✡ CLXXVIII

Capítulo 178: Los Tres Líderes

Deon se encontraba allí, en medio de la oscuridad, completamente inmóvil como una piedra. Pese a sus desesperados intentos, ni siquiera era capaz de mover un dedo. Y por si fuera poco, el ambiente se estaba haciendo cada vez más opresivo y pesado conforme el abominable monstruo avanzaba hacia él.

Deon tuvo que hacer grandes esfuerzos para no caer de rodillas debido a la insoportable presión que había inundado todo el túnel, como si la gravedad hubiera aumentado varias veces más. Pero nada de esto se comparaba con la horripilante naturaleza del aura oscura en sí misma. Ningún ser humano de este mundo podía ser capaz de emitir semejante oleada de impura aberración y grotesca perversidad, por lo que no había duda de que aquel niño era un demonio. Un demonio en forma de hombre.

Deon lo recordaba; recordaba a aquel mocoso demente y especialmente sus poderes infernales… ¡Él sabía que debió haberlo asesinado en cuanto tuvo la oportunidad! Ahora, debido a su fatal error, aquel desquiciado se había presentado ante Deon con una frenética ira que no podía pertenecer a nadie más que al mismísimo Dios de la Muerte.

¡Y pensar que ese niño era un demonio! Deon estaba casi tan sorprendido como aterrorizado.

El aura oscura por sí sola había sido suficiente para dejar inconscientes a todos sus compañeros de equipo. Ellos ni siquiera eran débiles. De hecho, eran casi tan fuertes como Deon, quien tenía el puesto 23,173 dentro del White Darkness.

El Equipo Thorsis era una de las unidades más temibles del Batallón 47. Deon jamás podría haber imaginado que existiría un demonio tan absurdamente poderoso cuya simple aura noquearía a guerreros de la talla de Lorthys, Zeida, Herfus y Erton.

Las facciones en el semblante de Deon se contorsionaron en una mueca de terror absoluto al observar que el demonio seguía acercándose a paso lento pero decidido. Cada vez estaba más próximo a él.

El líder del Equipo Thorsis tuvo que redirigir todo su terror y furia a algo que realmente le sería de utilidad. Concentró la totalidad de su poder en un solo punto, y fue solamente allí cuando pudo abrir la boca para balbucear:

—E-e-está bien...M-m-me rindo… Me rindo… T-te diré lo que quieras… P-Por favor, no me mates…

Su tono de voz imploraba piedad y compasión, pero sus intentos fueron completamente inútiles, ya que el demonio cuyos ojos permanecían completamente negros estaba, efectivamente, inconsciente. Su rostro se encontraba inexpresivo, mientras que él caminaba de manera automática como un zombie. No escuchaba nada de lo que Deon decía. Solo era una masa de carne desplazándose a paso pesado, impulsado únicamente por la furia, como si la única finalidad de su existencia fuera la venganza.

A Deon se le llenaron de lágrimas los ojos, mientras suplicaba patéticamente:

—P-p-p-por favor, por favor… no me mates… no quiero morir...

En cuanto el monstruo estuvo frente a Deon, el aura oscura se hizo tan desquiciadamente intensa y opresiva que éste estuvo a punto de desmayarse. Perder la conciencia habría sido un final piadoso, pero lamentablemente para él, algo sucedió antes de que pudiera alcanzar la bendita y misericordiosa inconsciencia.

El demonio alzó su mano izquierda y, únicamente usando el dedo índice, le dio un toquecito al abdomen de su rival. Sí, su ataque simplemente había consistido en eso.

Sin embargo, Deon sintió como si un asteroide hecho de acero puro hubiera pulverizado sus costillas. Su desdichado cuerpo salió expulsado contra la pared a la velocidad de un misil. El impacto fue tan potente que el túnel en el que se encontraban y los pasillos adyacentes temblaron descontroladamente, como si hubiese sido obra de un potente terremoto. Junto a eso, un estruendo ensordecedor se hizo escuchar debido a la incomparable colisión.

En el lugar del impacto, la pared había quedado severamente perforada. El agujero era del tamaño de una ballena azul adulta, el ser vivo más grande del planeta. Es decir, unos treinta metros de diámetro.

Sí, el choque había producido un agujero en la pared de treinta metros de diámetro. Todo ello gracias a que monstruo le dio un simple “toquecito” al torso de su rival usando solamente su dedo índice.

Los tres líderes estaban allí, en el lóbrego pasillo, caminando juntos, hombro con hombro.

Vork, el líder del Batallón 42; Nora, la líder del Batallón 45; y Owen, el líder del Batallón 47.

El túnel era sumamente amplio como todos los demás y estaba inmerso en una oscuridad total, pero aquellos individuos no necesitaban de luz alguna para movilizarse libremente.

—Tus insectos lo encontraron rápido —decía en aquel momento Owen. Era un hombre con el rostro pecoso, y cuyo largo y oscuro cabello estaba recogido en unas trenzas de aspecto mugriento. No era un individuo ni alto ni bajo, y tenía la clásica barriga prominente de cervecero.

Debido a su baja estatura y sus pequeñas piernas, Vork se veía obligado a caminar ligeramente más rápido que los otros dos para seguirles el paso. Su postura seguía encorvada, lo que le hacía parecer más pequeño todavía. El mago se rascó la barba mal afeitada antes de decir:

—Incluso yo me sorprendí —sonrió—. Creí que a mis insectos les demoraría más tiempo encontrar el lugar señalado, ya que este Castillo no es más que un maldito laberinto de túneles enmarañados e interminables. Supongo que nos podemos considerar afortunados.

—Y que lo digas —asintió Nora. Ella era una desaliñada y casi barbuda mujer de mediana edad, cuyo rostro era severo y ceñudo como el de un malhechor especialmente temible.

Evidentemente no se podía decir que esos tres fueran los más atractivos del mundo, pero su poder era descomunalmente superior que el de los soldados a los que tenían bajo su mando. Vork, Nora y Owen eran los líderes de los tres Batallones que se habían presentado en aquel abominable Castillo.

Su marcha era lenta y serena, como si estuvieran paseando por el patio de su propia casa. Mientras caminaban, hacían bromas entre ellos y se reían con total despreocupación. Ni siquiera hacían el mínimo esfuerzo de apresurar el paso. Al fin y al cabo, ya estaban llegando al lugar indicado.

Y fue después de unos pocos minutos cuando vislumbraron una tenue y pálida luz al final del túnel.

Nora comprobó la hora.

—Faltan tres minutos para el eclipse —anunció.

—No hay necesidad de acelerar el paso. Llegaremos a tiempo —dijo Vork, quien quería pretender que tenía todo calculado. Pero la verdad era que no le agradaba la idea de tener que correr.

—Esta misión no resultó tan difícil después de todo —señaló Owen, rascándose los enredados bigotes—. Tal vez tu Batallón hubiera podido completar la tarea sin nuestra ayuda...

—Eso quisiera creer —replicó Vork.

Mientras más fueron aproximándose, pudieron ver que la fuente de luz procedía desde el interior de una enorme puerta en forma de rectángulo.

Varios sonidos lejanos e ininteligibles llegaron hasta sus oídos. Sonaban como la mezcla entre aullidos ahogados y crujidos repiqueteantes.

A continuación, las miradas de los tres líderes fueron a posarse sobre la demacrada figura que yacía tumbada en el suelo como un cadáver, justo enfrente de la entrada.

Se trataba de un hombre moreno cuyo rostro estaba surcado por un gran número de tatuajes. Dos magníficas hachas doradas reposaban en el suelo, muy cerca de él.

—Zoden —murmuró Vork, inexpresivo.

—¿Él es uno de tus soldados? —inquirió Owen con una risita—. Pues le acabaron de propinar una brutal paliza…

Y era cierto. Zoden tenía múltiples cortes repartidos por todo su cuerpo, los cuales al parecer habían sido producidos con un arma afilada. Un profuso torrente de sangre espesa y carmesí bañaba su cuerpo. Tal vez a estas alturas ya estuviera muerto.

—Probablemente él derrotó a tu soldado —señaló Nora, mirando al frente.

Si no hubiera sido por su aviso, Vork y Owen no se habrían percatado de su presencia.

Una figura que vestía atuendos holgados se fundía con la oscuridad. El sujeto estaba apoyado junto a la pared, a unos quince metros de distancia de la enorme puerta rectangular. Dado que la luz procedente del interior del salón no llegaba hasta su posición, él había estado bien oculto entre las sombras.

El enemigo dio varios pasos al frente, lo que hizo que los miembros del White Darkness pudieran distinguir los detalles de su semblante.

Ninguno de ellos tuvo que ver más para advertir la naturaleza profundamente aberrante de aquella entidad. Indudablemente se trataba de un demonio. Pero no cualquier demonio como los engendros de antes, sino uno de alto rango. Estaban ante un demonio importante.

Este ser tenía forma humana, cabello negro, dos ojos, una nariz... Nada en su apariencia delataba que fuera algo más que un simple humano, pero los líderes de Batallón conocían muy bien aquella sensación; la sensación que solo podía ser producida por una oscura entidad que habitaba dentro de un cuerpo humano… El efecto que esto ocasionaba era una perturbación en el ambiente, como si algo profundamente antinatural o de otra dimensión se hubiera hecho presente en este mundo.

—Les estaba esperando —murmuró el demonio con una voz espantosa que parecía ser el resultado de una disonante cadena de corrupción y podredumbre auditiva.

Sus palabras no hicieron más que confirmar las sospechas de los líderes de Batallón. Evidentemente se trataba de una criatura de las tinieblas.

—Debo suponer que tú eres el guardián de este Castillo, ¿no? —dijo Owen, pero no esperaba una respuesta. Él ya sabía perfectamente que aquella entidad era el enemigo final, puesto que al otro lado de la enorme puerta rectangular estaba teniendo lugar el ritual de invocación.

Vork echó un vistazo dentro del salón y a continuación su apacible expresión se vio alterada por el indecible horror que mostraron sus ojos.

La plataforma de invocación era una especie de círculo hecho de piedra tan negra como la tinta, la cual estaba suspendida en el aire, a pocos metros de altura.

Aquella plataforma era tan inmensa que sobre su superficie estaban brincando y danzando decenas de seres abismales de diferentes formas y tamaños, desplazándose anormalmente con su paso desproporcionado en torno a un pentagrama invertido de color rojo oscuro; un pentagrama hecho de sangre.

Sin dejar de entonar cánticos blasfemos y horripilantes, la horda de inmundicia prosiguió con el ritual con total naturalidad, como si no se hubieran percatado de la presencia de los intrusos.

En medio de todo aquel barullo, una veintena de negras y descompuestas cabezas decapitadas de cabras flotaban en el aire, girando alrededor del pentagrama junto con la legión demoníaca.

El lugar desprendía un hedor que resultaba de la mezcla entre pestilentes inciensos y una acentuada humedad.

En el centro del pentagrama hecho de sangre estaba sentada una criatura híbrida, mitad perro, mitad hombre, la cual no dejaba de mover los deformados labios. Sin duda estaba recitando el conjuro de invocación. El ojo amorfo que tenía en la frente no dejaba de moverse en todas las direcciones con un frenesí demencial.

—¿Qué hacen mirando allá dentro? —dijo el demonio que estaba frente a los invasores—. Ustedes nunca lograrán entrar.

Vork se fijó en él. Algo le decía que había derrotado a Zoden con extrema facilidad.

—Falta un minuto para el eclipse y la invocación —anunció Nora a sus compañeros.

—No hay problema. Lo derrotaremos en treinta segundos —aseguró Vork, cuyo rostro había vuelto a adquirir su habitual impasibilidad.

—Es un demonio de nivel tres como mínimo —advirtió Owen, mientras que en su mano derecha creaba una Espada de Energía de dos metros de longitud, la cual emitía una potente luz amarilla y resplandeciente—. Tengan cuidado.

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