✡ CXII
Capítulo 112: Fuego vs Hielo
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En la cima de Therd, los copos de nieve no dejaban de caer del cielo, los cuales eran pequeños pero tan numerosos que los cabellos de los tres presentes no tardaron en empaparse de nieve. El silencio en aquel lugar era sepulcral. Los rayos de luz se filtraban claramente a pesar de la inmensa nube que cubría casi la totalidad el cielo.
Y tras unos segundos, el silencio se vio repentinamente interrumpido en cuanto Raidel soltó un poderoso grito de guerra y arremetió contra el anciano con sus ardientes puños de fuego en lo alto.
El muchacho lanzó un puñetazo tan poderoso que el aire silbó en consecuencia, pero el Ermitaño movió su cabeza hacia atrás para esquivarlo.
Y cuando el golpe del pelirrojo pasó de largo, los expertos ojos del viejo escudriñaron minuciosamente aquel ataque y analizaron la calidad de las llamas.
Posteriormente el Ermitaño esbozó una sonrisa burlona que reflejaba su enorme desprecio hacia Raidel.
Al notar esto, el muchacho lo fulminó con la mirada y escupió al suelo.
—¿Qué te parece tan gracioso? —gruñó—. ¡Espero que sigas riéndote cuando te tire todos los dientes de un puñetazo!
Y pese a la amenaza, la risa del viejo poco a poco fue ganando intensidad hasta que finalmente se convirtió en una estridente carcajada.
—¡Eres muy arrogante para ser tan débil! —dijo el viejo sin dejar de sonreír.
—Bueno, tal vez yo no sea tan fuerte como tú —reconoció Raidel con el ceño fruncido—. ¡Pero mi Rem es el vencedor! ¡Todo mundo sabe que el fuego le gana al hielo! ¡Si no quieres que derrita tu hielo y chamusque tus flácidas nalgas de anciano tendrás que obedecerme! ¡Caso contrario arderás hasta la muerte!
El lugar volvió a quedarse en silencio por unos cuantos segundos. El viento rugió fuertemente, revolviendo los cabellos y las ropas de ambos contrincantes.
A Raidel le invadió una repentina sensación de frío más intensa de lo habitual gracias a la ráfaga que había acabado de soplar. Tuvo que luchar para que su cuerpo no temblara, ya que si lo hacía quedaría en ridículo. Pensó en que tal vez cometió un error al haberse sacado la capa...
Y ya que el Ermitaño no respondió a sus amenazas, el muchacho pensó inocentemente que lo había intimidado, pero en el momento menos esperado el viejo regresó a ver a Keila, y dijo:
—Además de débil, tu hijo es un irrespetuoso idiota —expresó con seriedad—. Parece que no has hecho bien tu trabajo como madre.
El pelirrojo cerró fuertemente los puños y apretó las mandíbulas con gran intensidad hasta que sus dientes chirriaron. Ya estaba harto de escuchar tantas estupideces.
Y al ver que ella no pretendía responderle, sino que solamente se limitaba a bajar la mirada al suelo, el viejo se volvió a fijar en Raidel. Y sin perder el acento burlón de su voz, dijo:
—¿Entonces lo que estás queriendo decir es que yo no puedo vencerte porque el fuego derrite al hielo?
Llegados a este punto, el muchacho ya no estaba tan seguro, puesto que el Ermitaño parecía realmente confiado en sus habilidades. Sin embargo, Raidel no logró encontrar fallas a su propia lógica, así que se mantuvo firme en su posición.
—¡Así es, demonios! —bramó con gran determinación—. ¡El destino está de mi lado! ¡No puedes vencerme!
Al anciano ya no le dio risa, sino desdén y hasta algo de lástima. Le parecía increíble que aquel mequetrefe creyera que su Rem era más poderoso que el del viejo.
Ambos se quedaron en sus posiciones por un momento. El Ermitaño estuvo a punto de molerlo a golpes para que aprendiera cuál era su lugar, pero entonces se le ocurrió una idea mucho mejor.
El viejo bajó sus brazos, uno a cada lado del cuerpo.
Raidel no pudo ocultar la sorpresa de su rostro, puesto que parecía que el anciano se estaba rindiendo.
—Vamos —le invitó el Ermitaño, al tiempo en que su rostro también empezaba a recubrirse con una gruesa y blanca capa de hielo—. Golpea donde tú quieras. Veamos si tu Rem es mejor que el mio.
Raidel estaba sorprendido. Al principio pensó que quizá fuera una trampa, pero la expresión del viejo no delataba nada de esto, por lo que solo quedó la otra alternativa: que el Ermitaño en verdad quisiera que lo golpeara. ¿En verdad su hielo sería mejor que el fuego de Raidel? Solo había una manera de salir de dudas.
El muchacho se acercó a él de un salto, y a continuación le lanzó un torbellino de poderosos ataques. Puñetazos, patadas, rodillazos y codazos. El cuerpo del viejo se sacudió hacia atrás debido al potente impacto de los golpes, pero no cayó.
Y al poco tiempo el muchacho sintió una horrible sensación en sus nudillos cada vez que golpeaba a su adversario, como si éstos se estuvieran congelando. Pero Raidel no se detuvo. Siguió golpeando con todas sus fuerzas, ya que al fin y al cabo eso era lo único que podía hacer. Esta era su única oportunidad para derrotarlo...
No obstante, luego de unos treinta segundos de incesantes ataques, el Ermitaño alzó una mano y con ésta sujetó el brazo izquierdo de Raidel, quien al percatarse de esto, intentó liberarse del agarre, pero el viejo no se lo permitió, ya que sus dedos eran tan firmes como las tenazas de un cangrejo.
A continuación el brazo de Raidel empezó a congelarse en la zona en la que el anciano lo estaba sujetando.
El pelirrojo sacudió su brazo violentamente y golpeó al Ermitaño con su puño libre, pero nada daba resultado: Él lo seguía agarrando.
Y al instante siguiente, Raidel pudo ver con infinito horror que la capa de hielo empezó a expandirse por su brazo hasta alcanzar su hombro. El muchacho intentó prender en llamas su brazo para combatir el hielo... y de hecho pudo hacerlo, pero no sirvió de nada, ya que por alguna extraña razón, aquellas llamas no lograban derretir el hielo del Ermitaño.
El muchacho soltó un fuerte alarido de desesperación al ver que el manto de hielo empezó a propagarse por su pecho y luego por el resto del torso.
Como mecanismo de defensa, Raidel prendió todo su cuerpo en llamas, pero, una vez más, esto no le sirvió de nada, ya que el hielo seguía esparciéndose por debajo del fuego en un suceso sin precedentes.
—¡Te lo dije! —vociferó el Ermitaño. Su voz sonó un poco distorsionada, puesto que su rostro seguía cubierto por una densa capa de hielo—. ¡Tu fuego es una mierda! ¡El control que tienes sobre tu Rem es de chiste! ¡Esas llamas son demasiado débiles!
—¡Ya basta! ¡Ya basta! —empezó a gritar Keila una y otra vez, con una desesperación bien marcada en la voz—. ¡Ya lo entendimos! ¡Nos iremos ahora mismo! ¡No lo mates!
Pero el viejo no le hizo caso.
Raidel no pudo hacer más que gruñir y forcejear al ver que su cuerpo se estaba congelando a una velocidad vertiginosa. El hielo empezó a invadir sus piernas y su cuello.
Y al notar que ya no podía mover ninguna parte de su cuerpo a excepción de su cabeza, Raidel soltó varias maldiciones impropias de un niño de su edad.
Y lo último que vio fue la molesta sonrisa del Ermitaño, mientras éste decía:
—Agradecele a tu arrogancia por esto —articuló—. Ahora muere, mocoso de fuego.
La cabeza de Raidel fue lo último en congelarse.
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