✡ CLXVII
Capítulo 167: Abominación
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Un escalofrío recorrió la espalda del muchacho al observar las figuras que se alzaban ante sus ojos. Debían ser unos treinta monstruos de piedra, los cuales empezaron a caminar hacia ellos con pasos lentos pero extremadamente largos. Quizás cada uno midiera cuarenta o cincuenta metros de altura. Eran criaturas gigantescas cuyo simple movimiento hacía retumbar una considerable porción del suelo de piedra.
Las enormes criaturas se agruparon y luego marcharon hacia sus enemigos sin emitir ningún ruido más que el estrépito de sus pasos.
Todos los miembros del White Darkness retrocedieron unos cuantos metros, sin saber muy bien cómo actuar ante la situación. Algunos incluso se pusieron a correr, completamente aterrorizados. Y es que resultaba que eran demasiados enemigos… Vencer a uno solo de ellos sería una tarea ardua y compleja, ¿pero treinta?
Los únicos que mantuvieron sus posiciones fueron los miembros del Equipo Zero, quienes sólo parecían ligeramente sorprendidos ante el repentino cambio de la situación, pero nada más.
—¡Abran paso, abran paso! —gritó de repente el viejo de las empanadas—. ¡Yo solo puedo derrotarlos a todos!
—¡No hagas tonterías otra vez o te volverás a romper la espalda! —dijo Selia, avanzando hacia él y jalandolo del hombro para hacerlo retroceder.
Por su parte, los miembros del Equipo Ceifador tampoco pudieron mantener sus posiciones. Ellos sabían que su último entrenamiento los había hecho especialmente fuertes, pero los monstruos de piedra sin duda estaban a otro nivel completamente diferente.
Rosana se giró hacia los demás equipos del White Darkness, quienes habían retrocedido varios metros hasta una posición segura. A continuación la mujer compuso una expresión en su rostro que era de… ¿burla?
—Será mejor que no se acerquen demasiado o podrían salir heridos —dijo ella, y luego volvió a fijarse en los monstruos que se estaban acercando al lugar.
—Hey, ¿quién demonios te crees que eres para decir eso? —dijo un tipo con la cara tatuada—. No estamos aquí de adorno, ¿sabes?
Varios de los presentes se giraron y vieron que el hombre que había dicho aquellas palabras estaba bien oculto detrás de todos los demás equipos del White Darkness.
—Si quieren suicidarse, entonces adelante —dijo Rosana con ironía—. Sin embargo deben saber que no me responsabilizaré si mato a alguno por error.
Zoden, quien estaba flotando por los aires por encima de la multitud, se acercó lentamente a sus enemigos hasta quedar prácticamente frente a ellos.
—Bien, bien. Mi Equipo y yo nos haremos cargo de estos inservibles muñecos. Espero que ninguno de ustedes nos estorbe.
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Raidel no pudo hacer más que fruncir el ceño de la incredulidad. ¿Acaso ellos solos creen poder derrotar a treinta gigantescos monstruos de piedra? ¡Eso es absurdo! Es imposib…
Zoden solo tuvo que hacer un movimiento de manos para crear cincuenta enormes tornados de viento que aparecieron de repente y prácticamente de la nada. Los tornados se movieron lentamente hasta formar una columna; una barrera impenetrable entre Zoden y los monstruos de piedra.
—Bien, ¡es nuestro turno! —exclamó Rosana, mientras colocaba las palmas de sus manos sobre el suelo de piedra.
A continuación un profuso torrente de lava empezó a brotar de las manos de Rosana. Es más, la cantidad de lava era tan abundante que pronto empezó a impregnar todo el suelo que se encontraba a su paso, formando una especie de río de lava que llegaba a la altura de los tobillos.
Resultaba extraño porque la lava no se esparcía hacia atrás, sino solamente hacia adelante, en dirección a los monstruos de piedra.
Mientras tanto, el hombre del parche en el ojo que estaba al lado de ella también colocó las palmas de sus manos sobre el suelo, y acto seguido una especie de líquido verdoso el cual seguramente era corrosivo empezó a salir de sus manos de manera abundante, mezclándose de esta forma con la lava y haciendo que ambas sustancias se esparcieran más rápidamente.
La mezcla entre la lava y el ácido verdoso dio como resultado una especie de sustancia negruzca, burbujeante y profundamente destructiva.
El muchacho se quedó con la boca abierta. Era la primera vez que veía una combinación entre dos Rem diferentes. Y el resultado, como cabía esperarse, era aterrador.
Raidel se refregó fuertemente las manos, como si algo lo estuviera molestando de manera insistente. Resultaba que su orgullo se había visto nuevamente herido.
—Por los dioses, ¿es que acaso esos malnacidos son invencibles?
—No hables sandeces, mocoso —replicó Alisa, apartándose dos mechones rubios del rostro—. Tras el último entrenamiento, estoy segura que, en condiciones normales y en una batalla limpia, yo podría derrotar a cualquiera de ellos…
—¿Quién es la que habla sandeces? Incluso el calor del sol puede derretir tu patético hielo —escupió Raidel—. No quiero imaginarme lo que podría hacerte esa mujer de lava… Además ella ya te derrotó en una pelea, ¿recuerdas?
—¡Eso no cuenta, me cogió desprevenida! —se excusó Alisa, muy enfadada por el tono burlón del muchacho—. ¡Además ahora soy más fuerte!
Fran soltó un suspiro.
—¿Ni siquiera en medio de la guerra pueden dejar de pelearse? ¿Por qué no se declaran ahora mismo el amor que seguramente sienten entre ustedes y acabamos de una vez por todas con esta mierda?
Keila soltó una risita. Estaba de acuerdo.
Raidel y Alisa se giraron hacia Fran con los rostros congestionados por la furia. Iban a gritarle algo, pero Sendor señaló al frente, en donde estaba teniendo lugar el combate principal.
—Las cosas están cambiando rápidamente —gruñó.
Todos se fijaron en el campo de batalla.
Era cierto.
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—¡Así es! ¡Entren a la boca del lobo! ¡JAJAJAJA! —exclamó la voz de Zoden desde las alturas.
Resultaba que los monstruos de piedra no habían detenido su marcha, por lo que terminaron haciendo contacto con la gigantesca barrera de tornados que revoloteaban frente a Zoden. El resultado de este impacto fue devastador: La extraordinaria fuerza del viento hizo que brazos, piernas y hasta cabezas de las criaturas de piedra se desprendieran de sus posiciones originales y salieran despedidos por los aires, a donde sea que la fuerza del tornado los arrojase.
Sin extremidades y con los cuerpos despedazados en innumerables trozos, los monstruos de piedra caían uno tras otro, completamente inmóviles. Parecía que habían muerto, si es que antes habían estado vivos.
Sin embargo, cuatro monstruos de piedra lograron de alguna forma atravesar la barrera sin llevarse mucho daño de por medio.
La sonrisa de Zoden no disminuyó al notar aquello. Es más, no hizo nada para detener la marcha de estas cuatro gigantescas criaturas.
Los monstruos apenas pudieron dar tres pasos más cuando sus pies pisaron la terrible mezcla de lava y ácido que habían creado Rosana y Gador.
Las piernas de las criaturas empezaron a descomponerse al instante en aquel líquido negruzco y extraordinariamente destructivo, por lo que ellos no pudieron mantenerse en pie y cayeron al suelo con un estruendo estridente, haciendo que toda la parte frontal de sus cuerpos entrara en contacto con aquella horrible mezcla, reduciéndolos a cenizas y posteriormente a nada.
Y así fue como, de un momento a otro, los treinta gigantescos monstruos de piedra habían sido eliminados.
Zoden soltó una estridente carcajada, mientras que los guerreros de los demás equipos no pudieron hacer más que componer expresiones de auténtica sorpresa. Ya habían escuchado que el Equipo Zero era increíblemente poderoso, pero ni en sus más descabelladas pesadillas se imaginaron que ellos estarían a este nivel… Pocos eran quienes los habían visto luchar en verdad.
Zoden seguía riéndose como un auténtico desquiciado cuando, en menos de un segundo, ocurrió lo impensable.
Todas las extremidades y pedazos de piedra que habían sido despedazados por la barrera de tornados se unieron de manera repentina, formando de esta forma una descomunal bestia asesina de unos doscientos metros altura.
A la velocidad de un rayo, el monstruo usó su puño de quince metros para golpear a Zoden con una potencia y brutalidad que solo una bestia de semejante tamaño podría tener.
Lo que resultó especialmente sorprendente fue que todo esto había ocurrido en un parpadeo.
Tras el impacto, Zoden salió disparado como una mosca a la que una bola de cañón acaba de golpear. Su cuerpo, seguramente sin vida, voló unos cien metros por los aires hasta que finalmente impactó estruendosamente contra la muralla, levantando una enorme nube de polvo como si un meteorito hubiera chocado en aquel lugar.
—¿PERO QUÉ CARAJO? —rugió Gador con el rostro desencajado por la perplejidad.
Al instante siguiente y sin esperar a que sus enemigos se recuperen de su estupor, la criatura de piedra de doscientos metros alzó ambas manos y con ellas se arrancó la cabeza con gran facilidad.
Acto seguido usó su mano derecha para arrojar su propia cabeza (la cual era una bola de cuarenta metros de extremo a extremo) contra la multitud de guerreros del White Darkness, quienes seguían con la boca abierta por la repentina derrota del poderoso Zoden.
La caída de una esfera de cuarenta metros no pasó desapercibido para nadie.
—¡CUIDADO! —vociferaron varias voces al unísono.
La mayoría de guerreros lograron hacerse a un lado, pero algunos no tuvieron tanta suerte: La gigantesca bola de piedra cayó encima de siete soldados, a quienes aplastó como a hormigas, pulverizando sus huesos y desparramando sus tripas por el lugar.
Y justo después de que la esfera hubiera caído al suelo, ésta cambió de forma, transformándose en medio centenar de criaturas muy diferentes las unas de las otras.
Gigantescos escorpiones de piedra. Tigres. Inmensas arañas de tres metros. Osos. Gusanos de cien pies… Aunque lo más aterrador quizás eran esas máquinas asesinas de diez brazos que giraban rápidamente como tornados y las cuales, en vez de manos, llevaban largas y afiladas cuchillas de piedra.
Todos aquellos monstruos eran de roca y habían aparecido de manera repentina, atacando a sus enemigos con una furia despiadada, propia de algún guardián de la base que desea mostrar a los invasores su lugar.
—¿Pero que mier...? —gritó un soldado de voz ronca antes de ser destrozado en varios pedazos por la máquina asesina de diez brazos.
Las bestias, quienes no sentían miedo o dolor, se lanzaron contra las presas más cercanas para despedazarlos hasta la muerte.
Todo esto había sido tan repentino que eran pocos los que se encontraban realmente preparados para la batalla.
Docenas de rayos salieron disparados de los báculos sagrados de los magos con la clara intención de golpear a las criaturas de piedra. Sin embargo, debido al sobresalto causado por el repentino ataque enemigo, muchos de estos rayos fueron lanzados abrupta y desesperadamente, por lo que varios de ellos terminaron impactando contra sus propios compañeros, quienes soltaron alaridos o cayeron al suelo fritos del dolor.
Al cabo de pocos segundos se formaron pequeños pero eficaces muros de tierra, hielo y roca con la finalidad de crear barreras defensivas entre ellos y los monstruos.
A continuación dio inicio el contraataque.
Cada guerrero utilizó su Rem, dando como resultado una mezcla explosiva de colores, elementos y formas que fueron arrojados contra los monstruos sin ninguna clase de tregua ni piedad.
Un hombre con el cabello teñido de verde recubrió su cuerpo con una capa de hierro mientras transformaba su armadura negra del White Darkness en una gigantesca manďíbula cuyos colmillos eran afilados y puntiagudos como espadas.
Aquella mandíbula, la cual estaba equipada con cuatro patas en el extremo inferior para movilizarse, saltó hacia las criaturas de piedra y empezó a triturarlos con sus colmillos.
Rodol, el arquero, se protegió tras una estrafalaria muralla que parecía hecha de agua y allí disparó sus flechas mágicas contra todos los monstruos que estuvieron a su alcance. Las flechas, al impactar contra los objetivos, desataron una fuerte explosión.
Bolas de fuego, burbujas de agua, armas y escudos de hielo, muñecos de tierra, proyectiles de acero, tornados de viento, rayos que caían del cielo… Incontables formas de Rem habían sido desplegadas en el campo de batalla. Y como resultado, todos los monstruos de piedra fueron destruidos en menos de un minuto. Sin embargo, los guerreros del White Darkness habían quedado con varias bajas… Al menos diez o quince personas habían muerto...
Cuando todos los monstruos fueron destruidos, un hombre gordo se aventuró a acercarse a los restos enemigos para comprobar que no quedara nada vivo.
—¡Hey, retírate de ahí! —le gritó Fran.
Pero su advertencia llegó demasiado tarde.
Los pedazos de piedra se transformaron esta vez en criaturas muy parecidas a los humanos, pero con extremidades más largas y puños del tamaño de sus cabezas. Además tenían púas cubriendo todo su cuerpo.
Un solo golpe de estos monstruos fue suficiente para matar al gordo del White Darkness quien cayó al suelo, doblado por la mitad, con los órganos internos pulverizados a causa del terrible ataque.
Es más, aquel golpe había sido extremadamente rápido, lo que les revelaba a todos los compañeros que, además de ser muy fuertes, esas criaturas también eran jodidamente rápidas.
—¡Esto no se ve bien! —gruñó Dogus, luego de observar cómo habían matado al gordo—. ¡Debemos de ir a ayudarlos!
—¡Nosotros tenemos nuestros propios problemas! —gritó Rosana con una furia asesina impregnada en la voz—. ¿Cómo demonios derrotaremos a esa… cosa?
El gigantesco monstruo de doscientos metros, quien se encontraba sin cabeza, estaba avanzando rápidamente hacia Rosana, Dogus y Gador para asesinarlos.
Aquella terrible criatura descomunal era tan exageradamente inmensa que, aunque estaba pisando la mezcla de lava y ácido, no parecía que le afectara en lo absoluto.
Rosana se giró hacia el hombre de la cabeza rapada.
—Hey, tú controlas la roca —dijo—. ¿No puedes hacer nada para detener a esa cosa?
—¡Lo he intentado! —respondió Dogus a gritos—. ¡Pero un poderoso hechicero está controlando el monstruo con Magia Negra! ¡Lo lamento! ¡No puedo hacer nada!
Rosana chasqueó la lengua.
—¡Aunque logremos destruir a este monstruo en mil pedazos, no importará! ¡Él volverá a reconstruirse o se transformará en otra criatura! ¡No hay manera de derrotarlo, excepto asesinar a la persona que lo está controlando!
—¡Tienes razón! —tuvo que reconocer Gador—. ¿Pero cómo cuernos lo encontraremos?
—¡Demonios, no lo sé! —gruñó—. ¡Tal vez lo esté controlando desde algún lugar a kilómetros de distancia, mientras observa la batalla por una maldita bola de cristal!
Gador frunció el ceño. Esa era una posibilidad real. Si Rosana tenía razón, la batalla ya estaba perdida.
Tal vez el destino del Batallón 42 fuera ser derrotados aún antes de poder entrar al Castillo…
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Habían transcurrido unos diez minutos desde que los compañeros del White Darkness empezaron a luchar contra las rápidas y poderosas criaturas de piedra que se asemejaban a los humanos.
Ellos ya hubieran podido derrotar a los monstruos hacía mucho tiempo atrás, pero estos volvían a reconstruirse sin importar las heridas y los daños que uno les ocasionaba.
En el transcurso de todo este tiempo otras diez personas habían perdido la vida, y los que quedaban en pie estaban cada vez más exhaustos, ya que los monstruos eran imparables y no conocían el cansancio o la muerte.
Raidel estaba cada vez más seguro que esta batalla era inútil. Aunque ellos pudieran pulverizar a los monstruos mil veces, ellos se regenerarían mil veces más… por lo que esto no tendría fin… Podrían estar días enteros luchando sin descanso… Lo mejor sería retirarse…
Y mientras esos pensamientos se hacían cada vez más insistentes en su mente, sucedió lo insospechable: Algo que sin duda era infinitamente peor que cualquier criatura de piedra se hizo escuchar desde las alturas.
En todo el cielo resonó la espeluznante voz de lo que no podía ser otra cosa más que un morador del abismo; una encarnación de todo lo que es impuro y aborrecible de este mundo: un demonio.
Aquellos espantosos aullidos resonaron tan fuertemente por todo el campo de batalla que la mayoría de guerreros tuvieron que taparse los oídos.
Su voz era una cadena sucesiva de terribles chirridos cuya gravedad y potencia se asemejaba a la de un trueno, pero sin embargo la tonalidad de ésta guardaba algo profundamente horripilante, capaz de enloquecer a cualquiera.
Varios soldados del White Darkness soltaron gritos aterrorizados al escuchar aquella indecible voz que se asemejaba tanto a los agónicos aullidos que produciría algún aberrante engendro de las tinieblas. Otros se tiraron al suelo y se revolcaron como gusanos. Hubo un hombre que incluso se cortó su propia oreja en un desesperado intento para ya no seguir escuchando la sinfonía demoníaca, la cual resonaba por todos los cielos con una furia perversa y demencial:
—¡IMPRUDENTES! ¡NECIOS! ¿CÓMO SE ATREVEN A IRRUMPIR EN NUESTRA BASE? ¿CÓMO SE ATREVEN A INTERPONERSE EN NUESTRO SAGRADO RITO CEREMONIAL? ¡LA FURIA DE AGAROTH CAERÁ SOBRE SUS MISERABLES CABEZAS! ¡NINGUNO DE USTEDES SALDRÁ VIVO DE ESTE LUGAR!
Y en cuanto esas palabras fueron pronunciadas, se hizo el silencio; un silencio sepulcral. Raidel notó que le zumbaban los oídos. Tenía ganas de desmayarse pero milagrosamente pudo mantenerse en pie. Observó que a su alrededor no muchos estaban mejor que él. Incluso Fran se encontraba pálido, pero intentaba mantener la compostura.
Y mientras todo esto sucedía, una mujer que estaba cerca de Raidel señaló al frente y gritó:
—¡CUIDADO!
Todos observaron que las criaturas de piedra los habían rodeado por completo. Es más, ahora parecían más numerosos que antes. Los monstruos estaban con los brazos frente a sus rostros, listos para atacar.
A todos los guerreros del White Darkness les pareció que ese panorama era devastador, pero no fue nada comparado con lo que sucedió a continuación.
La gigantesca puerta delantera del Castillo, la cual medía unos quince metros de altura, se abrió repentinamente de par en par. Y por allí aparecieron abominaciones indescriptibles.
Raidel soltó una exclamación de terror al observarlos.
Y no fue el único.
El campo de batalla se convirtió en un griterío de personas horrorizadas.
Keila, quien no pudo mantener el equilibrio, cayó al suelo con las facciones retorcidas por el terror más absoluto que sus ojos habían visto jamás. La desesperación la hizo retroceder y formar inútiles muros de tierra frente a ella.
Sendor no pudo evitar que su cuerpo diera violentas sacudidas de estremecimiento. Si no fuera por el apoyo que le brindaba su báculo mágico, el cual hacía las veces de bastón, él también hubiera caído al suelo.
Alisa, en cambio, se quedó completamente petrificada, observando fijamente aquellas aberraciones de la naturaleza sin parpadear ni mover un dedo. Parecía que se había convertido en una estatua.
No había una sola persona que fuera capaz conservar la calma en aquel lugar… y no se les podía culpar.
Los dioses sabían que las criaturas que salieron del Castillo no eran de este mundo.
Ninguno de los presentes los habría podido describir con total exactitud, ya que aquellos seres no se parecían a nada de lo que hubieran visto jamás. Su naturaleza era completamente ajena a cualquier forma de vida que poblaba en Eruland.
Eran espantosas masas amorfas y viscosas las cuales no poseían una forma definida. Sus extremidades, si se les podía llamar así, no guardaban relación con ninguna criatura de este mundo. Fran consideraba que tenían un ligero parecido con los tentáculos… Raidel, en cambio, pensaba que se parecían a las patas traseras de algunos insectos como los saltamontes o las pulgas… Alisa creía que eran como las extremidades de las lagartijas… Nadie habría podido decir a que se parecían exactamente… Sin embargo, si había algo en lo que todos estuvieran de acuerdo era que ninguna persona que quería seguir manteniéndose mentalmente cuerda y saludable debería mirar aquellos blasfemos horrores procedentes del más profundo de los abismos de la locura.
Raidel pensó que ni la más perturbada de las mentes podría concebir en su imaginación unos seres tan repulsivos y espeluznantes como los que sus ojos estaban mirando.
Eran criaturas pesadillescas de pura corrupción y perversidad. Su presencia en sí misma solo podía presagiar muerte, caos y destrucción.
El hedor que estas criaturas desprendían era horriblemente nauseabundo y colmaba todo el campo de batalla y sus alrededores como si miles de cadáveres estuvieran descomponiéndose alrededor de ellos. El olor a podredumbre y putrefacción no tenía igual. Raidel tuvo que contener el impulso de arrancarse su propia nariz.
Pero tal vez lo más estremecedor de todo era la manera en la que aquellos seres se desplazaban. Cada uno debía medir al menos tres metros de altura. Eran gruesas masas de podredumbre y descomposición. No tenían cabeza ni nada que se le pareciera. Se movilizaban de una forma tan antinatural y desagradable que solo podían provocar una profunda repulsión de quien los mirase.
Se arrastraban por el suelo. Sin duda sus miembros viscosos y corrompidos no se despegaban del piso en ningún momento. No obstante, aunque sonara paradójico, también parecía que al mismo tiempo caminaban a saltos.
Todos llevaban horribles hendiduras en el centro de sus amorfos cuerpos que se asemejaban a grietas y desde las cuales brotaban horripilantes sinfonías demoníacas de estridentes aullidos y blasfemos cánticos infernales.
Fran retrocedió varios pasos. El líder se encontraba tan pálido como un cadáver y el sudor caía de sus mejillas profusamente.
—¡Son demonios! —gritó, mientras empezaba a correr en círculos como un demente—. ¡Son demonios! ¡Son demonios! ¡Son demonios! ¡Son demonios! ¡Son demonios! ¡Son demonios! ¡SON DEMONIOS!
A Raidel solo le bastó echarle una mirada para ver que Fran había perdido completamente el juicio.
El líder se había vuelto loco.
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