✡ CXCVIII
Capítulo 198: Revelaciones, revelaciones y más revelaciones.
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El talismán rúnico les había salvado la vida, teletransportándolos a una desconocida selva tropical que se extendía por todos los extremos hasta donde llegaba la vista, y la cual era tan vasta que no parecía tener fin.
La teletransportación duró apenas tres segundos. En ese breve instante sintieron cómo si hubieran caído por un largo túnel a una velocidad vertiginosa. Luego aparecieron repentinamente en aquella extraña selva que solamente los dioses sabían en dónde diablos se encontraba.
Según había explicado Alisa, cuando alguien usaba el talismán rúnico, éste lo teletransportaba a algún lugar al azar que podía variar de entre trescientos a mil quinientos kilómetros de distancia. Así que uno no podía elegir a dónde quería ser teletransportado, sino que eso era puramente al azar.
El mecanismo de funcionamiento era muy simple. Solo había que romper por la mitad el talismán rúnico para que se activara la teletransportación. No había ningún límite en las personas que se podían teletransportar.
Lo único que había que hacer para que alguien más se teletransportara era tener algún tipo de contacto con la persona que estaba sosteniendo el talismán rúnico. Con una mano en el hombro, por ejemplo, era suficiente. Raidel y Sendor también se habían podido teletransportar porque habían estado haciendo contacto directo con la goma que Alisa estaba sujetando con una mano. Y ella a su vez estaba haciendo contacto con Fran, quien fue el que rompió el talismán rúnico.
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—¡Los encontré! ¡Aquí están los ungüentos regenerativos! —farfulló Alisa atropelladamente, mientras sacaba rápidamente varios frascos de su bolsa mágica y se los entregaba a Fran.
El líder agarró los frascos a la velocidad de un rayo y los abrió bruscamente. Luego untó su contenido en las heridas más profundas de Sendor, quien estaba tumbado boca arriba, desangrándose a chorros en el suelo.
Keila ayudó a Fran en su tarea, untando las heridas de Sendor con el ungūento regenerador.
Los compañeros se sorprendieron cuando el mago abrió lentamente los ojos y movió los labios como si quisiera decir algo.
—¡No gastes energías! —exclamó Keila con un tono de voz un poco más brusco de lo que hubiera querido. Luego, como si quisiera corregir su error, dijo con más suavidad—: Tienes que descansar…
—E-es inútil —balbuceó Sendor, mientras la boca se le llenaba de una sangre oscura y espesa. Tras escupirla, añadió—: Es demasiado tarde…
—¡No digas estupideces! —gruñó la voz de Raidel, a varios metros detrás de ellos.
Todos los compañeros dieron un respingo de la sorpresa y se giraron rápidamente para ver que el muchacho estaba sentado en el suelo, sudoroso, jadeante y ensangrentado. Parecía que apenas podía mantener la consciencia.
—¡Raidel! —dijo Keila, casi sin poder creer lo que estaban mirando sus ojos—. ¿Por qué estás…?
—¡No puedes morir de esta forma tan patética! —siguió diciendo Raidel, visiblemente furioso—. Hemos perdido de vista a Vork. ¡Ya estamos salvados! No puedes morir ahora que no hay ningún enemigo…
—Lo… lo siento, muchachos —escupió Sendor con la voz cada vez más débil. Sus ojos se llenaron de lo que parecían lágrimas—. No saben cuánto me hubiera gustado seguir acompañándolos en sus aventuras… pero desgraciadamente creo que eso me será imposible. —Llegados a estas alturas, un charco de sangre se había formado debajo de él. La hemorragia de sus heridas no se detenían sin importar el esfuerzo de los compañeros—. Demonios. ¿Recuerdan cuando les dije que jamás iría al Tercer Continente a participar en ese maldito Torneo de las Mil Escuelas? Pues eso no era cierto… Yo quería participar… quería acompañarlos… Jamás he ido a Loto Plateado, ¿saben?… Quería conocer ese lugar… Pero ahora… ahora…
El pelirrojo se puso en pie cómo pudo. Las innumerables heridas de su cuerpo estaban gritando en un desesperado intento por hacer que él se quedara quieto descansando, pero Raidel las ignoró por completo. Se acercó a Sendor, y a continuación dijo con una voz lastimera; una voz que no podía ocultar su gran desconsuelo:
—¡No puedes morir, anciano! —emitió casi a modo de súplica—. ¿Quién demonios cocinará ahora? ¡Tus comidas eran las mejores de todo el continente! ¡No puedes abandonarnos ahora!
—Es cierto. Tus desayunos eran increíbles —coincidió Keila, quien, como Raidel, también parecía bastante apagada.
En cuanto escuchó la parte de la comida, Sendor soltó una risita que más bien pareció un gruñido de dolor.
—Oh, dios —seguía riéndose—. Yo siempre supe que mis comidas eran una reverenda basura. Incluso a mí mismo me daba indigestión si comía mucho de mis propios platillos… Yo soy el primero en reconocer que el sabor era horrible, pero ustedes nunca se quejaron frente a mí… Siempre les estaré agradecido por eso…
Todos sabían que a Sendor le encantaba cocinar a pesar de que no lo hacía particularmente bien...
—¿Indigestión? Al diablo con eso —gruñó Raidel—. ¡Si sobrevives, juro que lo único que comeré serán tus platillos!
—Si lo pones así…
Fran miró a los ojos al miembro más antiguo de su Equipo.
—¿Cuántas misiones hemos realizado juntos? ¿Cuántas veces me has salvado la vida? No lo sé. Ya he perdido la cuenta —se rascó la barbilla—. ¿Recuerdas la ocasión en la que ese cazarrecompensas te apuñaló el pecho con una espada y casi te perfora el corazón? Si sobreviviste a eso, puedes hacerlo ahora. Te lo aseguro.
Los ojos del mago observaron el cielo oscuro y despejado por un rato. Al cabo de unos momentos dijo con una voz apenas audible:
—Tienes razón. Lucharé como un guerrero para sobrevivir y ver la luz del siguiente día.
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Y vaya que Sendor había luchado como un verdadero guerrero. Sin embargo, murió al tercer día.
Fue inevitable. Su hígado y parte de su intestino estaban desgarrados debido al impacto de la cuchilla de energía de Vork. No pudieron hacer nada para salvarlo…
Los compañeros lo enterraron en la cima de una pequeña colina. Allí cavaron un enorme agujero en el suelo y colocaron el cadáver con sumo cuidado.
A continuación todos los presentes observaron su cuerpo y guardaron un minuto de silencio. Lo habían enterrado junto a todas sus pertenencias: su sombrero de mago, su báculo sagrado… Él seguramente hubiera querido eso.
Luego volvieron a rellenar la fosa con toda la tierra que habían sacado y colocaron varias piedras en torno a su tumba. Grabaron su nombre en la roca más grande.
—No es mucho, pero no podemos hacer mucho más en esta situación —se lamentó Fran.
Los compañeros se quedaron varias horas sentados frente a la tumba, silenciosos y cabizbajos. De esa manera estuvieron un buen rato hasta que Alisa rompió el silencio:
—Él me salvó la vida… por eso resultó herido… Yo nunca le agradecí. Nunca podré devolverle el favor…
Su voz apenas había sido audible y su mirada estaba clavada en el suelo con visible angustia.
—Vamos, no te quejes —escupió Raidel con tono severo—. ¿De quién crees que es la culpa? ¡Si hubieras usado tu maldito talismán rúnico desde el principio, nada de esto habría sucedido!
De un segundo a otro, la expresión desconsolada de Alisa había dado paso a una mueca de furia infinita.
Ella se puso de pie y fue hasta Raidel con los puños bien apretados. Su mirada era gélida, mortífera.
—Repite lo que dijiste —murmuró con suavidad, pero ninguno de los presentes pasó por alto la nota venenosa que estaba inscrita en su voz.
Raidel también se puso de pie para hacerle frente.
—Lo repetiré una y mil veces. Si hubieras usado ese maldito talismán desde el principio…
—No se peleen. La culpa es mía y solo mía.
Raidel se dio la vuelta para ver que quién había dicho esas palabras no había sido otro más que el mismísimo Fran.
—¿Tú qué tienes que ver en todo esto? —dijo Raidel. A decir verdad estaba bastante furioso porque, al igual que Alisa, él nunca pudo devolverle el favor a Sendor.
En estos tres días los compañeros le habían explicado al muchacho todo lo que había ocurrido en el campo de batalla. Sendor había resultado todo un héroe. Primero le había salvado la vida a Alisa. Y luego no permitió que Vork cortase la goma elástica. Si la goma se hubiera cortado, Raidel no habría podido teletransportarse. En ambos casos, tanto para salvar a Alisa como a Raidel, Sendor había usado su propio cuerpo como escudo…
—Toda la culpa es mía —repitió Fran con un suspiro. Se giró hacia Raidel para decir—: ¿Sabes?, de los aproximadamente cincuenta objetos mágicos que robó Alisa, el talismán de teletransportación es el más útil y valioso. Es uno de los mejores objetos mágicos que existen… pero la parte mala es que es de un solo uso.
—¿De un solo uso? —dijo Raidel con la nariz fruncida—. ¿Eso quiere decir que ese objeto solo puede teletransportarnos una vez y luego se vuelve inservible?
—Exactamente —asintió Fran—. Cuando Vork apareció ante nosotros, Alisa me preguntó si debíamos usar el talismán rúnico. Yo nunca creí que Vork sería tan poderoso, así que le dije que no… —se volteó hacia sus compañeros. Sus ojos tenían una sombra de culpabilidad—. ¡Yo quería utilizar el talismán de teletransportación en cuanto alguien verdaderamente poderoso estuviera persiguiéndonos! ¿Cómo pude haber previsto que un simple líder de Batallón sería así de fuerte? ¡Yo en verdad creí que lo podíamos derrotar! —Sus palabras habían salido de su boca casi a gritos. Él se detuvo un instante para tomar un respiro antes de continuar, esta vez con más calma—: Solo era un viejo pequeño y encorvado. ¿Qué tan difícil podía ser derrotarlo? Pero luego de que Raidel se transformara en aquel monstruo, Vork estaba aplastándolo con tanta facilidad como si él no fuera nada. Llegados a ese punto ya era obvio que no podíamos derrotarlo ni aunque ocurriese un milagro. Fue allí cuando me di cuenta que en realidad debíamos utilizar el talismán rúnico, pero todos estábamos separados y no podíamos movernos debido a la presión ejercida por el aura oscura…
Tras sus palabras, los compañeros guardaron un silencio sepulcral. Ante semejante oleada de argumentos, a Raidel se le pasó repentinamente la furia, así que soltó un suspiro y fue a sentarse en el suelo otra vez.
Mientras tanto, Keila se acercó a Fran para consolarlo.
Debió haber transcurrido unos cinco o diez minutos antes de que Alisa dijera en un murmullo, como si estuviera hablando consigo misma.
—Somos tan débiles… tan inútiles. ¡Ni siquiera hemos podido derrotar a una bolsa de arrugas; un horrible viejo que siempre caminaba apoyándose en ese maldito báculo que más bien parecía un bastón!
—Coincido con la repelente —tuvo que admitir Raidel, sombrío.
—¿A quién diablos llamas repelente? —gruñó ella con los ojos entrecerrados.
—No se crean, ustedes no son débiles —dijo Fran, haciendo un intento de sonrisa—. En este continente, el principal requisito para convertirse en un líder de Equipo del White Darkness es simplemente poder controlar el Flujo de Xen… Y ustedes dos ya pueden hacerlo a tan corta edad.
—¿Entonces con mi nivel actual yo ya habría podido ser un líder de Equipo? —dijo Raidel, ligeramente impresionado.
—Sí, pero el líder de un Equipo cualquiera —aclaró Alisa—. Nuestro equipo pertenecía a la élite del White Darkness de este continente. Para ser el líder de uno de esos Equipos se debe poder crear una pequeña cuchilla de energía como mínimo.
—Bueno, eso es cierto —reconoció Fran, rascándose la mejilla con un dedo.
Raidel volvió a sentirse bastante decepcionado de su nivel de pelea.
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El atardecer había caído sobre el lugar, y los compañeros seguían sentados en la cima de la colina, frente a la tumba de Sendor. Desde su elevada posición podían ver claramente una gran porción de la selva que los rodeaba. Ésta era tan grande que la parte más lejana se perdía en el horizonte.
Después de mucho reflexionar, Fran llegó a la conclusión de que muy probablemente se encontraban en la selva Nardon, la cual se ubicaba más o menos a unos ochocientos kilómetros al noreste del lugar en el que habían luchado contra Vork.
Fran sabía que la selva Nardon era muy extensa, llegando a medir unos cien kilómetros de longitud. Además había leído que se componía principalmente de pinos y arces; lo mismo que ellos veían a sus alrededores, por lo que indudablemente debían encontrarse en Nardon.
La brisa era cálida, y toda una melodía de sonidos que eran emitidos por distintos animales llegaban a sus oídos desde la lejanía.
Los cuatro compañeros estaban vistiendo nuevas túnicas mágicas. Desde que llegaron a la selva, hace tres días atrás, habían tratado sus heridas y se habían cambiado de ropa.
Keila dijo que iría a preparar la cena, así que bajó la colina en dirección al rudimentario campamento que habían montado bajo la protección de tres grandes árboles. Fran se ofreció a ayudarla, pero Keila sabía que él todavía quería permanecer frente a la tumba de Sendor, por lo que se negó cortésmente.
De modo que los tres compañeros continuaron allí, estáticos, en la cima.
Los claros ojos de Alisa estaban posados sobre una manada de palomas que se desplazaban cerca del horizonte en estricta formación. Sin despegar la mirada de los animales, ella dijo:
—Todavía no me lo explico. ¿Por qué no pudimos golpear a Vork?
—Eso es obvio —replicó Raidel, alzando un dedo como si le fuera a explicar algo a un niño—. Su Rem era de niebla. Él podía hacer que su cuerpo se hiciera inmaterial e intangible como un fantasma.
—Eso ya lo sé, mocoso —resopló ella—. A lo que me refiero es ¿por qué él sí podía golpearnos a pesar de que nosotros no? Ningún ataque tuvo efecto en él. Parecía invencible…
Fran se rascó la barbilla antes de responder:
—Cuando uno puede controlar el Rem de Niebla normalmente solo es capaz de materializar una gran cantidad de niebla en el lugar en el que se encuentra para así, por ejemplo, hacer que sus enemigos tengan poca visibilidad. Pero Vork es diferente. Él ha llevado su Rem a otro nivel…
Raidel y Alisa suspiraron al unísono y luego se miraron entre ellos con expresiones poco amigables, sin poder creer que hubieran hecho lo mismo que el otro.
El muchacho se apresuró a cambiar de tema.
—¿Antes me estaban diciendo que ni siquiera yo pude hacerle un rasguño a ese desgraciado? ¿Ni siquiera en mi transformación de demonio?
—¿Tu transformación de demonio? —dijo Alisa en tono burlón—. ¿De qué cuernos estás hablando ahora?
Raidel la miró a los ojos, sin saber si ella estaba jugando con él.
Alisa se pasó una mano por sus rubios cabellos antes de añadir:
—No, mocoso. Tú no eres ningún demonio. Tampoco te transformas en uno. Eres muy arrogante como para creer eso.
Raidel frunció el ceño. Esta vez estaba seguro que ella estaba jugando.
—Todavía no he olvidado que en una ocasión me atacaste por la espalda, creyendo que yo estaba ocultando algo relacionado con los demonios. Según tus propias palabras, creías que yo era un demonio infiltrado en el White Darkness. Dime, ¿qué sucedió con eso?
Alisa se puso roja de la vergüenza.
—Bueno, he cambiado de opinión.
—¿Has cambiado de opinión? —repitió él, incrédulo—. ¿Te estás burlando de mí?
—Cuando fui miembro del Equipo Zero, tuve acceso a los archivos de alto nivel —dijo ella—. Investigué un poco acerca de tu extraña transformación. Luego de rebuscar un rato dentro de las estanterías de la sección que se titulaba “Transformaciones Raras e Inusuales”, encontré lo que buscaba. Una transformación en la que los ojos del usuario se vuelven negros, la voz se hace tan gruesa como la de un trueno, las capacidades físicas aumentan entre un veinticinco a un cuarenta por ciento, y la persona se vuelve un poco más… violenta e irascible mientras dura dicha transformación —lo miró a los ojos—. Entonces supe que no había ninguna duda. Aquella era tu transformación.
Raidel bajó la mirada para verse las manos.
—Si no soy un demonio, ¿entonces qué diantres soy yo? —exigió saber—. ¿Cómo es posible que una simple transformación cualquiera explique los ojos negros, la voz gruesa y todo lo demás? ¡Eso es absurdo! Además, ¿qué hay con la transformación en la que estoy inconsciente?
—Según el archivo que leí, tu transformación no es algo que se pueda aprender a controlar, sino que se nace con ella y lo despiertas en un momento dado de la vida. Es una habilidad tan rara que uno de cada varios millones la tiene —dijo Alisa—. Aquella transformación simplemente se llama “Aura Oscura”.
Raidel abrió la boca para decir algo, pero luego la volvió a cerrar. Estaba confuso, perdido como lo estaría un camarón en el espacio exterior.
Alisa prosiguió:
—La transformación en sí misma solo tiene dos fases. En la primera fase, como ya todos saben, las pupilas de los ojos se oscurecen; la voz se hace gruesa; aumentan un poco las capacidades físicas (velocidad, fuerza, agilidad, energía y reflejos. Además de que se agudizan los sentidos), y la persona se vuelve un poco más violenta, pero sigue manteniendo la consciencia. A esa transformación se la denomina "Aura Oscura Fase 1".
—Entonces la Fase 2 debe ser…
—Sí —asintió Alisa—. En la Fase 2 del Aura Oscura el individuo pierde la consciencia, sus ojos enteros se hacen tan negros como dos pozos de oscuridad. El cabello brilla con gran intensidad. En esta transformación la fuerza y velocidad del sujeto en cuestión se multiplica exponencialmente hasta sobrepasar la imaginación… Pero lo malo, como ya dije, es que el individuo se encuentra inconsciente, sin tener ningún tipo de control ni conocimiento de lo que hace. Normalmente solo ataca lo que mueva, ya sean amigos o enemigos. El Aura Oscura toma el control completo y absoluto del cuerpo.
—Es una transformación extremadamente peligrosa —acotó Fran—. Según tengo entendido, muchos individuos que han despertado la Fase 2 han matado accidentalmente a sus propios compañeros. Es una transformación terrible. Por ello es que en una ocasión quise sellar tus poderes… pero me fue imposible hacerlo.
—¿Entonces tú ya sabías acerca de mi transformación desde un principio? —dijo Raidel, sin saber cómo sentirse al respecto.
—Bueno, algo así —dijo Fran, encogiéndose de hombros—. Perdón por no haberles dicho nada al respecto, pero en ese momento me pareció lo más sensato. Pero ahora veo que me he equivocado. Lo lamento.
Alisa añadió:
—La Fase 2 del Aura Oscura es tan peligrosa que algunos llaman a esa transformación: “La Ira del Dios de la Muerte”.
—Y yo que creí que yo era el Dios de la Muerte —dijo Raidel, inexpresivo—. Así que ese solo era el nombre de una estúpida transformación…
Alisa jamás lo admitiría, pero hace unos meses atrás, ella también consideró la posibilidad de que él fuera el mismísimo “Dios de la Muerte”. Ahora le parecía ridícula semejante idea. Qué inocente había sido…
—Pero no entiendo algo —dijo Raidel, pensativo—. ¿Recuerdan la misión que realizamos con el Equipo Zero en la que había que robar las Hachas Malditas? Allí varios Generales del Imperio se arrodillaron ante mí y me llamaron “Dios de la Muerte”. ¿Cómo explican eso?
—No dijeron eso —señaló Fran—. Sus palabras exactas fueron: “Estamos ante la Ira del Dios de la Muerte” —sonrió—. En otras palabras, lo que trataron de decir fue: “Estamos ante la transformación llamada la Ira del Dios de la Muerte”. Lo entiendes, ¿no?
Raidel miró al cielo con expresión reflexiva.
—Es cierto, ahora que lo recuerdo, uno de ellos dijo que yo era “su salvador”.
Fran se encogió de hombros.
—Existen algunas sectas en las que sus miembros “adoran” a los individuos con poderes raros como los Intocables o los que pueden controlar el Aura Oscura. Ellos los consideran “divinidades” o “dioses”. Tal vez por eso es que dijeron que tú eras su “salvador” —volvió a encogerse de hombros—. No es nada del otro mundo.
—Eso lo explicaría todo —dijo Raidel, sintiéndose ahora un poco mejor. Hasta hace unos momentos atrás había creído que él era alguna clase de demonio o monstruo de las catacumbas. Era todo un alivio que esa hipótesis hubiera quedado completamente desechada.
Raidel solo era un humano. Un humano con una extraña transformación, pero un humano al fin y al cabo.
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Luego de una hora, Keila apareció en la cima de la colina con la cena preparada. Los compañeros estaban tan hambrientos que el dulce aroma les llegó desde abajo y fue creciendo lentamente conforme Keila se acercaba.
En cuanto llegó, los compañeros pudieron ver que ella estaba sosteniendo una enorme bandeja. Sobre ésta reposaban una gran cantidad de presas asadas y, juzgando por el apetitoso olor, ya habían sido condimentadas.
Las presas parecían de conejo, pero a decir verdad ni a Raidel ni a los demás les importaba los aspectos técnicos, ya que se estaban muriendo de hambre.
Keila repartió la comida. Raidel se apresuró a dar un gran mordisco a la carnosa pata de conejo que ella le había ofrecido, descubriendo que su sabor era tan sabroso como su olor. Keila había vuelto a demostrar que era una gran cocinera. Pero al pensar en eso, el muchacho no pudo evitar recordar a Sendor y sus platillos…
Keila se sentó al lado de Fran.
Después de dar gracias por la cena, los compañeros comieron en silencio, sin emitir palabra alguna. Esta situación se extendió por unos minutos hasta que Keila dijo:
—¿Saben?, toda esta cuestión es preocupante.
Los demás la regresaron a ver con curiosidad, así que ella prosiguió:
—Ya hemos utilizado el talismán rúnico, por lo que no vamos a poder teletransportarnos otra vez. Además solo es cuestión de tiempo para que Vork y sus insectos vuelvan a encontrarnos…
—No lo creo —dijo Fran con su típico tono apaciguador—. Dado que nos teletransportamos, no hemos dejado ningún rastro tras nosotros, por lo que sus insectos no pueden perseguirnos; simplemente no tienen ningún rastro que seguir. Eso debería ser suficiente para perderlo de vista por un buen tiempo.
Keila se tranquilizó un poco al escuchar su respuesta, pero Alisa no era tan optimista.
—¿En verdad creen que Vork será la persona que nos perseguirá a partir de ahora? Lo dudo mucho.
—¿A qué te refieres? —dijo Fran.
—Si hay algo que el White Darkness odia, es el fracaso —declaró ella—. Ellos nunca cometen el mismo error dos veces, pero a pesar de eso ya han fracasado en varias ocasiones en sus intentos por atraparnos y eliminarnos —alzó un dedo para añadir énfasis a sus palabras—. Recordarán que el White Darkness envió en primer lugar a mil soldados del Imperio Ordei tras ustedes. Tras el fracaso enviaron al Equipo Zero, pero ellos también fallaron. Entonces el mismísimo Vork en persona se presentó ante nosotros… pero logramos escapar con vida…
—No entiendo tu punto —balbuceó Raidel con la boca llena de comida—. ¿A dónde quieres llegar?
—Quiero decir que siempre envían a alguien más fuerte a perseguirnos. Ahora que Vork fracasó en matarnos… ¿quién será el siguiente?
A pesar de que era evidente, las palabras de Alisa golpearon a los compañeros como un martillazo en el estómago.
Raidel, quien hasta ahora había estado comiendo con gusto, se detuvo en seco.
—¿Quieres decir que la próxima persona que nos perseguirá será más fuerte que Vork?
—Sin duda —asintió Alisa.
Raidel intentó imaginar a alguien más fuerte que Vork… Le fue imposible.
—¿Acaso existe alguien más fuerte que un maldito fantasma que nadie puede tocar, pero el cual es capaz de crear gigantescos cráteres de kilómetros de extensión con sus propios puños?
—Vork solo es un líder de Batallón —dijo Alisa—. El mundo es muy grande. Deben haber millones de personas más fuertes que él.
A Raidel le parecía increíble la capacidad de Alisa de ensombrecer y arruinar el ambiente...
—Tal vez no haya sido muy buena idea abandonar el White Darkness —prosiguió ella—. Si alguien falla en matarnos, ellos siempre enviarán a alguien más fuerte a por nosotros —soltó un suspiro—. Jamás se detendrán hasta que estemos muertos. Supongamos por un momento que la persona más poderosa del White Darkness, aquel que tiene el número “1” marcado en su brazo, decida abandonar el White Darkness. La organización probablemente enviará al segundo y al tercero más fuerte a matarlo. Si el traidor los mata, la organización enviará a los diez más fuertes por debajo de él. Si el traidor los vuelve a matar, la organización enviará a los cien más fuertes, y así sucesivamente… Esto no tiene fin… No sé qué diablos estaba pensando cuando abandoné el White Darkness… Es más, no sé qué estaba pensando cuando decidí unirme a semejante organización…
—Hablando de eso, ¿por qué lo hiciste? —quiso saber Raidel.
—¿Qué?
—¿Por qué te uniste al White Darkness? Ya conocemos los motivos de todos, pero no el tuyo.
Alisa miró a los demás y se dio cuenta de que todos estaban expectantes, esperando lo que sea que tuviera que decir.
Ella se pasó una mano por sus rubios cabellos, antes de decir:
—Ehh, bueno… Me uní porque quería ganar mucho dinero y luchar contra tipos fuertes… ya saben…
—Eso no suena convincente —dijo Fran—. Estás mintiendo, ¿no es cierto, Alisabeth Von Narleth?
Ella pareció estremecerse al escuchar ese nombre.
Keila por poco se atraganta con la pata de conejo que estaba comiendo.
—¿Von Narleth? —repitió Keila con los ojos bien abiertos de la perplejidad—. ¿Te refieres a “esa” familia?
—Sí —dijo Fran con calma.
—Esperen, esperen, esperen —dijo Raidel, mirándolos a todos, uno por uno—. ¿De qué me perdí?
Alisa se giró hacia Fran y le espetó de mal genio:
—¿Cómo diablos sabes esa información?
—Pues lo sabía desde que te uniste al Equipo —admitió Fran—. En el expediente que el White Darkness me entregó, tu nombre no era Alisa Neighbord como tú mencionaste, sino Alisabeth Von Narleth… Ya te imaginarás mi gran sorpresa…
—Así que esos bastardos de la organización lo sabían desde un principio —gruñó ella, pero luego se tranquilizó de la nada—. Bueno, al fin y al cabo ¿qué importa?
—Al parecer, soy el único aquí que no ha escuchado la palabra “Von Narleth” —dijo Raidel, rascándose la barbilla—. Espero que mis buenos amigos me saquen de dudas…
Keila se lo explicó:
—La familia Von Narleth pertenece a la alta nobleza. Su influencia en el mundo es muy grande, ya que es una de las Nueve Grandes Familias del Cuarto Continente. Ya te harás una idea del poder que tiene. Incluso yo que he vivido toda mi vida en el primer continente he oído hablar sobre ellos…
—¿Es una de las Nueve Grandes Familias del Cuarto Continente? —Un estremecimiento le recorrió la espalda a Raidel. ¡Jamás en su vida se habría imaginado que aquella niñita gruñona, de mal genio y de nulos modales perteneciera a una familia noble de tanta importancia! ¡Aquello era inconcebible!
Aunque el hecho de que ella fuera una noble de un continente superior podría explicar el por qué era tan fuerte. Incluso explicaba el por qué siempre se quejaba, diciendo que este continente era una reverenda mierda.
Keila se giró hacia la muchacha para decir con curiosidad:
—Entonces, Alisabeth, ¿nos contarás por qué te uniste a la organización?
—Está bien, está bien, pero no me vuelvan a llamar así —les advirtió ella—. Me uní simplemente porque quise escapar de mi horrible familia. Eso es todo. Fin de la historia.
—¿Eh? —dijo Fran, sin entender sus razones—. Te uniste porque… ¿querías escapar de tu familia?
—No quiero entrar en detalles —dijo ella, tajante.
—¿No encontraste otra forma de “escapar” de tu familia que no fuera unirte a una organización que sin duda es mucho más terrible que tu familia? —inquirió Keila.
—Por esa misma razón me uní al White Darkness, para que ellos no se atrevan a meter sus narices.
Se hizo el silencio. Raidel, Keila y Fran se preguntaron qué razones podría tener ella para haber tomado una decisión tan drástica como aquella. ¿Tanto odiaba a su familia como para unirse al White Darkness?
El muchacho no pudo contenerse y dijo:
—Unirse al infame White Darkness solo porque ya no querías pertenecer a tu familia? ¿Qué clase de patética razón es esa?
Alisa sonrió.
—Hablando de razones patéticas… Dejame recordar, ¿quién fue el idiota que se unió a la organización para “vengar” a una princesita de tercera clase que hace mucho tiempo que está muerta y la cual, a estas alturas, ya nadie debe recordar?
Raidel abrió los ojos como platos. ¿Cómo sabía ella aquella información? Fran o Keila debieron haber abierto la boca en algún momento...
Alisa prosiguió, implacable:
—¿Cuánto tiempo has dedicado a completar esa inútil venganza? ¿Un año entero? ¿Dos? Qué bizarro. Solo el pensar en el tiempo desperdiciado me entran náuseas…
—¿Desde cuándo te preocupa lo que sea que yo haga, Alisabeth? —dijo Raidel, pronunciando la última palabra en tono burlón.
—Si me vuelves a llamar así, te aseguro que el día de mañana despertarás sin lengua —dijo ella con tranquilidad, casi hasta con amabilidad.
Raidel abrió la boca para replicar, pero Fran dijo simplemente:
—Vamos, no nos dejes con la intriga. ¿Por qué decidiste escapar?
Alisa sabía que sus razones acerca del por qué se unió a la organización serían tan ridículas como las de Raidel si ella no lo terminaba de explicar, por lo que se permitió soltar un poco más de información:
—Huir de la familia fue nuestra única opción si queríamos sobrevivir.
—¿Nuestra? —repitió Keila, parpadeante.
—Yo no fui la única que abandonó la familia. Mi hermano, diez años mayor que yo, me acompañó —explicó Alisa—. Sin él, yo no habría llegado a ningún lado…
Juzgando por su mirada y el tono de su voz, algo trágico debió haber sucedido. Ninguno de los compañeros se atrevió a preguntar, pero no fue necesario hacerlo, ya que Alisa lo explicó:
—Como deben saber, la Familia Von Narleth está situada exclusivamente en el Cuarto Continente, por lo que mi hermano creyó que si huíamos a Loto Plateado (El Tercer Continente), ellos no nos perseguirían… pero se equivocó. Ellos fueron tras nosotros, cada vez con mayor frenesí. Fue entonces cuando bajamos a este continente, pero los guardias enviados por mi padre no dejaban de llegar. En una de esas batallas, mi hermano, el guerrero más fuerte y valiente que jamás conocí, hizo de señuelo y entretuvo a mil quinientos soldados para que yo pudiera escapar. Jamás volví a verlo. Supongo que lo mataron… En ese entonces yo solo tenía doce años recién cumplidos… no sabía qué hacer ni a dónde huir… Intenté ocultarme, pero pronto escuché las noticias de que “un ejército entero estaba persiguiendo a una pequeña niña”. Incluso habían esparcido rumores de que pagarían miles de gemas a quien pudiera capturarme o dar información acerca de mi ubicación… En fin… fue una suerte para mí haberme encontrado con una de las bases del White Darkness… No tenía mucho que perder así que me uní a ellos. Al cabo de poco tiempo me di cuenta de que había tomado la decisión correcta porque los soldados de la familia no me encontraron… Por cierto, creo que la organización sabía que mi familia me estaba buscando, pero por alguna razón nunca me entregaron. Tal vez no les interesaba la recompensa. O tal vez creyeron que les iba a ser más útil de su lado.
—¿Acaso tu propia familia quería matarte y matar a tu hermano? —inquirió Keila, alarmada.
—Ya he dado demasiados detalles —se limitó a decir ella.
Fran dijo:
—He oído que tu familia es muy grande. Al parecer tu padre tiene muchos hijos…
—Noventa y dos —reveló Alisa.
Raidel ahogó una exclamación de perplejidad.
—Es extraño que a ti te persigan con tanto afán siendo que tu padre tiene… noventa y dos hijos —terminó de decir Fran.
—Sin comentarios —dijo Alisa, inexpresiva. Llegados a estas alturas, ella ya estaba reacia a revelar nada más.
—Por todos los dioses, ¿tienes 91 hermanos? —escupió Raidel con la boca bien abierta.
—De seguro ahora ya son más —dijo ella, encogiéndose de hombros.
El muchacho tragó saliva antes de decir:
—¿Se puede saber qué clase de criatura es tu madre como para tener...?
—No seas tonto, mocoso —suspiró Alisa, dándose una palmada en toda la cara—. Mi padre tiene veintiséis esposas. De ahí que tenga tantos hijos…
—¿Veinti… Veintiséis? —balbuceó el muchacho. Sus mejillas se habían puesto rojas de solo escuchar semejante cantidad. Por un momento trató de imaginarse… Se preguntó cómo diablos le haría ese hombre como para complacer a sus veintiséis…
—¿Cómo es el cuarto continente? —dijo Keila de repente, con los ojos brillantes de la curiosidad—. Debe ser un lugar muy diferente de este, ¿no?
—¿Diferente? Es tan diferente que parece un mundo distinto. No se puede comparar con este pestilente alcantarillado al que ustedes llaman “segundo continente” —refunfuñó.
Raidel entrecerró los ojos. ¿Sería posible que ella fuera una noble mimada y consentida, tan acostumbrada a los lujos que por ello ahora que no tenía ningún lujo se había vuelto gruñona y de mal humor?
El muchacho abrió la boca para preguntárselo, pero entonces sucedió algo que sobresaltó a todos los compañeros hasta el punto de casi hacerles caer al suelo.
Raidel y Keila se estremecieron, Fran ahogó una exclamación y Alisa dio un respingo del susto.
Ninguno de ellos pudo mantener la compostura, ya que lo que escucharon fue un espantoso rugido que resonó ensordecedoramente por toda la región. Tal fue el estrépito que todo tipo de aves surgieron de los árboles y emprendieron la huida hacia todas las direcciones, horrorizados. Un ciervo incluso se había puesto a correr en círculos, sin saber de dónde había provenido aquel horrible bramido.
Por un momento, los compañeros se miraron entre ellos, sobresaltados.
Keila abrió la boca y dijo algo, pero sus palabras quedaron ahogadas por un segundo rugido que resonó con mucha más intensidad que el primero.
Raidel, Fran y Keila se cubrieron las orejas con las manos, mientras que Alisa simplemente se había quedado pasmada, observando un punto fijo en el cielo.
Los compañeros alzaron la mirada y vieron una figura negra, lejana, que estaba surcando los cielos a gran velocidad. Debido a la distancia parecía un simple punto, pero éste se estaba haciendo poco a poco más grande, lo que revelaba que se estaba acercando a los compañeros… se estaba acercando a una velocidad inhumana.
—¡Maldición! —exclamó Alisa, horrorizada—. ¡Es el White Darkness! ¡Nos han encontrado!
Sus palabras fueron a clavarse contra los compañeros como estacas. Todos se pusieron tensos y se prepararon para la inminente batalla.
¿Quién los estaba persiguiendo sería Vork o alguien más poderoso que él? ¿Alguien más poderoso que Vork? ¿Acaso existía algo así?
Una sombra de desasosiego y ansiedad se cernió sobre los compañeros, mientras que ellos se apresuraban a sacar sus respectivas armas mágicas.
Raidel fue el único que se quedó estático en su posición, observando la figura que se hacía cada vez más grande y visible.
—¡Miren eso! —gritó a voz en cuello—. ¡Son alas! ¡Alas!
Los demás se fijaron en la silueta y pudieron comprobar la autenticidad de sus palabras. Lo que sea que se estuviera acercando a ellos tenía alas, las cuales se estaban moviendo de arriba a abajo con un frenesí desbocado.
—¡Ese no es Vork! —dijo Keila con los ojos abiertos como platos.
—¡El White Darkness ha enviado a alguien más fuerte que Vork! —declaró Alisa con un temblor bastante perceptible en la voz—. ¡Alguien más fuerte que Vork nos está persiguiendo!
Cuando la figura se hizo lo suficientemente grande, los compañeros pudieron observar que se trataba de un dragón.
Un gigantesco Dragón Dorado. Encima del dragón iba un individuo encapuchado, el cual parecía ser la oscuridad misma.
¿Acaso él era…?
—¡Mierda! ¡Ese no es el White Darkness! —chilló Raidel con las facciones retorcidas por el terror absoluto—. ¡Ese es…! ¡Ese es…!
—¡RAIDEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEL! —bramó de manera ensordecedora una voz oscura y profunda: una voz cavernosa; una voz que no podía pertenecer a nadie más que a un…
—¡Es un demonio! ¡Es el demonio de mis sueños y el cual siempre me persigue! —chilló Raidel, retrocediendo varios pasos como si eso sirviera de algo. En medio del acto tropezó con una piedra y cayó de espaldas al suelo.
—¡RAIDEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEL! —volvió a vociferar aquella terrible masa de oscuridad; aquel espantoso engendro salido de los más profundos abismos de la locura.
A modo de respuesta, el gigantesco dragón dorado rugió por tercera vez, provocando una especie de ráfaga de viento que salió de sus fauces y derribó al menos una docena de los árboles más cercanos. Los compañeros observaron, aterrados, que su hocico era tan grande que allí dentro podrían caber tres o cinco personas. Sus colmillos parecían espadas. Sus alas extendidas como abanicos eran tan amplias que cubrieron el sol por un instante, proyectando una enorme sombra en el suelo.
A pesar de que todos los compañeros se habían cubierto las orejas, el rugido de la bestia fue tan potente que Raidel y Alisa se sintieron mareados. Keila estuvo cerca de desmayarse, y a Fran le quedaron zumbando los oídos.
La bestia era imponente, esbelta y elegante como ninguno de los presentes había visto jamás. Era gigantesco incluso para tratarse de un dragón. Tan dorado como el propio Sol. Su oscura mirada los paralizó a todos de inmediato. Su cola era áspera y estaba repleta de espinas, aunque a decir verdad aquello no parecían espinas, sino espadas.
Aleteando esas colosales alas de arriba a abajo, el dragón aterrizó en el suelo, debajo de la colina, a unos cien metros frente a los compañeros.
Quien cabalgaba al dragón era aquel morador de la oscuridad, aquella entidad del abismo: el demonio que siempre había estado encapuchado.
Los compañeros estaban paralizados por el terror. La combinación que hacía el engendro del infierno con el rey de las bestias era simplemente demasiado para ellos.
En cuanto el dragón aterrizó en el suelo, la criatura encapuchada dio un salto de varios metros y fue a caer como una pluma a diez metros frente a los compañeros.
—RAIDEL —dijo con su horrible y gruesa voz de demonio—. Te extrañé tanto…
—No, no, no —gruñó el muchacho, aún tirado en el suelo. Una capa de sudor frío le estaba recorriendo el rostro como si fuera agua—. Esto no puede estar sucediendo… Esto debe ser una pesadilla… ¡Una maldita pesadilla!
Los compañeros no pudieron evitar retroceder ante la influencia que ejercía aquella aberración en el ambiente.
Todos notaron que el demonio desprendía una oscuridad antinatural que resultaba cuanto menos repulsiva; una oscuridad nauseabunda y corrompida que no podía pertenecer al mundo de los vivos. Era algo que parecía contradecir todo lo natural y establecido de este mundo. Contradecía todo lo humanamente posible.
El demonio vestía una túnica completamente negra. Además no era muy alto, debía medir casi lo mismo que Raidel o Alisa. Sin embargo, la presencia que ejercía era abrumadora.
Una simple mirada le bastó al muchacho para saber que él no tenía ninguna oportunidad de derrotar a aquella aberración, ya que la criatura que se erguía frente a los compañeros no era alguien como Raidel, al que algunos confundían con un demonio, sino que era un auténtico demonio; un demonio de verdad. De modo el muchacho, completamente derrotado, no vio otra opción más que gritar:
—¡Fuera de aquí! ¡Fuera de aquí, maldito engendro!
Una especie de risita surgió desde las profundidades de la capucha que el demonio llevaba encima. Luego dijo:
—¿Maldito engendro? ¿Desde cuándo te has vuelto tan cruel, mi querido príncipe? Antes eras tan amable y cariñoso…
—¿P-príncipe? —balbuceó Alisa con tanta sorpresa como los compañeros jamás habían visto en ella—. ¿Ese mocoso es un príncipe? ¿Es un príncipe demonio?
Todos observaron a Raidel como si de repente estuvieran desconfiando de él.
¿Raidel era el príncipe del infierno?
Otra risita surgió desde la oscuridad de la capucha.
—No. Raidel es “mi” príncipe —aclaró el demonio. Se giró hacia Alisa para añadir—: Te lo diré solo una vez, niñita tonta. Raidel es mío. Si algún día te atreves a ponerle un dedo encima, te arrancaré la cabeza con mi guadaña oscura.
Raidel se estremeció de pies a cabeza.
—¡Maldito demonio! ¡Preferiría morir antes que…!
—Oh, me rompe el corazón que te hayas olvidado tan rápido de mí… —dijo el encapuchado con un fingido tono de tristeza—. Pero no te preocupes. Haré que vuelvas a recordarme.
Acto seguido el demonio alzó sus ágiles manos y se sacó muy lentamente la capucha, dejando su rostro al descubierto por primera vez.
Fran, Keila y Alisa se quedaron con la boca abierta al ver que debajo de aquella espantosa capucha de oscuridad se escondía… una hermosa muchacha.
Era una muchacha delgada y esbelta. Los rasgos de su rostro, maravillosos y deslumbrantes, rozaban la perfección… y tanto era así que incluso parecían de origen divino. Tenía la piel blanca, casi pálida. Su cabello lacio y de color castaño claro le caía por los hombros como una majestuosa cascada de suavidad. Era curioso, pero su cabello estaba reluciente y muy bien cuidado, como si ella hubiera acabado de salir del salón de belleza. Sus ojos azules, del color del cielo, fueron a posarse sobre Raidel, quien estaba tan pálido y petrificado como una maldita piedra.
—Lo extrañé tanto, mi príncipe… —dijo ella, sin dejar de observar al pelirrojo.
Raidel estaba tan pasmado que por unos momentos sintió que estaba por perder la consciencia. No pudo hacer más que devolverle la mirada. Observó su cabello castaño que se mecía con el batir del viento; sus ojos azules; su cálida sonrisa… Obviamente el muchacho la reconoció de inmediato. Una vez en el pasado, Raidel consideró que ella era la chica más hermosa del mundo… y ahora todavía seguía pensando eso.
Ninguno de los compañeros podría negarlo. Su belleza saltaba a la vista como un brillante diamante en medio de la basura; como una vela en medio de la oscuridad...
El hermoso halo de luz que el cuerpo de la muchacha irradiaba parecía resplandecer con gran intensidad… en contraposición con la espantosa oscuridad que desprendía la túnica demoníaca que estaba vistiendo.
Raidel tragó saliva. La chica que tenía frente a él era la razón por la que él se había unido al White Darkness… ¿Por qué ella estaba aquí? Raidel creyó que estaba muerta. Incluso vio su cadáver…
—¿Princesa? —logró pronunciar el pelirrojo, luego de muchos esfuerzos—. ¿Princesa Misha?
—Soy yo —dijo ella con una radiante sonrisa, mientras abría los brazos, uno a cada lado de su cuerpo, como si quisiera darle un fuerte abrazo—. Ven a mí, mi querido príncipe. Esta vez no nos separaremos jamás…
Raidel, medio embobado como estaba, empezó a caminar hacia ella a paso lento y tambaleante, sin siquiera parpadear.
Esto debía ser un sueño…
Un sueño del que no quería despertar jamás.
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