✡ CXVIII
Capítulo 118: El Bosque Blanco
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Raidel había entrenado por dos días seguidos, sin apenas ningún descanso. Y pese a todo el esfuerzo que había puesto, no tenía mejoras significativas.
El muchacho seguía sentado en la postura de meditación. Y bajo sus atuendos llevaba innumerables moretones y cardenales que le cubrían casi la totalidad de su espalda.
Tal vez fuera una ilusión provocada por la sed y la falta de sueño, pero a Raidel le pareció que sus llamas amarillas estaban ahora un poco más anaranjadas... pero solo un poco.
Sin embargo, Raidel continuó con su entrenamiento, ya que supuso sensatamente que el Ermitaño diría alguna tontería como que no había ningún progreso y que siguiera entrenando.
Y tras cincuenta o sesenta horas de mantenerse quieto en la misma posición, practicando lo mismo y lo mismo, el muchacho había quedado con la boca completamente seca; sus labios se encontraban agrietados; y sus ojos estaban casi tan rojos como su sucio cabello. Pero él no se rindió. Permaneció sentado con su cuerpo prendido en llamas hasta que sintió que sus últimas gotas de energía lo abandonaban. Pensó que sin duda perdería la consciencia si seguía entrenando por tres o cinco horas más, pero no le importó. Él continuó meditando sin mover ningún músculo de su maltratado cuerpo.
Y cuando el cansancio ya lo estaba venciendo escuchó unos pasos que se acercaban a él, los cuales se detuvieron enfrente suyo.
Raidel no abrió los ojos, ya que el entrenamiento requería de su total concentración.
—¡Ya es suficiente!
La voz resonó con tanta potencia que Raidel simplemente no pudo ignorarla.
El muchacho abrió los ojos para ver que se trataba del Ermitaño, quien se encontraba frente a él con una singular expresión en el rostro. ¿Acaso estaba furioso?
—Ya has entrenado demasiado. Ve y toma un descanso, ¿quieres? —dijo el anciano sin dejar de observarlo a los ojos, como si estuviera ante algún espécimen extremadamente raro.
Raidel abrió la boca. Aquel simple movimiento le había parecido extraño. Desde hacía bastante tiempo que no movía los huesos de las mandíbulas.
—¡P-pero todavía no he podido dominar mi Rem...! —balbuceó Raidel, quien parecía estar más que dispuesto a seguir entrenando hasta el desfallecimiento con tal de lograr su objetivo.
El anciano soltó un suspiro y por un momento pareció que iba a darse una palmada en la cara.
—A cualquier persona normal y corriente le tomaría veinte o treinta años de arduo entrenamiento lograr que las llamas amarillas de su Rem se vuelvan rojas —dijo—. Así que ve a descansar, ya que hagas lo que hagas, no lo lograrás pronto.
Pero lejos de estar aliviado de por fin tener un poco de descanso, Raidel soltó un gruñido furioso.
—¿Veinte o treinta años? ¿Eso quiere decir que tú sabías de antemano que yo no podría vencerte en estas dos semanas que quedan para nuestra pelea? —sus ojos estaban centelleantes de la ira.
—Bueno, sí. La verdad es que no hay forma alguna de que logres vencerme —dijo el viejo con sinceridad—. Me demoré toda la vida en adquirir el nivel que tengo ahora. Mi Rem de Hielo es tan frío y poderoso como ningún otro en todo el continente... Y estoy orgulloso por eso.
El muchacho apagó las llamas de su cuerpo, y a continuación se puso de pie.
—¡Perder ante ti no es una opción! —exclamó Raidel con los puños bien apretados—. ¡Te derrotaré y entonces cumplirás tu promesa de darme la información que quiero acerca del White Darkness!
El Ermitaño se encogió de hombros.
—Como quieras, pero debes tener en cuenta que los cadáveres no pueden luchar —dijo—. Si no quieres terminar muerto por sobreentrenamiento te recomiendo que te marches a descansar. Créeme que no serías el primero en morir por esforzarse por encima de sus límites.
A Raidel no se le ocurrió nada con que rebatir aquel argumento, así que no tuvo más opción que marcharse a dormir.
El viejo observó cómo éste se retiraba, arrastrando las piernas, y con la cabeza gacha como si no pudiera levantarla.
Y cuando él entró a la cabaña, el viejo se dirigió hacia Keila, quien se encontraba al otro lado del patio.
—¿Ya se marchó a descansar? —dijo ella con los ojos cerrados.
—No sé de quién aprendería semejante terquedad que tiene —replicó el anciano con un suspiro—. Ser tan obstinado a esa edad...
—Eso lo hace especial —opinó ella mientras abría los ojos. Acto seguido levantó una mano para que el Ermitaño pudiera verla.
Tres de los dedos de Keila estaban completamente envueltos de tierra.
—¡Vaya! —exclamó el anciano, genuinamente sorprendido—. Lograr eso en tan solo dos días...
—Bueno, debo decir que todo es gracias a mi elevada Energía Espiritual —dijo ella—. Si no hubiera continuado con el entrenamiento que realicé en todos estos años las cosas habrían sido muy diferentes...
—Eso no quita que sea sorprendente —dijo el Ermitaño—. Vas por buen camino... Y ahora que ya has llegado a este punto, ¿por qué no tomas un descanso? Tú también has entrenado mucho...
Ella asintió con la cabeza.
—Me vendría perfecto.
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Raidel, Keila y el Ermitaño estaban dirigiéndose hacia algún lugar llamado "El Bosque Blanco". Las razones por las que el viejo les llevaba a este misterioso sector eran aún desconocidas, pero el pelirrojo ya tenía sus sospechas.
Después de haber dormido alrededor de doce horas, Raidel se había despertado con nuevas y renovadas energías. Y si bien sus músculos y articulaciones le seguían doliendo un poco, eso no era nada comparado con el dolor que había tenido que soportar los días anteriores.
Los tres estaban bajando por un sendero serpenteante, el cual estaba tan cubierto de nieve que apenas se lograba ver el camino.
—Hay algo que he querido saber desde que llegaste a mi cabaña —le dijo el Ermitaño a Raidel.
El muchacho lo miró, intrigado.
—Iré al grano —dijo el anciano—. ¿Donde aprendiste a usar el Rem? Es la primera vez que veo que alguien tan joven como tú puede controlarlo...
—Vengo de la Academia Legacy —reveló Raidel, inexpresivo—. Allí viví desde que tengo memoria... Nunca me dijeron quienes fueron mis padres ni quién me llevó a dicha academia...
Por alguna razón el Ermitaño había fruncido el ceño ante sus palabras.
—¿La Academia Legacy? Entonces tu maestro debió haber sido el viejo James, ¿no? —dijo, mientras se rascaba la barbilla. Si Raidel había vivido toda su vida en aquella academia, entonces eso podría explicar el por qué era tan fuerte.
—¿Conoces al viejo James? —dijo Raidel, sorprendido.
—Ese hombre es muy famoso —explicó el Ermitaño—. Después de todo, su Academia de artes marciales es por mucho la mejor de todo el continente...
Raidel soltó un resoplido, algo enfadado.
—Pasé toda la vida creyendo que esa era la mejor Academia del mundo, no solo del continente. Eso fue lo que todos decìan —suspiró Raidel—. Creí que yo era un guerrero prodigio al graduarme de semejante Academia a los trece años. Me creía invencible... uno de los luchadores más fuertes del mundo... pero luego me enteré de la mentira en la que había estado viviendo: La Academia Legacy resultó ser una basura en comparación con la inmensidad del mundo... Y bueno, ¿qué puedo decir? La gente patética como yo simplemente no tiene oportunidad en un mundo tan hostil e intimidante como éste...
Al ver que el muchacho se estaba deprimiendo más de la cuenta, el Ermitaño intentó cambiar de tema.
—Bueno, es cierto que la Academia Legacy no es la mejor del mundo, pero su maestro es realmente excepcional...
Raidel recordó al viejo James, cuyo sello distintivo era su pata de palo, su parche en el ojo y su sonrisa de tonto en la cara. Si alguien del calibre del Ermitaño decía que el viejo James era excepcional, entonces sin duda él debió haber sido un excelente guerrero en su juventud. Recordó algunos rumores que se habían esparcido en la academia cuando él todavía era un alumno, los cuales decían que el viejo James se había enfrentado él solo contra toda una legión monstruosa de demonios infernales. Raidel no había creído ni una palabra de aquello, pero ahora pensó que esos rumores posiblemente fuesen ciertos.
El pelirrojo se quedó meditando sobre todos esos asuntos un buen rato, por lo que el tiempo se le había pasado volando. Y cuando se dio cuenta, Keila y el Ermitaño se detuvieron en seco, por lo que Raidel estuvo a punto de chocar contra la espalda del anciano.
—¡Hey, por qué te detienes tan de rep...! —Raidel no terminó de decir aquella frase, ya que sus ojos se fijaron en lo que tenía al frente.
Eran miles. Miles de inmensos de árboles amontonados, cuyas ramas y hojas estaban repletas de nieve, se alzaban ante ellos en una visión que dejó a Raidel con la boca abierta.
—Esta es la siguiente prueba —dijo el anciano con una sonrisa—. Ustedes dos intentarán sobrevivir en este bosque infestado de bestias monstruosas por una semana entera.
Keila y Raidel intercambiaron una mirada, sin dar crédito a lo que habían escuchado sus oídos.
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