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Capítulo 106: Keila

Los dos gigantes se separaron, y cada uno se dirigió hacia Raidel, uno por su derecha y otro por su izquierda.

Y mientras se iban acercando, el muchacho se dio cuenta que eran aún más grandes de lo que a él le había parecido en un principio.

El primero debía medir dos metros con veinte centímetros de altura. Y el otro cinco o diez centímetros menos. La cabeza de ambos estaba completamente rapada, y tenían un tatuaje con la insignia del Ala Rota que cubría la parte superior de sus cráneos

Eran tan inmensos que habrían dejado a Toren (el guerrero de Ludonia que había sido devorado por un dragón) como un enano.

Pero, lejos de estar intimidado, Raidel prendió todo su cuerpo en llamas. Ahora el muchacho parecía una hoguera viviente. El fuego recorría su cuerpo de pies a cabeza, dando como resultado una visión estremecedora. 

—No creo que haga falta decirlo, pero tengan cuidado —dijo Philm a sus soldados.

Ellos no respondieron. Su concentración era tal que ni siquiera lo habían escuchado. Sus oscuros ojos estaban fijos en Raidel, listos para responder a cualquier movimiento que éste pudiera realizar.

—Bueno, ¿y cuándo cojones piensan mover el culo? —dijo Raidel, soltando un profundo bostezo—. ¿Acaso están esperando a que me duerma para atacarme? 

Si la situación hubiera sido otra, los gigantes habrían soltado una carcajada por aquel comentario, pero lo único que hicieron en aquel momento fue fulminar a Raidel con la mirada.

Con pasos pequeños y cautelosos, ellos empezaron a girar lentamente en torno al muchacho, sin dejar de observarlo fijamente. Sus expresiones eran graves, y sus manos se aferraban a sus alabardas con una fuerza incontenible, al tiempo en que blandían sus pesadas armas de un lado a otro con una rapidez abrumadora, como si estuvieran despedazando a un enemigo invisible. Lo que ellos pretendían con esto era poner nervioso al pelirrojo para que de esta forma sea más fácil derrotarlo... Sin embargo pronto se dieron cuenta que era inútil: Raidel no parecía impresionado en lo absoluto. Es más, su rostro seguía teniendo esa expresión de aburrimiento que había mostrado antes.

Y fue entonces cuando los gigantes se miraron entre ellos por un segundo; una señal que siempre usaban para ponerse en movimiento.

Ambos se lanzaron contra su oponente con sus armas en lo alto: Uno por detrás y otro por delante.

Y un segundo antes del impacto, Raidel se agachó y rodó rápidamente por el suelo, cambiando así de lugar, de modo que los gigantes casi se golpean entre ellos.

Al instante siguiente y aún inclinado en el suelo, el muchacho pateó el tobillo izquierdo de uno de sus oponentes con tanta fuerza que inmediatamente se escuchó el crujido de un hueso al romperse, lo que provocó que el gigante cayera al suelo en una maraña de gritos de dolor y jadeos desesperados.

El hombre que aún seguía en pie soltó un rugido de guerra y blandió su alabarda contra su rival, visiblemente furioso por la herida que Raidel le había ocasionado a su compañero.

El ataque fue de frente; un golpe tan ridículamente evidente que el pelirrojo ni siquiera tuvo que girarse para esquivarlo. Él rodó nuevamente por el suelo, y la pesada alabarda chocó contra el piso adoquinado con un fuerte estrépito, rompiendo varios ladrillos a consecuencia del poderoso impacto.

—Muy lento —murmuró Raidel con una sonrisa desquiciada en el rostro.

El gigante alzó la vista para encontrarse con que el muchacho estaba frente a él, lanzando un puñetazo en llamas. El pobre no pudo esquivar el ataque.

El puño de Raidel impactó contra las costillas de su rival con la potencia de un martillo de guerra. El fuego en sus nudillos no fue de mucha utilidad en esta ocasión, debido a la brillante armadura que protegía el torso del grandulón. Sin embargo, el golpe en sí mismo resultó lo suficientemente potente como para que éste se doblara por la mitad y cayera al suelo, sujetándose el abdomen con ambas manos.

Raidel, con su cuerpo aún prendido en llamas, dio un paso al frente.

Estaba a punto de rematarlo con un puntapié dirigido al rostro, pero una voz femenina resonó a unos metros detrás de ambos:

—¡Alto!

Raidel se dio la vuelta, bastante molesto por el hecho de que alguien se haya atrevido a interrumpirlo.

Se trataba de la mujer de cabello negro, quien estaba caminando lentamente hacia ambos. Su rostro era inexpresivo.

—¿No me digas que tú también quieres una paliza? —dijo Raidel.

—Vamos, aléjate de ellos —dijo ella con tranquilidad. Juzgando por su tono de voz, parecía más una orden que una petición—. Solo míralos. Ya no pueden pelear más.

El muchacho los observó. El primero seguía gruñendo por su tobillo roto, y el otro estaba de rodillas, con la frente pegada al suelo, y sin dejar de agarrarse el abdomen.

A lo lejos Philm soltó una risita.

—¡Vaya! Tus ataques deben ser equiparables a los de un dragón como para haberlos noqueado de un solo golpe... Aunque, ahora que lo pienso, tiene bastante sentido. Tú fuiste quién derribó las gigantescas puertas de acero después de todo... —Por contradictorio que parezca, la expresión de su rostro reflejaba una gran diversión.

—No sé de qué te ríes —dijo Raidel—. Ahora que derroté a tus patéticos guerreros tendrás que obedecerme... Caso contrario no querrás saber lo que te sucederá, ¿cierto? 

El lugar se quedó en silencio por unos cuantos segundos, hasta que finalmente Philm prorrumpió en carcajadas.

—No tan rápido, muchacho —dijo con una sonrisa tan molesta en los labios que por un momento Raidel tuvo que contener el impulso de ir hasta él y propinarle un buen puñetazo en toda la cara.

El líder del Ala Rota caminó hacia Raidel. Su enorme barriga se movía de arriba a abajo con cada paso que daba.

—No lo entiendo —dijo Raidel—. Parece que estuvieras pidiendo a gritos que te mate... —frunció la nariz como si algo estuviera oliendo terriblemente mal. 

A Philm no se le borraba la molesta expresión de diversión en el rostro.

—La verdad es que lo que te dije antes no fue del todo cierto —reveló—. Ellos no son mis mejores guerreros, ni mucho menos.

Raidel miró a ambos gigantes que seguían tirados en el suelo. Ahora que se fijaba, sus heridas no eran comunes: Parecía que uno se había roto el hueso del pie por completo, ya que éste le colgaba de la pierna de manera siniestra como si fuera peso muerto. Y el otro tal vez tuviera media docena de costillas rotas.

—¿Entonces quiénes son ellos?

—Son los nuevos miembros de mi Guardia Real —dijo el gordo con un nivel de orgullo bastante marcado en la voz. Además también hablaba con lentitud, como si estuviera saboreando las palabras—. Los traje conmigo para probar sus habilidades contra un Usuario del Rem, pero, como era de esperarse, solo lograron decepcionarme.

—Pues qué gran error de tu parte —dijo Raidel—.  Ya no hay vuelta atrás. ¡O liberas a los esclavos o yo carbonizo esa horrible barriga tuya!

—Bueno, hazlo si te apetece —dijo Philm—. ¡Pero primero vas a tener que derrotar a Keila!

La mujer había estado tan silenciosa que el muchacho se había olvidado de ella por completo.

—¿Crees que ella puede derrotarme?

Era delgada y no mucho más alta que Raidel, la cual por alguna razón no dejaba de verlo.

Philm estaba con una sonrisa de idiota en toda la cara.

—¿Derrotarte? ¡Pffff! ¡Keila puede enviarte al infierno en tres segundos!

Si no fuera por la blanca armadura que llevaba encima, Raidel la habría confundido con cualquier campesina normal y corriente.

—¡Ella es la Capitana de mi Guardia Real! —exclamó Philm con orgullo—. ¡Además también es la Comandante de mi ejército! ¡En el Ala Rota no hay guerrero más poderoso... —dijo, mientras le sonreía abiertamente a Raidel—.  Derrota a Keila y podrás hacer lo que quieras conmigo.

Ella se dirigió hasta Raidel, mientras que el gordo empezó a alejarse varios metros de ambos, consciente que esto podría ponerse muy feo.

El pelirrojo vio cómo ella desenfundaba su espada y luego la arrojaba al suelo, a varios metros de distancia de ellos.

Raidel estaba confundido.

—No es mi estilo luchar con armas contra un oponente desarmado —dijo la mujer, cuyo rostro aún seguía inexpresivo—. Pelearé a mano limpia.

—¿En serio quieres hacer esto? —dijo el muchacho con el ceño fruncido—. En realidad no es como si estuviéramos en las mismas condiciones.

Keila observó el candente fuego que envolvía el cuerpo de Raidel de extremo a extremo.

—Eso no va a representar ningún problema —aseguró ella, mientras adquiría una extraña postura de pelea que el muchacho no había visto jamás. Sus brazos estaban extendidos frente a su cuerpo de forma horizontal, como si estuviera alzando algo pesado, y su pierna izquierda estaba alzada en el aire, con la rodilla frente a su pecho. La visión resultante era extraña.

—Bueno, lo mínimo que puedo hacer es mostrarte el mismo grado de benevolencia —dijo Raidel mientras todo el fuego desaparecía repentinamente de su cuerpo—. Una batalla en igualdad de condiciones.

—Yo no diría lo mismo —sonrió Keila.

El muchacho se demoró una milésima de segundo en pestañear, y al instante siguiente, cuando volvió a abrir los ojos, vio que Keila se encontraba a tan solo unos escasos centímetros enfrente de él. Raidel intentó reaccionar tan rápido como sus reflejos le eran capaces, pero no tuvo tiempo para hacer absolutamente nada, ya que, inmediatamente después, solo logró visualizar apenas un destello fugaz que se le acercaba rápidamente a su cabeza, cuando sintió que éste mismo impactaba fuertemente contra su barbilla. Raidel perdió momentáneamente el equilibrio y se tambaleó hacia atrás, medio aturdido.

El muchacho no tardó mucho en recuperar la compostura, y cuando lo hizo, levantó la mirada hacia Keila, y supo entonces que una patada fue la que lo golpeó, porque ella seguía con una pierna levantada en el aire.

—Eres muy fuerte, sí —dijo ella—, pero demasiado lento. Tienes que trabajar en eso —acto seguido dio media vuelta y se alejó del muchacho, como si ya se hubiera retirado de la pelea. 

—¿Qué diablos crees que estás haciendo? —gruñó Raidel, con una mano sobre su barbilla golpeada.

—Una pelea entre ambos no llevaría a ningún lado —dijo Keila—. Nos terminaríamos matando el uno al otro.

Raidel no entendía su punto, así que ella se explicó:

—Tú tienes fuerza. Tus ataques son muy potentes y contundentes... pero eres tan lento como una piedra —sonrió—. En cambio yo soy lo opuesto; soy rápida, pero mis golpes no tienen ni la milésima parte de la fuerza que los tuyos.

—¿Entonces cómo resolveremos esto? —gruñó Raidel, quien se había quedado con las ganas de luchar.

Ella le regresó a ver a Philm.

—Haremos lo que siempre se hace —dijo el gordo, encogiéndose de hombros—. Únete a nosotros.

Una suave brisa sopló por el lugar.

—¿Así que uno puede pasar de ser un miserable esclavo a convertirse en un miembro del Ala Rota si los líderes creen que el sujeto vale la pena? —dio un profuso escupitajo al suelo—. ¡Vaya mierda!

El gordo soltó un suspiro.

—Supuse que dirías eso... En fin, si no aceptas entonces no tendré más alternativa que...

—¿Qué es lo que harás? —lo interrumpió Raidel en tono provocativo—. Una bola de manteca como tú no puede se capaz de ponerme un dedo enci...

Pero antes de que pudiera acabar de decir aquella frase, Philm levantó una mano, y acto seguido el muchacho soltó un desgarrador grito de dolor.

El dolor fue tan intenso que Raidel cayó al suelo, inconsciente.

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