✡ CLXVIII

Capítulo 168: Voz

—¡Son demonios! ¡Son demonios! ¡Son demonios! —gritaba Fran una y otra vez, con las pupilas de los ojos moviéndose bruscamente de un lado a otro. Sus manos estaban visiblemente temblorosas.

Raidel y varios más se fijaron en él. ¿Acaso se había vuelto… loco?

Con el ceño fruncido, Sendor se dirigió hacia Fran y le golpeó la cabeza con su báculo sagrado, lo que ocasionó que una descarga eléctrica sacudiera el cuerpo del líder.

Fran se tambaleó como un borracho, pero de alguna forma pudo mantener el equilibrio. A continuación se miró las manos y luego observó a los miembros de su equipo. Su rostro reflejaba gran confusión.

—¿Qué… qué diablos sucedió?

—Parece que ver a toda esa horda de demonios te alteró demasiado —explicó Sendor.

¡Era verdad! ¡Los demonios!

Fran, quien aún estaba bastante pálido, se giró en dirección al Castillo y sus ojos volvieron a mirar lo inenarrable.

La legión de amorfos engendros estaba avanzando inexorablemente hacia los horrorizados guerreros del White Darkness, quienes no podían hacer otra cosa más que esperarlos; que esperar su inevitable muerte.

Sin duda aquellas criaturas estaban compuestas enteramente de podredumbre y putrefacción. Parecía como si todo lo repugnante, monstruoso y aborrecible de este mundo se hubiera juntado para formar aquellos seres infernales. Nadie era capaz de mirarlos por mucho tiempo sin que le sobrevinieran las náuseas o las ganas de desmayarse. Era un espectáculo terrible.

Y por si no fuera lo suficientemente malo, ¡todavía tenían que hacer frente a los muñecos de piedra! Este era el peor escenario posible…

Rosana y Gador, quienes estaban a una distancia bastante considerable de los demás miembros del Batallón, no podían hacer más que retroceder y esquivar los lentos pero brutales pisotones del monstruo sin cabeza de doscientos metros, el cual era tan gigantesco que el charco de lava y ácido no parecía afectarle en lo absoluto. A su lado, los humanos parecían simples hormigas.

Rosana apartó la vista del enemigo por un segundo para fijarse en la entrada del castillo, lo que hizo que su expresión se contorsionara en una mueca que parecía ser la mezcla entre horror e irritación.

—¡Mierda, ya aparecieron los Engendros! ¡Y son cientos!

Gador soltó una maldición. Los llamados Engendros eran las criaturas más abominables del universo… y eso que solamente eran demonios de nivel 1.

La mujer de cabello rosa miró esta vez la cima de la muralla, en donde Vork estaba de pie, sujetando su báculo mágico, tan quieto como una estatua.

—¿Qué diablos está haciendo ese loco ahí parado? ¡Necesitamos de su ayuda urgentemente!

Los ojos de Fran se fijaron en las deformes criaturas y su andar profundamente antinatural.

El líder retrocedió unos pasos, completamente aterrorizado.

—¡No, no, no! ¡Esto no puede estar sucediendo! —logró articular entre balbuceos. Sus manos estaban sudorosas y parecía que sus piernas temblaban ligeramente.

Raidel y Keila se miraron entre ellos. ¿Qué cuernos le estaba ocurriendo a Fran?

—¡Vamos, diablos, compórtate! —gruñó Alisa—. ¡Tenemos que hacer algo y será mejor que lo hagamos ahora mismo! ¡Caso contrario esas cosas nos convertirán en su comida! ¡Se supone que tú eres el líder de nuestro Equipo, Fran!

Pero él no escuchaba nada de lo que sucedía a su alrededor. Parecía hipnotizado, como en estado de estupor.

Keila, Alisa y Raidel estaban desconcertados. Jamás habían visto a Fran de esa forma. ¿Qué le estaba ocurriendo?

—Fran es el único de nosotros que ha visto a un demonio antes —dijo Sendor a modo de explicación—. Solo él conoce el poder que poseen estos seres. Tal vez sea por eso que…

Un poderoso rugido que resonó desde algún punto detrás de ellos interrumpió las palabras del mago. El grito seguía sonando mientras ellos dieron media vuelta y observaron de qué se trataba.

Un punto negro estaba flotando en los aires, muy cerca de la inmensa muralla que protegía el castillo. Aquel hombre era… ¿Zoden?

—¿QUIÉN DEMONIOS SE ATREVIÓ A GOLPEARME? —vociferó Zoden en un grito que se hizo sonar por todo el campo de batalla.

Raidel y los demás miembros del Equipo Ceifador jamás pensaron que llegaría el día en que se alegrarían de verlo con vida. Al fin y al cabo, él era un aliado sumamente poderoso.

Zoden dirigió una mirada asesina al gigantesco monstruo de doscientos metros que intentaba pisotear a Gador y Rosana.

—¡TÚ! —gritó—. ¡Te enseñaré tu lugar, maldito muñeco decapitado!

Y en tan solo unos segundos, Zoden sobrevoló el campo de batalla, desplazándose unos cuatrocientos metros desde la muralla hasta el lugar en donde se encontraba el monstruo de piedra.

Su velocidad era incomparablemente más elevada que la de cualquier otro miembro del Batallón 42… Raidel pensó que tal vez no solamente fuera el guerrero más rápido del batallón, sino de todo el Regimiento al que pertenecían…

Zoden parecía una ridícula mosca revoloteando alrededor del colosal monstruo de piedra… Pero sin duda no tenía el mismo poder que una mosca.

Tras esquivar varios manotazos, Zoden finalmente desenfundó las Hachas Malditas que llevaba colgando tras la espalda.

Eran enormes hachas de doble filo, las cuales no dejaban de emanar un intenso resplandor dorado. El brillo de estas armas bastaría para iluminar tenuemente una habitación a oscuras.

Zoden agarró fuertemente las empuñaduras de sus hachas y luego las blandió contra el aire, en dirección a su temible oponente. Aquel movimiento hizo que se formara una inmensa ráfaga de viento cortante en forma de boomerang que salió disparada hacia el monstruo de piedra, la cual terminó impactando de lleno contra éste y lo cortó por la mitad.

Las dos mitades se desprendieron y posteriormente cayeron al suelo con un estrépito ensordecedor que se hizo escuchar por varios kilómetros a la redonda.

Zoden, aún en los aires, soltó una carcajada. Estaba por anunciar su victoria, pero el monstruo se reconstruyó de manera instantánea y se puso en pie de un simple y rápido movimiento.

El manotazo que lanzó a continuación casi coge desprevenido a Zoden, pero él logró esquivarlo en el último momento.

—¡Maldito muñeco sin cabeza! —gruñó Zoden, a quien por poco logran golpear de nuevo—. ¿Qué te parece esto?

Zoden blandió sus hachas varias veces en el aire, lo que ocasionó que se formaran innumerables ráfagas de viento cortantes que se dirigieron con suma rapidez hacia el monstruo y lo cortaron en mil pedazos.

Incontables trozos de piedra, los cuales seguían teniendo un tamaño considerable, cayeron al suelo, desparramándose por todo el lugar. Si Rosana y Gador no se hubieran retirado un minuto antes, sin duda habrían muerto aplastados bajo el descomunal peso de cualquiera de aquellos pedazos de piedra.

Esta vez Zoden no proclamó su victoria, y esa fue una medida sensata porque no pasaron más de tres segundos cuando el monstruo de piedra volvió a reconstruirse, solamente que ahora tenía una forma completamente diferente: Una treintena de largos y gruesos brazos estaban pegados a su torso, cuyas manos eran tres veces más grandes y largas de lo que cabría esperar en proporción al tamaño de su cuerpo.

Preveyendo lo que iba a suceder, Zoden hizo uso de su magnífica velocidad para volar por los aires y así retroceder unos cuantos metros. A continuación pudo observar que sus presentimientos no habían fallado, ya que el monstruo empezó a propinar un sinnúmero de manotazos a diestra y siniestra con todos y cada uno de sus treinta brazos. Sus ataques eran rápidos como rayos y precisos como las mordeduras de una serpiente… pero no lograron golpear a su oponente. Si Zoden no hubiera retrocedido antes probablemente se habría llevado un buen golpazo que lo habría terminado matando.

Soltando estrepitosas maldiciones contra los demonios y los dioses, Zoden se alejó más de su gigantesco rival, sin dejar de observarlo fijamente. Seguramente tenía algún punto débil… ¡Debía tenerlo! ¡No podía ser invencible!

Pero tras pensarlo detenidamente, Zoden recordó que los monstruos de piedra como aquellos no tenían ninguna debilidad. Ninguna en lo absoluto. Podían reconstruirse indefinidamente...

Entonces Zoden escrutó sus alrededores, como si estuviera buscando algo en particular.

Luego de unos instantes su mirada se posó sobre una figura encapuchada que se encontraba sobre la terraza del Castillo, cerca del borde.

Por poco Zoden no se da cuenta de su presencia, ya que el encapuchado estaba bien agachado, ubicado a la sombra de una torrecilla.

—¡Puede que tus malditos muñecos no tengan debilidades, pero tú sí las tienes! —rugió Zoden por todo lo alto—. ¡Solo tengo que matarte!

El robusto guerrero del White Darkness sobrevoló los aires y se dirigió rápidamente hacia el encapuchado, quien, al verlo, alzó un inmenso muro de veinte metros entre ambos.

Raidel y los demás compañeros escucharon el estrépito retumbante como de una explosión que resonó desde algún lugar sobre la terraza del Castillo.

A continuación pudieron observar enormes ráfagas de viento, tornados, muros, púas e incluso flechas de piedra.

El viento despedazaba la piedra con una furia evidente, pero ésta volvía a reconstruirse en grandes cantidades, además de que cambiaba incesantemente de forma.

¿Quiénes cuernos eran los que estaban luchando en aquel lugar? Raidel no podía ver a nadie aparte de la roca y el viento.

—Parece que Zoden finalmente encontró al malnacido que está controlando las criaturas de piedra —dijo Fran, quien seguía bastante pálido, pero había recobrado un poco la compostura al ver que el poderoso Zoden seguía vivo y luchando… ¡Todavía podían ganar esta guerra!

Todos los guerreros del White Darkness notaron que los muñecos de roca que los estaban rodeando habían detenido sus movimientos por completo. Incluso el monstruo de doscientos metros se había quedado completamente quieto. Seguramente la persona que los controlaba estaba tan concentrado en su pelea con Zoden que no podía mover los muñecos mientras estuviera luchando contra él.

Sobre la terraza seguía teniendo lugar el gran espectáculo. Explosiones de chispas y numerosos trozos de roca salían despedidos hacia los aires, mientras que una poderosa ráfaga de viento que parecía querer destruir el mundo entero despedazaba todo lo que encontraba a su paso.

—El sujeto del Rem de roca es sumamente poderoso —señaló Sendor—. Incluso alguien como Zoden va a tener problemas con él…

Fran tragó saliva.

—¿Eso quiere decir que tendremos enfrentarnos contra esas “cosas” nosotros solos?

Los guerreros observaron el lento pero constante avance de las cientas y deformes criaturas demoníacas que estaban cada vez más cerca de ellos. Por alguna razón, ninguno de los soldados quería ser el primero en atacar. Era como si les tuvieran demasiado miedo como para intentar algo.

Y entonces Raidel y los demás se fijaron en que dos enormes pájaros de piedra estaban sobrevolando el campo de batalla, en dirección a los demás guerreros del White Darkness. Allí iba Gador con su rostro enjuto; Rosana, cuyo largo cabello revoloteaba por los aires; y Dogus, el de la cabeza resplandeciente, ya que la luz del sol se reflejaba en su cabeza calva.

Con un movimiento de manos, Dogus alzó compactos muros de piedra de dos metros de altura entre la horda de engendros y los guerreros del Batallón 42.

—¿Pero qué demonios están haciendo? —gruñó Rosana con una mueca de indignación en el rostro—. ¡Vamos, prepárense para atacar!

Los guerreros se sintieron más seguros al ver que dos miembros del Equipo Zero iban en su ayuda.

—¡La extraña mujer tiene razón! —exclamó un sujeto alto y bastante delgado, pero cuyos cachetes eran prominentes como un globo—. ¡Que los guerreros de largo alcance lancen sus mejores ataques, mientras que los demás creamos una formación defensiva!

Todos se mostraron de acuerdo. Si querían sobrevivir no tenían más opción que pasar a la ofensiva.

Los magos prepararon sus hechizos; los arqueros tensaron sus flechas; los usuarios de Rem se alistaron…

Pero entonces sucedió lo impensable.

La legión de podredumbre, quienes no parecía que tuvieran ojos, oídos ni nada parecido, percibieron de alguna forma que sus enemigos se estaban preparando porque empezaron a desplazarse hacia ellos a una mayor velocidad.

La naturaleza en sí misma de aquellas criaturas era blasfema. Si existía algún dios que estaba por encima de todo, ¿cómo podía permitir la existencia de seres tan repulsivos y aborrecibles como aquellos? Raidel no podía estar seguro de la respuesta.

Los demonios se movían de manera anormal y desproporcionada, algo que ningún animal deforme ni monstruo de circo podría igualar.

El muchacho prefirió no desplegar su guadaña portátil. Consideró más sensato lanzar ataques de larga distancia.

Todos los guerreros del White Darkness estaban atentos, en posiciones de batalla, listos para luchar o morir en el intento… Pero nada les preparó para lo que sucedió a continuación.

Sin dejar de aullar cánticos blasfemos y espantosos, los engendros del infierno empezaron a dar largos saltos de tres metros de altura, evadiendo de esta forma el muro de piedra que había creado Gador.

Sin embargo, algunos demonios no saltaron, sino que simplemente hicieron agujeros en el muro con sus nauseabundas e indescriptibles extremidades, de forma que pudieron pasar al otro lado sin ninguna dificultad.

—¡Hijos de perra! —soltó Rosana desde su pájaro de piedra que estaba revoloteando sobre el campo de batalla—. ¿¡Qué les parece esto!?

Acto seguido el pájaro se acercó al muro y la mujer de cabello rosa escupió una colosal oleada de lava de metros y metros de longitud que cayó de lleno sobre una gran cantidad de aquellas masas amorfas.

Incluso Fran se quedó con la boca abierta al mirar semejante escena, ya que en apenas unos pocos segundos al menos cincuenta demonios habían quedado sepultados debajo de la inmensa oleada de lava de Rosana.

Fran frunció el ceño. Él se creía un excelente guerrero. Antes de unirse al White Darkness era llamado genio. Pero él sabía perfectamente que, aunque dispusiera de veinte segundos más, no podía crear ni la cuarta parte de lava de la que había creado Rosana en apenas un instante… Fran la conocía y odiaba a esa mujer, y no precisamente porque era más poderosa que él…

—¡Vamos, vamos, ataquen! —gritó Gador por todo lo alto—. ¡Esta es nuestra mejor oportunidad! ¡Al ataque!

La multitud de guerreros soltaron un estremecedor rugido de guerra y emprendieron el ataque de larga distancia. Ni uno solo intentó acercarse a los demonios… Nadie estaba tan loco como para intentar semejante disparate.

Innumerables rayos salieron disparados de los báculos sagrados de los magos. Varios animales mágicos hicieron su aparición. Una lluvia de flechas y objetos de diferentes elementos cayeron sobre los repugnantes demonios. Gador y otros guerreros crearon enormes golems de piedra de dos metros, los cuales emprendieron inmediatamente el ataque.

Raidel formó bolas de fuego en sus manos y las arrojó contra los miembros de la legión infernal. Alisa hizo lo mismo con sus carámbanos de hielo. Keila creó muros defensivos de tierra sólida. Sendor transformó su báculo sagrado en un enorme rinoceronte escupe-fuego que se lanzó al ataque. Y en cuanto a Fran… él se quedó completamente quieto como una estatua, mirando fijamente al frente. Parecía que su mente estaba en otro lugar…

Pero luego él se mordió fuertemente el labio inferior para darse algo de determinación. ¡Él debía de eliminar a estos malditos demonios a como diera lugar! ¡Solo así podría vengar a los miembros de su Equipo de hace tres años atrás!

Entonces Fran rebuscó entre su Bolsa Interdimensional, y de allí sacó a Tharot, su Espada Maldita que parecía más bien una enorme aguja, la cual medía unos dos metros de extremo a extremo.

—Bueno, las cosas se pondrán interesantes —sonrió Fran.

Los segundos transcurrían, uno tras otro, y los guerreros del White Darkness no dejaban de lanzar sus mejores y más poderosos ataques. Ellos estaban muy emocionados, ya que la mayoría de éstos daban directamente en el blanco. Sin embargo al poco tiempo notaron que algo no andaba bien: los demonios simplemente no caían.

Aquellas horribles masas de corrupción seguían avanzando a pesar de la gran cantidad de ataques que recibían.

Raidel se estremeció al ver que, mientras más daño recibían los demonios, sus cuerpos iban desfigurándose aún más de lo que ya habían estado en un principio.

Ahora aquellos engendros parecían velas derretidas. La parte exterior de la nauseabunda sustancia de la que estaban hechos poco a poco fue derritiéndose y cayendo al suelo en un líquido diluido y repugnante, dejando un rastro tras de sí.

Sus cuerpos ya no parecían sólidos como antes, sino que habían adquirido una textura gelatinosa que desprendía un hedor insoportable.

Pero pese a todos estos espantosos cambios, los engendros seguían desplazándose desproporcionadamente sin disminuir la marcha en lo absoluto. Evidentemente no sentían miedo ni mucho menos dolor.

Y fue tras ver todo esto que los guerreros del White Darkness volvieron a sentir un profundo terror. La mayoría de ellos retrocedieron, pero sin dejar de arremeter contra sus enemigos con ataques de larga distancia.

Lo que ellos no sabían era que ninguno de sus ataques surtía efecto. Aquellas no eran criaturas a las que uno pudiera “matar”.

Acto seguido, y de manera repentina, una especie de sonido cavernoso y gorgoteante salió de la contorsionada cavidad de uno de los demonios. Aquella abertura era enorme y estaba ubicada en el centro de su viscoso cuerpo. No se parecía a una boca ni nada parecido, sino una sucesión de irregulares y retorcidas grietas horizontales que iban de un lado a otro del cuerpo. El horrible sonido que brotaba de dicha cavidad no era algo que las cuerdas vocales humanas —ni tampoco las de cualquier animal— pudieran imitar.

Los miembros del White Darkness se estremecieron al escuchar semejante cadena de inefable inmundicia y aberración auditiva.

—¡CUIDADO! ¡ESA DEBE SER UNA SEÑAL! —gritó Rosana desde su pájaro de piedra.

Y ella tuvo razón porque al instante siguiente los engendros empezaron a desplazarse hacia sus enemigos a una velocidad prodigiosa e inhumana.

Aunque una cuarta parte de los demonios no corrieron, sino que dieron prominentes saltos de veinte o treinta metros de altura. Por un momento dio la impresión de que eran gigantescas pulgas o saltamontes.

Tras los monumentales saltos, los demonios cayeron directamente sobre varios de los horrorizados miembros del White Darkness. Algunos murieron aplastados como gusanos. Otros se tiraron al suelo y empezaron a suplicar misericordia a gritos. Un gordo incluso prorrumpió en demenciales carcajadas mientras que un engendro especialmente repugnante enroscaba varias de sus viscosas y amorfas extremidades en torno a su cabeza. Acto seguido la cabeza del gordo explotó en una nube de sangre y sesos que salieron desparramados por todo el lugar.

—¡MIERDA! —rugió una voz por encima del estrépito de aquella enloquecedora batalla—. ¡ATAQUEN! ¡ATAQUEN!

Más rayos salieron disparados precipitada y atolondradamente de los báculos sagrados de los magos. Una mezcolanza de diferentes elementos de Rem se hicieron presentes en el campo de batalla.

Raidel, quien ya de por sí estaba bastante atrás, retrocedió aún más antes de arrojar alocadamente innumerables bolas de fuego, una tras otra. Pero al instante observó algo que lo detuvo en seco.

Todos los engendros empezaron a abrir lentamente las aberturas que tenían en el centro de sus cuerpos hasta que éstas se hicieron tan grandes que el muchacho sintió que estaba al borde del desmayo. ¿Acaso lo que estaban viendo sus ojos eran… bocas?

Las cavidades abiertas de aquellos monstruos eran tan absurdamente inmensas como sus propios cuerpos. No tenían dientes ni nada parecido, solamente aquel gigantesco agujero redondo, el cual era tan negro como las profundidades del infierno.

Todos los guerreros se estremecieron al ver aquello. Sin embargo, el verdadero horror fue lo que sucedió a continuación.

Los soldados que se encontraban más cerca de los engendros empezaron inexplicablemente a ser succionados hacia el interior de la boca de sus monstruosos enemigos, como si se tratase de una aspiradora.

La fuerza de succión era tan tremenda que, en tan solo un instante,unos cinco o diez guerreros habían sido absorbidos al interior de aquellos deformes engendros, sin haber podido hacer nada para impedirlo.

Los demonios no masticaban, sino que los tragaban enteros… Y algo curioso era que parecía que mientras más comían, más grandes se hacían...

Una nueva oleada de aullidos de terror y desesperación se hizo escuchar por todo el campo de batalla.

Los guerreros que aún quedaban vivos salieron corriendo en retirada sin importarles en lo absoluto que Vork no hubiera dado aquella orden. No les importaba que tuvieran que enfrentarse a su furia. Nada podía ser peor que aquellos demonios de los abismos del tártaro…

Raidel, sin embargo, no huyó. Fue el único que mantuvo su posición... Y esto no fue por alguna razón heroica, sino que simplemente no pudo escapar: Sus piernas flaquearon y el muchacho cayó de rodillas al suelo. Él ya había visto demasiados horrores en esta última hora…

El muchacho contempló el suelo de piedra con la mirada perdida. Él era el único guerrero vivo que no se había echado a correr, pero no le interesaba. Pensó que de todas formas todos iban a morir al final…

Y así fue como diez de aquellos aberrantes demonios lo rodearon por completo.

Raidel ni siquiera alzó la mirada para verlos.

Y entonces un grito ahogado se escuchó a varios metros detrás de él.

—¡Raidel! ¡Raidel! ¡No!

El muchacho reconoció la voz: Era Keila.

Fran, quien también estaba huyendo, se detuvo y dio media vuelta. Observó que Raidel estaba rodeado por varios de aquellos demenciales engendros.

El líder del Equipo ni siquiera tuvo que pensar lo que haría: Soltando una maldición tras otra, Fran agarró fuertemente su Espada Maldita y empezó a correr rápidamente hacia Raidel con la finalidad de rescatarlo.

El muchacho no se dio cuenta de nada, porque justo en aquel momento una horrible y escalofriante voz martilleó su mente de manera brutal, como si alguien estuviera estrujando su cerebro, lo que le hizo soltar un alarido de dolor y caer tendido al suelo como un muñeco de trapo.

La voz decía con una potencia estremecedora:

—¡RAIDEL! ¡VOY HACIA ALLÍ! ¡ERES INDISPENSABLE PARA LA TRIPULACIÓN DEL INFIERNO! ¡NO MUERAS HASTA QUE YO LLEGUE!

Raidel reconoció aquella voz. Era la voz del demonio que a veces le hablaba en sus sueños.

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