✡ CLXXXIII
Capítulo 183: Historias
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—¿Qué has dicho? —dijo Sendor hurgándose los oídos como si pensara que había escuchado mal.
—No hay otra manera —siguió diciendo Fran con aquella mirada tan extraña en el rostro—. Si queremos sobrevivir, tendremos que abandonar el White Darkness.
—¿Sobrevivir? —repitió Keila con expresión de gran confusión—. ¿De qué estás hablando?
Fran se tomó unos segundos para tragar saliva y ordenar sus pensamientos. Su mente en ese momento era como un torbellino, denso y turbulento, el cual no dejaba de dar vueltas en circulos. Cientos de pensamientos iban y venían a raudales.
El líder parpadeó al darse cuenta que sus compañeros lo estaban observando como si se hubiera vuelto loco.
—El White Darkness quiere eliminar a Raidel —reveló finalmente tras unos segundos de expectante silencio.
—¿Que yo qué? —saltó el muchacho con tanta perplejidad como confusión—. ¿Qué diablos he hecho yo?
—¿Y todavía lo preguntas? —suspiró Fran. En vez de enfadado o enojado, parecía más bien abatido—. ¡Tú casi matas a otro miembro del White Darkness! ¡Un Capitán de Equipo llamado Deon! ¿Lo recuerdas?
Raidel bajó la mirada al suelo. Parecía un poco arrepentido. Pero solo un poco.
—Él se lo merecía… —murmuró lentamente.
—¡Al diablo con eso! ¡Ahora gracias a tus impulsos vengativos te has ganado una sentencia de muerte!
Raidel no dijo nada. Simplemente se limitó a llevarse las manos a la cabeza. Solo los dioses sabrían lo que estaba pasando por su mente.
Sendor, por su parte, se encontraba pasmado. Todavía no se recuperaba del shock que le había supuesto este cambio tan repentino de la situación.
Keila observó las lejanas montañas artificiales por unos momentos.
—¿Cuáles son nuestras opciones? —preguntó ella al cabo de un rato.
—Si Raidel no muere en un período de dos días como máximo, el White Darkness nos eliminará a todos… La única opción que nos queda si queremos sobrevivir es abandonar la organización.
Aquellas palabras habían chocado contra sus compañeros como un monumental mazo de guerra.
Un silencio sepulcral volvió a invadir el ambiente, el cual fue roto en cuanto Sendor se levantó de repente y exclamó fuertemente:
—¡Oh mierda, chico! ¡Oh mierda! —A continuación se dejó caer al suelo y siguió murmurando cosas ininteligibles.
—¿Seguro que no hay otra forma? —inquirió Keila, desesperada por encontrar otra solución menos… devastadora.
—No la hay —repitió Fran, resignado al trágico destino que con toda seguridad les deparaba.
El mago se levantó por segunda vez del suelo. Estaba algo jadeante y sudoroso por los nervios.
—¡Demonios, Fran! —gruñó Sendor—. ¡Tú sabes perfectamente que el White Darkness nos perseguirá hasta la muerte si abandonamos la organización! ¡Nadie puede marcharse de este maldito lugar! ¿Acaso ya has olvidado el lema del White Darkness?
—”Con muerte se entra, con muerte se sale” —recitó Fran.
—¡Así es! —gruñó el mago—. ¡Eso significa que para entrar al White Darkness hay que derramar sangre. Hay que demostrar lo buen guerrero que eres. En cambio, si uno quiere salir solamente puede hacerlo con su propia muerte. A todos los que han intentado abandonar la organización, el White Darkness los ha eliminado, sin importar quién sea. Incluso han habido líderes de Batallón o masas de cincuenta o cien personas que han intentado abandonar la organización… Pero el White Darkness siempre los encuentra y los mata… Nadie ha podido escapar con vida…
—¡Prefiero morir batallando que perder a uno de mis compañeros! —exclamó Fran con un brillo de total determinación en los ojos.
Raidel y Keila le quedaron mirando, sorprendidos. Era la primera vez que lo veían algo enojado. Esto no tenía precedentes…
Sendor, quien al parecer tampoco se esperaba la reacción de Fran, abrió los ojos como platos por unos instantes. Pero luego soltó una carcajada que resonó por una buena parte del salón.
—Nunca vas a cambiar, ¿verdad Fran? —dijo el mago, aún riéndose.
Sendor había sido su compañero desde hacía unos dos o tres años atrás. Lo había acompañado en más de diez misiones, y conocía a Fran a la perfección. Sabía que su corazón era tan grande como su fuerza. Su bondad no conocía límites. Ese era Fran. Siempre había sido así… Aunque la verdad era que pocos sabían que él era tan amable. Si Vork lo hubiera sabido, jamás le habría encomendado semejante misión.
Fran inspiró algo de aire antes de volver a hablar.
—Prefiero vivir huyendo del White Darkness que… —Se detuvo antes de terminar su frase, como si le resultara difícil el simple hecho de decirlo, pero al final lo escupió— ...que matar a uno de mis propios compañeros.
El silencio reinó una vez más en la estancia.
—Estoy de acuerdo —dijo Keila, mirando fijamente a Fran. La verdad era que ella ya había notado su amabilidad en varias ocasiones en el pasado, pero nunca pensó que ésta llegaría hasta estos extremos… Fran cada día le agradaba más.
Raidel no pasó por alto el brillo que tenían los ojos de Keila mientras ella observaba al líder... Ahora que lo pensaba, no era la primera vez que ocurría…
Después de la carcajada que había soltado hacía unos momentos atrás, Sendor parecía aún más nervioso que antes.
—Diablos, Fran, ¿recuerdas cuando te dije que algún día tu excesiva bondad te iba a terminar matando?
—Descuiden, amigos, tengo un gran plan. No moriremos. Solo deberemos ocultarnos bien… —Se permitió esbozar una amplia sonrisa que le iluminó el rostro de inmediato—. Tengo en mente el lugar perfecto. Jamás nos encontrarán...
Sendor alzó la vista al cielo y contempló las estáticas nubes con expresión pensativa, como si estuviera evaluando si valía la pena tomar tantos riesgos solo para salir del White Darkness… A continuación dio la impresión de que ya tomó una decisión porque sus ojos se volvieron a fijar en Fran. Su expresión se hizo seria.
—Nadie ha logrado abandonar el White Darkness con vida —repitió el mago con el rostro impasible—. Si nos vamos, la organización enviará a soldados cada vez más poderosos tras nuestras cabezas. No importa a cuántos de ellos derrotemos. Los guerreros que vendrán a cazarnos serán cada vez más fuertes hasta que finalmente nos derroten y maten —tragó saliva—. ¿Ya has olvidado la leyenda que se cuenta sobre el tal Leox?
—Claro que no —replicó Fran—. Es uno de los rumores más populares que rondan por aquí. Se dice que Leox estaba entre los cien guerreros más fuertes del White Darkness; era el número 67. Pero por alguna razón, intentó abandonar la organización —Se fijó en Raidel y Keila, quienes no conocían la historia—. No hace falta decir cómo terminó la historia, ¿no? —dijo—. El White Darkness envió a varios de sus soldados más fuertes y lo mataron…
—Ni siquiera él pudo sobrevivir —dijo Sendor con franquedad—. No tiene sentido intentar escapar.
—No es lo mismo —acotó Fran—. Él no intentó ocultarse; nosotros sí lo haremos. Tengo en mente el lugar perfecto desde mucho antes de este día, ¿sabes? No nos encontrarán. Además, puede que nadie haya escapado de esta organización con vida, pero yo lo dudo mucho. Es obvio que el White Darkness va a decir que nadie ha logrado escapar con vida. Caso contrario más gente intentaría escapar. No sabemos a ciencia cierta si alguien ha escapado o no, pero yo creo que mucha gente lo ha hecho —dijo—. ¿Pero qué importa si nadie lo ha logrado? Nosotros seremos los primeros en hacerlo.
Keila y Raidel sonrieron. El mago no pudo evitar soltar una risa nerviosa.
—Oh, diablos, no puedo creer que por poco y logras persuadirme a cometer la mayor estupidez de mi vida… —sonrió Sendor.
—Tú sabes que he querido abandonar esta organización desde hace mucho tiempo —dijo Fran—. Jamás quise estar aquí.
Raidel entrecerró los ojos, sin comprender muy bien lo que había acabado de decir Fran.
—¿Jamás has querido estar en el White Darkness? —preguntó el muchacho, confuso—. ¿Entonces por qué te uniste en primer lugar?
Fran le quedó mirando por unos segundos. Al final soltó un sonoro suspiro.
—Es que jamás me uní por mi propia voluntad —confesó—. Me obligaron.
—¿Eh?
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—¿H-has dicho que te obligaron a unirte al White Darkness? —repitió Raidel, sin poder dar crédito a lo que habían escuchado sus oídos.
—Tras la Cruzada Roja de Fazblack, hace unos diecinueve o dieciocho años atrás, mi reino perdió la guerra ante las heréticas fuerzas del oscuro imperio Lazathor —dijo Fran con una expresión extrañamente tranquila en el rostro. Sin duda estaba intentando mantener la calma—. Fazblack, mi reino, fue conquistado. Y todos los niños varones menores de diez años fueron vendidos al White Darkness para que éstos pudieran entrenarlos con la finalidad de hacer que se unan a la organización una vez que fueran lo suficientemente fuertes —tragó saliva—. Uno de esos niños fui yo.
Raidel y Keila se quedaron con la boca abierta al escuchar sus palabras. Ellos no tenían ni idea de que su historia había sido tan trágica…
—¿El White Darkness compró niños de un reino conquistado para entrenarlos y hacerlos esclavos? —gruñó Raidel, repentinamente rojo por la furia.
—No te confundas —dijo Sendor—. No es que eso haya sucedido solo una vez. Esa clase de cosas siempre suceden cuando se trata del White Darkness. A cada rato esta organización “compra” al mercado negro niños huérfanos, perdidos, abandonados, extraviados… Aunque la mayoría vienen de orfanatos corruptos o de reinos conquistados —reveló—. Una vez que los niños son vendidos al White Darkness, son entrenados y maltratados hasta el desfallecimiento. Muy pocos sobreviven al final…
Raidel y Keila volvieron a fijarse en Fran. El líder estaba con la cabeza gacha y la mirada perdida. Se preguntaron qué tragedias estaría recordando. Sin embargo, al cabo de unos segundos, él sacudió fuertemente su cabeza, como si quisiera desprenderse del pasado. Luego observó a sus compañeros. Comprendió que ellos querían apoyarlo, así que se permitió desahogarse; se permitió expulsar aquello que tenía guardado dentro de sí por tanto tiempo… algo cuyo peso ya le estaba resultando insoportable.
—Pese a que en ese entonces tenía cinco o seis años, aún me quedan muchos recuerdos de esa guerra —dijo Fran en un tono de voz bastante bajo, casi un murmullo—. En apenas dos días, el herético imperio Lazathor conquistó a Fazblack. Nadie pudo escapar, ya que ellos lanzaron su ataque desde todos los flancos, rodeando a mi pequeño reino de extremo a extremo. Una vez que mataron a los soldados y aniquilaron a los aldeanos que oponían resistencia, convirtieron en esclavos a todo aquel que pudiera trabajar —soltó un suspiro—. Mataron a mucha gente solo por pura diversión… entre ellos estaban mis padres. Fueron asesinados frente a mis propios ojos.
Raidel intentó imaginarse aquella escena por un segundo… y eso le espantó de sobremanera. De repente se sintió muy molesto. El mundo era un lugar bastante cruel.
Fran prosiguió en lo que estaba diciendo.
—Luego me colocaron cadenas en los brazos y piernas y me llevaron en uno de los cientos de carromatos de hierro junto con otros miles de niños. La parte exterior del carromato era muy pequeña, pero el interior albergaba un espacio increíblemente extenso, siendo varias veces más grande de lo que parecía por fuera. Esa fue la primera vez que supe de la existencia de la magia. Recuerdo que el trayecto se me hizo muy largo y que no paré de llorar hasta el final. Luego nos llevaron a habitaciones inmensas que simulaban diferentes paisajes. Allí nos entrenaron. En mi grupo habían unos mil quinientos chicos en total… Los entrenamientos eran extremadamente arduos y se prolongaban por días enteros. La comida era muy escasa y los mismos compañeros tenían que pelearse por ella. —Se pasó una mano por su alborotado cabello castaño. Sus ojos seguían viendo a la nada, con la mirada vacía, melancólica—. Ante semejantes rutinas, los niños no tardaron en empezar a morir. Caían uno tras otro. Tal y como dijo Sendor, muy pocos sobrevivían: solamente los que que mostraban gran talento, fuerza y resistencia.
Llegados a este punto, Keila ya se encontraba con los ojos llorosos. Levantó una mano para secarse una lágrima.
—A medida que los años pasaban, los entrenamientos se volvían cada vez más duros y difíciles —siguió diciendo Fran con voz monótona. Parecía que estaba en piloto automático—. Varias veces escalamos montañas que medían kilómetros de altura sin ninguna clase de apoyo ni ayuda. Uno tenía que arreglárselas para sobrevivir como mejor pudiera. Pero eso no era lo peor. Al menos una vez al día nos hacían luchar contra bestias salvajes: osos, tigres, rinocerontes... Había veces en que los instructores no daban nada de comida por semanas enteras. Muchos murieron de hambre. Otros fallecieron por la hipotermia causada por los ambientes de temperaturas tan bajas a los que éramos sometidos en algunos entrenamientos. Otros murieron por sobreesfuerzo o les dio ciertas enfermedades. Algunos se suicidaron. A éstos últimos no los culpo de nada. ¡Maldita sea! ¡Es que éramos tratados peor que esclavos!
Raidel abrió la boca, pero luego la volvió a cerrar al presentir que Fran todavía no terminaba de contar su historia.
—Al final solo pocos sobrevivieron; los que en verdad tenían talento. Una vez que terminó esa etapa de entrenamiento a la que habían llamado "Fase 1", vino la "Fase 2", en la cual nos enseñaron a controlar el Rem. El período límite para aprenderlo a controlar fue de ocho años. Si en todo ese tiempo alguien no logra dominar el Rem, el White Darkness lo tacha de “incompetente” e “incapaz”, y simplemente lo hacen desaparecer.
Raidel tragó saliva.
—¿Lo matan?
—No. Algo mucho peor —dijo Fran—. Si alguien no logra dominar el Rem en aquel período límite de ocho años, lo venden como esclavo al mercado negro a un precio muy, muy elevado. Recuerda que esas son personas que han sobrevivido a un entrenamiento infernal por varios años consecutivos. La organización los vende como “esclavos superresistentes y de gran fuerza”. Están destinados a trabajos muy arduos y difíciles. Y por ello son muy demandados en el mercado negro a pesar de su elevado precio —suspiró—. Al final, solo uno de cada doscientos o trescientos niños esclavos logra unirse al White Darkness.
Esas cifras dejaron pálidos a Keila y Raidel.
—Ocho años es muy poco tiempo para aprender a controlar el Rem —dijo Keila, quien parecía tan triste e impotente como Fran—. La gente común y corriente apenas puede aprender a controlar el Rem tras unos veinte años de duro entrenamiento… Sin embargo, hay gente con talento que puede lograrlo en quince o doce años… ¿Pero ocho? ¡Eso es muy poco tiempo!
Fran se encogió de hombros.
—Es que el White Darkness no quiere gente con "algo de talento" en sus filas, sino gente con "mucho talento"; el White Darkness quiere monstruos —explicó—. Por ejemplo, yo logré dominar el Rem con solo cuatro años de entrenamiento… y me llamaban genio —volvió a encogerse de hombros—. Me uní al White Darkness en cuanto al fin logré controlar mi Rem. Es decir, cuando tenía dieciséis años de edad. De todos los miles de chicos esclavos de mi reino, yo fui uno de los más jóvenes en unirse a la organización…
Sus palabras llevaban impregnadas un ligerísimo y casi imperceptible tono de orgullo en la voz. Keila y Sendor notaron al instante que la intención de Fran no era la de presumir, sino que había dicho aquellas palabras simplemente porque quería pensar en algo positivo luego de haber recordado (y contado) su terrible historia.
Sin embargo, hubo alguien que no captó sus intenciones.
—¿Cuatro años de entrenamiento para controlar el Rem? —reflexionó Raidel con la mirada fija en el cielo—. Bueno, supongo que no está mal.
Fran lo observó fijamente.
—¿No está mal? —repitió, algo confundido.
—A mí me llevó seis meses aprender a controlar el Rem —dijo desinteresadamente—. Y eso que lo aprendí yo solo. Mi profesor en aquel momento (el viejo James) no me enseñó nada relacionado a eso. Tampoco se puede decir que haya entrenado mucho en esos seis meses… solo un poco.
—¿Solo un poco?
Sendor y Fran se miraron entre ellos por un segundo, como si no estuvieran seguros de si él les estaba haciendo una broma o no.
Keila soltó una risita.
—De todas formas, yo siempre he querido escapar del White Darkness. Jamás he sido libre —dijo Fran—. Como dije antes, ya tengo en mente el lugar perfecto. Nunca nos encontrarán. ¿Y qué mejor oportunidad de escapar que esta? Ya es hora de cumplir mi sueño de ser libre al fin —observó a sus compañeros, uno por uno. Su rostro estaba serio, decidido.
—Fran, ¿en verdad quieres hacer esto? —dijo Sendor con gravedad. Él sabía que no habría marcha atrás una vez que él tomara la decisión.
—¿Acaso ustedes dejarían morir a alguno de sus compañeros frente a sus ojos y sin hacer nada para impedirlo? Yo no podría… no a más —tragó saliva—. Cuando era niño, cientos de mis compañeros murieron, y yo no pude hacer nada para evitarlo. Desde entonces me hice una promesa. No perdería a más compañeros si puedo evitarlo… así tenga que poner en riesgo mi propia vida… Jamás volveré a hacerlo… Además ustedes ya me salvaron la vida cuando luchamos contra el gordo de seiscientos kilos, ¿recuerdan? —sonrió—. Mi corazón se detuvo luego de recibir un ataque enemigo, pero ustedes… ustedes...
—No tienes porqué decir nada más —lo interrumpió Raidel, poniéndose bruscamente de pie. Su expresión en el rostro reflejaba una determinación absoluta como sus compañeros no lo habían visto antes en él—. No olvidaré esto, Fran. Te debo una. Algún día te devolveré el favor multiplicado por mil. No lo olvides.
Por un instante Fran se quedó perplejo, como si le sorprendiera que aquellas palabras hubieran salido de la boca de Raidel, pero luego soltó una ruidosa carcajada.
—No me hables de ningún favor. Esta clase de cosas es lo que hacen los amigos, ¿no?
Raidel esbozó una pequeña sonrisa. Pero pese a todo, todavía estaba algo inquieto por todas las nefastas revelaciones que había escuchado aquel día. Una duda insistente le estaba carcomiendo la cabeza.
—¿Entonces decías que es muy común que la organización compre “esclavos” para entrenarlos, ¿no? —dijo—. ¿Eso quiere decir que son… muchos?
—No sé cuántos son exactamente. Pero creo que un 15% de los soldados del White Darkness fueron esclavos entrenados…
—¿Tantos? —El muchacho no pudo ocultar la expresión de horror que asaltó su rostro. Haciendo los cálculos pertinentes con la estimación de Fran, eso quería decir que aproximadamente unos quince mil soldados de la organización habían sido esclavos entrenados. Esa era una cifra increíblemente nefasta si se tenía en cuenta que uno de cada doscientos o trescientos esclavos entrenados sobrevivían al final para unirse al White Darkness…
Raidel se quedó petrificado hasta que finalmente gritó, enfurecido:
—¡Maldita organización!
—¿Y tú qué diablos esperabas? —bufó Sendor, con la cara roja de la cólera—. ¿Creías que el White Darkness eran los defensores de la moral? ¿Las amigas de la caridad? —escupió al suelo—. ¡Tonterías!
—El White Darkness es uno de los mayores (si no es que el mayor) comprador de esclavos del mundo —comentó Fran con una sombra de pesadumbre en los ojos.
—No tenía ni idea que las cosas fueran así —dijo Keila, tan sorprendida y desconcertada como Raidel.
—¿Qué creían ustedes? —dijo el mago, visiblemente alterado—. ¿Creían que todos los guerreros de aquí se unieron a esta maldita organización por su propia voluntad? ¡Tonterías! ¡No me hagan reír!
—¿E-entonces tú también fuiste un esclavo entrenado? —preguntó Raidel con los ojos muy abiertos del asombro.
—Bueno… no —dijo Sendor, rascándose la barbilla y mirando hacia otro lado al notar que había hecho el ridículo—. Yo me uní por propia voluntad —tuvo que admitir.
Por un segundo, Raidel tuvo que contener el impulso de levantarse y propinarle un buen coscorrón en la cabeza.
—¡No es mi culpa! —gruñó Sendor, secándose el sudor de la frente con el reverso de la mano—. ¡Estaba cegado por la codicia! ¡No sabía lo que hacía!
—¡Tonterías! —dijo Raidel, empleando la misma palabra que el mago no paraba de repetir—. ¿Codicia? ¿Qué motivo de mierda es ese?
—¡Había escuchado rumores! —se excusó Sendor—. ¡Rumores de que en ningún otro lugar pagan tanto dinero como aquí! ¡En aquel momento yo era mercenario y solo deseaba hacerme con la mayor cantidad de oro posible! Yo crecí en los barrios más bajos y pobres. Recuerdo que en mi niñez podía pasar horas enteras observando los Palacios y Castillos lejanos que se alzaban, majestuosos e imponentes, en el horizonte, mientras que los barrios donde yo vivía y sus alrededores eran basureros de pura mugre y violencia. ¡Siempre quise saber qué se sentiría ser rico! ¡Vivir en un Castillo! Solo había una forma de lograr mi sueño: usando la fuerza. Empecé a buscar desesperadamente un maestro. Y por alguna suerte del destino me encontré con un mago, quien no tardó en declarar que yo tenía algo de talento, así que me tomó como su pupilo. Muchos años después me uní a los Mercenarios de Renska, pero las ganancias no eran suficientes si yo pretendía hacerme rico. Fue entonces cuando escuché sobre lo bien pagados que eran los guerreros del White Darkness —observó al muchacho con una expresión de desesperación e impotencia en el rostro—. ¡En mi locura no me importó tener que aliarme con el mismísimo demonio para poder cumplir mi objetivo!
Raidel tragó saliva y clavó su mirada en un punto lejano. No la despegó de ahí sino hasta un buen rato.
El mago procuró tranquilizarse un poco antes de continuar:
—Lo cierto es que el White Darkness sí que paga extremadamente bien por cada misión que uno complete con éxito. El pago es el mismo incluso para los esclavos entrenados —reveló—. Pero claro, no todo es bueno. Las misiones son sumamente difíciles. Casi siempre alguien muere en cada misión. Además, la mayor parte del tiempo estamos encerrados en esta base sin poder salir. Cuando me di cuenta de en donde me había metido ya era demasiado tarde… Me quedé atrapado en esta organización…
—Al diablo con el dinero —soltó Raidel con el ceño fruncido—. ¡Con o sin dinero, esto es una mierda!
—Estoy de acuerdo —tuvo que reconocer Sendor, algo avergonzado.
—Es irónico que ellos se tomen tantas molestias para entrenar a los esclavos por muchos años si luego nos tratan como basura —dijo Fran, meneando su cabeza de un lado a otro—. ¿Recuerdan el “juego” del Arma Maldita en el que participó el Equipo Zero? El White Darkness tenía en mente sacrificar a todos los demás equipos, incluido al nuestro, solamente para darle el Arma Maldita a Zoden… Nos usaron como carnada. ¡Y casi morimos! Todos fueron eliminados menos nosotros y el Equipo Zero —soltó un suspiro—. Para el White Darkness, nosotros no somos más que simples peones en un juego de ajedrez; simples piezas que se pueden desechar y reemplazar en cualquier momento…
Visto lo visto, ninguno de los compañeros podía mostrarse en desacuerdo.
—¿Acaso no quieren recuperar su libertad? —exclamó Fran, elevando exageradamente el tono de su voz—. ¿Qué pretenden hacer a partir de ahora? ¿Seguir luchando por esta infame organización? ¿Defenderla hasta la muerte? ¿Acaso no lucharán por su libertad?
—Las posibilidades de escapar con vida son… —empezó a decir Sendor.
—¡Moriremos de todos modos! —gruñó Fran. El tono de su voz era ahora aún más elevado—. ¿Cuánto tiempo más planean sobrevivir si siguen aquí? ¿Dos misiones? ¿Tres? ¡Recuerden que las misiones son cada vez más difíciles! ¡Algún día, ya sea mañana, o en un año, todos estaremos muertos! ¿Y por qué motivo quieren dar su vida? ¿Quieren morir luchando por esta despreciable organización o quieren morir intentando recuperar su libertad?
Después de sus escandalosas palabras, él se detuvo a observar a sus compañeros, uno por uno. Estaba jadeante, agitado, y algo sudoroso.
Raidel y Keila se miraron entre ellos por un segundo y sonrieron.
—Obviamente prefiero luchar por recuperar nuestra libertad —dijo ella, aún sonriendo.
—Yo igual —dijo Raidel.
—¡Claro que tú igual si por ti comenzó todo este lío! —dijo Sendor, ceñudo, pero luego soltó una especie de risa nerviosa.
Fran, Raidel y Keila observaron fijamente al mago, expectantes. Estaban esperando su respuesta.
Sendor se dio una palmada en la cara. Este asunto no le estaba agradando nada en lo absoluto…
—Te he acompañado por todo este tiempo —le dijo el mago a Fran—. ¿Recuerdas que después de nuestra primera misión juntos tú me contaste abiertamente sobre tus deseos de abandonar la organización? Yo no sabía por qué me contabas algo tan confidencial si apenas nos conocíamos… Por alguna razón, desde aquel entonces tú ya tenías plena confianza en mí —esbozó una pequeña sonrisa—. Ahora es mi turno de confiar en ti. ¡Larguémonos de este maldito lugar!
—¡Entonces ya está hecho! —exclamó Fran, alzando los brazos al cielo como un niño que acaba de ganar un juego.
—Oh, mierda, no puedo creer que en verdad me has convencido de hacer esto —se rió Sendor—. Bueno, de todas formas si me quedo en la organización lo más probable es que el White Darkness me torture para intentar sacarme información acerca de a dónde podrían haber huido ustedes… Además, ¡yo también quiero ser libre de nuevo!, ¿qué esperaban? —sonrió, mostrando sus amarillentos dientes, los cuales probablemente habían terminado así debido al frecuente consumo de tabaco.
—Muy bien, todos estamos de acuerdo —dijo Fran, cuyo rostro se había iluminado nuevamente—. Solo falta alguien…
—Patético —dijo una fría voz detrás de todos ellos.
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