✡ CLXXXI
Capítulo 181: Decisión
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Un par de días habían transcurrido desde que los compañeros regresaron a la Base del White Darkness, y el muchacho se había concentrado en descansar y recuperar fuerzas. Durante ese período de tiempo no pudo quitarse de la cabeza las palabras que había dicho Deon. Según él, los consejeros de Ludonia se habían aliado con los gobernantes de Subalia para así eliminar a Lakmar Wenrich IV, el viejo rey de Ludonia. Y no solo lo querían muerto a él, sino también a la princesa Misha.
Tras asesinar al rey y a la princesa, Deon había abandonado Ludonia, dejando literalmente una montaña de muertos tras de sí. Y el muchacho se había unido al White Darkness para vengar a la princesa.
Y ahora que sabía que los consejeros de Ludonia habían sido las cabecillas de todo este complot, Raidel tenía que informárselo a Legnar, el Comandante General de las fuerzas armadas de Ludonia, más conocido como "el tipo de la armadura dorada", quien controlaba el Rem de Hierro.
Raidel sabía que le sería imposible volver a Ludonia debido principalmente a dos cosas: a la barrera que separaba ambos continentes y al hecho de que ahora él formaba parte del White Darkness. Pero afortunadamente existían otras formas de informarle a Legnar sobre la cuestión. Raidel escribió un largo mensaje y lo envió a Ludonia a través de una paloma mágica que había pedido prestada a otro miembro de la organización por algo de dinero. Aquel, según le dijeron, era un animal que provenía desde otro plano dimensional. Algo así como las criaturas que Fran invocaba.
Se trataba de una paloma completamente blanca, cuyo aspecto no difería mucho al de cualquier paloma ordinaria. Sin embargo, al poco tiempo quedó en claro la increíble inteligencia del animal. El dueño solo tuvo que mostrarle un mapa detallado de Roca Blanca, y la paloma ya supo a dónde debía dirigirse. Luego Raidel dibujó el rostro de Legnar, intentando ser lo más detalladamente posible, y le dijo al animal que debía entregarle la carta a aquella persona. También le proporcionó información de dónde podría encontrarlo.
Y así sin más, la paloma partió hacia su destino. El hombre había dicho que su mascota era increíblemente rápida y solo necesitaba dormir y descansar poco, por lo que estaría de regreso muy pronto.
...Y eso fue más pronto de lo que Raidel había imaginado. Al sexto día la paloma ya había vuelto con el mensaje de Legnar atado en sus patas.
El muchacho lo abrió y lo leyó inmediatamente. Resultaba que tras recibir el mensaje de Raidel, el Comandante General había puesto bajo arresto a los cinco miembros del consejo. Al principio negaron todas las acusaciones contra ellos, pero luego, bajo un interrogatorio más extenso y profundo (en el que se aplicó la privación del sueño por dos días enteros) tres de los consejeros no pudieron soportar el suplicio por más tiempo y terminaron admitiéndolo todo.
Efectivamente, ellos, en colaboración con los gobernantes de Subalia, habían contratado al White Darkness para que mataran al viejo rey Lakmar. Para esa tarea habían sacado clandestinamente casi todo el oro que había en la reserva del banco de Ludonia para entregárselo al White Darkness, y así poder contratar a Deon.
La razón del por qué querían muerto al viejo era muy simple. Según las propias palabras de uno de los consejeros: "El rey Lakmar era un tirano, y bajo su mandato el reino tarde o temprano terminaría pudriéndose hasta su inevitable y trágico final."
En eso, hasta Raidel estaba de acuerdo. Pero las cosas no tardaron en tornarse raras.
La razón del por qué ellos querían matar a la princesa Misha era simplemente porque ella era parte de la línea sucesoria del viejo y, por lo tanto, era heredera al trono.
Cuando Raidel leyó eso, sus ojos brillaron con una furia incontrolable, y a punto estuvo de despedazar la carta. Sin embargo, ésta todavía no se terminaba.
Según había dicho uno de los consejeros, un hechicero extremadamente poderoso que procedía de algún continente elevado, probablemente Loto Plateado (el tercero de los nueve continentes) había aparecido en Ludonia hace varias décadas y, por alguna razón, había maldecido al rey Lakmar con un poderoso conjuro. En consecuencia de eso, toda la línea sucesoria del viejo estaba condenada a "perder la cordura" en cuanto llegase al poder, tal y como le había sucedido a Lakmar y a su hijo, quien había sido asesinado por los propios soldados de su ejército debido a su elevada tiranía.
En otras palabras, el viejo Lakmar había sido un rey extremadamente tirano debido a una maldición que le había puesto un hechicero poderoso. Y todos sus hijos, nietos, y demás miembros de su línea sucesoria estaban condenados a volverse locos en cuanto alcanzaran el trono. Debido a ello, los miembros del consejo no vieron más alternativa que matar a la princesa Misha.
Legnar terminaba la carta diciendo que no sabía si creer en las palabras de los ancianos del consejo, y que investigaría con más detenimiento sobre esta cuestión. Es más, quería mantener informado al muchacho si surgía alguna novedad. También expresó gran alegría al ver que Raidel aún seguía vivo y en una sola pieza.
El muchacho entrecerró los ojos al releer la carta por tercera vez. Sus ojos se detuvieron en una de las líneas, y él reflexionó sobre ello por varios minutos.
¿Un conjuro que maldecía a alguna persona y a toda su línea sucesoria? ¿Acaso existía algo así?
El muchacho no sabía si creer o no creer en semejante cuento que parecía sacado de una historia de fantasía barata.
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Tras una semana de un buen merecido descanso, Raidel entró al salón común del Equipo Ceifador con energías renovadas. Todavía no podía olvidar lo que Fran, Keila y Alisa habían dicho mientras estuvieron en la casa voladora, de camino de regreso a la base. Al parecer, el combate que libraron los tres líderes de Batallón contra el demonio se había hecho sentir por todo el Castillo. Raidel no percibió nada porque en aquel momento había estado inconsciente. Según mencionó Fran, las paredes del Castillo temblaron descontroladamente por treinta segundos, como si un monstruoso terremoto de proporciones catastróficas se hubiera desatado en aquel lugar. Junto a eso, se escucharon ruidos lejanos pero bastante audibles que se asemejaban a una cadena sucesiva de explosiones intermitentes. Fran dijo que por unos momentos pensaron que la fortaleza se derrumbaría por completo. Pero una vez que pasaron esos treinta segundos, todo se tranquilizó de manera repentina. Las paredes dejaron de temblar y el silencio volvió a reinar sobre el lugar. Raidel se preguntó qué clase de poderes tendrían aquellos desgraciados como para hacer temblar a un Castillo entero que medía varios kilómetros de longitud. ¡Por todos los cielos!, ¿qué tipo de batalla podía provocar algo así?
Cuando Raidel abrió la puerta y puso un pie dentro del Salón de Entrenamiento, tuvo que entrecerrar los ojos ante la repentina oleada de luz que emanaba del interior de la habitación, la cual procedía directamente del sol artificial.
El muchacho se encontraba cubierto de gruesos vendajes que, a su parecer, le estorbaban en mucha mayor medida de lo que le ayudaban. Las excesivas vendas que llevaba en torno a las articulaciones le impedían moverse libremente como quería. ¿Cómo diantres se suponía que iba a entrenar de ese modo? La noche anterior, Fran les había enviado un mensaje a todos los miembros del Equipo, aún antes de que estos pudieran terminar de recuperarse. Y no había ninguna duda del motivo, ya que en el encabezado de la carta mágica se podía leer claramente: "A partir de mañana se les solicita a todos los miembros para reanudar los entrenamientos. No habrá cambio en los horarios".
Raidel tampoco podía quitarse los vendajes porque sabía por experiencia propia que si hacía eso, las heridas tardarían mucho más en sanar. Incluso podrían abrirse de nuevo. Esta era una situación verdaderamente lamentable.
Observó que todos los miembros ya se encontraban dentro del Salón; todos a excepción de Fran.
Alisa y Sendor estaban sentados en la hierba, meditando bajo la incandescente luz del sol artificial, mientras que Keila se encontraba estirando los músculos junto al único árbol que había en la estancia. Al igual que Raidel, ellos también llevaban vendajes, pero ninguno tenía tantos como él.
Keila fue la única que interrumpió lo que estaba haciendo para regresarlo a ver.
—¿Se puede saber en dónde está metido Fran? —dijo Raidel, mientras avanzaba lentamente hacia ella.
Keila se encogió de hombros.
—No ha aparecido —dijo simplemente.
—Ah, así que nos llama tan temprano por la mañana para los entrenamientos, pero ni siquiera se digna en aparecer... —Su tono de voz no denotaba ninguna ironía, a pesar de que él sabía perfectamente que era mediodía y que había llegado al entrenamiento seis horas tarde.
El muchacho dio media vuelta, dispuesto a regresar a sus confortables habitaciones para seguir durmiendo, pero entonces se detuvo al ver que una figura aparecía ante él, cortándole de esta forma el paso.
Era Alisa.
—Hasta que finalmente das la cara, ¿eh?
Tal vez fuera su imaginación, pero Raidel creyó notar que el aura que brotaba del cuerpo de Alisa estaba más glacial de lo habitual. Además sus fríos ojos tenían impresos un siniestro destello asesino.
El muchacho se encogió de hombros. Lo menos que quería ahora era tener una inútil discusión con semejante mocosa, así que simplemente la ignoró y reanudó su marcha hacia la puerta con tranquilidad.
En medio del trayecto, Raidel escuchó como alguien maldecía por lo bajo. Al instante siguiente el muchacho recibió un brutal impacto como el de un martillazo que chocó de lleno en la parte trasera de su cabeza, produciendo un sonoro chasquido.
Ante semejante muestra de poder abrumador, Raidel perdió momentáneamente el equilibrio y cayó de bruces al suelo. Emitió un leve gruñido y se llevó las manos a la cabeza. Por un momento creyó que su cráneo se había abierto por la mitad ante el insoportable dolor que sentía.
Cuando extendió los dedos y tocó su cabeza sintió una especie de humedad que recorría sus cabellos. Sin duda era sangre.
Raidel alzó lentamente la cabeza y giró su mirada hacia atrás justo a tiempo para ver como un puño recubierto de hielo se estaba dirigiendo hacia su rostro a una velocidad endemoniadamente rápida.
A aquella distancia de apenas unos centímetros, sería imposible esquivar el golpe, por lo que Raidel cerró fuertemente las mandíbulas y así prepararse para el impacto... pero éste nunca llegó.
Un fuerte crujido resonó enfrente de Raidel. Alguien había detenido el golpe de Alisa; o más bien dicho algo. Se trataba de un pequeño muro de tierra sólida que había emergido repentinamente del suelo. Por encima de éste, Raidel pudo ver claramente la colérica expresión de Alisa. Sus rubios cabellos danzaron en el aire al darse media vuelta.
—¿Qué crees que estás haciendo? —dijo la voz de Keila en algún lugar detrás del muro.
Raidel se puso lentamente de pie para mirar el panorama completo. La cabeza le daba vueltas. Aquel golpe, además de cogerlo desprevenido, había impactado directamente en un punto vital: el cerebelo, el encargado del equilibrio y de coordinar los movimientos.
El muchacho había quedado bastante aturdido, inestable. Todo le daba vueltas. Sin embargo, pudo ver claramente lo que estaba sucediendo enfrente suyo.
Alisa había encarado a Keila. Ambas guerreras estaban frente a frente... como si fueran a enfrentarse entre ellas.
—¿Por qué lo defiendes? —soltó Alisa, más enfurecida de lo habitual—. ¿Acaso estás de su lado?
—¿De qué estás hablando? ¿Por qué lo golpeaste en primer lugar? —replicó Keila con un tono de voz bastante elevado. Parecía que hasta ella ya estaba perdiendo los cabales; algo que muy pocas veces había ocurrido antes.
Raidel notó que poco a poco ya se estaba recuperando. El golpe de Alisa fue tan contundente que el muchacho se preguntó si ella había querido matarlo. Era muy probable, pensó.
—¿Acaso no es obvio? —gruñó Alisa, mientras formaba afiladas dagas de hielo en sus frías manos—. ¡Él está ocultando algo muy serio y tú lo sabes!
—¿A qué te refieres? —inquirió Keila, intentando mantener la calma.
—¡Sabes perfectamente de lo que hablo! ¡Él es un demonio! ¡Un maldito demonio!
—¡Eso no es cierto!
Ambas guerreras se pusieron en guardia, dispuestas a luchar, pero entonces Sendor se interpuso rápidamente entre ellas.
—Vamos, vamos, señoritas. No hay por qué llegar hasta estos extremos —dijo él en tono apaciguador, mientras se acomodaba el sombrero puntiagudo sobre su cabeza—. De seguro que hay una forma más pacífica de resolver nuestros desacuerdos...
—¡Hazte a un lado, anciano! —gruñó Alisa, enloquecida. Parecía que su cólera había alcanzado un punto culminante y sin retorno—. ¿Eres tan ciego que no logras ver el problema? ¡Ella está protegiendo a ese demonio! ¡Además esos dos ya se conocían antes de unirse a nuestro Equipo! ¡Ella está de su lado! ¡Es su cómplice! ¡Quizás también sea una demonio!
Sendor soltó un prolongado suspiro.
—Ay, por favor. Tú sabes que ningún demonio puede unirse al White Darkness. Nuestra base tiene una infinidad de diversos hechizos para detectar si alguien es, o no, un demonio. Es imposible que...
—¡Él es un demonio! ¡Lo es! ¡Estoy segura! —insistió Alisa, ignorando por completo las palabras del mago—. ¿De qué otra forma explicarías tú esos ojos negros o esa aura horriblemente oscura y siniestra? ¡Incluso el número en su brazo subió más de mil posiciones en un instante cuando estábamos en la base enemiga! ¿Acaso no lo recuerdas?
Sendor volvió a suspirar mientras meneaba su cabeza de un lado a otro. Era evidente que no creía ni una palabra de lo que ella estaba diciendo.
—Ningún demonio puede entrar a nuestra base. Es imposible —se limitó a repetir.
—¡Diablos, no sé cómo logró entrar, pero seguramente encontró alguna forma de burlar todos los hechizos anti-demonios!
—Imposible.
Alisa soltó un fuerte gruñido de rabia y se alejó rápidamente del lugar al ver que nadie la apoyaba. Se dirigió hacia la puerta y salió bruscamente por ella en dirección a sus habitaciones privadas. Estaba hecha una fiera.
—Vaya, y yo que pensaba que ya nos estábamos empezando a llevar mejor —comentó Raidel, observando distraídamente el cielo artificial, mientras que con una mano se sobaba la herida de la cabeza.
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Fran había sido llamado nuevamente por el líder del Batallón 42 en persona.
Se preguntó qué querría el mismísimo Vork de alguien como él...
Tras tocar la puerta, una voz gruesa sonó procedente del otro lado, la cual lo invitó a entrar.
Él abrió lentamente la puerta, dejando al descubierto la habitación que había al otro lado.
Era una estancia muy pequeña y, como siempre, estaba vacía a excepción de una mesa con una montaña de papeles encima y una silla enfrente, sobre la cual estaba sentado Vork. Sin su sombrero puntiagudo, su calva y redonda cabeza tenía el aspecto de una pelota.
El salón estaba en penumbra, siendo iluminado únicamente por la tenue luz de cuatro pequeñas velas que estaban colocadas en los extremos de la mesa.
—Adelante —dijo la oscura figura de Vork, sin siquiera levantar la mirada de sus papeles.
Fran avanzó a paso lento pero decidido, y se detuvo frente a él. Fue recién entonces que Vork alzó la vista para mirarlo. Sus ojos eran profundos y tenían algo inquietante que alarmaría a cualquiera. Además en éstos se reflejaban la oscilante luz de las velas. Bajo su amarillenta luminiscencia, Vork tenía un aspecto espectral, casi fantasmal.
—¿Para qué me mandó a llamar, señor? —recitó Fran con su mejor tono respetuoso.
—Uno de los miembros de tu Equipo está metido en un gran problema —dijo él, escrutando a Fran con aquellos ojos profundos y enigmáticos.
Fran no era tonto. Él sabía perfectamente de lo que Vork estaba hablando, pero en ese momento no se le ocurrió otra cosa más que hacerse el ignorante y así ganar algo de tiempo para pensar en cómo debía actuar.
—¿A-a qué se refiere, señor?
—Al parecer uno de los soldados de tu Equipo, un muchacho pelirrojo según los informes, atacó abiertamente al líder del Equipo Thorsis, el cual forma parte del Batallón 47...
—¿E-eso es cierto? —Fran fingió una exagerada expresión de sorpresa. De más estaba decir que no se le daba bien mentir.
—Según los miembros del Equipo Thorsis, el pelirrojo lo atacó despiadadamente como una bestia salvaje hasta dejarlo irreconocible. Deon, la víctima, sobrevivió de puro milagro. Ahora mismo está en cuidados intensivos. No ha despertado y los médicos dicen que probablemente nunca lo haga.
Fran tragó saliva. Una capa de sudor frío le cubría la nuca. Los dedos de las manos empezaron a temblarle ligeramente. Esto no le gustaba nada. No le gustaba nada en lo absoluto.
Vork prosiguió al ver que Fran no decía nada.
—Y eso no es todo. El pelirrojo está metido en un doble problema porque resulta que casualmente Deon un Inmune; uno de los pocos Inmunes que tiene el White Darkness, por lo que es alguien muy importante para nosotros... Pero ahora puede que no despierte jamás.
Fran bajó la mirada para verse las nudosas manos. Ya era un hecho. Este era el final.
—Ya debes saber lo que quiero que hagas, ¿no? —dijo Vork con lentitud.
—Matar al pelirrojo —asintió Fran.
—Los miembros del Equipo Thorsis repitieron una y mil veces que el pelirrojo era un demonio —dijo Vork con una pequeña sonrisa que iluminaba su antiestética cara mal afeitada—. Según ellos, el pelirrojo tenía la voz gruesa como un trueno, los ojos negros y estaba sediento de sangre. Todo un demonio —soltó una risita—. Obviamente yo no creo nada de eso. Los miembros del Equipo Thorsis, o bien están exagerando o bien creyeron ver cosas que en realidad nunca sucedieron. Un demonio no se puede filtrar en nuestras filas. Es así de simple —se encogió de hombros—. Todos los soldados que participaron en esta guerra estaban bastante tensos. Habían demonios y Magos Oscuros en cada esquina. ¡Y es que nos infiltramos en una de las mismísimas bases de la Tripulación del Infierno! No me sorprende que, debido al elevado grado de estrés y tensión, algunos hayan creído ver cosas que en realidad no sucedieron.
A Fran no se le ocurrió otra cosa más que asentir con la cabeza.
—Encárgate de él —añadió Vork, después de un corto pero incómodo momento de silencio—. Eres el líder del Equipo. La responsabilidad recae sobre ti. Eres el único que puede hacerlo.
Fran volvió a asentir con la cabeza. Llegados a estas alturas, él no parecía otra cosa más que una simple y ordinaria marioneta.
—Tienes dos días para matarlo, no me importa qué método uses —siguió diciendo Vork, impasible—. No tengo que decirte qué sucederá si fallas en esta misión, ¿no es así?
—No, señor —dijo Fran con un nudo en la garganta. Estaba más claro que el agua que Fran sería hombre muerto si no lograba asesinar a Raidel... Quizás todos los miembros del Equipo Ceifador serían eliminados...
—Lo haré, señor. Usted puede confiar en mí —prosiguió Fran, intentando mantener la calma.
—Así es como me gusta.
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Fran prefirió no darle demasiadas vueltas a lo que haría a continuación. Intentó poner su mente en blanco mientras se dirigía a paso ligero hacia el Salón principal del Equipo.
Cuando abrió la puerta y puso un pie dentro, los vio.
Raidel, Sendor y Keila estaban sentados tranquilamente en una esquina, al parecer charlando sobre algo. Estaban tan concentrados en su conversación que ni siquiera notaron su llegada.
Fran apretó fuertemente las mandíbulas y se dirigió hacia ellos a paso firme y decidido.
Una vez más, intentó no pensar en lo que haría a continuación.
La verdad era que no quería tener que hacer esto, pero no veía otra alternativa posible.
...No veía otra alternativa posible si quería sobrevivir.
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