✡ CXC
Capítulo 190: Resurgimiento
✡
Alisa no estaba atacando para herir, sino para matar. Eso era indiscutible.
Una helada ráfaga asesina de innumerables estocadas, tajos y mandobles que no guardaban ninguna clase de piedad ni misericordia hendían el aire con una furia salvaje, inhumana.
Raidel se agachó para esquivar un tajo perfectamente ejecutado que por poco logra cortarle la cabeza en dos mitades. Acto seguido rodó por el suelo en un desesperado intento por tomar distancia de la salvaje bestia que tenía como oponente… pero era inútil. Alisa no dejaba de perseguirlo haciendo gala de una velocidad tan extraordinaria como nunca antes la había mostrado.
¿Quién en su sano juicio hubiera pensado que en tiempos pasados esos dos habían sido compañeros de equipo?
Hace unos minutos atrás, Fran había sacado la guadaña portátil de su Bolsa Interdimensional y se la había arrojado al muchacho. Sin embargo, debido a lo ocupado que estaba por su combate contra Rosana, su puntería no había sido tan buena, por lo que la guadaña había terminado cayendo al suelo. Raidel intentó acercarse en numerosas ocasiones para recoger su arma, pero Alisa siempre se lo impedía. De modo que el muchacho tuvo que verse obligado a luchar a mano limpia, sin otra ayuda más que la que le proporcionaba su Rem de fuego.
Entonces lo que Raidel hizo a continuación fue prender su cuerpo entero en llamas. Creyó que eso serviría para espantar a su oponente o al menos para mantenerla alejada… pero se equivocó completamente. El monstruo que tenía ante sus ojos no era la misma Alisa de antes. ¡Ella ya no le tenía miedo al fuego! ¡Ningún miedo en lo absoluto!
El muchacho recordó de manera fugaz que a Alisa siempre se le dibujaba una expresión de asco en el rostro cada vez que veía el fuego de Raidel. Desde hace mucho tiempo, él sabía que Alisa le tenía terror al fuego… pero ahora su miedo había desaparecido por completo.
Pese a que el muchacho estaba cubierto de pies a cabeza por una inmensa columna de fuego, a Alisa le importaba una mierda. Ella se lanzaba contra Raidel con la misma determinación con la que una polilla se lanza voluntariamente hacia el fuego de una fogata nocturna.
A Raidel cada vez le costaba más trabajo ocultar el creciente miedo que sentía. Ver esos ojos tan fríos como la espada de hielo no hacían más que inspirarle un profundo terror. Y nadie podía culparle por eso, ya que Alisa parecía una maldita máquina asesina. Sin miedos. Sin emociones. Considerando el empeño y la tenacidad que ella ponía en esto, daba la impresión de que el único propósito de su existencia, el único motivo por el que respiraba, era para matar a Raidel.
✡
Una simple mirada le bastó a Dogus para creer que su oponente debía ser la persona más débil del equipo enemigo. Pensó ingenuamente que sería fácil de derrotar, así que ni siquiera consideró necesario usar toda su fuerza. Sin embargo tuvo que pagar muy caro por su exceso de confianza.
Lo único que Dogus hizo para enfrentar a su oponente fue crear un Golem de piedra de unos cinco metros de altura. Pensó que el muñeco sería suficiente para despedazar a la “frágil” criatura que le había tocado como oponente, por lo que se alejó unos metros del campo de batalla y fue a sentarse en el suelo, con la espalda apoyada cómodamente sobre el tronco de un árbol. Luego sacó un pequeño libro de uno de sus bolsillos y se puso a leerlo. Él estaba seguro de que su oponente no merecía su atención. Pero de todas formas Dogus sabía que podía equivocarse, de modo que al principio observó de reojo y muy disimuladamente a su rival. Pronto descubrió que su intuición no le había fallado. Su oponente luchaba increíblemente mal. Apenas podía esquivar los ataques del Golem de piedra, sin mencionar que en varias ocasiones se había tropezado en el suelo. Era un espectáculo ridículo. Dogus se preguntó cómo diablos habría podido unirse al White Darkness semejante mujer tan inútil… Era solo cuestión de tiempo para que el Golem de piedra le acertara algún golpe. Con eso bastaría. Los puños de aquel monstruo eran tan enormes que un solo puñetazo sería suficiente para machacarle la cabeza hasta dejarla completamente plana.
Keila había tropezado y caído al suelo en numerosas ocasiones. Esquivaba los ataques enemigos tan solo por los pelos. Para cualquier observador que hubiera estado mirando la batalla, le habría parecido que en cualquier momento el combate llegaría a su fin, y lo haría de una manera brutal. Sin duda alguna, el destino de la mujer de las dagas era ser aplastada como un mosquito, bajo alguno de aquellos brutales golpes del Golem. Moriría sin saber lo que le ocurrió.
Y para empeorar las cosas, el monstruo era tan grande, y la roca con la que estaba formado su cuerpo era tan dura, que las patéticas dagas de aquella mujer no le ocasionaban ningún daño en lo absoluto.
Keila estuvo tropezando y cayendo al suelo hasta que Dogus dejó de fijarse en ella y centró toda su atención en el libro que estaba leyendo. Él tenía mejores cosas que hacer que estar observando una batalla ridícula.
Y fue solo entonces que ella dejó de fingir debilidad y concentró todas sus fuerzas y energías en el ataque que realizaría a continuación.
Haciendo uso de una rapidez sobrehumana, Keila colocó las palmas de sus manos sobre el suelo. Ella sabía que tenía que darlo todo en el siguiente ataque. No volvería a tener otra oportunidad mejor que esta.
A continuación dos enormes muros de tierra sólida salieron del suelo, uno a la izquierda de Dogus y otro a su derecha. Eran gigantescos. Debían medir unos quince metros de altura y tres metros de grosor. Al instante siguiente ambos muros se desplazaron bruscamente hasta chocar el uno contra el otro, aplastando de esta forma al pobre de Dogus que estaba en medio. El impacto entre ambos muros fue tan contundente que provocó un estruendoso estampido como el de una explosión que se hizo escuchar por varios centemares de metros a la redonda. Todo esto había ocurrido tan rápida y repentinamente que Dogus no había tenido tiempo de moverse ni mucho menos de esquivarlo.
Keila sabía que su ataque habría sido suficiente para machacar a un elefante de tal forma que sus huesos habrían quedado completamente triturados. Sin embargo, y a diferencia de Dogus, ella nunca subestimaba a ningún rival (jamás lo hacía), por lo que, con un movimiento de manos, separó ambos muros unos cuantos centímetros, los reforzó, y luego hizo que éstos volvieran a chocar atronadoramente entre sí.
Un reguero de sangre apareció procedente desde debajo de ambos muros y fluyó lentamente hasta Keila.
A pesar de que las posibilidades de que Dogus estuviera muerto eran tremendamente altas, Keila continuó firme en su posición, haciendo que los muros que había creado estuvieran bien compactos y apretujados el uno contra el otro.
La primera señal de que Dogus seguía vivo no fue porque hubiera sonado ningún grito, chillido ni nada por el estilo, sino porque, de un segindo a otro, los muros de Keila explotaron repentinamente en mil pedazos, esparciendo los fragmentos por todas las direcciones.
Keila retrocedió instintivamente de un salto y alzó ambas dagas hasta colocarlas frente a su rostro en una postura que era tanto defensiva como ofensiva. Observó con los ojos entrecerrados la nube de polvo que había aparecido tras la explosión de los muros de tierra sólida. La expresión en su rostro apenas cambió cuando Dogus emergió repentinamente de aquella columna de polvo. A continuación se dirigió lentamente hacia Keila. Sus ojos resplandecían con una furia asesina.
—No puedo creer que haya caído en esa… en esa estupidez. —Su expresión adquirió tintes demenciales, al tiempo en que su voz se convertía en una espantosa profusión de chirridos que guardaban un inconmensurable rencor asesino—. Pero nada de eso importa, ya que te mataré aquí y ahora. Acabaré con esto de un solo golpe.
Pese al creciente temor que sentía, Keila se obligó a mantener su posición. Se mordió el labio inferior al sentir una especie de hormigueo recorrerle las articulaciones, ya que sabía que esa no era buena señal: Resultaba que en su último ataque había gastado más energía de la que podía usar, y ahora eso le estaba pasando factura.
No sabía si era debido al miedo o al agotamiento, pero ella se sorprendió al observar que sus dagas estaban temblando ligeramente ante sus ojos. Intentó mantener la compostura.
Un torrente de pensamientos sofocantes asaltaron su cabeza. ¿Cómo era posible que Dogus siguiera vivo? Aunque ahora que lo observaba con mayor detenimiento, él parecía estar herido de gravedad. Mientras caminaba hacia ella, dejaba un pequeño rastro de sangre tras de sí.
Keila pensó que probablemente su Rem de Roca fue el que le salvó la vida. Además de eso, también debió haber usado una gran cantidad Xen para proteger su cuerpo. Caso contrario habría sido imposible que saliera con vida.
—Has desperdiciado la única oportunidad que tuviste de matarme —dijo Dogus, aún con ese turbio brillo demencial inscrito a fuego en sus ojos—. ¡Ahora muere!
Acto seguido él se abalanzó contra Keila haciendo uso de una velocidad que ninguna persona herida debería tener.
Efectivamente, Keila se había equivocado. No parecía que él estuviera herido de gravedad.
De hecho, ni siquiera parecía levemente herido. Ni un poco.
Y mientras eso sucedía, treinta enormes Golems de piedra surgieron repentinamente del suelo y rodearon a Keila.
✡
Fran apenas logró moverse a tiempo para esquivar el puñetazo enemigo. Si hubiera reaccionado un segundo después, ahora ya estaría muerto.
Tras impactar contra el suelo, aquel simple golpe había sido suficiente para provocar un estallido que resonó atronadoramente bajo los pies de Fran, lo que hizo que, a consecuencia del abrumador poder de la onda expansiva, él saliera despedido por los aires como un mosco al que acaban de abofetear.
Lo primero que vio tras caer de espaldas al suelo, a varios metros más allá, fue una larga cabellera de color rosa que se agitaba frente a él con el batir del viento. Resultaba que Rosana ya lo estaba esperando en aquel lugar, como si hubiera sabido con anticipación en dónde caería Fran.
La mujer se agachó y acercó su rostro al de su oponente, haciendo que él se estremeciera de pies a cabeza. Por segundo creyó que este era su fin. Pero lo único que hizo Rosana fue depositarle a Fran un beso en los labios.
—¿Qué cojones? —gruñó Fran, más enfurecido que cualquier otra cosa. Haciendo uso de la Espada Maldita que aún tenía en las manos, intentó decapitar esa horrible cabeza rosa, pero la mujer retrocedió dos pasos para evadir aquel patético y desesperado golpe.
Fran aprovechó la oportunidad para ponerse rápidamente de pie. Por enésima vez en aquel combate, él se levantó del suelo para adquirir su mejor postura de batalla, como si eso sirviera de algo contra esa maldita mujer jodidamente poderosa.
Llegados a estas alturas, él ya se encontraba exhausto, más por el uso prolongado de Tharot que por cualquier otra cosa. Si bien las Armas Malditas eran sumamente útiles en batalla (más que cualquier otra arma), el precio que uno tenía que pagar por su uso era quizás demasiado alto, puesto que consumían en gran medida las energías del portador, así como también las de cualquier ser vivo que estuviera de algún modo en contacto con ella.
Rosana sabía que si Fran lograba apuñalarle con esa arma, ella estaría perdida, así que no intentaba acercarse demasiado a él, excepto cuando quería golpearlo… o darle un beso.
Cuando las Armas Malditas derramaban sangre, le robaban a esa persona mucha más energía vital que al portador. Si, por ejemplo, Tharot apuñalaba a Rosana y se quedaba incrustada en su cuerpo, consumiría sus energías tan rápidamente que en no más de un minuto ella estaría muerta y su cuerpo quedaría tan descompuesto como el de un cadáver de varias semanas. Así de terribles eran las Armas Malditas.
Ambos adversarios se quedaron estáticos en sus posiciones, observándose mutuamente.
Fran se encontraba sudoroso y jadeante. Sus manos estaban bien aferradas a aquella abominación que no dejaba de absorber sus energías. Sabía que debía terminar con esta pelea lo antes posible antes de que se quedara sin fuerzas… ¡pero es que no tenía ni la más remota idea de cómo derrotar a esa odiosa mujer!
Ella siempre encontraba nuevas y distintas formas de derribarlo. Ya lo había hecho en diez ocasiones en lo que iba del combate… Fran sabía que Rosana era más fuerte que él, pero no tenía ni idea de que la diferencia entre sus habilidades fuera tan… abismal.
—¿Qué sucede, mi amor? Estás algo pálido —dijo Rosana de repente. La expresión de su rostro mostraba gran preocupación.
Fran escupió al suelo.
—Nunca te cansas de balbucear tus estupideces, ¿no? —dijo él con un tinte de furia bien impregnado en la voz; algo que era muy poco habitual en él.
—Me encanta verte así, amor —dijo ella con otra de sus cálidas sonrisas.
Sí, a Rosana le gustaba verlo sufrir. Por eso todavía no lo había matado a pesar de las numerosas oportunidades que había tenido.
Para empezar, ella ni siquiera lo consideraba un rival de verdad. Ni en un millón de años pensaría que alguien tan débil como él podría infringirle algún daño, por mínimo que fuera.
Fran sabía que si fuera por ella, lo convertiría en su esclavo personal. De hecho, eso mismo había querido hacer con él hace un par de años atrás; convertirlo en su muñeco de entretenimiento, una marioneta que satisfaciera todos y cada uno de sus caprichos y deseos.
—Es una lástima que tenga que matarte, Fran —dijo Rosana, visiblemente entristecida. Sus palabras no eran más que débiles susurros. Evidentemente no quería que nadie más la escuchara—. Tú sabes que no quiero hacer esto, pero el White Darkness no me deja más opción —soltó un suspiro—. No te preocupes. Lloraré tu muerte y te tendré en mi corazón por siempre jamás.
—¿Llorar mi muerte? —Fran se permitió esbozar una desganada sonrisa—. No me hagas reír. ¿Desde cuando una psicópata como tú tiene sentimientos?
Ella sonrió cariñosamente. Otra vez esa maldita sonrisa falsa.
—Eres un muñeco malo. —Levantó lentamente la espada que estaba empuñando en su mano izquierda y observó a Fran con una mirada inquisitiva—. ¿Qué se te ha dado el día de hoy por insultar tanto a tu ama? —La sonrisa de su rostro se volvió pícara—. Te gusta que te reprendan, ¿no es así? Pues tu ama lo hará con mucho gusto…
Fran soltó una especie de suspiro. Ya estaba harto de toda esta basura.
—¿Sabes algo? Hablando con franqueza, preferiría morir aquí y ahora que seguir viendo esa repugnante cara tuya por más tiempo —admitió, sin saber muy bien qué era lo que le impulsaba a decir aquellas palabras tan temerarias. Aunque de todas formas, y dadas las circunstancias, alargar la batalla no serviría de nada—. ¿Por qué no terminamos esto de una vez por todas?
Ella no pareció muy convencida al principio, pero luego recordó que de todas formas tendría que matarlo al final. No había más opción.
—Otro muñeco que se me va de las manos —dijo Rosana en un murmullo casi inaudible, como si estuviera hablando consigo misma—. No sé por qué siempre se me rompen tan rápido…
Sus ojos se clavaron en el suelo, al parecer inmersa en sus pensamientos.
Fran aprovechó su repentina distracción para abalanzarse rápida y silenciosamente contra ella en un feroz ataque. La Espada Maldita empezó a retorcerse en sus manos con mayor frenesí que nunca. Tharot estaba sedienta; sedienta de sangre.
✡
Era increíble.
Después de haber realizado todo ese torbellino de ataques asesinos, Alisa no parecía encontrarse agotada. Ni un poco.
Mientras ella intentaba matarlo, Raidel no dejaba de retroceder y moverse en círculos para así evadir sus salvajes ataques. Los golpes de Alisa eran tan condenadamente rápidos que él sabía perfectamente que tarde o temprano Alisa terminaría por acertarle una puñalada mortal. Sin embargo, dadas las circunstancias, a Raidel no le quedaba más opción que seguir evadiendo. No tenía armas. No podía pasar a la ofensiva. Tampoco podía arrojar bolas de fuego porque eso alteraría su postura defensiva y era seguro que Alisa aprovecharía aquella ventaja. Además, el muchacho no creía que unas simples bolas de fuego sirvieran de algo. Ella ya había perdido su miedo al fuego.
De modo que a Raidel no le quedaba más opción que seguir esquivando la destellante espada de hielo como mejor podía. El filo de ésta le pasó rozando el rostro y los hombros en tantas ocasiones que ahora él tenía innumerables cortes repartidos por doquier. Afortunadamente ninguno de ellos era muy profundo, pero no podía quitarse de la mente las tantas ocasiones en que ella casi había logrado atravesarle el cráneo con su estúpida espada.
Y tras unos minutos de jugar al gato y al ratón, Alisa se detuvo repentinamente. Tenía el ceño fruncido.
—Esto es una mierda —escupió.
Raidel también se detuvo para tomar un respiro. Tomó la precaución de detenerse a unos treinta metros de distancia de ella. Consideraba que eso sería suficiente... pero estaba equivocado, como muy pronto descubriría.
Alisa fulminó a Raidel con la mirada. Esa maldita columna de fuego que rodeaba y crepitaba alrededor del mocoso la estaba volviendo loca.
A continuación ella observó su espada de hielo. Ésta se estaba derritiendo… otra vez.
—¡Demonios!
—Deja de quejarte tanto, mujer. Ya aburres —dijo Raidel con un suspiro—. Eres más gruñona que cierto ermitaño al que conocí en las montañas de…
—¿Ya te he dicho que odio el fuego? —lo interrumpió ella hoscamente.
—Nunca dejas de mencionarlo —respondió Raidel.
—Lo odio. Lo odio con toda mi alma… Pero no tanto como te odio a ti —declaró—. Vaya combinación de mierda que hacen ustedes dos.
Después de emitir aquellas palabras, Alisa arrojó su espada de hielo al suelo.
Raidel entrecerró los ojos, incrédulo.
—¿Se puede saber qué estás haciendo?
—Te mataré con mis propias manos —replicó ella con tranquilidad.
—¿Qué?
Alisa adquirió una postura de pelea con los puños bien cerrados frente a sus gélidos y centelleantes ojos.
Sí, ella planeaba luchar a mano limpia. Gracias al continuo contacto con el fuego de Raidel, su espada de hielo se derretía más rápido de lo normal, por lo que Alisa debía estar solidificando y afilando su arma cada pocos segundos. Y obviamente eso era algo que consumía sus energías en exceso, de modo que consideró que sería mejor opción luchar a mano limpia.
El muchacho no pudo ocultar la expresión de completa perplejidad que mostró su rostro. ¿Acaso Alisa estaba jugando con él? ¿O había perdido finalmente la cabeza? Por más que lo pensara, a Raidel no se le ocurrían más opciones que esas dos. ¡Todo su cuerpo estaba recubierto y protegido por una gran columna de fuego! ¿Y ahora resultaba que Alisa quería luchar contra él sin ningún arma más que sus propias manos? ¡Eso no tenía ningún sentido!
Tras varios segundos de incómodo silencio, Raidel no pudo contenerse más y, con una sonrisita de tonto en el rostro, dijo:
—Ah, ya entiendo qué está sucediendo aquí. No conoces otra forma de suicidarte, y por eso haces esto, ¿cierto?
—¡Te arrancaré esa maldita cabeza roja del cuerpo para que nunca más vuelvas a balbucear sandeces! —exclamó ella antes de lanzarse al ataque.
Nuevamente se impulsó en el suelo con tal fuerza que el piso bajo sus pies se estremeció, y ella salió disparada como un misil.
En menos de un segundo, ya estaba sobre Raidel con sus puños en lo alto.
En un principio el muchacho había pensado que ella estaba fanfarroneando cuando dijo que lo atacaría a mano limpia... ¡Pero por todos los malolientes mocos de dios, sí era cierto después de todo! ¡Aunque lo más absurdo de todo era que ni siquiera había cubierto su puño con una capa de hielo protector! ¡Sus nudillos estaban desnudos! Al parecer sí quería suicidarse después de todo…
Raidel habría podido bloquear el ataque con la palma abierta de la mano, y ella habría terminado con el puño quemado… pero algo en lo más profundo de su ser le dijo que no lo hiciera.
Sin saber muy bien por qué había cambiado de parecer, Raidel decidió esquivar el ataque en vez de bloquearlo… Y si no lo hubiera hecho, habría terminado con los huesos no solamente rotos, sino completamente triturados.
El puño de Alisa chocó contra el suelo con una potencia demencial, inhumana, provocando un estallido atronador que impactó sin piedad contra los pobres oídos de Raidel.
El suelo tembló descontroladamente, haciendo que el muchacho se tambaleara de un lado a otro como un borracho. Cuando bajó la mirada notó que el piso estaba repleto de enormes grietas profundas e irregulares.
Raidel retrocedió de un salto, completamente estupefacto por lo que habían mostrado sus ojos.
Cuando se alejó lo suficiente, observó a su oponente con una mirada llena de perplejidad. El puño desnudo con que Alisa había golpeado el suelo estaba un poco rojo… pero nada más.
—¿Q-qué diablos acabaste de hacer? —balbuceó Raidel—. ¿Desde cuando eres tan…?
—A callar —replicó ella con una mirada asesina ensombreciéndole el rostro. Alzó su puño una vez más—. El siguiente impactará en esa horrible cara tuya y te dejará más feo de lo que ya eres.
—Vaya, qué alentador —dijo el muchacho. A continuación observó fijamente las enormes grietas que habían sido causadas por el golpe de Alisa. Eran al menos una treintena de grietas y abarcaban varios metros a la redonda; quizás diez—. ¿Causar semejante grado de destrucción con un solo golpe? Eso es imposible.
—¿Imposible? No seas ridículo. Acaba de suceder ante tus horribles ojos quemados ¿y todavía te atreves a negarlo?
Raidel notó el tono orgulloso de su voz. Parecía que ella estaba ansiosa de que alguien le diera algo de reconocimiento.
—Me refiero a que es imposible realizar un golpe tan contundente si no se emplea Xen —entrecerró los ojos. Una pequeña sonrisita asomó en su rostro—. Mocosa tonta, ya lo has aprendido a usar, ¿no es así?
—Ya te dije que pasé por un entrenamiento infernal —replicó ella, devolviéndole la sonrisa.
—Increíble. Solo los mejores guerreros son capaces de controlar el flujo de Xen. Lograr algo así a tu edad… —la miró fijamente—. Esa es la mocosa que conozco.
Ella entrecerró los ojos con desconfianza.
—Y bueno, ¿se puede saber por qué me estás halagando tan de repente?
—Pues tú descúbrelo.
No era ningún secreto que Alisa odiaba los juegos de palabras. En vez de seguir con esta inútil conversación, ella volvió a concentrar toda su energía vital en un solo punto: recubrió su mano derecha con una gran cantidad de Xen, lo que le proporcionaba a su puño una potencia abrumadora. A efectos prácticos, concentrar una gran cantidad de Xen en una parte específica del cuerpo era como recubrir esa parte del cuerpo con una capa muy gruesa de acero… solo que el Xen era muchísimo más resistente y potente que el acero. Al menos unas cien veces más.
Tras recubrir su puño con Xen, ella volvió a lanzarse contra Raidel. Parecía más que dispuesta a arrancarle la cabeza de un solo golpe.
Esta vez el muchacho no intentó esquivar el golpe… ni siquiera intentó bloquearlo.
Mientras soltaba un rugido atronador, Raidel se abalanzó hacia adelante con el puño izquierdo en lo alto.
Raidel y Alisa arrojaron sus mejores golpes.
Los puños de ambos adversarios chocaron entre sí con una potencia extraordinaria, descomunal.
La colisión fue tan tremenda que causó un ensordecedor estallido que resonó con mucha más intensidad que cualquier otro impacto producido hasta el momento.
Por una milésima de segundo, los ojos de Alisa reflejaron una sorpresa atónita, casi como si se hubiera arrepentido de haber empleado tanta fuerza en su golpe. ¡Es que ella jamás se habría imaginado que el mocoso respondería su puñetazo con otro puñetazo!
Por un breve instante, ella creyó que el brazo de Raidel sería arrancado de su cuerpo debido al brutal golpe con Xen de Alisa. Sin embargo, lo que ocurrió a continuación fue más sorprendente todavía.
El choque entre ambos puños provocó una onda expansiva que arrojó a ambos adversarios varios metros hacia atrás.
Alisa abrió los ojos como platos al ver que el puño de Raidel estaba… completamente intacto.
—No puede ser… —murmuró, sintiendo una repentina oleada de emociones recorrer su cuerpo.
—Sí, sí puede ser —lo contradijo Raidel con una sonrisita—. Resulta que yo también puedo usarlo.
—¡E-eso es imposible!
—¿Imposible? No seas ridícula. Acaba de suceder ante tus horribles ojos congelados ¿y todavía te atreves a negarlo? —dijo Raidel, empleando las mismas palabras que ella había usado hace unos minutos atrás.
Alisa no despegaba la mirada del puño de Raidel, como si se negara a creer lo que sus ojos estaban mirando.
—¿Cómo…? —balbuceó—. ¿Cómo has podido…?
—No eres la única que ha entrenado duro durante todo este tiempo, ¿sabes? —replicó él—. Desde que me marché del White Darkness, estuve varios meses encerrado en una pequeña y horrible habitación del Imperio Ordei… ¿Qué diantres crees que pasé haciendo durante todo ese tiempo? ¡Pues entrenar mi control sobre el Xen! ¡Dediqué a ello un promedio de catorce horas al día, ya que al fin y al cabo no tenía nada más que hacer! ¿Tú crees que yo quería hacer esa mierda? ¡No! ¡Yo quería luchar! ¡Quería entrar en combate! ¡Quería algo de adrenalina! ¡Pero no! ¡Tuve que estar encerrado en una habitación durante varios meses como un maldito prisionero! Pero gracias a eso, por fin pude dominar mi control sobre el Xen.
Alisa no sabía qué decir. Estaba con la boca tan abierta que por allí casi se le mete un mosco. Sus ojos parecieron brillar por un segundo, pero al instante siguiente ese brillo quedó reemplazado por una mirada fría, asesina.
Eo muchacho soltó una risita. Estaba claro que el orgullo de Alisa había quedado herido.
—No eres la única “especial” aquí, ¿sabes?
—Cuando te mate lo seré —replicó ella, mientras se lanzaba al ataque una vez más.
Raidel y Alisa recubrieron sus puños con una gran cantidad de Xen y luego se lanzaron al ataque casi al mismo tiempo.
Mientras soltaba un rugido asesino, Alisa concentró su energía vital no solamente en su puño, sino también en las articulaciones de su mano y brazo para que la potencia de su golpe aumentara todavía más. Estaba dispuesta a acabar con esto con el próximo golpe.
Efectivamente, el control del Xen que Alisa tenía era mucho mayor de lo que Raidel creía.
Por su parte, el muchacho no era capaz de cubrir con Xen más de dos puntos al mismo tiempo, por lo que solamente recubrió su puño.
Ambos golpes impactaron entre sí una vez más.
La diferencia de poder entre ambos ataques fue tanta que el ganador fue indiscutible.
El muchacho salió despedido varios metros hacia atrás en consecuencia de la salvaje potencia de su oponente.
Raidel se tambaleó sobre el suelo. Su pie izquierdo se introdujo en una de las grietas que había sido ocasionada por el primer golpe de Alisa, por lo que no pudo evitar caer de espaldas al suelo.
Obviamente Alisa no desaprovechó esta oportunidad y se abalanzó sobre él con sus puños en lo alto.
Raidel contempló el cielo estrellado por un segundo.
Había perdido contra ella… otra vez. La verdad era que, desde que la conoció, nunca había podido alcanzarla. Jamás. Alisa siempre había estado un paso por delante de él. Ella siempre estuvo por encima de Raidel en la clasificación del White Darkness.
El muchacho pensó que quizás ella era mejor guerrera que él después de todo. Ahora que había quedado completamente superado por Alisa, ya no había nada que hacer… solo esperar el inevitable fin.
Y así fue como Alisa cayó sobre él con los ojos centelleantes por una furia asesina.
Sin proporcionar ningún tipo de tregua ni respiro a su rival, ella golpeó directamente la cabeza de Raidel.
✡
—¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! —gruñía el mago una y otra vez.
Sendor no era tonto. Él sabía perfectamente que no podría derrotar a su rival ni con un milagro. Así que él ni siquiera intentó hacerle frente. Simplemente se dedicó a correr; a correr tan rápido como sus flácidas piernas se lo permitían.
No, Sendor no era ningún cobarde, sino simplemente realista. Gador había dejado fuera de combate al lobo de Fran de un solo golpe. Así que él sabía que no tenía ninguna oportunidad contra semejante monstruo.
—¡Mierda! —volvió a chillar el mago, corriendo de un lado a otro para así poder esquivar las bolas de ácido que Gador le estaba arrojando.
—¡Deja de escabullirte como una maldita rata! —vociferaba Gador, sin dejar de perseguirlo—. ¡Da la cara de una puñetera vez!
—¿Detenerme? ¿Por qué diablos haría eso? —gruñó Sendor, acelerando el paso aún más—. ¿Crees que quiero terminar con la cara completamente corroída por tu maldito ácido?
—¡Si no te detienes ahora mismo, terminarás con las pelotas corroídas!
—¿Entonces intenta atraparme, maldita basura! —escupió el mago, moviéndose de izquierda a derecha como un loco. Se encontraba jadeante y su lengua yacía fuera de su boca como una cómica caricatura.
Gador ya estaba harto de perseguir a semejante criatura tan ridícula, así que decidió terminar con esto de una vez por todas. En apenas un instante, creó veinte bolas de ácido y las arrojó todas al mismo tiempo.
Los proyectiles surcaron los aires a gran velocidad.
Sendor soltó una vociferante maldición contra los dioses y, debido a su repentino sobresalto por ver a todas esas bolas de ácido acercarse a él, tropezó con una piedra y cayó estrepitosamente al suelo.
Sin embargo, eso le salvó la vida.
Al instante siguiente de que cayera al suelo, todos los proyectiles pasaron sobre su cabeza y fueron a impactar un metro más allá.
Sendor alzó la cabeza y miró de un lado a otro cómo si no supiera qué diantres había acabado de ocurrir. A continuación se puso rápidamente de pie.
—¡Benditos sean los dioses! ¡Sigo vivo! —exclamó, mientras alzaba ambas manos hacia el cielo. Luego reemprendió nuevamente su huída.
Gador soltó un suspiro.
—Vaya suerte tiene este cabrón —murmuró—. Ya es la tercera vez que se salva por caerse…
Gador se rascó la mejilla con un dedo puntiagudo y giró la cabeza para observar el combate entre Raidel y Alisa. Tras unos segundos consideró que todo estaba en orden, así que se apresuró a perseguir al mago.
Sendor no pasó por alto la continua distracción de Gador. Si aquel tipejo estuviese bien concentrado en su propio combate, ya habría matado al mago hace mucho tiempo atrás. Pero cada dos o tres minutos Gador se detenía para observar el combate entre Raidel y Alisa. No observaba ninguna otra pelea más, sino solo esa.
Sendor se preguntaba por qué diablos miraba tanto a esa dirección. ¿El combate entre ambos mocosos era tan interesante? ¿O acaso estaba preocupado por Alisa?
Al mago no le importó demasiado. Lo único importante era que gracias a esa distracción él seguía vivo.
✡
La persecución se alargó unos cinco minutos más. Cinco minutos en los que Sendor logró sobrevivir de puro milagro, pero Gador ya quería terminar con esto, así que concentró una gran cantidad de Xen en sus pies. Acto seguido se impulsó contra el suelo y salió disparado como una flecha hacia el mago.
Gador alzó un puño para propinarle un golpe mortal, pero entonces se detuvo en seco al ver una oscura silueta frente a él.
El mago aprovechó la oportunidad para escabullirse y salir huyendo a la carrera, mientras no dejaba de emitir gritos de terror.
Gador entrecerró los ojos con una cólera evidente al distinguir la identidad de aquella figura. Se trataba de alguien que tenía magulladuras, cortes, cardenales, moretones y marcas de quemaduras repartidas por todo su cuerpo.
—¿Qué haces aquí, Alisa? —gruñó Gador.
—Pensé que querrías mi ayuda —replicó ella con tranquilidad. Su rubio cabello ondeaba al viento.
—¿Y tu adversario?
—Ya está muerto —dijo Alisa con el rostro inexpresivo. Alzó un dedo para señalar el cuerpo de Raidel que yacía tendido en el suelo a lo lejos—. Un solo golpe me fue suficiente para perforar su cabeza hasta el cerebro.
Gador miró que el puño derecho de Alisa estaba cubierto de sangre. A continuación observó una vez más el cuerpo yaciente a lo lejos.
—Ya era hora de que lo enviaras al infierno —dijo.
—Él era fuerte —replicó Alisa—. Y bien, ¿te puedo ayudar a matar al mago?
Gador abrió la boca para gritarle que esa era su presa y que se largara a otro lado, pero se detuvo al tener una idea. Sin duda resultará interesante ver qué cara pondrá el mago al ver que una de sus antiguas compañeras será la que lo enviaría al otro mundo.
—Está bien. Mátalo —sonrió Gador, expectante.
—Será todo un placer.
Gador se preguntó cómo irían los demás con sus respectivos combates. Dio media vuelta para echar un vistazo al panorama, pero justo en ese preciso instante sintió un terrible y punzante dolor atravesarle la espalda.
Escupió una bocanada de sangre, mientras bajaba la mirada y veía que el filo de una espada le había atravesado la espalda. Su punta asomaba al otro lado, en su ombligo.
La mirada se le puso borrosa, pero estaba seguro de que aquella era una espada; un espada de hielo.
—Muere, Gador —le susurró Alisa al oído.
Gador apenas pudo girar la cabeza para ver la sonrisa demencial que ella tenía en el rostro.
A continuación, y sin poder mantenerse en pie, él cayó de rodillas al suelo.
✡
Rosana no estaba golpeando a Fran ni nada de eso, sino que lo estaba… abrazando.
Un abrazo mortal. Lo sujetaba de tal forma que él no podía librarse de su agarre por más que se removiera de un lado a otro. Ni siquiera podía usar sus brazos para golpearla porque ella también los estaba sujetando. Su espada maldita había quedado tirada en el suelo, a varios metros de ambos.
—¡Maldita Rosana! —gruñó Fran, agitándose de izquierda a derecha—. ¿No acabaste de decir que ibas a luchar en serio?
—Eso no sería divertido, mi amor —replicó ella con voz dulce.
—¿Por qué no me matas ahora? ¿Por qué tienes que alargar esta maldita tortura?
—Hey, aprende tu lugar —dijo Rosana—. Tú no eres más que un objeto de mi posesión. Y haré contigo lo que me plazca. Si te quiero vivo, te tendré vivo.
Fran soltó gruñidos desesperados. ¡No podía creer que esto estuviera sucediendo otra vez! Pensó que esa horrible parte de su vida ya se había terminado hace mucho tiempo…
De repente ella soltó una exclamación de sorpresa y soltó a Fran.
Él no sabía de qué iba todo esto, pero no desaprovechó la oportunidad. Alzó un puño para golpear a Rosana, pero entonces se detuvo en seco al observar que, a unos setenta metros a la distancia, una espada de hielo atravesó la espalda de Gador y él cayó de rodillas al suelo.
—¿A-Alisa? —murmuró Fran con el rostro desencajado por la perplejidad.
✡
De algún modo, Zoden supo que algo terriblemente malo había acabado de suceder.
El gran guerrero abrió los ojos y se incorporó bruscamente. A continuación emprendió el vuelo y fue flotando lentamente hacia el lugar en donde se encontraban Alisa y Gador.
Sus ojos dispares, uno verde y el otro castaño, reflejaban una ira desmesurada, incontenible.
De hecho, su ira era tan grande que al menos media docena de inmensos tornados aparecieron de repente, lo cuales habían sido provocados involuntariamente por Zoden.
Su ira los había creado.
✡
Fran miró alternadamente a Alisa, luego a Gador y por último a Raidel.
No dejaba de mirarlos a los tres.
Alisa. Gador. Raidel.
Alisa. Gador. Raidel.
Alisa. Gador. Raidel.
—¡Por la mierda! —exclamó Fran al final—. No sé qué diablos está ocurriendo aquí, pero los cinco miembros de nuestro Equipo por fin se han reunido otra vez! —observó a Rosana con un brillo de emoción en los ojos—. ¡Tiemblen de miedo, cabrones! ¡Este es el resurgimiento del Equipo Ceifador!
✡
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top