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Capítulo 116: Primera Semana

Con el torso desnudo y los ojos cerrados, Raidel se encontraba sentado en la base de una gigantesca cascada, la cual estaba rodeada de hielo y nieve. El agua helada le caía incesantemente por la espalda y por el resto del cuerpo, y luego ésta seguía su curso en un riachuelo serpenteante que descendía por la montaña.

Raidel había estado allí meditando por tres horas seguidas. Sin embargo eso no era suficiente, puesto que el Ermitaño le había dicho que debía hacerlo por cinco horas consecutivas, lo que claramente suponía un gran reto, no solo por el hecho de tener que aguantar el monstruoso frío de aquel lugar, sino también porque sus músculos no estaban acostumbrados a mantenerse quietos en una misma posición por mucho tiempo, por lo que no tardaron en entumecerse hasta el punto en que Raidel ya no sentía sus extremidades. El reposo y el frío no eran una buena combinación.

En los primeros días de meditación, el muchacho no había podido completar las cinco horas seguidas, ya que el insoportable frío glacial había acabado por dejarlo inconsciente a los pocos minutos de sentarse bajo la cascada. Y aquello había sucedido unas cuatro o cinco veces. Pero Raidel no era alguien que aceptara rendirse tan fácilmente, por lo que a cada mañana volvía a dirigirse a la cascada para intentar cumplir con las horas asignadas, procurando no prestar mucha atención al frío glacial que recorría su cuerpo, el cual era tan tortuoso que parecía que cada pulgada de su piel estuviera gritando de dolor. Sentía que su sangre estaba congelada, pero él se mantuvo firme en su posición, ya que solo tenía en mente una cosa: Encontrar a Deon y vengar a la princesa Misha. Haría lo que fuera para cumplir con su cometido

La buena de Keila lo acompañaba en todos los recorridos. Había sido ella quien llevó a Raidel sobre su espalda media docena de veces hasta la casa del Ermitaño cuando éste se había desmayado.

Pero ahora, luego de una semana de haberse sometido, día tras día, a una de las peores torturas existentes, por fin había cumplido con las horas establecidas.

—Ya has acabado —le informó Keila, cuyo tono de voz tenía un ligero ápice de admiración.

Raidel abrió lentamente los ojos. Ella estaba de pie a veinte metros frente al pelirrojo, fuera del alcance de la cascada. Su figura era borrosa, debido a los interminables chorros de agua que caían sobre los ojos del muchacho.

A continuación se levantó con mucho cuidado, puesto que sus músculos estaban casi tan debilitados como la ocasión en la que subió hasta la casa del Ermitaño por primera vez.

La cascada se encontraba a tres kilómetros debajo de la cima de Therd. Una distancia no muy grande considerando la extensión de la montaña.

El muchacho se dirigió hacia ella con pasos lentos y cortos, procurando evitar posibles caídas para no hacer el ridículo.

Raidel observó la expresión de sorpresa que tenían las delicadas facciones de Keila.

—¡Vaya! —dijo ella, dándole una fuerte palmada en el hombro, lo que casi provoca que el muchacho caiga al suelo—. ¡A mi me demoró un par de años superar esa prueba!

Raidel intentó sonreír, pero sus músculos faciales estaban tan entumecidos que lo único que logró fue componer una mueca.

—G-g-gracias... —tartamudeó. Sus mandíbulas estaban temblando descontroladamente y sus dientes superiores chocaban repetidamente contra los inferiores.

—¡Toma! —dijo Keila, tirándole su larga capa de viaje.

Raidel la agarró en el aire y se la colocó rápidamente. Se aferró a ella como si fuera el último vaso de agua del desierto.

Keila sonrió. Su cabello negro ahora estaba casi blanco debido a los innumerables copos de nieve que habían caído sobre ella en todas las horas que estuvo allí de pie, acompañando y observando a Raidel.

—¿Acaso usaste algún truco? —dijo ella sarcásticamente—. ¿Cómo hiciste para completar esta prueba en una semana?

—S-s-s-supongo que simplemente fue fuerza de voluntad... —logró articular Raidel, mirando por encima de su hombro—. C-creo que será mejor regresar a la cabaña...

Ambos se pusieron en movimiento, pero en cuanto Raidel dio un paso, sus piernas le fallaron y el muchacho cayó de bruces al suelo.

Keila soltó una exclamación de horror y se agachó para revisarlo, pero el muchacho, cuyo rostro estaba pegado contra el suelo cubierto de nieve, dijo en un murmullo ahogado:

—Estoy bien... estoy bien... Me levantaré yo mismo...

Pero cuando se dio cuenta, sus brazos tampoco parecían responderle. El pelirrojo soltó gruñidos y forcejeó hasta la extenuación... pero al final no pudo levantarse.

—Deja de ser tan terco y permite que te eche una mano —dijo Keila con una sonrisa. Acto seguido levantó a su compañero, y se lo cargó a la espalda. Y de este modo continuaron con su marcha.

El muchacho se sonrojó un poco. Ambos caminaron por el interminable mar de nieve en silencio. Raidel pensó que este era el momento ideal para escupir aquello que había tenido guardado por tanto tiempo y que no se había atrevido a decirlo...

—N-no sé por qué haces esto pero gracias... —murmuró con las mejillas todavía sonrojadas.

—¿Hacer qué? —dijo ella, sin saber a lo que éste se refería.

—Ayudarme...

—Ya te lo dije —sonrió Keila—. No puedo dejar que un niñito tonto como tú vaya y se mate con alguna imprudencia... Alguien tiene que protegerte...

Raidel también sonrió y apoyó su cabeza contra el hombro Keila.

Y entonces cerró los ojos, y poco a poco fue quedándose dormido, mientras pensaba en que la cálida protección de su amiga recordaba a la de una madre o hermana mayor...

—¿Qué dijiste? —gruñó Raidel, entre incrédulo y enfadado.

—¡Lo que escuchaste! —dijo el viejo con una carcajada.

Los tres se encontraban dentro de la cabaña, sentados en los muebles de la sala. La discusión había empezado porque Raidel había dicho en voz alta que ahora, después de haber terminado su entrenamiento, debía de estar mucho más fuerte que antes. Pero el Ermitaño le había respondido que la simple meditación no hacía más fuerte a nadie, sino que solamente servía para ordenar y despejar la mente.

Raidel se puso repentinamente de pie. Tenía el entrecejo fruncido.

—¿Esa basura no sirvió para hacerme más fuerte? ¿Entonces por qué demonios me hiciste hacerla?

—Porque ese es el primer paso —dijo el Ermitaño con tranquilidad. Aunque estaba sentado en el sillón, el tamaño de su cuerpo era tan monumental que su presencia sobresalía por encima de todas las demás—. Para considerarte digno de mis enseñanzas, primeramente debías superar esta prueba preliminar.

—Pero ahora perdí una semana —se quejó Raidel, haciendo las cuentas con los dedos de las manos—. ¡Ahora solo quedan tres! ¡Tres semanas para convertirme en alguien más fuerte que tú!

El Ermitaño le dio una palmada en el hombro.

—Buena suerte con eso —dijo en tono burlón.

El próximo entrenamiento había consistido simplemente en ganar resistencia. El viejo le había hecho darse veinte vueltas en un circuito de cinco kilómetros cuadrados.

Aquello no le había supuesto mucho esfuerzo, debido al entrenamiento que Raidel y Keila habían hecho antes de llegar a la la montaña Therd.

Así que al muchacho solo le había tomado dos días completarlo. Y en cuanto lo hizo, se dirigió hacia el Ermitaño y le espetó:

—¿Lo ves? ¡Esto no surge ningún efecto conmigo! ¿Cuando empezamos con los entrenamientos de verdad? ¡Yo estoy muy por encima de estos juegos de niños!

—Ah, ¿eso crees? —dijo el Ermitaño con una sonrisa burlona en el rostro, mientras consultaba con su reloj de arena—. Pues te demoraste demasiado... Eres muy lento, tal y como sospechaba... —se encogió de hombros—. Ve y haz toda la rutina de nuevo. No te preocupes, puedes empezar mañana, ya que debes estar muy agotado...

Raidel le mostró los dientes como un perro enfadado, pero no se atrevió a replicar. Ya había perdido nueve días con estos entrenamientos inservibles, y no tenía ganas de perder más tiempo, por lo que decidió empezar hoy mismo.

El muchacho salió apresuradamente de la cabaña hacia la noche glacial y se dio otras veinte vueltas. Le había demorado alrededor de cincuenta horas completarlas, pero se había detenido un par de veces para dormir y comer.

Y luego de esto, Raidel se dirigió nuevamente a la cabaña.

El viejo observó que se encontraba tan exhausto que apenas podía mantenerse en pie. Estaba agitado y sudoroso como si hubiera acabado de luchar contra un centenar de poderosos guerreros. Además estaba repleto de nieve y sus prendas de vestir estaban mojadas.

Esta vez el pelirrojo no dijo nada, sino que simplemente se sentó en uno de los empolvados sillones para recuperar el aliento.

El Ermitaño observó nuevamente su reloj de arena.

—Solamente te demoraste dos horas menos que la vez anterior...

—E-eso es bueno, ¿cierto? —balbuceó entre jadeos—. ¿Ya podemos continuar con lo siguiente?

El anciano hizo a un lado el voluminoso libro que estaba leyendo.

—Bueno, normalmente te haría dar otras veinte vueltas, pero teniendo en cuenta tu perseverancia...

Raidel tragó saliva. Esperaba que por una vez en la vida el viejo dijera algo bueno...

—Creo que ya podemos pasar al siguiente punto —finalizó el Ermitaño.

Raidel soltó un suspiro de alivio. Pero al instante pensó que quizá no debió haberlo hecho, ya que era muy probable que el viejo fuese a salir con otro de sus entrenamientos inútiles...

—Lo siguiente será... mejorar tu habilidad con el Rem, ya que tu actual control sobre ésta es un chiste.

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