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Capítulo 119: Supervivencia

El Bosque Blanco estaba ubicado en un terreno relativamente plano de la montaña, y era tan increíblemente extenso que Raidel no pudo ver su fin por ninguno de sus extremos. Keila había asegurado que medía alrededor de ciento veinte kilómetros cuadrados; una cantidad sorprendente hasta para tratarse de un bosque de Therd.

Los árboles del Bosque Blanco eran tremendamente grandes y estaban apretujados los unos contra los otros. Sus ramas eran enormes y gruesas como troncos. Y el árbol más pequeño que el muchacho alcanzó a divisar medía por lo menos unos ocho metros de altura.

Y en cuanto Raidel y Keila entraron en aquel lugar, armados únicamente con el soporte que les brindaban sus sentidos, empezaron a escuchar los innumerables gruñidos, graznidos y aullidos que emitían los moradores del bosque, los cuales resonaban con intensidad desde algún lugar a lo lejos.

Al principio Raidel creyó ingenuamente que esta prueba le iba a resultar bastante sencilla, puesto que hacía varios días que ya se había acostumbrado al terrible frío de aquella montaña, además de que no creía que ningún monstruo fuese más poderoso que ambos. Sin embargo, después de unas pocas horas, él mismo tuvo la oportunidad de comprobar que, para su desgracia, se había equivocado magistralmente.

Ambos ya se habían adentrado varios kilómetros en el bosque, lo que les había demorado más tiempo del deseado, dado que avanzaban a paso lento y cauteloso. Y fue allí cuando Raidel recién se dio cuenta que el problema no era el frío ni las bestias monstruosas, sino que en aquel lugar escaseaba la comida y, sobre todo, el agua.

En un punto dado del trayecto, Raidel estuvo a punto de meterse un puñado de nieve a la boca para intentar hidratarse un poco, pero Keila le dio un manotazo al brazo del muchacho, lo que provocó que la nieve que estaba sosteniendo cayera al suelo.

—No querrás comer eso —dijo ella—. La nieve está contaminada.

—¿Q-qué?

—Pensé que ya lo sabías —suspiró—. Es bien conocida la historia de que hace unos cincuenta años atrás apareció una especie de nube tóxica radiactiva sobre esta montaña. Algunos especulan que fue un evento natural, pero otros dicen que algún Usuario de Rem o mago la invocó. En cualquier caso, aquella nube tóxica contaminó la atmósfera y, pese a que la nube ya desapareció hace muchos años, la atmósfera sobre Therd quedó infectada. Así que toda la nieve que cae está... contaminada.

—No parece que lo esté —dijo mientras miraba una pequeña parte del cielo azul que se filtraba a través de las hojas de los árboles. También observó la resplandeciente nieve tan blanca como la leche. A continuación cogió otro puñado de nieve y le dio una probada. Pese a que no tenía olor, su sabor a descomposición y putrefacción hizo que Raidel lo escupiera de inmediato.

Keila se encogió de hombros.

—Te lo advertí... Muchos han muerto por comer la nieve de esta montaña, ¿sabes?

Ambos se pusieron en movimiento en completo silencio, sumidos en sus propios pensamientos, hasta que el muchacho ya no pudo guardarlo.

—¿Qué se supone que vamos a hacer ahora? —dijo en un susurro, sin dejar de avanzar por el bosque nevado. Con cada paso que daban, la nieve crujía bajo sus pies.

El lugar estaba casi a oscuras, puesto que las ramas y hojas bloqueaban la mayor parte de los rayos del sol.

A estas alturas ya se habían internado bastante en aquel bosque, y los sonidos que producían las criaturas llegaban provenientes de todos los flancos, por lo que Keila ya se había puesto más tensa de lo habitual.

—Tendremos que buscar agua y comida —respondió ella, también en un murmullo.

Todavía no se habían topado con ninguna bestia, y eso era casi un milagro, pero ellos percibieron la presencia de varios animales que estaban posados sobre los árboles, escondidos entre las sombras, observando fijamente a los extraños forasteros que se atrevían a invadir sus territorios.

—¿En dónde se supone que vayamos a encontrar agua? —dijo Raidel, tragando saliva. Un terrible presentimiento estaba acechando su mente.

—No lo sé, nunca he estado dentro de este bosque... Tendremos que buscar algún riachuelo o arroyo que pase por aquí... —dijo Keila, quien en aquel momento era apenas una sombra para los ojos del muchacho.

—No crees que el agua también esté contaminada?

—De hecho una gran proporción sí lo está, pero también hay agua limpia que proviene de otras montañas, o de manantiales o aguas termales, así que esperemos tener algo de suerte en encontrar esto último...

Ambos caminaron por un par de horas más, pero sin resultados: No había rastros de agua por ningún lado.

Y poco a poco, la noche empezó a caer sobre el lugar, dejando el bosque completamente a oscuras. Ahora ya ni siquiera se lograba distinguir ninguna sombra o silueta, sino que la oscuridad era total. Incluso sus propias narices estaban fuera del alcance de sus vistas.

Keila ya se imaginó qué era lo que estaba pasando por la mente del pelirrojo, así que intervino antes de que éste cometiera alguna estupidez:

—No —dijo ella en un tono de voz débil, pero firme—. No te atrevas a usar tus llamas.

—¿Qué? ¿Por qué? —dijo la voz del muchacho, la cual tenía un ligero tinte de sorpresa—. No creo que hayan razones para preocuparse... solo prenderé un dedo en llamas...

—¡No! —susurró ella, algo enfadada—. ¿Acaso estás loco? ¡Hasta la luz más pequeña atraería a todas las bestias cercanas a nosotros!

—¿Sugieres que nos quedemos en esta oscuridad absoluta?

Ella soltó un suspiro a modo de respuesta.

—Bueno, está bien... tú sabes lo que haces... —dijo Raidel, resignado.

Ella extendió una mano para palpar el tronco de un árbol.

—Juzgando por el grosor del tronco, este debe ser un árbol grande... —dijo ella—. Vamos, subamos. Tendremos que dormir si mañana queremos tener las energías suficientes para buscar agua.

—¿Qué tal si hay animales habitando el árbol?

—Tendremos que arriesgarnos, no podemos dormir abajo —dijo ella, mientras empezaba a subir por el tronco.

El muchacho también empezó a escalarlo, y al instante notó que era difícil hacerlo a ciegas. Aquella simple acción que le habría demorado diez segundos con algo de luz ahora le estaba tomando varios minutos. Y por un momento tuvo el impulso de prender su nariz en llamas para que la luz lo ayudase a localizar la posición de las ramas, pero se abstuvo de hacerlo, ya que no quería enfrentarse a la furia de Keila.

Ambos treparon hasta la punta del árbol. Calcularon que éste debía medir unos veinte o treinta metros de altura. Y afortunadamente no tenía signos de estar habitado por ningún animal,  pero igualmente no bajaron la guardia sino hasta varias horas después de haberse asentado en las ramas más altas.

Pese a encontrarse a una altura considerable, optaron por hacer guardia mientras el otro dormía.

Y tras una larga y aburrida noche, el día al fin había llegado.

El sol empezó a hacer lo suyo, iluminando todo el bosque con su cálida y brillante luz.

El muchacho soltó un ruidoso bostezo mientras se desperezaba.

Keila le dio un fuerte codazo en las costillas.

—¡Haz silencio! —susurró, mientras señalaba el árbol de enfrente.

Raidel observó lo que estaba apuntando y ahogó una exclamación de sorpresa.

Eran criaturas que él jamás había visto; criaturas feas. Parecían gorilas, pero tenían el pelaje blanco como la nieve y cada uno medía unos tres metros y medio de altura, y además eran bípedos, es decir que caminaban sobre dos pies.

Ambos pudieron pudieron observar con gran horror que no eran precisamente pocos simios, sino toda una manada.

Al menos cinco o seis árboles cercanos estaban repletos de estas bestias.

Keila le tocó un brazo a su compañero para sacarle de su ensimismamiento.

—¡Tenemos que irnos! —susurró ella—. ¡Ahora!

Ambos se pusieron en movimiento y bajaron el árbol, procurando ser lo más silenciosos posibles. Por fortuna nadie se fijó en ellos, por lo que ambos pudieron marcharse del lugar sin grandes dificultades.

Las horas transcurrieron, aunque ellos seguían sin encontrar rastros de agua, sin importar los tantos kilómetros recorridos ni todos los esfuerzos puestos en ello.

A Raidel le empezó a rugir el estómago.

—Creo que es hora de comer algo, ¿no crees? —dijo el pelirrojo en un momento dado del trayecto.

Keila guardó silencio por unos momentos hasta que finalmente dijo:

—Hay dos problemas con eso. El primero es que va a ser imposible encontrar presas solitarias —suspiró—. No sé si te habrás dado cuenta, pero todos los monstruos de este lugar andan en manadas de cincuenta miembros como mínimo. Lo que quiere decir que si queremos comer algo tendremos que enfrentarnos contra toda una manada  —advirtió—. Y también está el problema de que el ruido de la batalla atraerá a otros monstruos que estén cerca del lugar. Sin mencionar que para asar la comida habrá que prender una fogata... ¿Y adivina qué? La luz y el humo también atraerán a las bestias hacia nosotros...

Raidel soltó un suspiro.

—Entonces en otras palabras no comeremos nada, ¿no?

—Me temo que estaremos con el estómago vacío hasta encontrar alguna criatura solitaria... si es que la hay —se encogió de hombros.

—¿Y qué hay con las frutas o animales pequeños? —dijo el muchacho con un pequeño rayo de esperanza en la voz.

—No, aquí no hay frutas. Estos árboles no tienen nada de eso —dijo—. Y los animales más pequeños son los monstruos que "solamente" miden dos metros...

Caminaron otro centenar de pasos más. Raidel no quería darse por vencido, por lo que su mente estaba buscando todas las alternativas posibles. Quería conseguir agua o comida para antes de que llegase el atardecer así fuera lo último que haga.

—¿Y qué hay con el agua? —dijo el muchacho—. ¿Por qué no nos quedamos espiando a una manada? Tarde o temprano ellos deben de ir por algo de agua, ¿no? —dedujo—. Después de todo, hay innumerables animales en este bosque, así que deben de haber muchas fuentes de agua.

—Aunque sean muy grandes, las bestias que habitan este lugar son tan raras que no necesitan beber mucha agua —dijo—. Solo unas pocas gotas suele serles suficiente para varios días, las cuales en su mayoría las encuentran en la nieve o en la carne de sus presas... Resulta extraño, pero no parece que a ellos les afecte consumir nieve contaminada...

Esas palabras acabaron por agotar las últimas esperanzas de Raidel, quien pensó que probablemente la única manera de sobrevivir en aquel monstruoso bosque sería tener que aguantar una semana entera sin comer ni beber nada de agua...

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