✡ CLXXIV
Capítulo 174: Poder
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Los brazos elásticos de Dem se cerraron fuertemente en torno a los tobillos del mago de tal forma que quedaron completamente enredados entre sí.
—Vaya tontería —repitió Dowen, mirándose los pies—. ¿En serio creen que algo como esto podría…?
Pero no terminó aquella frase al sentir una perturbación en el ambiente.
Aprovechando la distracción de su rival, el viejo se lanzó al ataque rápida y silenciosamente, como el asesino profesional que era.
Dowen no se dio cuenta de su presencia hasta que éste estuvo frente a él.
El mago intentó desplazarse hacia la izquierda, pero notó que el agarre del hombre de goma era formidable. Pensó que de todas maneras no le haría falta moverse para esquivar cualquier ataque, puesto que él ya había memorizado el ritmo de pelea del viejo y el alcance de sus golpes.
Como cabría esperar, el anciano lanzó uno de sus ataques cortantes con sus dedos extendidos. El movimiento fue extremadamente rápido y limpio, dirigido al cuello… pero Dowen movió la cabeza unos pocos centímetros hacia atrás; únicamente lo suficiente para poder esquivar el ataque. El mago quería dejar bien en claro su superioridad: no se movería más de lo estrictamente necesario. Esa era la clase de cosas que él solía hacer para mostrar su predominio ante sus rivales.
Y logró esquivar el ataque.
Las yemas de los dedos del anciano pasaron rozando el cuello de su oponente, pero no logró tocar su piel; había estado cerca, muy cerca de hacerlo.
Dowen estaba a punto de prorrumpir en estridentes carcajadas, pero entonces sintió un fluido cálido que brotaba de su cuello y el cual no tardó en descender hacia su pecho. A eso le siguió un dolor agudo y punzante en el lugar en donde los dedos del anciano habían rozado.
Por una milésima de segundo, Dowen quedó estupefacto. ¿Qué había sucedido? ¡Los dedos cortantes del anciano no habían hecho contacto en ningún momento con él! ¿Entonces por qué tenía un corte en el cuello?
Pero al instante siguiente lo comprendió. El anciano había estado jugando todo este tiempo con él. Resultaba que su control sobre el Xen era mucho mayor de lo que había mostrado hasta ahora. Su dominio sobre la técnica de los Dedos Cortantes superaba a lo que Dowen hubiera creído humanamente posible.
El anciano había afilado el Xen que recubría sus dedos hasta tal extremo que ni siquiera tuvo que tocar la piel de Dowen para producirle un corte. Con un simple roce había sido suficiente.
Pero lo que más molestaba a Dowen era el hecho de que el viejo no había mostrado antes esta habilidad tan extraordinaria… Evidentemente el viejo había tenido todo esto planeado desde el inicio… Quería que el mago se confiara para entonces sacar a relucir su verdadera habilidad… Y aquello quedó confirmado cuando el anciano, esbozando una sonrisa burlona, dijo en un murmullo:
—Tu arrogancia terminó matándote…
A continuación el viejo lanzó un rápido puñetazo en dirección hacia la herida del mago.
Por su parte, Dowen también arrojó un golpe, con la clara intención de golpear el puño del viejo. ¡Era hora de aclarar de una vez por todas quién era el más fuerte!
Sin embargo, en cuanto ambos puños estaban a punto de chocar entre sí, el viejo extendió sus dos dedos para ya no golpearlo, sino para rebanarle el puño en dos mitades.
Dowen supuso que exactamente eso sucedería, así que cambió la trayectoria de su golpe y su puño fue a enterrarse en las costillas del anciano, quien salió expulsado como una flecha varios metros por los aires hasta que finalmente chocó contra una de las paredes laterales del pasillo, produciendo una inmensa nube de polvo tras el impacto.
Acto seguido el mago se tocó la herida en el cuello con un dedo. El corte iba de derecha a izquierda, además de que la sangre seguía brotando de manera ininterrumpida. Pero afortunadamente la herida era poco profunda, así que su vida no debía estar en riesgo…
Dowen sintió que algo se movía en sus pies y bajó la mirada. Observó que los brazos elásticos seguían enredando sus piernas, aunque ahora las manos también empezaron a estirarse y se cerraron en torno a los brazos de Dowen, de tal forma que éste no pudiera moverlos libremente.
El mago oscuro soltó una risita. No entendía qué demonios pretendían con semejante ridiculez… Si él quisiera, podría liberarse en tres segundos.
Pero entonces sus oídos escucharon una especie de zumbido detrás de él.
Dowen dio media vuelta y observó que una afilada daga de hielo estaba dirigiéndose a su rostro. El mago movió la cabeza hacia un lado, esquivando de esta forma el proyectil. Y en cuanto lo hizo sus ojos se abrieron de par en par por la sorpresa. Justo detrás de la daga de hielo, venía una segunda daga, la cual había estado bien oculta tras la primera.
Aunque lo impresionante no era eso, sino que este nuevo proyectil se dirigía directamente hacia donde Dowen había movido la cabeza… Ambas dagas habían sido lanzadas casi al mismo tiempo, una justo detrás de la otra. ¿Cómo era posible que la segunda viniera tras su cabeza a pesar de que él se había movido para esquivar la primera? ¿Acaso la niña de hielo había adivinado que Dowen movería la cabeza? Y más importante aún, ¿había adivinado hacia qué lado la movería?
Sea como fuere, la segunda daga estaba a unos centímetros detrás de la primera, así que Dowen solo pudo verla a último momento.
Debido a la proximidad y a la velocidad del proyectil, Dowen no pudo esquivarla. Tampoco la pudo bloquear ya que liberarse del agarre del hombre de goma le habría llevado al menos tres segundos, y no tuvo ese tiempo.
Al otro lado del pasillo, Alisa sonrió con la seguridad de que su daga impactaría de lleno contra el rostro de aquel desgraciado, pero nadie habría podido predecir lo que sucedió a continuación.
Dowen abrió rápidamente la boca y luego la cerró: Detuvo la daga de hielo con sus propios dientes.
Acto seguido el mago sonrió con el proyectil entre los dientes. Estaba a punto de soltar una carcajada triunfal, pero entonces la daga de hielo explotó con una potencia atronadora, liberando una gran nube de polvo alrededor del cuerpo de Dowen.
No fue una explosión normal. El estallido fue tan estruendoso que resonó fuertemente por una gran parte del túnel, haciendo eco. Raidel incluso se había tapado los oídos, sin saber qué cuernos había ocurrido. La explosión fue incluso más potente que las que producían las flechas mágicas de Rodol.
Nadie se encontraba más estupefacto que Raidel, quien no dejaba de preguntarse sobre aquel increíble acontecimiento. ¿Acaso Alisa había adquirido nuevas técnicas y habilidades? ¡Por los dioses, en pocas semanas de entrenamiento ella se había hecho muchísimo más fuerte que el propio Fran! ¡Esto era inaudito! ¡Absurdo! Raidel simplemente se negaba a aceptarlo. Ahora resultaba que de la nada sus dagas eran dirigibles y además explotaban estruendosamente cuando ella quisiera. ¿Cuántas posiciones habría avanzado ella dentro del White Darkness? ¿Veinte mil? Tal vez ahora Alisa era tan poderosa como Zoden o Vork…
El muchacho se sintió repentinamente inútil. Alisa, su mayor rival, lo había superado con creces…
Raidel estaba enfrascado en aquellos pensamientos para nada inspiradores cuando sus ojos se fijaron en otro acontecimiento extraordinario.
Apenas había transcurrido tres segundos después de que se hubiera desatado la explosión cuando Fran, cuyo cuerpo seguía colgado del techo, empezó a moverse.
El líder del Equipo Ceifador sacó la cabeza del agujero del techo. A continuación, para no caer al suelo, usó su mano izquierda para sujetarse de un resquicio que había en el techo. Mientras tanto, con su mano libre rebuscó algo en su Bolsa Interdimensional.
El polvo de la explosión empezó a disiparse poco a poco, dejando al descubierto al mago, cuyas piernas seguían enredadas por los brazos elásticos del hombre de goma.
Todos pudieron observar que el rostro de Dowen, quien todavía seguía de pie, estaba demacrado.
Raidel pudo ver que había perdido los dientes, pero eso era lo menos importante. Su cara estaba completamente cubierta de una sangre espesa y oscura que no parecía dejar de brotar a través de la gran cantidad de heridas que tenía. Pero probablemente lo que resultaba más repulsivo para la vista era que la parte inferior de su cara estaba en carne viva. Varios trozos de piel y carne, los cuales estaban cercenados, caían al suelo en rodajas.
Sin embargo, pese a todo el daño adquirido, Dowen seguía de pie y consciente. Sus ojos fueron a fijarse en Alisa, quien estaba de pie a unos veinte metros de distancia. Ella se encontraba junto con Rodol, Keila y Dem.
—¡LOS MATARÉ A TODOS, DESGRACIADOS! —balbuceó Dowen en un rugido estridente. Sus palabras apenas habían sido entendibles debido a la pérdida de dientes y a las laceraciones sufridas en su lengua y boca.
Cualquiera habría pensado que el mago estaba al borde de la muerte, pero éste tensó los músculos de su cuerpo y se liberó del agarre del hombre de goma en un par de segundos. A continuación sujetó los brazos elásticos y los sacudió fuertemente de izquierda a derecha. El tirón hizo que el cuerpo de Dem se moviera incontrolablemente, jalado por los brazos que el mago estaba sacudiendo. Al parecer los brazos de Dem no se podían estirar más de lo que ya estaban.
Debido a las sacudidas, el cuerpo de Dem golpeó involuntariamente a Alisa, Keila y Rodol, quienes cayeron al suelo con gruñidos y jadeos.
Raidel se hubiera lanzado al ataque desde hacía mucho tiempo atrás, pero se encontraba pasmado por lo que estaba ocurriendo en el techo, justo encima de Dowen.
—¿Qué estás viendo, enano? —dijo el mago al darse cuenta que Raidel tenía la mirada pegada en el techo. Aunque al instante siguiente el mago pareció darse cuenta de la respuesta porque abrió los ojos como platos y se hizo inmediatamente a un lado.
Pero fue demasiado tarde.
Fran, quien seguía colgado del techo, de alguna forma alargó su Espada Maldita hasta que ésta alcanzó varios metros de extensión. A continuación apuntó hacia la cabeza de Dowen y lanzó una fuerte y rápida estocada.
Y fue precisamente en ese instante cuando Dowen se hizo a un lado, pero no logró moverse lo suficientemente rápido porque la punta de la Espada Maldita impactó de lleno contra su hombro izquierdo, perforando la piel y el músculo, y yendo a clavarse directamente en el hueso.
El mago soltó un prolongado gruñido de dolor e intentó desesperadamente sacarse la espada de la herida, pero no pudo hacerlo. No sabía qué cuernos estaba sucediendo, pero era como si aquella arma tuviera vida propia y se aferrara a su hombro con todas sus fuerzas sin querer soltarlo.
Entonces observó la espada y su destrozado rostro pareció reflejar gran sorpresa.
—¡Mierda! ¿Es un Arma Maldita? —gruñó.
—Lo es —dijo Fran en tono triunfal—. De hecho te confieso que a mi espada le pareces especialmente apetecible, puesto que eres muy poderoso —sonrió—. No te soltará hasta que te robe toda tu energía vital… Mientras tu cuerpo se pudre y descompone, mi espada se hará más poderosa al arrebatarte la vida… ¿Qué te parece eso?
—¡TONTERÍAS! —rugió Dowen, desquiciado, mientras agarraba la espada de Fran con las dos manos. A continuación tuvo que hacer uso de todas sus fuerzas para sacarse esa maldita arma del hombro. Luego jaló la espada y la arrojó contra el suelo, lo que provocó que Fran, quien estaba sujetando el otro extremo del arma, también cayera al piso, golpeándose fuertemente la cabeza.
—¡Ahora! ¡Ahora! ¡Ahora! —gruñó Fran.
Alisa y Rodol se apresuraron y lanzaron proyectiles hacia el enemigo. Mientras tanto, Keila y Raidel corrían hacia Dowen con la intención de librar un combate cuerpo a cuerpo.
El mago esquivó con suma facilidad las flechas y dagas. Luego derribó a Raidel con una sola mano y con la otra envió a volar a Keila por los aires, detrás de él.
Tras tumbarlo, el mago sujetó a Raidel fuertemente para que no se moviera. El muchacho se revolvió como un gusano, intentando liberarse de su agarre, pero resultó inútil, ya que el mago era extremadamente fuerte, con heridas de gravedad o sin ellas.
Entonces Raidel prendió su cuerpo en llamas. Dowen soltó un gruñido pero no dejó de sujetarlo del pecho.
—¡Tú eres mi siguiente víctima, desgraciado! —declaró el mago. Él sabía que estaba demasiado débil para encargarse de todos los miembros del White Darkness él solo, así que haría que Raidel lo ayudara.
Por su parte, el muchacho dejó de oponer resistencia. No es que hubiera perdido sus fuerzas, sino que estaba aterrorizado ante lo que sus ojos observaban. La mano del mago con la que lo estaba sujetando ya estaba completamente negra y chamuscada debido al contacto con el fuego. Sin embargo, Dowen apenas parecía sentir dolor. ¿Quién diablos era ese hombre? ¿Acaso era humano, para empezar?
Fran se puso en pie de un salto e inmediatamente se lanzó al ataque con su Espada Maldita en lo alto.
Sin dejar de sujetar a Raidel con una mano, Dowen ejecutó una voltereta, de tal manera que sus piernas estuvieran arriba y sus brazos abajo. De esa forma logró esquivar la espada de Fran que iba tras su cabeza. Al instante siguiente, el mago le propinó a su oponente una patada en la mandíbula la cual resultó tan potente que el pobre cuerpo de Fran fue expulsado unos metros hacia atrás y volvió a chocar estridentemente contra el techo con su Espada Maldita aún en sus manos.
Luego el líder del Equipo Ceifador cayó al suelo como un muñeco de trapo. No volvió a moverse.
Dowen se fijó en Raidel.
—¡Es hora del espectáculo! —declaró con una sonrisa desfigurada en el rostro.
Entonces Dowen utilizó sus Poderes Psíquicos para introducirse en la mente de Raidel y así poder controlarlo mentalmente. Pero ni bien lo hubo hecho, el mago retrocedió de un salto con las facciones del rostro deformadas por el terror más absoluto que había sentido jamás.
—¡M-m-mierda! —balbuceó Dowen, mientras observaba a Raidel con gran horror. Su cuerpo incluso había empezado a temblar involuntariamente. El miedo que sentía ahora superaba cualquier descripción concebible— . ¿Q-qué demonios se supone que eres tú? ¿D-de dónde vienes?
Raidel se puso de pie. Como siempre, no sabía qué diantres estaba ocurriendo… ¿A qué venía ese repentino cambio de actitud? El mago había intentado meterse en su mente, y fue allí cuando se había puesto así… ¿Qué fue lo que le había ocurrido?
—¿QUÉ DIABLOS ERES, MALDITA SEA? —gritó Dowen, desquiciado—. ¿DE DÓNDE VIENES? ¡DIMELO ¡DIMELO! ¡DIMELO!
Raidel tragó saliva. Los vellos de su cuello se habían erizado. ¿Qué se suponía que debía hacer en esta situación?
Dowen seguía gritando cosas sin sentido cuando Keila se puso de pie, agarró la Espada Maldita de Fran y se aproximó hacia el mago por su espalda.
El Mago Oscuro no percibió su presencia debido a su repentina locura y a las botas mágicas y silenciosas que llevaba Keila.
De modo que la Espada Maldita fue a enterrarse en su espalda, perforando y atravesando su piel, carne, músculos y huesos hasta que la punta del arma asomó por el otro lado; en su pecho.
En vez de exhalar su último suspiro y morir, Dowen soltó una estridente carcajada demencial.
—¡IMBÉCILES! —se rió—. ¿Acaso creen que algo como esto podría matarme?
Dowen dio un paso al frente, listo para despedazarlos a todos, pero una daga de hielo impactó contra su frente y se quedó allí clavada.
—¿Acaso no sabes cuándo callarte? —gruñó Alisa—. ¡Mi próxima daga cortará tus pelotas!
—Vaya lengua tiene esta niña —murmuró Dem, mientras se preparaba para lanzar un puñetazo elástico.
Pero no hizo falta más ataques, ya que Dowen empezó a… pudrirse.
El cuerpo del mago comenzó a descomponerse a un ritmo acelerado. Su piel fue adquiriendo una tonalidad negruzca y corrompida. El olor a putrefacción que empezó a emanar su cuerpo era nauseabundo.
Todos habían escuchado la explicación de Fran unos momentos atrás, así que sabían lo que estaba sucediendo… La Espada Maldita estaba absorbiendo su energía vital… Estaba robando su vida…
Cuando Dowen se dio cuenta de que el arma que tenía clavada en el pecho era la Espada Maldita ya era demasiado tarde. El mago ya no tenía fuerzas suficientes para sacarla del pecho.
Dowen murmuró unas cuantas maldiciones y cayó de rodillas, conforme iba pudriéndose más y más.
Al final su cuerpo quedó tan descompuesto y podrido como un cadáver de dos meses. De él no quedó más que una horrible masa negra sin párpados y con los ojos saltones. Por poco había acabado en un esqueleto.
Raidel soltó un suspiro y se sentó sobre el frío suelo de piedra. Recién ahora notaba lo agotado que se encontraba en realidad. Su cabeza estaba repleta de pensamientos… En esta batalla se habían dado muchas situaciones… Pero una de las cosas que más le impresionó fue la espada de Fran… No sabía que aquella arma fuera tan aterradora… ¿Cómo era posible que él se atreviera a usar una cosa así?
Todos los presentes contemplaron el cadáver de Dowen por un buen rato. Les era difícil creer que semejante sujeto finalmente hubiera muerto… Resultó ser mucho más poderoso de lo que ninguno pudo haber imaginado, pese a que él había cumplido su promesa de no usar más magia negra aparte de su control mental... Había sido un milagro que todos hubieran sobrevivido a la batalla.
Sendor y Selia se acercaron a los demás. Ambos tenían varias heridas, pero ninguna de las cuales parecía de mucha gravedad.
Fran recuperó repentinamente la conciencia y se puso alerta, preparado para seguir luchando. Se llevó una buena sorpresa cuando vio el cadáver descompuesto de Dowen, y más aún al observar la Espada Maldita que le atravesaba el pecho de manera desagradable. Keila le contó lo ocurrido.
Dem fue a ver en qué condiciones se encontraba el viejo, mientras los demás tomaban un respiro y se revisaban las heridas.
Fran sacó de su Bolsa Interdimensional un gran número de analgésicos, ungüentos, pociones para el dolor, vendajes y demás utensilios médicos los cuales repartió a todos los presentes.
Rodol, el arquero, soltó un fuerte suspiro de alivio.
—Diablos, no creí que tu plan funcionaría… —le dijo a Alisa—. Eres una genio. Casi logras volarle la cabeza…
—No es para tanto. El mago se creía muy fuerte, pero tenía algunos errores básicos —respondió ella—. Por ejemplo, cuando esquivaba algún ataque, siempre movía su cabeza hacia la izquierda. Fue allí cuando me di cuenta que…
—¡Un segundo! —interrumpió Raidel, yendo hacia ellos—. ¿De qué plan están hablando?
—Cuando Dowen estaba muy concentrado luchando contra el viejo, tu amiga tuvo una excelente idea —dijo Rodol—. Me pidió tres puntas de flecha. Luego las colocó dentro de su daga de hielo...
Ahora Raidel lo comprendió todo. Era por esa razón que aquella daga había explotado cuando el mago la había atrapado con los dientes… Recordó que en una ocasión había leído sobre las flechas mágicas. Resultaba que lo único “mágico” en ellas eran las puntas, las cuales explotaban aún si uno las separaba de todas las demás partes que conformaban la fecha. Las puntas tenían un mecanismo de funcionamiento bastante simple, pero a la vez bastante efectivo. Gracias a las pequeñas runas mágicas que estaban inscritas en su superficie, las puntas poseían varias cualidades increíbles. Cuando uno las lanzaba contra un objetivo, éstas eran capaces de detectar el movimiento; es decir, sabían que habían sido arrojadas. Luego, al chocar contra algo, también detectaban que se habían detenido bruscamente. Y era allí cuando explotaban: tras haber detectado que se han detenido, ya que esa era la señal inconfundible de que chocaron contra algo.
Rodol volvió a fijarse en Alisa.
—Lo que me sorprendió fue que lograste predecir que el mago se movería y hacia qué lado lo haría.
—Como dije, eso fue fácil. El primer proyectil solo fue de señuelo. Sabía que lo esquivaría… Y él siempre lo hacía hacia el mismo lado. Solo tuve que observar atentamente su batalla contra el viejo…
—Vaya, increíble. Muy bien pensado —dijo Raidel con auténtico asombro.
Las mejillas de Alisa se pusieron ligeramente rojas al escuchar su comentario.
Sin embargo Raidel añadió:
—Y pensar que tenías un cerebro en esa cabezota después de todo.
Alisa frunció el ceño.
—Hey, ¿qué dijiste? —gruñó con los puños bien cerrados, como si quisiera propinarle un buen puñetazo en la cara.
Juzgando por la expresión de Raidel, él no había querido ofenderla. Simplemente fue un comentario inocente, hecho con toda sinceridad.
Desde algún lugar del túnel, Fran se aclaró la garganta y dijo en voz alta para que todos pudieran escucharlo:
—Bueno, amigos, creo que será mejor seguir avanzando.
Afortunadamente Fran vio que Cladeus, su pterodáctilo, se encontraba en buenas condiciones. Tras la caída no tenía heridas de gravedad y podía continuar con el recorrido.
Ninguno de los presentes, ni siquiera el propio Fran, tenía muchas ganas de seguir avanzando, pero debían hacerlo.
Raidel intentó no pensar en lo que vendría a continuación. La simple posibilidad de encontrarse con otra persona tan poderosa como Dowen hacía que se le revolvieran las tripas…
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