin duda no era buena señal.

Raidel  estaba por decirle a Keila que se detuvieran nuevamente para descansar, pero sus agudos oídos captaron algo más aparte del incesante chasquido de sus propias pisadas y el rugido del viento. Se detuvo y cerró los ojos para poder concentrarse mejor. ¿Qué era ese sonido?

Keila también pareció haberlo escuchado porque giró su cabeza de un lado a otro, intentando localizar la procedencia de aquel extraño ruido.

Raidel se colocó a su lado y la miró con gesto interrogativo.

—Parece el sonido que produciría un centenar de monstruos —dijo ella mirando al frente.

Era verdad. Sonaba como si una gran cantidad de bestias estuvieran emitiendo innumerables aullidos. Y lo peor de todo era que parecía que provenían desde un mismo punto, en algún lugar a lo lejos. Todos aquellos sonidos eran iguales, lo que significaba que las criaturas que los producían eran de la misma especie... Una manada tan numerosa como ninguna otra...

Keila se dio media vuelta.

—Vamos por otra dirección —dijo, poniéndose en marcha. No quería perder ni un segundo.

Pero Raidel no se movió.

—No. Sigamos yendo por este camino —declaró él con tranquilidad.

—¿Qué? ¿Acaso te volviste loco? —dijo Keila, incrédula—. ¿Planeas enfrentarte contra esa gigantesca manada? ¡Podrían ser miles de bestias!

—No importa —dijo Raidel encogiéndose de hombros—. Si hay tantos animales en aquel lugar debe ser porque allí hay algo importante.... Es muy probable que estén protegiendo o se estén beneficiando de algo...

Keila soltó un suspiro.

—Tal vez tengas razón, pero no vale la pena el riesgo —dijo—. Estamos en muy malas condiciones como para arriesgarnos a tener un enfrentamiento contra bestias desconocidas...

—¡Por eso mismo es que debemos ir! —exclamó Raidel, completamente decidido—. ¿Te has preguntado cuánto tiempo más podremos sobrevivir sin comida ni agua? ¡Esta puede ser nuestra gran oportunidad! Si no la aprovechamos ahora no encontraremos nada en ningún otro lugar...

Ella sabía que el muchacho tenía su punto, pero aún así no creía que el riesgo valiera la pena. Sin embargo, Raidel no dejaba de lado su obstinación, por lo que la discusión se había extendido por varios minutos hasta que Keila preguntó:

—¿Crees poder vencer a cien o mil monstruos si la situación no sale de acuerdo al plan?

—Lo juro por las barbas de mi padre a quien nunca conocí; Lo juro por la sagrada Espada de las Sombras; Lo juro por lo que sea —declaró Raidel con solemnidad, sin saber muy bien cómo iba a cumplir aquella promesa.

Ella soltó otro suspiro.

—Bueno, entonces en marcha...

El sonido de los rugidos iba en aumento conforme ellos avanzaban. Ambos caminaron lo que probablemente fue un kilómetro cuando escucharon algo más... algo tan inesperado que los dejó con la boca abierta.

—¡El sonido del agua! —exclamó Keila con los ojos muy abiertos del asombro. No podía creer que Raidel estuviera en lo correcto.

Y hasta él parecía algo sorprendido. Los ruidos eran como si innumerables criaturas estuvieran chapoteando sobre el agua. 

El muchacho se permitió soltar un suspiro de alivio.

—¿Lo ves? Te lo dije.

Keila se agachó. Hizo un gesto con la mano para que Raidel también hiciera lo mismo.

—¡Debemos conseguir algo de agua sin ser descubiertos!

—Bueno, eso es evidente —dijo Raidel—. Pero el problema es cómo lo haremos...

Ella se tomó su tiempo para responder.

—Bueno, primeramente debemos observar el territorio. Luego podremos pensar en un plan...

Por lo que ambos avanzaron silenciosamente hacia la fuente del sonido. Keila notó que en los alrededores no había ningún animal aparte de la manada que se encontraba en el agua. Sin duda ellos los habían espantado.

Los sentidos de ambos, los cuales se habían visto ligeramente mermados gracias al hambre y la deshidratación, estaban alerta a cualquier posible movimiento enemigo.

Agachados y con pasos cortos, los compañeros tuvieron que caminar por algo más de diez minutos cuando Raidel vio algo a lo lejos. Se trataba de varias inmensas sombras moviéndose tras las ramas, en una extensa llanura despejada en la que escaseaban los árboles y la cual brillaba intensamente debido a que el sol entraba libremente. No se pudo distinguir las formas de estas criaturas debido a que todavía estaban bastante lejos.

—Allí es —susurró Keila en un tono de voz tan bajo que el muchacho apenas pudo escucharlo—. Aminora el paso un poco más. No sabemos qué clase de animales son...

Raidel hizo lo que le pedía.

Los minutos pasaron y el muchacho ya estaba empezando a desesperarse de ir a un ritmo tan lento, pero no discutió ni desobedeció. Después de todo, Keila era la que tenía más experiencia...

Y poco a poco fueron acercándose al lugar. Los aullidos y sonidos de pisadas de las bestias iban ganando intensidad.

Keila le hizo señas al muchacho, y ambos empezaron a arrastrarse por el suelo cubierto de nieve. Y de esa forma anduvieron hasta que finalmente llegaron al borde del objetivo.

Observaron que, efectivamente, los animales estaban en una especie de llanura; un terreno de unos cincuenta o cien metros cuadrados el cual estaba completamente despejado y sin árboles. En el centro de éste yacía una especie de lago pequeño o estanque en el que una gran cantidad de monstruos se estaba bañando y tomando agua con sus largas y negras trompas.

Se trataba de criaturas muy parecidas a los mamuts, solamente que eran aún más grandes y mucho más delgados. Raidel pensó que tal vez estuvieran desnutridos. También tenían colmillos curvos de tres o cuatro metros de longitud que les salía de las bocas de manera intimidante, además de que su piel era negra como el carbón.

Eran bestias gigantescas que imponían gran presencia.

Raidel ahogó un gruñido de frustración al ver que todos los extremos de la laguna estaban cubiertos de aquellas criaturas monstruosas. Y además en la llanura habían cincuenta o cien mamuts más. ¿Cómo iban a poder conseguir algo de agua sin ser vistos? Era imposible.

Pero extrañamente Keila no parecía tan preocupada.

—Tengo un plan —dijo ella con tranquilidad. 

Raidel había escuchado la estrategia de Keila por unos diez minutos ininterrumpidos. Y luego de eso, el muchacho esbozó una amplia sonrisa.

—No te preocupes. Déjamelo a mí.

—¿Seguro que puedes hacerlo? —dijo Keila, mirándolo fijamente—. Si algo sale mal...

—Nada saldrá mal —grantizó Raidel firmemente, quien ya se sentía un poco mejor que antes. Tal vez fuera porque una gran cantidad de agua corría ante sus narices, pero sentía que una importante parte de sus fuerzas volvía a él.

—Por suerte siempre llevo esto conmigo a todas partes —dijo Keila, mientras sacaba una cantimplora de calabaza en forma de botella que traía en su pequeña mochila—. Tiene capacidad para almacenar un litro. Y si bien no es mucho, espero que sea suficiente para poder sobrevivir los días que quedan...

—Será suficiente —dijo Raidel, pensando que solo quedaban tres días para completar la semana establecida.

—Bueno, entonces... buena suerte —dijo mientras se marchaba del lugar silenciosa pero rápidamente.

Raidel esperó un par de minutos mientras inspiraba y exhalaba una gran cantidad de aire. A continuación prendió todo su cuerpo en llamas.

El fuego recorría su piel de pies a cabeza, emitiendo una intensa luz amarilla, la cual también llevaba centelleantes tintes anaranjados

La innumerable cantidad de bestias vio cómo el muchacho salía rápidamente de entre los árboles y arbustos para dirigirse hacia ellos.

Y en cuanto Raidel hubo pisado la llanura, se detuvo, alzó los brazos al cielo y gritó estruendosamente:

—¡VAMOS, MALDITAS BESTIAS! ¡MÍRENME! ¡MIREN A SU REY!

Y mientras el muchacho llamaba su atención, Keila apareció por el otro lado de la llanura y se dirigió silenciosamente hacia el estanque por la ruta más despejada para coger agua con su cantimplora.

Raidel hubiera tragado saliva si su boca no hubiera estado tan seca. Observó con creciente ansiedad como todos los monstruos se giraban para verlo. Y a modo de consuelo pensó en las palabras de Keila, quien le había dicho que no tenía nada de qué preocuparse, ya que las bestias iban a estar demasiado impresionadas por sus llamas como para intentar atacarlo. Y aunque alguna se atreviera a hacerlo, aquellos animales eran demasiado grandes y, por lo tanto, lentos, así que no podrían acercarse lo suficiente a él antes de que Keila llenase su cantimplora con agua y saliese del estanque y de la llanura. Y una vez llegados a este punto, lo próximo era que Raidel apagase sus llamas y saliese huyendo por su vida, ya que ninguna bestia podría seguirlo.

Sin embargo, todo el plan se vino abajo en cuanto uno de los monstruos —el más grande de todos— se dirigió hacia Raidel en el mismo instante en el que lo vio, sin mostrar ningún tipo de miedo hacia las llamas que envolvían su cuerpo. Tal vez su hambre era mayor que su miedo al fuego o tal vez quería impresionar a las hembras.

Sea lo que fuere, la velocidad que mostró la bestia era tan increíble como la que tendría un tigre, por lo que Raidel soltó una exclamación de terror y retrocedió varios pasos torpemente, sin saber cómo actuar ante el imprevisto. ¿Cómo era posible que una criatura de semejante tamaño pudiera correr a tal velocidad? Eso escapaba de toda lógica.

El muchacho escuchó como aquella gigantesca masa de carne soltaba gruñidos y bramidos mientras se acercaba a él con sus colmillos del tamaño de un tronco.

Raidel no sabía qué hacer además de retroceder, por lo que al poco tiempo tropezó con una piedra y cayó de espaldas al suelo ante la mirada de todas las bestias salvajes.

Y como si alguien hubiera dado una señal, todos los monstruos se lanzaron rápidamente hacia el muchacho al ver su vulnerabilidad.

Raidel escuchó como en algún lugar a lo lejos, Keila soltaba una maldición al ver que su estrategia había fracasado, así que tuvo que improvisar.

—¡Hey todos! ¡Vengan a mí! ¡Vengan a mí! —dijo en un grito que resonó por todo el lugar.

Algunas bestias se giraron hacia su dirección, pero la mayoría continuó yendo hacia Raidel, quien seguía tirado en el suelo.

—Diablos... si hubiera sabido que pasaría esto habría traído mis armas... —refunfuñó Raidel mientras se ponía lentamente de pie—. ¡Desde ahora en adelante llevaré mi guadaña hasta al baño!

A continuación Raidel soltó un rugido de guerra e hizo que las llamas de su cuerpo alcanzaran los dos metros de altura... pero esto no mejoró en nada su situación. Las bestias siguieron persiguiéndolo con tanta o más ferocidad que antes.

De modo que el muchacho no tuvo más remedio que colocarse en posición de batalla, mientras esbozaba una amplia sonrisa.

—¡Antes de que el sol se oculte tras las montañas, mi barriga estará a reventar con la carne de mamut!

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