✡ CLXXV
Capítulo 175: Venganza
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Tras la cruenta batalla contra Dowen, ambos equipos habían tomado un breve descanso de unos minutos; tiempo en el que trataron sus heridas más superficiales. Luego prosiguieron con el recorrido.
El Equipo Ceifador sobrevolaba los aires en el pterodáctilo de Fran, mientras que el Equipo Wandor iba sobre la gigantesca águila que había creado Selia.
El ave prehistórica iba al frente, ya que ellos eran los únicos que tenían luz gracias a Sendor y a su hechizo en el cual su báculo se hacía luminoso. Por otro lado, el báculo de Selia se había transformado en el águila, así que no podía hacer lo mismo. Afortunadamente aquella criatura mágica tenía visión infrarroja; es decir, podía ver en la oscuridad. Aunque de todas formas lo único que debía hacer era seguir al pterodáctilo.
Habían transcurrido unos diez minutos desde que ambos equipos habían emprendido el vuelo, pero desde entonces no se habían encontrado con ningún enemigo. Parecía como si todo el Castillo estuviera desierto.
Ya habían perdido la cuenta de todas las bifurcaciones con las que se habían encontrado. Más o menos a cada treinta segundos el túnel por el que estaban yendo se dividía en varios caminos diferentes, y a ellos no les quedaba más alternativa que escoger uno al azar e ir por allí.
En su recorrido se habían tropezado con cientos de pasadizos, sin saber cuál era el correcto. Fran se preguntaba a dónde diablos irían a parar al final… Aunque la verdad era que esto no parecía tener fin. Daba la impresión que lo único que hacían era dar vueltas en círculos…
Entonces llegó un momento en el que vieron movimiento por primera vez. Fran y los demás desenfundaron inmediatamente sus armas, listos para luchar o morir, pero lo que vieron ante sus ojos los tranquilizó un poco. Solo se trataba de un pequeño enjambre de insectos voladores. Quizás veinte o treinta. Los insectos tomaron otro camino y se perdieron de la vista.
Los compañeros recorrieron los túneles en completo silencio por unos cinco o diez minutos más. Fran estaba cada vez más nervioso. No sabía qué hora era, pero sin duda faltaba poco tiempo para el eclipse y para la invocación. Quizás unos treinta minutos… o menos. Esto no era nada bueno… Se preguntó si lo mejor no sería intentar huir... ¿pero encontrarían alguna salida? No recordaba el camino de regreso…
Fran observó que sus compañeros tampoco estaban precisamente animados. Seguramente pensaban lo mismo que él.
Aunque al cabo de pocos minutos todo cambió de manera tan drástica que Fran y los demás habrían dado lo que fuera para que los túneles se hubieran quedado vacíos y en silencio.
Primero escucharon una mezcla de innumerables aullidos infernales y chillidos espantosos que procedían desde todos los extremos del túnel: Desde el frente, atrás y los lados.
Eran cientos de demenciales bramidos que resonaban cada vez con mayor intensidad y potencia. El cuerpo de Raidel se estremeció involuntariamente. Keila apenas logró reprimir un grito de terror. Por un instante las manos de Sendor temblaron tanto que casi se le cae el báculo mágico que llevaba en las manos.
Pero la incesante cadena de horrendos chillidos solo fue el comienzo.
Los compañeros escucharon entonces unos ruidos rasposos y como de naturaleza pegajosa que repiqueteaban contra el suelo de piedra. Lo que resultaba especialmente aterrador era que aquellos sonidos parecían ganar cada vez más proximidad, como si los compañeros estuvieran siendo perseguidos.
Sus peores temores se volvieron realidad en cuanto sus ojos mostraron la abominable horda de amorfos engendros que aparecieron de la nada detrás de ellos. Algunos daban saltos de diez metros de altura, intentando alcanzar al halcón de Selia para así devorarlo. Aunque la mayoría de los demonios se arrastraban por el suelo a una velocidad absurda que ni siquiera los tigres ni guepardos deberían tener.
Pero eso no era todo. Aquel acontecimiento no habría sido tan desastroso si no hubiera sido por el hecho de que los engendros no eran cientos, sino miles.
Miles de nauseabundos demonios los estaban persiguiendo mientras gruñían y graznaban descontroladamente, formando una sinfonía blasfema y ensordecedora que amenazaba con hacerles perder el juicio.
—¡Vamos, vamos, acelera! —vociferó Fran, cuyo rostro estaba cubierto por una densa capa de sudor frío—. ¡Qué los dioses se apiaden de nuestras malditas almas!
El pterodáctilo, quien ya parecía encontrarse bastante exhausto, aceleró la marcha, pero los demonios no querían dejarlos escapar.
Se escucharon gritos aterrorizados detrás de ellos. Raidel pudo distinguir la voz. Era Selia. Sus compañeros intentaron tranquilizarla.
El muchacho giró su mirada y vio hacia atrás. Al instante supo que no debió de haberlo hecho. ya que sus ojos mostraron una escena absolutamente enloquecedora que le ocasionaría terribles pesadillas en el futuro, y la cual no se le borraría de la mente sino hasta varios años después.
Ver a tantos de aquellos espantosos engendros viscosos amontonados los unos sobre los otros formando montañas enteras de podredumbre mientras se desplazaban y se aplastaban entre sí habría acabado sin duda con la cordura de cualquier persona normal. Ningún hombre sensato que quisiera mantener su salud mental intacta debería observar semejantes abominaciones.
Raidel cerró los ojos y no los volvió a abrir por un buen tiempo. Sabía que aquella medida era contraproducente, pero ni siquiera había sido una decisión voluntaria: sus ojos se habían cerrado por sí solos. El terror que sentía en aquel momento era indescriptible. No se dio cuenta de que su cuerpo estaba temblando hasta que Alisa dijo:
—Diablos, mocoso, ¿te encuentras bien? —Su voz no estaba fría como era lo habitual en ella.
Raidel tuvo que hacer grandes esfuerzos para volver a abrir los ojos. Observó que ahora también habían demonios delante de ellos, los cuales daban grandes saltos para intentar alcanzarlos. El pterodáctilo de Fran y el águila de Selia se veían obligados a dar curvas bruscas para esquivarlos.
—¡Agarrense bien, carajo! ¡No querrán caerse! —dijo la voz de Fran, quien se había obligado a gritar fuertemente para hacerse escuchar por encima del terrible estrépito producido por las hordas del caos.
El pterodáctilo se aproximó lo que más le fue posible al techo y aumentó la velocidad de vuelo al máximo. Iba girando de izquierda a derecha para esquivar a los demonios que saltaban hacia ellos.
Encontraron varias bifurcaciones y el pterodáctilo escogió caminos al azar para continuar su marcha sin aminorar el ritmo de vuelo. Por un momento Fran pensó que eso sería suficiente para perder de vista a los demonios, pero fue demasiado ingenuo: Los monstruos seguían persiguiéndolos con total naturalidad. Parecía que conocían aquel laberinto de pasillos mucho mejor que ellos.
Al poco tiempo, el águila de Selia se colocó al lado del pterodáctilo.
—¡HEY! —gritó Dem—. ¡Si esto sigue así, los malditos engendros nos aniquilarán tarde o temprano… ¿Alguna idea?
—Y-yo tengo una idea… —dijo Raidel, algo pálido. No quería tener que involucrarse con aquellos monstruos asquerosos, pero él era el único que podía detener todo esto… solo tenía que ponerse los pantalones y actuar como un hombre…
A continuación el muchacho se puso lentamente de pie y se giró hacia los demonios para que éstos pudieran observarlo.
—¡DETÉNGANSE! —gritó Raidel—. ¡SOY EL DIOS DE LA MUERTE! ¡NO ME PERSIGAN! ¡ESTAS SON MIS ÓRDENES; LAS ÓRDENES DEL DIOS DE LA MUERTE!
Sin embargo los engendros no se detuvieron ni aminoraron la marcha en lo absoluto. Es más, cuando observaron a Raidel aumentaron aún más la velocidad.
El muchacho se sentó de nuevo. Lo único que había logrado con su plan era casi caerse.
—¿Pero qué diablos es lo que estás haciendo? —dijo Selia, tan sorprendida como alarmada. Se preguntó si el muchacho habría perdido el juicio.
El viejo de las empanadas le lanzó a Raidel una larga mirada como de curiosidad, pero la cual llevaba también una chispa de emoción.
—No sé qué era lo que pretendías, pero ahora parecen más furiosos todavía —dijo Dem, encogiéndose de hombros—. ¿Alguien tiene alguna otra idea?
—Nosotros haremos de señuelo y los atraeremos. Mientras tanto, ustedes vayan por otro túnel; no creo que los persigan ya que no tienen luces —dijo Fran.
—¡Aunque funcionara, eso solo nos salvaría a nosotros! —dijo Dem, sin muchas ganas de poner a prueba aquel plan—. ¿Qué será de ustedes? ¿Cómo saldrán de esta?
Fran se encogió de hombros sin darle mucha importancia.
—Ya se nos ocurrirá algo —dijo—. Nuestro Equipo ha llegado tan lejos gracias a la improvisación, ¿sabes? Antes de cada misión, yo siempre tengo varias estrategias preparadas de antemano, pero siempre hay algo que imposibilita su realización. —Observó brevemente a Raidel y Alisa, quienes desviaron la mirada hacia otro lado, algo avergonzados—. Así que en todas las misiones nos vemos obligados a improvisar. De alguna forma, la improvisación nos ha salvado el culo hasta ahora. Somos buenos en ello, ¿sabes? Así que no se preocupen y sigan su camino. Nosotros estaremos bien.
Dem observó fijamente a Fran. La determinación de su rostro era terminante y no dejaba lugar a discusión. Vio que todos sus compañeros también estaban de acuerdo con su decisión… Dem no sabía por qué el equipo de Fran estaba haciendo esto por ellos, pero les dio las gracias antes de que apareciera la próxima bifurcación de túneles. Entonces el pterodáctilo entró en el pasillo izquierdo, mientras que el águila de Selia lo hizo por el derecho.
Fran soltó un suspiro de alivio al comprobar que los engendros no persiguieron al Equipo de Dem.
Sendor sonrió.
—Hey, tu mascota tiene visión nocturna, ¿no es cierto? —dijo. Su voz llevaba el tono inconfundible de quien tenía un gran plan entre manos.
—Su visión nocturna no es tan buena, pero al menos sí es lo suficiente para no chocarse contra alguna pared...
—Bueno, con eso basta —dijo Sendor mientras recitaba un corto hechizo. A continuación la luz de su báculo se apagó, dejándolos completamente a oscuras.
Raidel ya ni alcanzaba a distinguir su propia nariz. Solo sentía la fuerte brisa que chocaba contra su rostro y revolvía sus cabellos.
—¡Esto debería ser suficiente para despistarlos! —dijo Sendor, muy confiado en la eficacia de su estrategia.
Todos pensaban lo mismo que él, pero lamentablemente las cosas no salieron como esperaban. A pesar de haberse encontrado con varias bifurcaciones y haber entrado por túneles al azar, todos los engendros seguían persiguiéndolos; o al menos eso era lo que parecía porque el ruido repiqueteante de su desplazamiento, además de sus chillidos no parecían disminuir en lo absoluto. Resonaban con la misma intensidad y cercanía de siempre.
—¿Pero qué cojones está sucediendo? —gruñó Sendor por lo bajo para que solamente sus compañeros pudieran escucharlo—. ¿Por qué nos siguen persiguiendo? ¡Debimos haberlos despistado hace mucho tiempo!
—Parece que después de todo esas cosas sí tienen visión nocturna o algo equivalente —acotó Fran, encogiéndose de hombros— Lamentablemente esto no será tan sencillo.
—¿Si tienen visión nocturna entonces por qué no persiguieron al Equipo de Dem? —escupió Raidel con un tono de voz lastimoso, como si eso le pareciera lo más injusto del mundo.
—No sé, tal vez te estén persiguiendo solamente a ti —dijo Fran, recordando cómo la legión de demonios había apresurado el paso cuando se fijaron en Raidel.
—¿Por qué me estarían persiguiendo a mi? —gruñó el muchacho, incrédulo—. ¿Para matarme? ¡Debo recordarte que afuera del castillo los demonios pudieron haberme asesinado pero no lo hicieron! ¡Ni siquiera parecían dispuestos a querer perseguirme!
—Diablos, no sé qué quieran de ti, pero algo me dice que tú tienes mucho que ver en todo esto —suspiró Fran.
A Raidel se le revolvieron las tripas como si alguien le hubiera propinado un martillazo en el estómago. ¿Por qué esas criaturas tan horribles lo estarían persiguiendo? ¿Por qué a él? ¿Qué había hecho para merecer esto? Le entraron náuseas de sólo pensar en aquella espantosa horda de corrupción y podredumbre.
El pterodáctilo siguió volando a gran velocidad. Entró en un túnel tras otro, pero nada parecía poder despistar a la montaña de perseguidores que venían detrás.
Fran se encontraba cada vez más inquieto. En cualquier momento el ave prehistórica agotaría todas sus reservas de energía, ¿y entonces qué sucedería? En el mismo instante en que caigan, los engendros se les arrojarían encima y los engullirían en un parpadeo.
El agotamiento del pterodáctilo se sentía en el aire. Todos notaron que poco a poco empezaba a disminuir su velocidad. Su respiración se había hecho más fuerte de lo normal.
Fran se limpió el sudor de la frente antes de decir:
—Pase lo que pase, tienen que saber que jamás me he arrepentido de hacer equipo con ustedes...
—Lo mismo digo —asintió Sendor con una sonrisa en el rostro que nadie vio debido a la total oscuridad.
A Raidel se le había secado la boca del horror. Para que Fran dijera esas palabras… ¿eso quería decir que este era el fin?
Entonces, tras girar en una esquina, todos los miembros tuvieron que entrecerrar los ojos ante la repentina oleada de luz blanquecina que iluminaba el fondo del túnel. Por un segundo, los compañeros se mostraron profundamente aliviados, pero entonces notaron algo terrible: El túnel no tenía salida. Un inmenso muro de piedra ponía por finalizado el trayecto. No había ninguna salida posible.
Alisa gruñó una maldición y Keila pareció estremecerse.
—¡Diablos! ¡Regresemos, regresemos! —exclamó Raidel atropelladamente.
—¡Es imposible regresar! —gritó Fran—. ¡Una enorme montaña de monstruos viene tras nosotros! ¡Si intentamos retornar, esas cosas saltarán sobre nosotros y nos asesinarán antes de que sepamos lo que sucedió!
—¿Entonces qué diantres hacemos? —estalló Sendor, más aterrado que nunca.
El ave prehistórica siguió volando sin disminuir su velocidad.
—Si planeas chocar contra el muro, entonces yo me bajo aquí, gracias —dijo Alisa con tranquilidad.
Fran abrió la boca para decir algo, pero entonces Keila exclamó:
—Oigan, ¿ven eso?
Raidel lo vio. Era una silueta negra que se encontraba de pie frente al gran muro de piedra, muy cerca de la fuente de luz. Estaba a una distancia tan lejana que solo parecía algo más que un punto negro.
Raidel entrecerró los ojos.
—¿Eso es una persona? —dijo con un atisbo de esperanza en la voz. Tal vez se tratara de Zoden. Si ese era el caso, entonces podría usar su Rem de Viento para enviar a volar por los aires a los engendros…
—Es un Mago Oscuro —declaró Fran, sin pizca de duda.
—¿Cómo puedes saberlo? —gruñó el muchacho, pero al instante siguiente vio algo que lo dejó con la boca abierta.
A unos doscientos metros frente a ellos, una fina pero larga línea de luz en posición vertical apareció de repente justo en el centro del muro de piedra que marcaba el final del camino. La parte inferior de la línea de luz tocaba el suelo, y la parte superior el techo.
En ese momento nadie, ni siquiera Sendor, entendió lo que significaba aquello hasta que la línea de luz se hizo poco a poco más gruesa.
Resultaba que el muro se estaba abriendo lentamente por la mitad, como si se tratase de una doble puerta.
Entonces los compañeros observaron movimiento detrás de la abertura del muro. Distinguieron innumerables llamas de fuego, algunos rayos… También habían unas cuantas figuras oscuras moviéndose de un lado a otro.
—¡El ritual de invocación! ¡Ahí está! —dijo Raidel sin comprender muy bien como sabía aquella información. Simplemente lo sabía.
—¡RÁPIDO, CLADEUS, MÁXIMA VELOCIDAD! —rugió Fran por todo lo alto.
La rápida y entrecortada respiración del pterodáctilo revelaba que estaba al borde del colapso. Raidel pensó que probablemente se desmayaría en cualquier momento. Pero sin embargo, exhausto o no, el ave prehistórica hizo uso de sus últimas energías de reserva para aumentar la velocidad en dirección a la abertura que había aparecido en medio del enorme muro.
Todos pudieron observar como el Mago Oscuro entraba por la abertura hasta quedar del otro lado. Acto seguido el muro empezó a cerrarse.
—¡Maldita sea, más rápido, más rápido! —exclamó Sendor con auténtico frenesí. Él sabía perfectamente que esta era su única oportunidad para escapar de aquellos engendros endemoniados que los perseguían a muerte. Si fallaban, entonces este sería el fin…
—No lo lograremos —dijo Alisa en un murmullo casi apagado.
—Ella tiene razón —coincidió Keila a su pesar.
La abertura del muro se estaba cerrando rápidamente, y al pterodáctilo le faltaba un gran tramo por recorrer. No lo lograrían a tiempo.
Fran sabía perfectamente que Cladeus no podía volar más rápido. Ni en condiciones normales podría hacerlo. Esta era su máxima velocidad.
El muro seguía cerrándose.
—Bueno, ha sido todo un placer —dijo Sendor con la tranquilidad de quien ya ha aceptado la muerte—. Espero verlos en la otra vida, muchachos.
Raidel se puso repentinamente de pie.
—Esto no ha terminado… ¡Todavía no se ha terminado! —dijo con absoluta rotundidad. No podía aceptar una muerte tan patética como esta. ¡Él conseguiría la Espada de las Sombras! No podía morir en semejante lugar de mierda…
—Tienes razón, muchacho —dijo Fran, soltando una carcajada—. Al menos tú sobrevivirás.
Keila compuso una mueca de confusión. ¿A qué venía semejante declaración? ¿Y por qué se estaba riendo? ¿Acaso Fran se había vuelto loco ante el peligro inminente de muerte?
El líder del Equipo Ceifador agarró a Raidel por el hombro y lo jaló hacia donde se encontraba él, al frente de todos.
—Espero que mis cálculos sean correctos, porque si me equivoco tú serás el primero en morir —sonrió.
—¿Pero qué carajos? —balbuceó el muchacho.
—No te preocupes. Esta es la única forma…
—¿Qué intentas hacer? —dijo Keila con gran preocupación. Por un momento se le cruzó por la mente impedir que Fran hiciera lo que sea que tuviera en la mente, pero ella confiaba en él. Además, todos estarían muertos de cualquier modo aunque el plan de Fran funcionara o no—. ¿Raidel estará bien?
—Tal vez sí, tal vez no —dijo Fran con sinceridad—. Se puede decir que es una apuesta de cincuenta cincuenta —sonrió.
—¿Apuesta de cincuenta cincuenta? —gruñó Raidel con el ceño fruncido—. Por todos los cielos, ¿qué clase de imprudencia intentarás conmigo? ¡Déjame ir, demonios!
Raidel intentó regresar hacia su puesto, pero Fran no se lo permitió. Lo tenía muy bien agarrado del hombro.
—¡Por las barbas de mi padre, que alguien me ayude! —exclamó Raidel, revolviéndose como un gusano al que alguien acaba de capturar—. ¡Si quieres usar a alguien como material de experimentación, hazlo contigo mismo!
—¡Esto no dolerá demasiado! —exclamó Fran con una sonrisa demencial en el rostro.
—Hey, mocoso —dijo Alisa de repente. Su tono reflejaba seriedad y hasta casi solemnidad—. No mueras.
Raidel dejó de revolverse como un gusano y se detuvo en seco.
—¿Qué dijiste? —inquirió el muchacho con la boca abierta del asombro. Él ya se había preparado para lo que sea, pero ni en sus más recónditas pesadillas habría imaginado que Alisa le diría unas palabras como esas.
—No malinterpretes —soltó ella sin piedad—. Si mueres, no tendré a nadie a quien patear el trasero. Eso es todo.
Fran observó que ya se encontraban a la distancia correcta para poner en marcha su magnífica estrategia.
—Bien, ¡ya llegó la hora de la acción!
Fran agarró a Raidel con las dos manos y, mientras soltaba un estruendoso rugido, lo lanzó con todas sus fuerzas hacia la muralla de piedra.
Raidel salió disparado como una flecha mientras gritaba ruidosamente:
—¡Estás muerto! ¿Me escuchas, insecto? ¡Estás más que muerto!
Acto seguido, los compañeros observaron con gran alivio que Raidel logró atravesar la abertura del muro de piedra antes de que esta se cerrara por completo tras de sí. Si el muchacho hubiera sido arrojado dos segundos después, habría chocado contra el muro.
—Espero que Raidel detenga el ritual de invocación —dijo Fran con un suspiro.
Sendor recordó la montaña de demonios que estaban tras ellos antes de decir:
—Yo me preocuparia por mi mismo…
—¿Preocuparnos por nosotros? No hay por qué hacerlo —respondió Fran—. Nosotros ya estamos muertos.
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Frente al ritual de invocación, el demonio, cuyo nombre era Nephron, alzó la mirada al sentir que alguien poderoso se estaba acercando a gran velocidad.
Nephron era un demonio de alto rango. Era el guardián de aquel Castillo y, como tal, la criatura más poderosa del lugar.
Mientras el ritual de invocación tenía lugar en la enorme plataforma flotante que se hallaba dentro de la estancia principal, la oscura y encapuchada figura de Nephron salió al pasillo para recibir al intruso.
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Por un instante, Raidel creyó que se iba a estrellar contra el muro, pero milagrosamente logró pasar al otro lado antes de que la abertura de la muralla se cerrara a unos centímetros detrás de él.
El muchacho chocó fuertemente contra el suelo, golpeándose la cabeza tras el impacto. Lo primero que notó fue que había un estrepitoso ruido en aquel lugar.
Raidel estaba por desmayarse del dolor, ya que había caído de cabeza, pero se obligó a mantenerse consciente. Él era el único que podía detener el ritual de invocación. Fran había confiado en él y lo había arrojado en vez de a cualquier otro… No podía decepcionar a sus amigos ni mucho menos a sí mismo…
Afortunadamente parecía que no se había roto ningún hueso.
Entonces Raidel abrió los ojos y miró a su alrededor.
Aquella no era la plataforma de invocación ni mucho menos.
Se trataba de un inmenso salón, el cual era tan grande que las paredes más lejanas se perdían en la oscuridad.
Observó que decenas de personas estaban corriendo de un lado a otro. Aquella era la fuente de tanto bullicio.
Raidel intentó ponerse de pie. Una vez que aquellos monstruos se dieran cuenta de que un intruso estaba en sus dominios seguramente lo atacarían hasta la muerte… ¡Él debía defenderse! El muchacho se incorporó, dispuesto a librar una batalla a grandes proporciones… pero nadie se fijó en él.
De hecho parecía que los guerreros allí presentes estaban peleándose entre ellos… ¿Qué cuernos estaba sucediendo?
A Raidel le tomó un tiempo darse cuenta de la situación. En aquel lugar había una veintena de guerreros que llevaban las armaduras del White Darkness, quienes estaban luchando encarnizadamente contra los Magos Oscuros que se encontraban defendiendo el Castillo.
Una lluvia de rayos, bolas de fuego, muñecos de piedra, oleadas de magma y proyectiles de hielo inundaban todo el salón. El estrépito de la batalla era ensordecedor.
Pero al ver aquel panorama Raidel había quedado más confundido que antes. ¿Por qué había tantos miembros del White Darkness en este lugar? ¡Eran al menos veinte! ¿De dónde había salido semejante cantidad?
Jamás hubiera pensado que veinte guerreros seguirían vivos… Pero no solo eso, sino que estaban todos reunidos en un mismo lugar… ¿Qué estaba ocurriendo aquí?
A continuación el muchacho se fijó en sus rostros. No recordaba haber visto a ninguno de ellos antes…
Y en medio de sus cavilaciones, el cuerpo de uno de los soldados del White Darkness salió volando de la nada, como si hubiera sido golpeado por una ráfaga de viento. Luego fue a impactar en la pared, al lado de Raidel.
El muchacho lo observó atentamente. Un escalofrío recorrió su espalda.
El hombre tosió algo de sangre y se puso rápidamente de pie. Escupió maldiciones acerca de la enorme fuerza que tenían sus enemigos. Luego se fijó en que Raidel lo estaba mirando.
—Hey, ¿se puede saber qué demonios está ocurriendo aquí? —dijo el muchacho—. ¿Quiénes son ustedes? No recuerdo haberlos visto…
El soldado tampoco reconoció a Raidel, así que dijo:
—¿Acaso no lo sabías? —frunció el ceño—. Vork, el líder del Batallón 42, pidió refuerzos. Por eso nosotros estamos aquí. Somos parte del Batallón 45, pero también ha venido el Batallón 47.
Raidel se quedó con la boca abierta. ¿Dos Batallones más habían venido a ayudarlos?
A continuación el soldado avanzó rápidamente hacia el lugar de la batalla y atacó por la espalda a un mago oscuro que estaba distraído.
Raidel bajó la mirada para verse las manos. ¡Doscientos guerreros más habían llegado en su ayuda! ¿Pero eso sería suficiente para encontrar a tiempo la plataforma de invocación?
Más importante aún, si habían llegado tantos aliados entonces eso quería decir que…
Los pensamientos del muchacho se vieron interrumpidos en cuanto cinco guerreros con las armaduras del White Darkness, quienes salieron de un pasillo lateral montando un camaleón gigante, evadieron la batalla y se dirigieron al siguiente pasillo para seguir con su recorrido.
Raidel se quedó completamente petrificado al fijarse en el sujeto que iba delante del animal, ya que lo reconoció al instante.
Era un hombre de unos veinte años, de cabello negro y… tenía el tatuaje de un rayo que le surcaba la mejilla izquierda.
Era Deon.
Esa simple visión provocó una salvaje oleada de odio y terror que invadió el cuerpo del muchacho y lo hizo tambalearse de un lado a otro.
¡Deon finalmente había aparecido ante él! Deon el infame. El maldito. El imperdonable.
Una llama de profundo rencor e ilimitada furia brotó del pecho de Raidel y pronto se esparció al resto de su cuerpo con tal frenesí como si se tratase de la diabólica cólera de algún dios del abismo.
Deon era la razón por la que Raidel se había unido al White Darkness… El muchacho jamás se había olvidado de él ni de lo que le había hecho a la princesa Misha en Ludonia… Después de que Deon hubiera asesinado a la princesa, Raidel había jurado vengarse así tuviera que sacrificar su propia vida en el proceso.
¡Y ahora por fin había encontrado a aquel malnacido!
A Raidel le dominó un instinto asesino. Sus ojos anteriormente verdes se habían puesto ahora completamente negros. En aquel estado el simple acto de pensar le resultaba sumamente difícil. Su mente estaba saturada con un solo pensamiento: matar.
Raidel había tenido que esperar una eternidad para este momento, pero ahora por fin obtendría su tan anhelada venganza.
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El cuerpo de Nephron emanaba una oscuridad tan pronunciada que daba la impresión de que era un amasijo de sombras en movimiento.
Cuando salió al pasillo se fijó que el intruso estaba volando directamente hacia su posición. Se trataba de un enorme guerrero que llevaba unas hachas doradas y resplandecientes en su espalda.
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—¡DEOOOOOOOOOOOOOOOOOOOON! —gritó Raidel con una voz escalofriante e inhumanamente gruesa, mientras corría hacía él a gran velocidad haciendo uso de unas energías que no sabía que tenía.
Algo oscuro y demoníaco había acabado de despertar en Raidel.
El Dios de la Muerte finalmente había emergido.
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