✡ CLXXIX

Capítulo 179: Revelaciones

Raidel despertó inmerso en un terrible entumecimiento que recorría todo su maltrecho cuerpo como si le hubiesen propinado mil latigazos.

Abrió lentamente los ojos. La oscuridad era casi total, solamente interrumpida por unos finos rayos de luz que se filtraban dificultosamente por las grietas de la pared que había ocasionado el impacto de Deon.

Por un momento no supo en dónde se encontraba ni qué estaba haciendo allí tirado, pero en cuanto vio el despedazado cuerpo de Deon empezó a recordar algunos fragmentos sueltos, aunque no sabía quién lo había asesinado…

El cadáver de Deon yacía destrozado en una esquina, como si un animal salvaje de proporciones gigantescas hubiera estado jugando con él. El muchacho se preguntó qué clase de monstruo sería tan jodidamente fuerte como para haber dejado a un guerrero de su cálibre en semejantes condiciones tan deplorables.

Raidel no sabía la respuesta, pero de todas maneras soltó un colérico gruñido. Sus dientes chirriaron. La llama vengativa que brotaba de su pecho como el fuego del infierno todavía no estaba saciada. El muchacho quería desmembrar el cadáver de Deon hasta que de éste no quedara más que simples trozos chorreantes y descompuestos de carne. Quería sacarle los ojos y cortarle la lengua. Quería…

Sus oscuros pensamientos se vieron interrumpidos en cuanto notó que una figura de forma humana estaba de pie muy cerca de él.

El muchacho recordó a los compañeros de Deon, y entonces se incorporó bruscamente con sus puños frente a su rostro, preparado para luchar.

—¡Hey, el mocoso ya despertó! —exclamó una voz gruñona y odiosa que Raidel conocía muy bien.

Raidel abrió mucho los ojos al encontrarse con nada más ni nada menos que Alisa, quien lo estaba mirándolo fijamente. Su rubio cabello estaba ahora casi negro, manchado por sangre seca y polvo.

—¿Por qué soy yo quién debe cuidar a esta bolsa deshecha? —masculló Alisa en tono muy bajo, pero suficientemente audible como para que Raidel pudiera escucharlo.

—Diablos, ¿a quién llamas bolsa deshecha? —saltó el muchacho, rabioso, pero entonces se giró al escuchar unas voces que procedían desde el otro lado del pasillo.

—¿Cuántas veces tengo que repetirlo? Ese chico es un demonio… ¡Es un maldito demonio! —gritó Erton, uno de los soldados del equipo de Deon—. ¡Deben de sacrificarlo ahora mismo! ¡Caso contrario exterminará a cuantos ejércitos se crucen en su camino! ¡Incluso los asesinará a ustedes! ¡Miren como dejó a nuestro líder! ¡Mátenlo ahora que está herido!

—Si vuelves a insinuar algo acerca de lastimar a nuestro compañero, el muerto será otro —dijo Keila con una furia evidente. En su mano derecha llevaba una espada de empuñadura dorada a la que agarraba con tanta fuerza que ésta estaba temblando ligeramente. Parecía como si en verdad quisiera aniquilar al soldado del Equipo de Deon.

El muchacho abrió mucho los ojos del asombro, ya que nunca antes había visto a Keila así de enojada. De hecho, jamás pensó que algún día lo haría. Este era un acontecimiento sin precedentes…

—E-entendido, señora —murmuró Erton educadamente y con la mirada pegada en el suelo.

Raidel se giró hacia Alisa, a quien tenía más cerca, y le bombardeó de preguntas.

—¿Qué diablos ha ocurrido? ¿Cómo llegaron ustedes aquí? ¿Cuánto tiempo ha pasado?

—Es una larga historia —respondió Fran, caminando lentamente hacia él—. Parece que la montaña de demonios que iba tras nosotros sí te estaba persiguiendo después de todo, ya que después de que yo te lancé hacia la abertura del muro, los engendros intentaron seguirte. El muro se cerró y todos se amontonaron contra la pared, intentando romperla para así alcanzarte…

Raidel tragó saliva. Así que después de todo, los demonios sí lo estaban persiguiendo. Esta era la confirmación de un hecho que estremecería a cualquier persona, pero el muchacho intentó mantenerse firme. Tragó saliva e inspiró una gran bocanada de aire. Luego se sentó en el suelo.

—Todos esas diabólicas criaturas se apilaron contra el muro, una encima de otra, por lo que dejaron de prestarnos atención a nosotros —prosiguió Fran—. Así es como nosotros pudimos dar media vuelta y marcharnos de allí. Luego escogimos otro camino y por los azares del destino terminamos en este mismo túnel. —Sus ojos miraron fijamente a Raidel—. Cuando te encontramos, tú estabas inconsciente. Además, el cuerpo de aquel soldado del White Darkness se encontraba completamente deshecho…

—¿Qué? —dijo Raidel con una súbita sorpresa bien marcada en sus facciones—. ¡Yo creí que ustedes habían asesinado a Deon! —tragó saliva. Tenía un terrible presentimiento—. Si no fueron ustedes, ¿entonces quién lo mató?

Fran se detuvo para pensar en una respuesta que fuera fácil de digerir para el muchacho, pero Alisa habló primero:

—Tú —dijo sin rodeos, ni ninguna clase de piedad—. Tú lo asesinaste.

—¿Yo? —dijo el muchacho en un murmullo ahogado. Bajó la mirada para verse las manos temblorosas—. ¡Eso es mentira! ¡Yo no recuerdo haberlo matado! ¡Es una completa mentira!

Fran y Alisa pudieron ver que él se había puesto sudoroso e incluso parecía bastante nervioso. ¿Acaso sería cierto que no recordaba haberlo asesinado?

—Bueno, al menos eso es lo que aseguran los miembros de su Equipo: que tú lo asesinaste —dijo Fran lentamente, como si estuviera midiendo sus palabras. En ningún momento despegó su mirada de Raidel—. El tal Erton dijo que tú despertaste una clase de aura tan siniestra que su simple aparición provocó su desmayo…

Raidel miró a Erton, quien yacía sentado en el suelo, arrimado a la húmeda pared, a unos veinte metros de distancia. Sendor y Keila lo estaban vigilando de cerca, como también a los demás miembros del Equipo Thorsis.

El muchacho vio que Erton lo estaba mirando con una expresión de auténtico odio y terror. Fue allí cuando supo que no se trataba de ninguna mentira... Erton debía estar diciendo la verdad…

Al mirarlo despierto, Keila abandonó su posición y empezó a correr hacia el muchacho sin poder ocultar su enorme alivio.

—¡Raidel! ¿Estás bien? ¡No puedo creer que hayas despertado tan rápido! —lo miró de arriba a abajo—. Dime, ¿te duele algo?

—La verdad es que me duele todo —suspiró el muchacho—. Aunque lo importante ahora no es eso, sino seguir avanzando. Tenemos una misión que cumplir, ¿recuerdan?

—La misión ya está completada —dijo Fran, mientras se daba media vuelta e iba a cubrir el puesto que había dejado Keila.

—¿Qué has dicho? —exclamó Raidel, poniéndose bruscamente de pie.

—Hey, recuerda que estás muy herido. Ten más cuidado —dijo Keila, en un inconfundible tono de reprimenda.

—Debo recordarte que tengo catorce años —replicó Raidel—. Ya no soy un niño. Yo sé perfectamente lo que estoy hacien…

—No solo eres un niño, sino un niño malcriado —dijo Keila con el ceño fruncido, pero luego de un segundo no pudo contener una risita.

Raidel también se rió, a pesar de que apenas podía mantenerse en pie.

Alisa, por su parte, soltó un suspiro. Toda esta situación le parecía de lo más ridícula, así que mejor se alejó de esos dos.

Mientras se acercaba a Sendor, Fran compuso una amplia sonrisa. Por un momento le dio la impresión de que todo había vuelto a la normalidad. Era como si todos estuviesen en el salón de entrenamiento, haciendo bromas y molestándose entre ellos, tal y como siempre ocurría… Fran pensó que era bueno estar vivo; era bueno tener amigos como ellos…

Cuando Raidel dejó de reírse, observó fijamente el cadáver de Deon por unos segundos. Luego enrecerró los ojos con una sombra de sospecha en los ojos. Algo no parecía encajar del todo bien, así que se acercó lentamente hacia él.

Sus sospechas se hicieron ciertas en cuanto Raidel lo miró de cerca. Al instante una oleada de odio y rencor recorrió su espalda y le hizo estremecerse.

Resultaba que Deon… estaba respirando. Él seguía vivo.

—¡Ese bastardo…! —gruñó el muchacho con una cólera incontenible. Se acercó más a él, dispuesto a propinarle el golpe final, pero Keila le agarró el hombro para detenerlo.

Raidel se giró hacia ella con el rostro congestionado.

—¿Se puede saber por qué me detienes? —masculló—. ¡Tú sabes perfectamente bien quién es este desgraciado y todos los daños que me ha causado!

—¡Pero no puedes matarlo! —dijo Keila, casi en tono de súplica, lo que hizo que el muchacho se detuviera en seco, sin entender las razones que podría tener ella para decir aquellas palabras. Keila se explicó—: ¡Nos meteremos en problemas si lo matas. Recuerda que él es muy importante para el White Darkness debido a su condición de Inmune…

Raidel bajó los brazos a cada lado de su cuerpo e intentó tranquilizarse un poco. Keila tenía razón. Si lo asesinaba ahora, entonces seguramente…

—¡Un segundo! —exclamó Raidel, nuevamente furioso al caer en lo obvio—. ¡No te ves sorprendida de verlo vivo! —Su expresión adquirió tintes que reflejaban gran conmoción—. ¿Acaso tú ya sabías que él…?

—¡No te lo dijimos por tu bien! —lo interrumpió ella—. ¡Nosotros sabíamos cómo reaccionarías!

Raidel soltó un gruñido. Sus mandíbulas se cerraron con tanta fuerza que emitieron un sonoro chasquido. Una tornado demencial volvió a engullir su frágil mente directamente hacia lo que parecían las profundidades de la locura.

—¡Fuera de mi camino! —bramó el muchacho con una estruendosa voz como la que produciría un trueno. Las pupilas de sus ojos se habían vuelto completamente negras.

El estallido de su voz fue tan fuerte y repentino que Keila cayó sobre su espalda y se alejó varios metros con una expresión de más preocupación que miedo.

Incluso Alisa, quien estaba a unos metros detrás de Raidel, no pudo evitar retroceder de un salto, sobresaltada. Pero su sorpresa fue mucho mayor en cuanto vio el antebrazo izquierdo del muchacho. En aquel momento su número dentro de la organización era el “38,248”, pero estaba subiendo a una velocidad vertiginosa.

Alisa abrió la boca del asombro al ver que Raidel avanzaba mil, dos mil, tres mil posiciones… Finalmente el número en el brazo del muchacho se detuvo en el “33,573”. ¡Él había avanzado cinco mil posiciones en pocos segundos! Alisa estaba tan sorprendida que por un momento perdió el equilibrio, lo que casi la hace caer al suelo.

Ella bajó la mirada y observó que el número en su propio brazo era el “36,783”. ¡Ahora el mocoso era incluso más fuerte que ella! ¿Cómo podía ser posible algo así?

Raidel, con sus pupilas negras y con el aura oscura que impregnaba su cuerpo, avanzó hacia Deon, quien por lo visto estaba consciente porque abrió los ojos como platos ante el terror de observar a aquel monstruo frente a él. Quizás el grito que había dado Raidel hace unos segundos atrás lo había despertado.

—¡No! No… no… —suplicó Deon, cuyo cuerpo se encontraba completamente cubierto de sangre. Sus piernas estaban rotas de la rodilla para abajo, las cuales yacían torcidas sobre el suelo en un ángulo extraño y antinatural. Su armadura estaba deshecha y su abdomen desnudo había quedado completamente desfigurado. Las costillas rotas sobresalían debajo de su piel de manera grotesca. Algunas incluso parecían encontrarse pulverizadas. Era muy probable que sus órganos internos estuvieran rasgados o hasta destrozados… Pero Raidel todavía no estaba satisfecho… Él quería torturarlo hasta la muerte.

De modo que se acercó hacia él y alzó una mano.

—N-no, por favor, no me mates… T-t-te lo suplico… —Su aspecto era realmente patético. No podía contener las lágrimas y estaba temblando descontroladamente como un bebé—. ¡Te diré lo que sea! ¡H-haré lo que quieras, pero p-por favor no me mates!

—¿Por qué la mataste? —bramó Raidel con su voz atronadora que resonó por todo el túnel—. ¡Dímelo! ¡Dímelo!

Fran se acercó rápidamente al lugar, sin saber qué hacer para tranquilizar a Raidel. ¿Cómo diablos se habían puesto las cosas de esta forma?

Deon se revolvió en el suelo, inquieto.

—¿Por qué la maté? —murmuró con gran confusión—. ¿A-a quién te refieres?

—¡A la princesa Misha, idiota! —exclamó el muchacho, intentando contener el impulso de arrancarle la cabeza—. ¡Tú fuiste a Ludonia y asesinaste al rey y a la princesa! ¿Por qué lo hiciste? ¿Quién te contrató? ¡Torturaré hasta la muerte al maldito que lo haya hecho!

Aquel acontecimiento había tenido lugar hacía casi un año… Deon tuvo que hacer grandes esfuerzos para recordar lo sucedido.

Sin embargo, Raidel lo recordaba perfectamente bien; tan bien como si hubiera ocurrido ayer mismo. Ni por un segundo lo había olvidado. Todos los detalles de aquel espantoso día estaban grabados a fuego en su frágil mente. Las pesadillas sobre la muerte de la princesa siempre lo asaltaban, casi todas las noches.

Lo que ocurrió había sido lo siguiente: Deon había aparecido de la nada en Ludonia, derrotando a todos los miles de soldados del ejército para llegar al Palacio Real, el lugar en donde se encontraban el rey y la princesa. El objetivo de Deon había sido desde un principio asesinarlos a ambos...

—¿Por qué lo hiciste? —volvió a vociferar Raidel, desquiciado—. ¿Quién te contrató?

Lo que Deon dijo a continuación fue tan inesperado que Raidel abrió los ojos como platos.

—Me contrató tu propia gente —murmuró Deon—. Los ancianos de Ludonia fueron quienes contrataron al White Darkness… Ellos y los gobernantes de Subalia. Ambos querían muertos al rey y a la princesa…

Raidel tragó saliva. Recordó que Subalia era el principal enemigo de Ludonia. Ambos reinos incluso habían librado una guerra de grandes proporciones cuando el muchacho había estado en el Desierto Inder con Sylfer, en busca de la planta Nayota…

—I-imposible… —balbuceó.

—¡Pero es cierto! —insistió Deon—. Ludonia y Subalia. Los ancianos de ambos reinos se pusieron de acuerdo en dar una gran suma de dinero al White Darkness para que mataran al rey y a la princesa de Ludonia… —Mientras hablaba, su voz se iba haciendo cada vez más débil—. Y como es evidente, el White Darkness me envió a mí para la misión, ya que soy un Inmune que puede atravesar la barrera hacia Roca Blanca...

—¿Por qué a ella? —tartamudeó el muchacho con un hilo de voz—. Puedo entender el por qué querían muerto al viejo rey, ya que era un gobernador cruel y déspota que asesinaba a quién se atrevía a contradecirlo, pero ¿por qué querían muerta también a la princesa? ¿Qué hizo ella para merecer ese destino tan cruel?

Raidel recordó que por aquel entonces tenía planeado huir con la princesa hacia otro reino, pero Deon apareció de la nada y la asesinó…

—N-n-no lo sé —dijo Deon con sinceridad—. ¡No sé por qué me pidieron que la matara a ella, pero me dijeron que no fallara! ¡Dijeron que los querían muertos a ambos!

Raidel tragó saliva. ¿Qué clase de mente retorcida querría muerta a la princesa? Ella fue tan dulce e inocente…

—¡Eso es todo lo que sé! ¡Lo juro! —prosiguió Deon, aún tembloroso y aterrado—. ¡A-ahora déjame en paz! ¡Largo de mi vista!

Raidel supo de inmediato que estaba diciendo la verdad. Sus ojos volvieron lentamente a la normalidad, adquiriendo su habitual tonalidad verde clara que tanto recordaba al color del verano.

Fran, Keila y Alisa observaron que el número del brazo de Raidel volvía a bajar abruptamente. En unos pocos segundos pasó de “33,573” a “38,248”. Su número también regresó a la normalidad.

Esa era la confirmación de que el oscuro poder del muchacho realmente le hacía mucho más fuerte…

Pero los compañeros seguían sin entender la situación del todo. Aún con la ayuda de ese terrible poder, Raidel no debía ser capaz de derrotar a Deon, ya que la posición de éste último dentro de la organización era la “23,173”. Deon era inmensamente más fuerte que el muchacho… ¿Entonces cómo había podido derrotarlo él solo? ¿Y por qué Deon estaba tan aterrado de Raidel?

Ahora que pensaban en ello, el muchacho negó tajantemente haber derrotado a Deon. De hecho, dijo que ni siquiera recordaba qué era lo que había sucedido…

Raidel fue hacia Keila, quien seguía sentada en el suelo, y le tendió una mano para ayudarla a levantarse.

—Lo siento —dijo él con sinceridad y algo de vergüenza—. A veces siento que la ira se apodera de mí, ¿sabes? Cuando eso sucede, me es difícil pensar claramente…

—Me alegro de que estés bien —dijo Keila simplemente, mientras se acercaba a él y lo envolvía en un cálido abrazo. Ella había acompañado al muchacho desde hacía varios meses ya y había tenido la oportunidad de ver ese oscuro poder en acción más veces de las que podía recordar. A decir verdad, Keila se compadecía de él. Ella sabía que Raidel no estaba precisamente orgulloso de tener esos oscuros poderes, pero no podía hacer nada para eliminarlos. Además, la extraña ira que lo invadía cuando despertaba sus poderes parecía escapar por completo de su control, ya que una vez que volvía a la normalidad siempre parecía avergonzarse de la manera en la que había actuado. Recordó que en una ocasión el Ermitaño había intentado sellar aquellos poderes, así como también Fran, pero ambos habían fracasado. Tal vez era imposible hacerlo...

Fran se giró hacia los demás miembros.

—Bueno, como que ya va siendo hora de retirarnos de este maldito infierno, ¿no creen?

—¡Eso debimos haberlo hecho en cuanto Vork dio la voz de alarma, hace diez minutos atrás! —protestó Alisa con uno de sus resoplidos.

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