✡ CLXXXVII
Capítulo 187: Cuatro vs Miles
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Debían ser unos tres mil jinetes como mínimo. Se acercaban a gran velocidad. Iban bien erguidos sobre las monturas de los caballos, exhibiendo su gran estatura. Las lanzas en sus manos, firmes e inmutables, estaban apuntando a los enemigos con precisión. Bajo los visores de los cascos, sus mandíbulas estaban bien apretadas, y sus ojos decididos.
Conforme se iban acercando, las pisadas de los caballos fueron resonando con más ímpetu en el suelo de tierra, dejando una nube de polvo tras de sí.
—¡Eliminen a los enemigos del Imperio! —seguía diciendo el General—. ¡Treinta gemas rojas para quien mate a cualquiera de ellos!
Varios cientos de guerreros aullaron un grito de aprobación y apresuraron el paso, llevados ciegamente por la codicia.
Fran descolgó la pequeña bolsa que traía en su espalda, y se puso a rebuscar algo. Primero sacó el báculo sagrado de Sendor y se lo arrojó al mago. Éste había sido lanzado con tanta fuerza que Sendor apenas logró agarrarlo. Si no lo hubiera hecho, este habría impactado contra su rostro y seguramente le habría partido el cráneo. Después Fran sacó la guadaña portátil de Raidel y simplemente la lanzó al aire. El muchacho tuvo que correr como veinte metros y dar un gran salto para poder atraparla. Y en cuanto lo hizo, se giró hacia Fran con las facciones retorcidas por la furia.
—¡Hey! ¿Por qué…? —pero se detuvo al ver que él no le estaba prestando atención.
Fran estaba muy ocupado en otros asuntos. El líder fue lentamente hasta Keila y con una sonrisa le entregó directamente en sus manos dos magníficas dagas cuyas oscuras hojas eran de Lythion. Las armas eran idénticas entre sí. En el centro de cada empuñadura llevaba incrustado un diamante azul y brillante.
Keila recibió las dagas y le devolvió la sonrisa a Fran.
Raidel escupió al suelo.
—¡Fuera bueno que actuaras así con todos, demonios!
Fran lo ignoró. Por último sacó de su bolsa una enorme hacha de doble filo. Era un arma completamente negra y de aspecto brutal. En medio de las hojas tenía tallada una calavera de colmillos largos y mirada ceñuda. Evidentemente el material con el que estaba hecho era Lythion.
Unos días después de abandonar el White Darkness, Fran había comprado de manera anónima al Mercado Negro tanto el hacha como las dagas. Éstas últimas se las había regalado a Keila.
El líder se fijó en Raidel, quien seguía de pie, a unos veinte metros de distancia de ellos.
—¿Se puede saber qué cuernos estás haciendo allá parado? —dijo Fran—. ¡Ya deberían saber la formación de batalla que se adopta en estos casos!
El muchacho abrió la boca para gritarle algo, pero luego la volvió a cerrar al percibir que Fran no lo estaba haciendo a propósito. Estaba cegado por el amor. Eso era todo.
En cuanto los jinetes estuvieron lo suficientemente cerca, una veintena de lanzas surcaron los aires en dirección a sus enemigos. Los compañeros se vieron obligados a romper la formación para poder esquivarlas. Keila dio una voltereta en el aire, haciendo honor a la gran agilidad que siempre la había caracterizado. Fran y Sendor, en cambio, rodaron por el suelo.
Los ataques no se detuvieron allí. Conforme seguían avanzando los soldados Imperiales, más lanzas eran arrojadas, las cuales pasaban a gran velocidad a centímetros de los compañeros e iban a clavarse en el suelo como estacas.
Keila dio gracias a los dioses de que el suelo fuera de tierra, y rápidamente se agachó y colocó las palmas de las manos sobre el piso. A continuación varios muros de tierra sólida se alzaron justo enfrente de una cincuentena de guerreros Imperiales que venían en la primera línea de ataque.
Para ahorrar tiempo y energía, Keila hizo que sus muros solo tuvieran una altura de cincuenta centímetros. Efectivamente, eran muy pequeños, pero con eso era más que suficiente. Además, así tendría más tiempo para crear más muros y abarcar más espacio.
En los entrenamientos de capacitación, los soldados se habían preparado muy bien… Estaban preparados para casi cualquier eventualidad que pudiera surgir... pero ninguno había previsto una jugada como esta.
Debido a que los pequeños muros habían aparecido tan de repente y tan cerca de ellos, la mayoría de los jinetes no pudo verlos a tiempo. Tampoco lo hicieron los caballos.
Los animales tropezaron con los muros y, a causa del gran impulso con el que habían estado corriendo, no pudieron evitar caer estrepitosamente, lanzando hacia adelante a los desconcertados jinetes, quienes fueron a impactar contra el suelo en una maraña de jadeos, gruñidos y maldiciones.
Los caballos que venían detrás se tropezaron con los primeros y también cayeron. Los terceros se tropezaron con los segundos y así sucesivamente, formando de esta forma una cadena masiva de caídas.
Algunos de los soldados caídos murieron aplastados. Otros acabaron con alguna que otra extremidad rota. Los que salieron ilesos se levantaron al instante.
Pocos fueron los caballos que vieron el pequeño muro de tierra a tiempo y saltaron en consecuencia, esquivando el obstáculo.
Al final, el número total de jinetes que cayeron y quedaron fuera de combate solo debió ser de unos trescientos a lo mucho. Los demás siguieron avanzando hacia sus presas, imperturbables, como si no hubiese ocurrido nada.
Sendor soltó una maldición contra los dioses. ¡Si tan solo tuviera un minuto para recitar el hechizo que crearía un campo de fuerza alrededor de él y sus compañeros! Pero no, no tenía un minuto. Ni siquiera tenía un segundo. Una gran cantidad de lanzas estaban siendo arrojadas hacia su dirección a cada segundo, por lo que él se veía obligado a estar en constante movimiento si no quería terminar con una lanza atravesándole el cráneo. Pensó que si no podía crear hechizos defensivos, entonces pasaría a la ofensiva. De esa forma fue que empezó a lanzar rayos con su báculo mágico que, al impactar contra sus enemigos, éstos cayeron al suelo rostizados del dolor.
Fran cogió varias lanzas del suelo y las arrojó contra los jinetes con evidente furia. Hubiera querido invocar a su ave prehistórica y huir al vuelo, pero lamentablemente había demasiado riesgo. Si lo hacía, todos los jinetes seguramente arrojarían sus lanzas hacia el pobre pterodáctilo, matándolo en el acto y haciendo caer a todos los miembros del equipo desde una altura que probablemente sería muy elevada. La única opción que les quedaba era luchar.
—¡Reúnanse! —bramó Fran, por encima del estrépito de la batalla—. ¡Formación tipo C!
Keila y Sendor se apresuraron en ir hasta él. A continuación los tres, juntos, se cubrieron las espaldas y esperaron la llegada del ejército enemigo, mientras bloqueaban o desviaban las lanzas que les eran arrojadas.
Los enemigos estaban cada vez más cerca.
Cincuenta metros.
Cuarenta.
—Un momento… —dijo Fran con la nariz arrugada, como si algo oliera mal—. Nuestra formación parece incompleta…
—Ahora que lo mencionas, creo que falta alguien... —dijo Sendor, pensativo.
Los compañeros giraron sus cabezas al escuchar una estridente carcajada demencial a unos veinte metros a la distancia.
—¡JAJAJAJA! ¡No saben cuánto tiempo estuve esperando por esto! —exclamó Raidel, completamente enloquecido, mientras desplegaba su enorme guadaña en todo su esplendor y prendía su propio cuerpo en llamas—. ¡Después de tanto tiempo, por fin podré luchar!
A continuación y ante la estupefacta mirada de los compañeros, Raidel simplemente dio un enorme salto de varios metros y fue a caer justo en medio de las hordas enemigas.
—¿Pero qué diantres...? —empezó a decir Fran.
—¡Se volvió loco! —exclamó el mago, entre aterrado y nervioso.
—Tienen que admitir que mi hermanito tiene buen estilo —declaró Keila.
Sendor la regresó a ver como si creyera que a ella también le hacía falta un tornillo.
Fran soltó un suspiro.
—Bueno, como sea, ¡prepárense para el ataque!
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Envuelto en una enorme y mortífera columna de fuego, Raidel cayó como un misil sobre dos de los jinetes que componían las líneas enemigas, a quienes aplastó como si fueran gusanos. Varios caballos relincharon fuertemente del dolor ante el contacto con el fuego y se sacudieron, alocados.
En otras circunstancias, el muchacho se hubiera apiadado de aquellos pobres animales… pero hoy no.
Sin esperar a que sus enemigos se recuperen de la sorpresa de su repentino ataque, Raidel empezó a girar rápidamente en círculos mientras blandía su inmensa guadaña a diestra y siniestra mutilando extremidades, tajando cabezas y quitando la vida a todo aquel que tuviera la desgracia de encontrarse en su camino.
Raidel era un tornado asesino de fuego y sangre que no parecía conocer el cansancio ni mucho menos la piedad. Sus ojos de color verde veraniego fueron poco a poco haciéndose más oscuros, mientras más gente iba aniquilando. Su rostro adqurió una extraña mueca demencial; una espantosa sonrisa de oreja a oreja que heló la sangre de todos los guerreros que la vieron.
A su alrededor, varios de los jinetes empezaron a gritar, aterrorizados. La horrible expresión de Raidel les resultaba mucho más inquietante que el hecho de que él hubiera dejado una pila de cadáveres tras de sí.
Pero lo que escucharon después fue aún peor:
—¿ESTO ES TODO LO QUE TIENEN? —bramó Raidel con tanta potencia que sin duda sus palabras debieron haberse escuchado por todo el campo de batalla. El tono de su voz era tan grave y horriblemente pesado como un trueno. Sus ojos estaban ahora completamente negros—. ¡NADIE QUE SE ATREVA A INTERPONERSE EN MI CAMINO Y EL DE MIS AMIGOS VIVE PARA CONTARLO!
A continuación, Raidel reanudó su ataque, esta vez con un grado de salvajismo y brutalidad más acentuado que nunca.
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Ni siquiera Fran, Sendor y Keila pudieron evitar estremecerse ante la terrible voz demoníaca que había salido de la boca de Raidel.
—¡Malditos sean los dioses, el chico volvió a su forma de demonio! —escupió Sendor, aterrado.
—¡No importa, no importa, eso solo nos beneficiará a nosotros! —exclamó Fran, mientras usaba su hacha de guerra para descargar un potente golpe de revés sobre la cabeza de un soldado Imperial que había querido derribarlo por la espalda.
El ejército enemigo ya había llegado hasta ellos, y los compañeros luchaban como mejor podían.
Sendor no dejaba de lanzar rayos con su báculo mágico, mientras balbuceaba maldiciones porque a cada dos por tres se veía obligado a retroceder, agacharse, e incluso a tirarse al piso para poder esquivar los interminables ataques que le llegaban.
Por su parte, Keila corría con total naturalidad por entre las filas enemigas, propinando rápidas y precisas estocadas con sus dagas de Lythium. Su agilidad y reflejos eran fácilmente comparables a los de cualquier felino. Aunque los soldados Imperiales que la vieron luchar podrían haber jurado que sus habilidades eran muy superiores. Para desplazarse y cambiar rápidamente de lugar, ella rodaba por el suelo, debajo de los caballos; también daba volteretas en el aire; e incluso saltaba directamente hacia los caballos con la finalidad de impulsarse sobre sus cabezas y así dar saltos todavía más altos. Todo esto lo hacía, por supuesto, mientras atacaba. Daba estocadas preferentemente en las articulaciones de los jinetes y en sus cuellos, ya que dichos lugares no estaban protegidos por la armadura. Además cuando rodaba por el suelo apuñalaba los vientres de los animales. Su velocidad era tan increíble que nadie era capaz de atraparla, ni mucho menos predecir qué movimiento haría a continuación. Aunque parte de esto también se debía a la gran flexibilidad de Keila. Ella atacaba moviendo sus extremidades en ángulos extraños y, por lo tanto, impredecibles. Además de todo lo anterior, las dagas que llevaba, pequeñas, ligeras y rápidas eran perfectas para ella. Incluso Fran estaba sorprendido de aquella extraordinaria muestra de habilidad.
Todos los miembros del Equipo estaban luchando encarnizadamente contra sus oponentes… todos a excepción de Fran, quien parecía que su prioridad era observar el combate de Keila. Solo contraatacaba cuando alguien quería golpearlo.
Pero su estado de tranquilidad se vio perturbado en cuanto escuchó un horrible aullido de dolor y frustración a varios metros a la distancia.
—¡ARGHHH! —rugió la voz demoníaca—. ¡MALDITAS SEAN SUS TRIPAS! ¡MUTILARÉ Y DEVORARÉ A TODOS USTEDES HASTA LA MUERTE! ¡NADIE SALDRÁ CON VIDA DE ESTE LUGAR!, ¿ESCUCHARON? ¡NADIE!
Un escalofrío recorrió la espalda de Fran al tiempo en que daba media vuelta para observar algo verdaderamente inquietante.
Como no podía ser de otro modo, la mayor parte de jinetes Imperiales se había aglomerado en torno a Raidel al considerarlo el enemigo más peligroso. Eran cientos los guerreros que estaban a su alrededor, atacándolo furiosamente con todo tipo de armas. Nadie retrocedía. Nadie se acobardaba. Cualquiera de esos hombres habría dado felizmente su vida con tal de matarlo. Cómo no. Aquellos eran los soldados de la Élite del Imperio Ordei.
Sin embargo, Raidel ya no era solamente un tornado asesino. Ahora él se había transformado en un huracán; un huracán que exterminaba a cualquier forma de vida que se encontrara a su paso.
A cada segundo un gran número de brazos, cabezas y torsos volaban alrededor de él, completamente despedazados tras los brutales ataques de Raidel. Su guadaña se movía a tal velocidad que lo único que se podía ver eran destellos en movimiento; miles de destellos que giraban alrededor y no dudaban en cortar hasta la más pequeña de las moscas que tuviera el valor de acercarse demasiado a Raidel.
Fran sabía que cuando el muchacho se transformaba en aquel ser gruñón de ojos negros y voz gruesa como un trueno, su fuerza, velocidad y reflejos aumentaban un poco. Pero lo raro era que su poder nunca antes había sido tan grande como el que ahora mismo tenía.
Fran se preguntó qué podría significar aquello. Pero luego una gota de sudor le cayó a la frente al creer saber la respuesta. Tuvo que reprimir una mueca de horror.
—Maldición, esto no es bueno… —murmuró con la garganta seca de la ansiedad. Si sus sospechas eran ciertas, entonces estaban en serios problemas…
El líder recubrió su cuerpo de lava y empezó a correr hacia el lugar donde se encontraba Raidel, abriéndose paso a golpes por entre las filas enemigas.
A pesar de que el muchacho estaba luchando con una enorme dosis extra de fuerza y velocidad, su cuerpo estaba repleto de heridas profundas, principalmente cortes y tajos, los cuales habían sido producidos por diversos tipos de armas. La sangre no dejaba de brotar de su cuerpo en abundancia, formando un pequeño charco bajo sus pies. Las mugrientas prendas de vestir que llevaba ya estaban casi completamente rotas. Todo esto debido a que sus enemigos no eran novatos. No estaba de más volver a mencionar que ellos componían la Élite de las Fuerzas Armadas del Imperio Ordei.
Cada vez que un enemigo lograba herirlo, Raidel soltaba un espantoso aullido y contraatacaba con una brutalidad inhumana, asesinando al culpable de una manera tan horrible que su simple visión revolvía las tripas a Fran, ya que resultaba que Raidel los cortaba por la mitad, de arriba hacia abajo, haciendo que el lado izquierdo de sus cuerpos cayera hacia un lado y el lado derecho hacia el otro. Esto producía un profuso chorro de sangre que salía disparado hacia el cielo, empapando de rojo a todo aquel que estuviese cerca.
Fran no pasó por alto que las cosas empezaron a complicarse para Raidel. Quizá fuera el cansancio, quizá fuera por el dolor provocado por el gran número de heridas. Quizás fuera por el hecho de que ya había perdido demasiada sangre… pero sus movimientos poco a poco fueron haciéndose más torpes. Los soldados no desaprovecharon esta gran oportunidad y se lanzaron contra él en masa. Raidel quedó atrapado, debajo de una montaña de cuerpos que no dejaba de revolverse y lanzar ataques a lo loco. A ninguno de ellos le importaba quedar chamuscado por el contacto con el fuego de Raidel. Simplemente querían al demonio muerto. Eran buenos soldados.
Debieron haber pasado apenas unos segundos cuando Raidel soltó otro enloquecedor grito de dolor que resonó a kilómetros a la redonda con una potencia tan atronadora como el rugir de un dragón. Parecía que estaba moribundo… Parecía que lo habían herido de muerte…
—¡Maldición, maldición! —exclamó Fran, mientras se dirigía hacia el lugar a toda velocidad, propinando veloces tajos con su hacha de guerra. Esta situación no le agradaba nada… no le agradaba nada en lo absoluto. Un terrible presentimiento acechaba en su mente y no le dejaba tranquilo. Tal vez el muchacho estuviera… Tal vez el muchacho estuviera…
Raidel soltó otro espantoso rugido que pareció hacer temblar el suelo. Este fue mucho más potente que todos los anteriores.
Y entonces los peores temores de Fran se hicieron realidad.
Con una mueca de absoluto terror reflejada en el rostro, Fran pudo ver que Raidel… que Raidel… que Raidel había sufrido una segunda transformación. Sí, él se había transformado otra vez.
De un instante a otro, un aura inhumana y terriblemente opresiva inundó todo el campo de batalla.
Lo que sucedió a continuación fue algo que se quedaría grabado en la memoria de Fran durante toda su vida.
Raidel hizo un movimiento de manos tan rápido que, en apenas un segundo, desmembró y decapitó a treinta de los soldados que estaban rodeándolo, cuyas cabezas y extremidades cayeron al suelo al unísono.
Fran se detuvo en seco y observó sus ojos.
Anteriormente, en su primera transformación, solo la parte central de los ojos de Raidel habían sido negros. Pero ahora, sus ojos enteros estaban negros. Incluso la parte blanca, llamada esclera, se encontraba completamente negra.
Aparte de eso, la expresión en el rostro de Raidel era de impasibilidad absoluta. A pesar de encontrarse de pie, tenía todo el aspecto de estar inconsciente.
Pero probablemente lo más llamativo de su nueva apariencia fuera su cabello. Ese cabello en condiciones normales era ya de por sí de un color rojo intenso, pero ahora parecía que brillaba; parecía que emitía luz propia.
Y entonces, ante la estupefacta mirada de todos los presentes, Raidel dio un paso al frente, lo que provocó que el aura oscura que desprendía su cuerpo y que inundaba todo el campo de batalla se hiciera mil veces más opresiva.
Aquella horrible y repugnante aura demoníaca asfixió a todos los presentes. Fue como si de pronto la gravedad hubiera aumentado cien veces más. O tal vez era más preciso decir que fue como si de repente todos se hubieran visto transportados a un lugar a varios kilómetros bajo el agua.
Ninguno de los soldados Imperiales pudo soportar la enorme presión aplastante que el aura oscura ejerció sobre sus cuerpos. Los dos mil trescientos guerreros del Imperio que hasta ese momento habían permanecido de pie, cayeron al suelo al mismo tiempo, quedando inmediatamente inconscientes.
Los caballos también cayeron en masa, produciendo crujidos y chasquidos al chocar contra el empolvado suelo.
Y así de repente, el campo de batalla se quedó completamente vacío. Tan silencioso como un cementerio.
Nadie pudo mantenerse despierto a excepción de Fran, Keila y Sendor.
Pero allí no terminó todo.
Raidel dio otro paso al frente.
La opresión en el ambiente se acentuó todavía más.
El mago se desplomó sobre el suelo como un muñeco de trapo y no volvió a moverse.
Keila cayó de rodillas al suelo. Sintió claramente como un chorro de sangre salía por los orificios de su nariz, además de una especie de líquido que recorrió sus oídos.
Fran fue el único que pudo mantenerse de pie… aunque sin poder mover ni un dedo.
Esa maldita presión era tan… terrible.
Raidel iba a dar otro paso más (lo que seguramente los habría matado a todos), pero por alguna desconocida razón, él cerró los ojos y se derrumbó sobre el suelo, inconsciente o muerto.
El aura oscura se desvaneció de inmediato.
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