✡ CXVII

Capítulo 117: Tierra

—¡No, no y no! —gruñó el Ermitaño, furioso, mientras golpeaba la espalda del muchacho con un pulido palo de madera.

—¡Auch, demonios! —aulló Raidel sobándose la espalda con una mano—. ¿Qué diablos se supone que estoy haciendo mal?

Ambos se encontraban fuera de la cabaña, al aire libre. El pelirrojo estaba sentado en posición de meditación, y todo su cuerpo se hallaba prendido en llamas.

El Ermitaño golpeó la mano con la que Raidel se estaba sobando la espalda.

—¡No te muevas! —bramó el viejo—. ¡Recuerda lo que te dije! ¡Debes estar concentrado y mantener la misma posición pase lo que pase!

Aquel día estaba inusualmente despejado, lo que hacía que los pocos copos de nieve que caían sobre el lugar estuviesen ligeramente más brillantes, dado que el sol resplandecía en lo alto en todo su esplendor. Ciertamente era un día poco habitual.

Raidel volvió a adquirir la postura de meditación a regañadientes. Su cuerpo entero estaba envuelto danzantes y crepitantes llamas.

—¡Ahora inténtalo de nuevo! —gruñó el Ermitaño—. ¡Concéntrate y transfiere todas tus energías a tu Rem!

Raidel lo hizo. Y al instante las llamas de su cuerpo ganaron un inmenso tamaño hasta alcanzar los dos metros de altura. El muchacho sintió por primera vez que los últimos entrenamientos al fin estaban surtiendo efecto, ya que hace apenas unas semanas atrás no había podido hacer nada de esto... Raidel se permitió esbozar una sonrisa, pero el Ermitaño volvió a golpear su espalda fuertemente con la espada de madera.

—¡Mal! ¡Mal! ¡Tremendamente mal! —gritó el anciano—. Ya te dije que de eso no se trata!

Las llamas de Raidel desaparecieron repentinamente de su cuerpo.

—¿Entonces de qué demonios se trata? —gruñó con el entrecejo fruncido.

—¡Debes hacer que tus llamas sean más intensas!

—¡Por los cuernos de satán, eso es lo que he estado haciendo! —saltó el muchacho, sin poder contener su furia.

El palo de madera se movió en el aire y fue a impactar nuevamente contra la espalda de Raidel, quien soltó un respingo de dolor, pero no se movió.

—¡Tú simplemente estás haciendo más grandes tus llamas! —dijo el Ermitaño—. ¡Eso es completamente inútil! Lo que te pido es que hagas que tu fuego sea más poderoso, más intenso, más ardiente.

A Raidel se le borró toda expresión de furia del rostro, la cual dio paso a la confusión.

—¿Llamas más ardientes? —dijo el muchacho, con la mirada pegada en el suelo. Luego volvió a fijarse en el viejo—. ¿Eso es posible?

—¡Claro que es posible! ¡De eso se trata todo! —exclamó en un extraño tono de voz como si aquello fuera lo más básico del mundo.

Raidel se tomó su tiempo para reflexionar el asunto.

—Gracias a eso es que tu fuego no derritió a mi hielo —dijo el viejo—. Porque tu Rem es demasiado débil... Y eso se puede saber simplemente mirando el color de tus llamas.

—¿E-el color? —balbuceó Raidel, sorprendido, mientras prendía una mano en llamas. A continuación observó el fuego detenidamente. El color que éste tenía era mayormente amarillo, pero con algunos pequeños fragmentos anaranjados.

Raidel soltó un fuerte gruñido. 

—¿Por qué dices que mis llamas son débiles? —ladró—. ¡Mi fuego tiene exactamente el mismo color que las llamas comunes y corrientes!

—¡Ese es precisamente el problema! ¿Acaso no lo ves? —dijo el Ermitaño, quien ya estaba empezando a perder la paciencia—. ¡Tus llamas no son más intensas ni calientes que un fuego normal! ¡Y esa es la principal razón por la que mi Rem es más poderoso que el tuyo! —luego se detuvo para tomar una bocanada de aire. Intentó tranquilizarse para poder decir—: En mi caso en particular,  mi hielo es al menos cincuenta veces más frío, compacto y sólido que el hielo normal. Fue por eso que tú fuego no pudo derretir a mi hielo.

El pelirrojo no volvió a replicar. No sabía que existían diferentes niveles de intensidad en los elementos del Rem...

—Mientras más ardiente sea tu fuego, éste se pondrá más rojo —reveló el Ermitaño—. Ahora simplemente es amarillo, así que tienes un largo camino que recorrer, muchacho.

Las llamas nuevamente envolvieron todo el cuerpo de Raidel, mientras éste cerraba los ojos y adquiría la postura habitual.

—Te lo diré una vez más —dijo el viejo—. Concéntrate. Pon tus cinco sentidos en lo que estás haciendo. Traslada todas tus energías a tu Rem. Haz que éste gane más intensidad...

Raidel hizo todo lo que le pedía, paso por paso. Pero lo único que logró fue que sus llamas se hicieran más grandes otra vez.

El Ermitaño soltó un sonoro suspiro y meneó su cabeza de un lado a otro.

—Bueno, sigue intentándolo —dijo—. No te muevas de aquí hasta que logres una mejoría, ¿entiendes? Practica así tengas que quedarte en este lugar por tres días seguidos.

Y a continuación, el Ermitaño se alejó de él, y se dirigió hacia Keila, quien estaba meditando a treinta metros de distancia de Raidel.

—¿Y bien? —dijo el viejo en cuanto llegó a ella.

Keila abrió los ojos.

—Estoy lista.

—¿Estás segura que quieres continuar con el entrenamiento que abandonaste hace doce años atrás?

Ella asintió con la cabeza.

El Ermitaño no pudo ocultar la sonrisa que iluminó su rostro.

—Bueno, entonces muéstrame lo que tienes...

Keila, quien estaba en la pose de meditación, se concentró y al instante siguiente su cuerpo empezó a emitir una especie de aura de color verde, la cual era tan intensa que su luz por si sola habría sido suficiente para iluminar una casa a oscuras.

El Ermitaño se sorprendió tanto al ver semejante imagen que soltó un grito de sorpresa y retrocedió varias zancadas a paso tambaleante como si en cualquier momento fuera a caerse al suelo. Evidentemente no había esperado ver algo como eso.

—¡H-has mejorado! —dijo el viejo con los ojos muy abiertos del asombro—. ¡Has mejorado mucho!

Ella estaba halagada por sus palabras.

—Resulta que nunca abandoné el entrenamiento —dijo—. Cuando me marché de Therd seguí practicando lo que usted me enseñó... Hice mi rutina de entrenamiento todos los días, tal y como usted dijo.

Al viejo casi se le llenaron los ojos de lágrimas, pero antes de eso sacudió fuertemente la cabeza para despejarse la mente.

Él sabía que aquella luz verde reflejaba la energía espiritual que alguien en particular tenía... Y la energía espiritual de Keila era extremadamente alta y poderosa. En efecto, ella había realizado todos los ejercicios para alimentar su espíritu. De eso no cabía ninguna duda.

Keila se puso de pie. La luz verde desapareció repentinamente.

—Una vez me dijiste que la energía espiritual era indispensable para poder dominar el Rem —lo miró fijamente—. ¿Eso es cierto?

—Lo es —dijo el Ermitaño con gravedad—. Esto es especialmente impresionante porque tu energía espiritual está muy por encima de la que alguien normalmente necesitaría para poder avanzar al siguiente paso a fin de controlar el Rem.

—¿Entonces eso significa que...?

—¿Ya aprendiste a controlar el Rem? —lo interrumpió el anciano.

—Obviamente no. Sin ningún maestro es imposible...

—Espera aquí un momento —dijo el Ermitaño, visiblemente emocionado—. Iré a traer algo...

Acto seguido el viejo se marchó corriendo hacia su cabaña.

Ella no lo tuvo que esperar demasiado.

El Ermitaño volvió con una bola de cristal en las manos del tamaño de su cabeza, la cual era completamente transparente.

Keila miró el objeto, confundida.

—Es una bola para la identificación del Rem. Un objeto mágico —dijo el anciano mientras se lo lanzaba a Keila.

Ella lo agarró con ambas manos, mientras la observaba fijamente... no parecía ningún objeto mágico en lo absoluto.

—Bueno, ahora concéntrate e intenta pasar toda tu Energía Espiritual a la bola de cristal  —dijo el anciano—. Y no te preocupes. No absorberá tus energías ni nada parecido.

Keila sujetó la bola de cristal e hizo lo que le pedía. Transfirió toda su energía espiritual a la bola de cristal. Ella esperaba que ésta empezara a llenarse con luz verde, pero no sucedió nada de eso. Solamente apareció algo parecido a un grano de arena en el interior de la bola de cristal.

Keila observó fijamente aquel grano.

—¿Qué significa eso?

—Enhorabuena —dijo el Ermitaño—. Tu Rem es de Tierra. Sientete orgullosa. Es uno de los más raros de todos.

—¿Qué? —dijo ella, algo decepcionada—. Mi Rem es de... tierra?

—¡Wow, Increíble! ¡Felicidades! —exclamó una voz entusiasmada justo detrás de ambos.

Keila y el Ermitaño se dieron media vuelta para encontrarse con que Raidel estaba allí de pie con una sonrisita de tonto en el rostro.

—¿Qué demonios te dije? —exclamó el anciano de mal genio—. Te ordené que te quedaras quieto entrenando hasta que pudieras controlar tu Rem a la perfección!

—¡Disculpeme, señor! —gritó Raidel aterrado, mientras salía corriendo del lugar, pero ya era demasiado tarde porque el Ermitaño empezó a perseguirlo mientras le daba fuertes azotes con la espada de madera.

Keila no pudo evitar reír ante la visión. Aunque había algo que le molestaba. Su Rem era de Tierra. Ella esperó que fuera de fuego o algo parecido... ¿Qué podía hacer ella con un Rem tan inútil como ese? ¿Envolver su cuerpo con tierra? ¿Tirar bolas de tierra a sus enemigos? ¿De qué le serviría eso?

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