✡ CXIII
Capítulo 113: Sujeto 742
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El insoportable frío glacial fue lo que despertó a Raidel, quien abrió los ojos de par en par y se incorporó bruscamente sobre el suelo cubierto de nieve.
Observó que se encontraba al aire libre, afuera de la cabaña. Su cuerpo estaba envuelto por dos negras capas de viaje: La suya propia y la de Keila.
Ella estaba sentada al lado suyo, mirando el horizonte con una mirada perdida en el rostro.
La nieve caía incesantemente sobre ambos compañeros y el viento no dejaba de soplar por el lugar.
El pelirrojo se dio cuenta que estaba temblando del frío, pese a todas las prendas de vestir que traía encima.
Notó que no podía mover sus brazos y piernas, los cuales estaban tan entumecidos que el muchacho ni siquiera podía sentirlos. Era como si le hubieran cortado las cuatro extremidades.
Raidel intentó levantarse al tiempo en que soltaba un gruñido de dolor, pero al instante cayó de bruces al suelo.
Aquellos sonidos advirtieron a Keila que el muchacho ya se había despertado, por lo que ella lo regresó a ver, mientras decía apresuradamente:
—¿Cómo te encuentras? ¿Estás bien? ¿Puedes moverte? —su voz tenía impregnado el inconfundible tono de preocupación. Aunque la expresión de su rostro revelaba un gran alivio al verlo despierto.
—N-no siento mis brazos ni piernas... —logró articular Raidel, a quien se le había complicado bastante pronunciar aquellas simples palabras, ya que su mandíbula se encontraba temblando descontroladamente.
Keila se acercó un poco más él para examinarlo.
—Oye, tal vez deberías...
Pero Raidel ya sabía lo que iba a decir, así que no perdió más tiempo: Prendió todo su cuerpo en llamas.
Keila se alejó un poco, pero no demasiado, ya que el calor del fuego en aquella gélida montaña era tan bienvenido como el agua en el desierto.
Por su parte, Raidel seguía teniendo un frío tremendo, puesto que sus propias llamas no ayudaban a calentarlo demasiado, pero por lo menos sintió una débil oleada tibia que recorría su cuerpo.
Y allí ambos quedaron en silencio por un buen rato. Raidel recordó lo que había sucedido antes de perder la consciencia. Recordó su batalla contra el Ermitaño y cómo éste lo había congelado...
El muchacho giró su vista hacia su compañera.
—¿Qué es lo que sucedió luego de que...? —pero se detuvo. Por alguna razón no pudo terminar de decir aquella frase.
Sin embargo, Keila entendió lo que quería decir, así que murmuró:
—Después de que él te congeló, fue hacia mí y me dijo que nos marcharamos de su montaña cuanto antes —su voz tenía un considerable grado de tristeza, como si tuviera ganas de llorar—. Y luego de eso, se metió a su cabaña y no volvió a salir... Así que yo no tuve más opción que esperar a que te descongelaras, cosa que demoró varias horas, ya que el clima aquí arriba es muy frío...
Raidel creyó ver una lágrima que le caía de su mejilla.
La mirada de Keila no dejaba de contemplar el horizonte, como si quisiera tocarlo con las manos.
—Tenía miedo de que murieras... pero gracias a los dioses estás a salvo...
Por un momento ella quiso abrazarlo, pero luego recordó que el cuerpo del muchacho estaba envuelto en llamas.
Raidel soltó un pequeño suspiro.
—¿Así que eso es todo? —dijo, resignado—. ¿Así es como terminará nuestro viaje en Therd? ¿Nos marcharemos así, sin más?
Ella bajó su mirada al suelo.
—¿Qué otra cosa podemos hacer? —dijo con tristeza—. El Ermitaño no nos quiere aquí... Si nos quedamos él podría deshacerse de nosotros.
Aunque Raidel era bien conocido por su terquedad, él sabía reconocer cuando alguien lo había derrotado. Pero más importante, sabía reconocer a quién no podía derrotar... Y el Ermitaño era una de esas personas.
—Es una lástima —murmuró el muchacho, mientras se ponía lentamente de pie. Sus extremidades seguían muy entumecidas, pero al menos ahora podía moverlas—. Supongo que tendré que buscar a alguien más que quiera responder a mis preguntas... —Mientras decía aquellas palabras las llamas se extinguieron por completo de su cuerpo.
Keila asintió con la cabeza.
—Te acompañaré —dijo simplemente, mientras ella también se ponía de pie.
Raidel se tambaleó y por poco cae al suelo, pero ella le agarró el brazo para que pudiera mantener el equilibrio. La declaración de Keila lo había cogido por sorpresa.
—¿Acompañarme? —dijo, incrédulo.
—No puedo dejar a un niño tonto como tú vagar libremente por el continente... Alguien puede hacerte daño.
Raidel no sabía si tomarse aquellas palabras como una ofensa (por subestimar sus habilidades) o como una muestra de la buena voluntad de Keila. Pero de todas maneras esbozó una amplia sonrisa.
—Bueno, larguémonos de este horrible lugar —dijo—. ¡Vamos a donde sea que nos lleve el destino!
Sus palabras levantaron el ánimo de Keila, quien también sonrió.
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Hacía varias semanas atrás, los borrachos de Dantol y Threon habían salido del continente Roca Blanca, y ahora se encontraban en Colmillo Rojo, el segundo de los nueve continentes.
Con pasos rápidos y firmes, ambos entraron en un gigantesco y oscuro salón, el cual estaba tenuemente iluminado por la luz de pequeñas e innumerables velas que se encontraban flotando y revoloteando en el aire, cerca del techo, como si tuvieran vida propia.
La estancia era tan enorme que medía unos quinientos metros cuadrados... pero allí dentro solo había una única persona: Un hombre de cabeza rapada vestido con una túnica de color carmesí. Ambos borrachos apreciaban y temían a aquel hombre por igual, ya que se trataba de nada más ni nada menos que el líder del Batallón 9 de Immortal Blood.
El guerrero, cuyo nombre era Serg, estaba sentado en un elegante sillón color escarlata, el cual tenía un espaldar tan enorme que por poco llegaba al techo. Parecía un trono.
Dantol y Threon avanzaron por el salón y al instante se fijaron en la bestia mágica que estaba haciendo compañía a Serg. Se trataba de un simio de Tharg: Un enorme monstruo de pelaje rojo que se encontraba en una esquina parado sobre sus dos pies, quién era extremadamente musculoso y tan alto que debía medir unos cuatro o cinco metros de estatura. El simio miró a ambos visitantes y resopló fuertemente por sus voluminosas fosas nasales. Sin embargo, Serg alzó una mano para tranquilizarlo, por lo que ambos borrachos pudieron observar la veintena de anillos negros y metálicos que cubrían los dedos del poderoso guerrero, los cuales tenían inscritos símbolos rúnicos de inmenso poder.
—Hemos regresado de nuestra misión, señor —dijo Dantol con una solemnidad bien marcada en la voz.
—Vaya, es una sorpresa tenerlos de vuelta —dijo Serg con tranquilidad—. ¿Cuánto tiempo estuvieron afuera? ¿Dos años? Bueno, como sea, ¿encontraron al sujeto 742?
—Lo encontramos, señor —aseveró Threon.
Los oscuros ojos de Serg se fijaron en él, expectantes.
—¿Y bien? ¿Qué descubrieron?
—Es una larga historia —suspiró Dantol—. Nos llevará un par de horas contar todos nuestros hallazgos.
—Soy todo oídos —dijo Serg con los ojos centelleantes.
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