✡ CLXXX

Capítulo 180: Primer Encuentro Cara a Cara

Tras dejar a Deon y a sus soldados atrás, el Equipo Ceifador emprendió apresuradamente el camino de regreso, volando sobre el exhausto y casi desfallecido pterodáctilo, el cual, si no fuera porque tenía en mente la promesa que le había hecho Fran, hubiera colapsado hacía mucho tiempo atrás.

El líder le había prometido cuantiosas cantidades de comida. En su gran mayoría peces grandes y de agua dulce, ya que sabía que aquel era su platillo favorito.

Mientras volaban hacia la salida, cuyo camino ya había sido marcado por Vork con unas flechas mágicas y luminiscentes que brillaban en las paredes, Fran le relató a Raidel todo lo que había sucedido durante el tiempo en el que éste había estado inconsciente.

Resultaba que Vork les había enviado un mensaje telepático a todos los miembros del White Darkness, diciendo que la misión había concluido con rotundo éxito, así que ya podían retirarse.

Según había dicho el propio Vork, los líderes de los Batallones 42, 45 y 47 habían sido quienes interrumpieron exitosamente el ritual de invocación, tras haber derrotado en treinta segundos al demonio mas poderoso de toda la base.

—No lo creo. Eso es imposible —concluyó Raidel, sin apenas pensarlo.

—¿De qué hablas? —inquirió Fran.

—¿Derrotar al demonio más poderoso de esta fortaleza en treinta míseros segundos? Tal hazaña no debería ser posible ni siquiera para tres líderes de Batallón juntos...

—Si Vork dijo que así fue, entonces así fue y punto —lo rebatió Alisa en tono terminante. La verdad era que hasta ella tenía sus dudas al respecto, pero ya estaba harta de escuchar esa vocecilla chillona de Raidel gritar a cada rato como un tonto, así que lo menos que pudo hacer fue callarlo.

—Aunque él haya mentido, cosa que lo dudo mucho, ¿qué ganaría con eso? —dijo Sendor—. De todas formas, no tiene importancia lo que sea que haya sucedido. Lo bueno es que por fin podemos largarnos de este maldito infierno...

—Cada líder de Batallón tiene un poder que sobrepasa la imaginación —añadió Fran—. Ahora que tres de ellos unieron sus fuerzas, deben ser capaces de lograr incluso lo imposible...

—Pues yo no creí que fuera posible enviar mensajes telepáticos —dijo Raidel—. Pero ahora me dices que Vork no solamente envió mensajes telepáticos a una persona, sino a todos los miembros de tres Batallones enteros...

—Bueno, enviar mensajes telepáticos a más de cinco personas al mismo tiempo debe ser imposible hasta para Vork —dijo Fran—. Sin embargo, ya te mencioné en una ocasión que todos los miembros del White Darkness están de alguna forma conectados, ¿recuerdas?

—¿Y eso tiene algo que ver?

—Vork simplemente tuvo que enviar un único mensaje telepático al servidor central al cual todos nosotros estamos "conectados". Dicho mensaje se dirigió después a los miembros de los tres batallones que se encuentran en esta base...

Raidel arrugó la nariz, sin comprenderlo del todo bien.

—Todos los miembros del White Darkness están conectados entre sí debido a la marca que tenemos en las muñecas —explicó Sendor—. Se trata de un hechizo sumamente poderoso, el cual sirve, entre muchas otras cosas, para determinar la posición en tiempo real de todos los miembros dentro de la organización —dijo—. De esta forma es como se sabe que ahora mismo tú eres el "38,245" más poderoso del White Darkness, pero que hace unos minutos atrás estabas tres posiciones debajo, siendo el "38,248".

Raidel bajó la mirada hacia sus manos y observó la marca que tenía en la muñeca. Se trataba de un dragón del tamaño de una uña, cuyo lado izquierdo era de un color tan negro como el carbón, pero su lado derecho era completamente blanco. Aquel era el emblema del White Darkness. Raidel recordó que dicha marca se había formado en su muñeca en cuanto se unió a la organización junto con Keila...

El pterodáctilo continuó volando por los túneles cavernosos. Se encontraba más exhausto y agitado que nunca. El único motor que lo impulsaba a seguir moviéndose era la promesa de Fran de comida abundante por varios meses. ¡Él no podía darse por vencido!

De modo que la marcha continuó, imperturbable. Afortunadamente el camino estaba totalmente despejado, por lo que no se encontraron con el menor atisbo de resistencia enemiga. Raidel no vio señales de vida aparte de los despedazados cadáveres de los miembros del White Darkness que yacían descuartizados sobre el sombrío suelo de piedra con tal pulcritud que se adecuaban perfectamente a aquel entorno. Incluso parecía que los cuerpos eran simples decoraciones.

Apenas transcurrieron unos minutos cuando Fran acarició la cabeza puntiaguda del ave prehistórica, mientras le decía en tono alentador:

—¡Vamos, Cladeus, ya falta poco, muy poco!

Al principio Raidel creyó que sus palabras no eran ciertas, y que Fran solamente las decía para animar a su mascota, ya que el recorrido de vuelta le había parecido al muchacho mucho más corto que el de ida. Sin embargo. al instante notó lo equivocado que estaba: Al fondo de aquel largo y rectilíneo túnel, se podía vislumbrar con toda claridad un pequeño pero brillante punto de luz. ¡Sin duda esa era la salida!

Los compañeros sonrieron, aliviados; todos menos Raidel, ya que en ese preciso instante una terrible voz infernal volvió a asaltarle dentro de la cabeza, retumbando con una potencia demoledora:

—¡RAIDEL! ¡RAIDEL! ¡DENTRO DE POCO TE ALCANZARÉ! ¡LLEGARÉ A LA BASE EN MENOS DE UN MINUTO! ¡NO TE MUEVAS DE TU POSICIÓN!

Sendor, quien iba detrás del muchacho, notó sus repentinos estremecimientos, por lo que le agarró fuertemente del hombro para evitar que se cayera.

—Demonios, chico, ¿te encuentras bien?

A modo de respuesta, Raidel soltó un potente bufido; algo así como la mezcla entre un grito y un gruñido, el cual surgió de su garganta tan atronadoramente que los compañeros se sobresaltaron, lo que hizo Alisa estuviera cerca de caer del pterodáctilo al suelo.

Ella empezó a articular una exclamación de protesta, pero sus palabras fueron sofocadas por otro bramido de Raidel, cuyo tono tenía impregnado una desesperación desbocada, como si finalmente hubiese perdido la cabeza.

—¡RÁPIDO! ¡ACELERA EL PASO! ¡NOS PERSIGUEN! ¡NOS PERSIGUEN! —gritaba una y otra vez, con los ojos completamente desorbitados como los de un pescado.

Más alarmados de lo habitual, los compañeros giraron la cabeza hacia atrás, pero allí no vieron nada. El túnel a sus espaldas estaba completamente despejado. No parecía que nadie los estuviera persiguiendo...

—¿QUÉ DIABLOS ESTÁS ESPERANDO? —gritó Raidel, desquiciado—. ¡DILE AL PTERODÁCTILO QUE VUELE MÁS RÁPIDO! ¡NOS ESTÁN PERSIGUIENDO!

Los compañeros echaron otro vistazo por encima de su hombro, pero seguían sin ver movimiento ni ninguna señal que revelase presencia enemiga.

Keila abrió la boca para preguntarle a Raidel sobre la identidad del supuesto perseguidor, pero la cerró al instante al ver que éste estaba demasiado alterado como para responder. De hecho, ni siquiera parecía capaz de dejar de balbucear incoherencias. ¿Podría ser posible que los abismos de la locura se hubieran apoderado de su alma? Aquel simple pensamiento dejó a Keila devastada e infinitamente más preocupada que la posibilidad de que en verdad estuvieran siendo perseguidos por alguien...

El muchacho seguía gruñendo y bramando incongruencias hasta que Alisa fue hasta él y le propinó un coscorrón en la frente, el cual llevaba tanta fuerza que la cabeza de Raidel se desplazó medio metro hacia atrás a consecuencia del impacto.

—¡Auch! ¡Demonios! —gruñó el muchacho, agarrándose la frente con ambas manos. En el centro de ésta le había quedado una mancha rojiza debido al golpe—. ¿Qué diablos te sucede? ¿Acaso estás loca?

—¡Eso debería decirlo yo! —exclamó Alisa con el ceño fruncido. Una vez más alzó su puño, como si quisiera volver a golpearlo, pero por alguna extraña razón que ni siquiera ella llegaba a comprenderlo bien, se detuvo a último momento.

Raidel la quedó mirando con los ojos entrecerrados. ¿Es que acaso Alisa se había apiadado de él? No sabía si sentirse halagado o insultado por eso...

—¡Tranquilos que ya falta poco para llegar! —exclamó Fran, por encima de su hombro.

Raidel observó al frente y tuvo que entrecerrar los ojos ante el deslumbrante resplandor de luz que llegaba desde el otro lado. El agujero de la salida ya no era solamente un punto blanco, sino que éste se había agrandado hasta tal punto que los cadáveres de los soldados caídos que yacían fuera fuera del Castillo eran claramente visibles. Además, Raidel pudo distinguir los contornos de la muralla que protegía la fortaleza.

—¡Tenemos que llegar hasta ese portal! —vociferó Fran a todo pulmón, hablando fuerte y claro, como si estuviera dando a entender que aquel era el último esfuerzo para al fin terminar con la misión.

—¿D-de qué portal estás hablando? —balbuceó Raidel, moviendo la cabeza de un lado a otro, pero entonces sus ojos se fijaron en la inmensidad que yacía a medio kilómetro de su posición, y él se preguntó cómo no pudo haberlo visto antes: Frente a la muralla se alzaba una gigantesca y azulada esfera, cuyo diámetro debía ser de unos treinta metros como mínimo. Estaba allí, estática e inmóvil sobre el impasible suelo empolvado.

El muchacho entrecerró los ojos para ver mejor y se fijó en que aquel objeto no era una esfera después de todo, sino un simple círculo bidimensional... Sin duda, ese debía ser el "portal" del que había hablado Fran.

Al ver lo cerca que estaban de la meta, el ave prehistórica aceleró aún más el vuelo. No había nadie que quisiera terminar con esto más que él. Llegados a este punto, el cansancio que sentía era tan extremo que su visión se le había nublado casi por completo. Apenas alcanzaba a distinguir la mancha azulada y redonda a la cual Fran le había dicho que se dirigiese...

—¡Esperen un momento! —gruñó Raidel de repente—. ¡Debemos estar preparados por si el demonio nos alcanza! ¡Está tras...

—¡Por todos los santos, nadie nos está persiguiendo, mocoso tonto! —lo interrumpió Alisa, visiblemente irritada.

Keila soltó un suspiro. No se le ocurría nada que poder decir ante esta situación, y no tuvo que pensarlo, porque justo en ese momento el pterodáctilo salió finalmente del pasillo hacia el aire libre. La luz del sol que refulgía tórridamente allá afuera, golpeó de lleno sobre sus ojos, lo que obligó a los compañeros a cerrarlos por unos cuantos segundos, mientras sentían como el ave prehistórica continuaba con su marcha de manera ininterrumpida hacia el portal.

Raidel volvió a abrir lentamente los ojos y vio que en ese momento estaban volando sobre las docenas de cadáveres que habían sido horriblemente mutilados y despedazados por los engendros infernales. Fue entonces cuando recién notó la repugnante escena que tenía lugar a varios centenares de metros a su lado izquierdo, y la cual le hizo estremecerse de pies a cabeza.

Resultaba que al menos cincuenta demonios se encontraban apiñados y apretujados los unos contra los otros. Estaban atrapados e inmovilizados dentro de una especie de anillo gigantesco que se cerraba en torno a ellos. La fuerza de contracción de dicho anillo debía ser extraordinaria como para mantener a todos esos engendros aprisionados dentro. Se preguntó quién habría creado semejante prisión tan formidable, la cual por sí sola bastaba para inmovilizar a medio centenar de demonios de nivel 1. Seguramente los tres líderes de Batallón habían unido sus fuerzas para crear ese gigantesco anillo.

Raidel notó que los demás tampoco digirieron bien aquella horrible visión. Fran desvió inmediatamente la mirada. Keila ahogó un grito de horror. Alisa soltó una ruidosa maldición y fue a taparse los ojos y Sendor simplemente se quedó pasmado, como en estado de shock.

Aunque eso no fue nada en comparación con lo que sucedió a continuación. La espantosa voz demoníaca volvió a resonar ensordecedoramente como un corrompido enjambre de truenos maquiavélicos.

—¡RAIDEL! ¡RAIDEL! ¡ESTOY AQUÍ! ¡DETENTE! ¡TÚ DESTINO ESTÁ JUNTO CON LA TRIPULACIÓN DEL INFIERNO! ¡TE LLEVARÉ CON NOSOTROS ASÍ TENGA QUE HACERLO A LA FUERZA!

El muchacho no pudo evitar darse varios golpes a la cabeza, mientras soltaba otro desgarrador grito de desesperación.

—¡Maldito demonio! ¡Deja a mi pobre mente en paz! ¡Sal de mi cabeza y púdrete en el condenado agujero del que saliste!

Sin embargo, en esta ocasión el demonio no había hablado en la mente de Raidel, ya que el muchacho pudo observar cómo todos sus compañeros se sobresaltaban al mismo tiempo. Alisa incluso estuvo muy cerca de caer al suelo... otra vez.

Todos se revolvieron en sus posiciones, sumamente inquietos, mientras miraban de un lado a otro con expresiones de indudable terror.

—¿Q-qué fue eso? —balbuceó Keila con un intenso estremecimiento en las manos que no pudo ocultar.

Sendor soltó una especie de chillido agudo y estridente. Incluso Fran se pareció alterarse de sobremanera.

—¡RAIDEL! —volvió a resonar la terrible voz.

El muchacho tragó saliva y su cuerpo se llenó de un sudor frío al creer haber notado de dónde procedía aquel sonido...

Moviéndose lentamente, todos los compañeros giraron sus miradas hacia atrás, y sus pobres ojos observaron lo abominable, confirmando así sus peores temores.

Una figura encapuchada y que parecía ser la oscuridad misma los estaba persiguiendo por aire. Aunque eso no era lo peor de todo, sino que aquella maligna entidad se encontraba, de pie, encima de la cabeza de un gigantesco dragón dorado de proporciones descomunales. Se trataba de la criatura más grande e intimidante que Raidel había visto jamás.

El muchacho recordó la ocasión en la que se había enfrentado a un dragón en Ludonia hacía un año atrás, pero ese dragón era como un gusano en comparación con la colosal masa de carne que ahora mismo estaba persiguiéndolos. La diferencia de tamaño entre los dos seres era abismal. El dragón dorado era al menos cuatro o cinco veces más grande que aquel al que había derrotado fácilmente en Ludonia.

Se trataba de un animal dorado como el sol y cuyo cuerpo estaba rebosante de escamas. Sus ojos negros y penetrantes se hallaban clavados sobre Raidel, mirándolo fijamente y sin siquiera parpadear. Su boca era tan absurdamente grande que seguramente podría devorar a un Ogro de cuatro metros de altura de un simple bocado...

Tenía incontables hileras de colmillos que le sobresalían de las encías como espadas; espadas particularmente grandes y afiladas. La saliva le burbujeaba entre los dientes. Sus amplias alas estaban abiertas como abanicos mientras se mecían rápidamente de arriba hacia abajo, acelerando el vuelo a la máxima potencia. Dos cuernos curvos que se asemejaban a los de una cabra, yacían sobre su cráneo, al lado de la pequeña figura negra y encapuchada.

Nada de esto le sorprendió tanto a Raidel como el hecho de que... ya los había visto antes. El demonio encapuchado y su dragón habían aparecido en sus sueños en varias ocasiones ya... ¡Él lo sabía! ¡Había sabido que existían en realidad!

El demonio vestía una túnica larga que le llegaba hasta los pies y la cual era tan oscura que parecía estar hecha de un amasijo de sombras. Sea lo que fuese el material con el que estaba hecho, sin duda no debía ser de este mundo. Los pliegues de aquella extraña túnica se revolvían con el batir del viento. Aunque, ahora que Raidel lo pensaba más detenidamente, tal vez no era la túnica la que emitía aquel efecto siniestro, sino que era emitido por el propio demonio.

El rostro de la criatura del Abismo estaba, como siempre, oculto tras las sombras de una gran capucha que le cubría la cabeza.

Tal vez se debiera a una ilusión óptica provocada por la distancia y por la inmensidad del dragón, pero a Raidel le pareció que el demonio (cuya forma era humana), era bastante pequeño. Tal vez debía ser unos cuantos centímetros más bajo que el mismo Raidel...

Era curioso que una voz tan potente y estremecedora saliera de ese pequeño cuerpo.

—¡NO TE DEJARÉ ESCAPAR! ¡TÚ PERTENECES A LA TRIPULACIÓN DEL INFIERNO, RAIDEL!

—Por todos los esperpentos del inframundo, ¿qué diablos está sucediendo aquí? —gritó Fran, más aterrorizado que cualquier otra cosa.

Raidel vio que todos sus compañeros se hallaban petrificados, observando fijamente al dragón dorado con los ojos desorbitados del terror. Tenían tanto miedo que ni siquiera eran capaces de gritar.

Al cabo de unos momentos, Fran exclamó:

—¡Cladeus, por lo que más quieras, acelera el paso!

Obviamente el ave prehistórica no quería morir, pero le era imposible ir más rápido de lo que ya estaba yendo. Ni siquiera con las energías recuperadas podría hacerlo. Esta era su máxima velocidad... pero el dragón iba diez veces más rápido. Parecía un misil en movimiento.

—¡Vamos, Cladeus! ¡El portal está cerca! —le imploró Fran con la voz temblorosa y las facciones bien tensas.

Y vaya que sí estaba cerca. El portal ya se encontraba a apenas unos metros de ellos... pero por como iban las cosas, el dragón los iba a alcanzar primero.

El demonio dijo otra cosa más, pero Raidel no lo logró escucharlo porque en ese momento se cubrió las orejas con las manos y soltó un rugido estremecedor. Sentía como si con este último acontecimiento la poca cordura que le quedaba se había evaporado en el aire. ¡Sus malditas pesadillas se habían hecho realidad!

El muchacho abrió los ojos y observó que el dragón ya estaba más cerca que nunca. ¡Ahora parecía mucho más grande que antes!

Cien metros los separaba de aquella bestia infernal.

Pronto fueron setenta.

Luego cincuenta.

Entonces el demonio se llevó las manos a la cabeza, como si quisiera sacarse la capucha, pero entonces todo fue oscuridad para Raidel:

Finalmente habían cruzado el portal.

El pterodáctilo de Fran cruzó el portal junto con todos los miembros del Equipo Ceifador e inmediatamente después aparecieron al otro lado, en el desértico Valle Wiham.

En cuanto cruzaron el portal, Cladeus ya no pudo mantener la consciencia por más tiempo y cayó colapsado sobre el suelo como si se tratase de una piedra. Los cinco miembros del Equipo no pudieron evitar caer con él desde una altura de veinte metros. Pero afortunadamente el suelo arenoso amortiguó su caída, así que no se lastimaron demasiado.

El primero en levantarse fue Raidel al advertir que estaban completamente rodeados por varios seres que desprendían auras sumamente poderosas.

El muchacho se incorporó con los puños en lo alto, listo para morir luchando como el guerrero que era, pero pronto se dio cuenta que todos los individuos allí presentes eran aliados, ya que llevaban las negras y brillantes armaduras del White Darkness. Habían muchas personas en aquel lugar. Debían ser unos setenta u ochenta. Varios estaban heridos, algunos de gravedad. Se veía gente con las extremidades mutiladas o con heridas tan profundas que Raidel hubiera considerado incurables. Un sujeto estaba allí, tirado en el suelo, cuyo rostro, además de estar cubierto de sangre, se encontraba completamente plano. Parecía que le habían rajado la cara con una espada o algo parecido. Ni siquiera tenía nariz. El muchacho pensó que estaba muerto hasta que notó que éste estaba inhalando y exhalando aire por los dos orificios que tenía en el rostro. Era una visión grotesca.

Fran fue el segundo en ponerse de pie. Ni siquiera se molestó en sacudirse la agrietada y casi deshecha armadura del polvo. Como todos los demás miembros de su Equipo, él se hallaba con innumerables heridas, cortes y moretones, sin mencionar la gran cantidad de sangre seca y oscura que estaba adherida a su piel.

Fran observó lentamente sus alrededores, hasta que su mirada finalmente fue a posarse sobre tres individuos que de inmediato llamaron su atención. Aquellos eran Vork, el líder del Batallón 42; Nora, la líder del Batallón 45; y Owen, el líder del Batallón 47.

Ellos tres se hallaban de pie, hombro con hombro, al lado del inmenso portal de color azul marino que habían creado. Estaban mirando distraídamente al último Equipo que había cruzado el umbral. Ninguno de ellos parecía tener heridas de gran importancia, solamente unos cuantos rasguños. Fran los observó por unos cuantos segundos, como si se estuviera preguntando si en realidad habían derrotado a un demonio de nivel 3 en treinta segundos. Si esa información era cierta, entonces Vork, Nora y Owen tenían el poder suficiente como para conquistar todos los reinos, imperios y aldeas de Roca Blanca (El Primer Continente) en menos de una semana. Fran sabía que los demonios de nivel 3 eran entidades sumamente poderosas. Poseían habilidades destructivas que ningún humano tenía, ni siquiera los Magos Oscuros. Un demonio de nivel 3 podría derrotar a un guerrero de la talla de Zoden en un parpadeo.

—¡CUIDADO! —gritó Raidel repentinamente como un demente—. ¡Un maldito demonio cruzará ese portal en cualquier momento! ¡Deben prepararse para la inminente batalla! ¡El demonio me está persiguiendo a mí!

Todos los guerreros presentes se voltearon para mirarlo.

Vork se acomodó el sombrero de mago sobre su cabeza y entrecerró los ojos con un considerable grado de sospecha.

—¿Dices que un demonio te está persiguiendo a ti? —inquirió. Sus ojos estaban completamente clavados sobre el muchacho, como si lo estuviera interrogando con la mirada.

Raidel abrió la boca para gritar una respuesta afirmativa, pero Fran exclamó primero:

—¡Nos referimos a uno de esos amorfos y viscosos demonios de nivel 1! —gruñó—. Salió por uno de los pasillos del Castillo y empezó a perseguirnos con su marcha antinatural. Nosotros estábamos demasiado exhaustos como para luchar contra semejante abominación, así que no pudimos evitar que nos persiguiera.

La expresión de sospecha de Vork se le borró repentinamente del rostro.

—Bueno, no hay de qué preocuparse —dijo—. El portal está hecho para que nadie que no sea del White Darkness pueda entrar, a menos que sean criaturas mágicas o invocadas por algún miembro de nuestra organización.

—¿Entonces estamos salvados? —dijo el muchacho soltando un fuerte suspiro de alivio. No sabía por qué razón Fran había soltado semejante mentira, pero no tenía las suficientes energías como para darle vueltas al asunto. Recién ahora notó lo exhausto y maltrecho que se encontraba. No tenía ninguna parte del cuerpo que no estuviera gritando del dolor. Raidel volvió a recostarse sobre el suelo y cerró lentamente los ojos... Una siesta no le vendría para nada mal...

Sin embargo, al instante siguiente soltó una especie de ronco gruñido al sentir que alguien le propinaba una patada en las costillas.

—Levántate, no te hagas el muerto. ¿O es que acaso tu poder de mierda no te da para más?

Raidel abrió los ojos y observó los rubios cabellos de Alisa, los cuales aún estaban casi negros por la suciedad y el polvo. Ella estaba mirando fijamente al muchacho con una extraña expresión en el rostro, como si esperara algo más de él.

Con un suspiro que más bien pareció un lamento, Raidel se puso dificultosamente de pie.

—¿Lo ves? No fue tan difícil... —dijo ella, encogiéndose de hombros.

Raidel no sabía si Alisa se estaba burlando de él, pero de todas formas no le prestó mucha atención.

Y de ese modo transcurrieron unos cuantos minutos hasta que en el horizonte se divisó unas pequeñas figuras oscuras que se estaban acercando a ellos.

El muchacho tragó saliva. No tenía un buen presentimiento. Pero se sorprendió al escuchar el suspiro de alivio de Fran.

—Esta pesadilla por fin ha terminado...

—¿Qué?

—¡Estamos salvados!

Raidel no sabía a qué venía esa repentina actitud, pero luego notó que las figuras que se estaban acercando a ellos desde la lejanía eran... casas voladoras.

Vork se aclaró la garganta. Mientras se rascaba la barba mal afeitada, dijo:

—La prioridad son los heridos. Todos los heridos ya pueden regresar a la base en sus respectivas casas voladoras. Mientras tanto, los demás nos quedaremos en este lugar hasta que todos los guerreros terminen de cruzar el portal. Según el esquema en tiempo real, aún quedan trece de nuestros soldados que se encuentran vivos dentro del Castillo enemigo. En estos momentos se están dirigiendo hacia el portal...

Evidentemente Raidel no sabía que se pudiera conocer la posición de otras personas cuando éstas se encontraban a kilómetros de distancia. Se preguntó qué clase de magia diabólica sería esa...

Poco a poco, una docena de casas voladoras se detuvieron sobre sus cabezas y empezaron lentamente a descender. Raidel observó que más figuras se acercaban procedentes del otro extremo del desierto.

Rememoró sus últimas misiones. Fueron arduas y difíciles, pero ninguna de ellas había llegado a estos extremos... Se preguntó qué había sucedido exactamente en el momento en que perdió la consciencia, luego de encontrarse con Deon. Recordó haber sentido como si hubiera sido tragado por un remolino de furia demoníaca. Luego todo fue oscuridad. Y cuando finalmente volvió a recuperar la consciencia, el cuerpo de Deon estaba destrozado, a varios metros frente a él...

El muchacho no le dio muchas vueltas al asunto. En estos momentos solo quería un largo, muy largo, descanso. Ya tendría tiempo de sobra para pensar después.

Fran envió a su preciadísimo pterodáctilo a su plano dimensional y luego entró algo tambaleante a una de las casas voladoras que habían aterrizado frente a ellos.

Sus compañeros lo siguieron.

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