✡ CLXIX
Capítulo 169: Masacre
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Tras haber escuchado aquella terrible voz demoníaca que retumbó atronadoramente en su cabeza, el muchacho soltó fuertes gruñidos y se revolcó en el suelo empolvado.
—¿Qué demonios estás haciendo? —gritó la desesperada voz de Fran a lo lejos—. ¡Huye! ¡Corre!
Raidel alzó la mirada y fue recién entonces cuando se dio cuenta que diez deformes engendros de descomposición lo tenían completamente rodeado.
El muchacho se estremeció, ya que eran aún más horribles de cerca. Sus viscosos y derretidos cuerpos tenían incontables llagas y pústulas por doquier, las cuales eran asquerosamente enormes y desprendían un nauseabundo hedor que no podía ser de este mundo.
En un principio los engendros habían tenido la intención de devorar al muchacho, pero ahora estaban quietos como estatuas.
Raidel tragó saliva. Sabía perfectamente que no podía derrotar a semejantes criaturas infernales… Ya estaba preparado para morir… Pero entonces sucedió lo inconcebible: Los diez demonios se retiraron al mismo tiempo y luego fueron a perseguir a otras presas…
Raidel y todos los que estaban mirando aquella escena se quedaron con las bocas abiertas del asombro. ¡Era como si alguien les hubiera dicho a esos odiosos engendros que no atacaran a Raidel!
El muchacho no sabía muy bien lo que estaba sucediendo, pero aprovechó la oportunidad para ponerse de pie y correr apresuradamente hacia los demás miembros del Equipo que lo estaban esperando.
—¡Bien! —exclamó Fran fuertemente—. ¡Tenemos que huir antes de que…!
Sin embargo, sus palabras se vieron interrumpidas en cuanto todos se fijaron en que una enorme y cegadora luz de color roja empezó a surgir desde el báculo mágico de Vork, quien seguía de pie sobre la muralla que rodeaba al castillo. La luz era mucho más intensa que la que les llegaba del sol. Todos los presentes (incluidos los demonios) percibieron su incandescente luminosidad.
Al instante siguiente, todas las puertas del Castillo se abrieron de par en par, revelando lóbregos y sombríos pasillos que seguramente conducían hacia el corazón del infierno.
Los presentes se mostraron enormemente sorprendidos ante lo que mostraban sus ojos, ya que las puertas se contaban por cientas, ¡y todas se habían abierto repentinamente y al mismo tiempo!
—¡Por los dioses, ya era hora de que hicieras algo! —gruñó Rosana, apartándose un largo mechón de cabello del rostro.
—¡A callar! —replicó Vork—. ¿Acaso tienes una idea de a cuántos magos oscuros tuve que derrotar para así poder destruir las defensas del Castillo?
La mujer de cabello rosa no dijo nada, así que el mago se fijó en los demás miembros del batallón.
—¡Las entradas han sido desbloqueadas! —exclamó Vork de manera tan potente que su voz resonó claramente por todo el campo de batalla. Raidel supuso que el mago hizo uso de un hechizo de amplificación de voz para que todos pudieran escucharlo—. ¡Entren y encuentren la plataforma de invocación! ¡Destruyanla a como dé lugar! ¡Maten a cualquiera que se atreva a interponerse en nuestro camino!
Pero ninguno de los guerreros parecía muy dispuesto a entrar voluntariamente a aquel horrible lugar, el cual seguramente llevaba directo hacia el mismísimo infierno. Nada podría ser más terrible que aquello…
—¿Qué diantres están esperando? —exclamó un enfurecido Vork—. ¡Si no entran al Castillo, yo mismo los asesinaré y luego me cagaré personalmente sobre sus cadáveres!
No hizo falta más que aquellas palabras para que todos los soldados se pusieran en movimiento. La mayoría de ellos sabían perfectamente que Vork no era la clase de persona que se anduviera con estupideces. Bajo su puño habían muerto un gran número de soldados de su propio bando a los que él había considerado incompetentes o insubordinados.
A Raidel se le dibujó una expresión de completa incredulidad en el rostro… y no era él único. Apenas debió haber transcurrido algo más de veinte minutos desde que dio inicio la batalla, pero casi la mitad de todos los guerreros del Batallón habían muerto. Y por si eso fuera poco, también había que mencionar que todavía no habían logrado entrar al Castillo enemigo… ¿Cuántos enemigos los estarían esperando allí dentro? ¿Cientos? ¿Miles? Aquel monstruoso Castillo era tan incomprensiblemente inmenso que su tamaño por si solo era comparable con el de un reino entero… ¡Allí podrían estar alojados cientos de miles de demonios!
Solamente quedaban alrededor de unos cincuenta guerreros del White Darkness con vida. ¿Cómo cuernos iban a lograr encontrar la maldita plataforma de invocación ellos solos? Además, ni siquiera sabían en dónde se encontraban ni qué aspecto tenía…
Raidel escupió al suelo. ¡Esto era una locura! ¡Una maldita locura!
—A esto ni siquiera se le puede llamar “misión” —gruñó el muchacho en un murmullo apenas audible—. ¡Es un suicidio! No. Es peor que un suicidio porque esos malditos demonios te pueden llevar consigo al infierno…
—¿Malditos demonios? —repitió Alisa con una extraña expresión en el rostro—. ¡Mira quién lo dice! Yo creí que eras el “Dios de la Muerte”.
En aquel momento Raidel no estaba para tonterías así que no respondió.
Alisa dio un paso al frente y lo miró directamente a los ojos. Tenía el ceño fruncido.
—Ahora, hablando en serio, escupe lo que sea que estés ocultando. —Su voz era exigente y cortante, la cual no dejaba lugar a discusión.
—¿De qué rayos estás hablando? —gruñó el muchacho, bastante molesto.
—No te hagas el idiota —replicó Alisa fríamente. Su mirada se había vuelto tan gélida como las dagas de hielo que estaba sujetando en las manos—. El otro día unos desconocidos te llamaron “Dios de la Muerte”. A decir verdad, pensé que era una estupidez, pero ahora incluso una manada de demonios que estaban por atacarte se detuvieron en cuanto te vieron —entrecerró los ojos—. ¿Quién diablos eres en realidad?
Raidel sintió que su boca se había puesto repentinamente seca, casi tan seca como el desierto en el que habían estado antes. Al alzar la mirada vio que Sendor y Keila lo estaban observando fijamente. Parecían tan expectantes como Alisa.
Raidel soltó un prolongado suspiro. ¿Incluso Keila creía que él estaba ocultando algo? Eso lo ofendía…
—Maldita sea, no tenemos tiempo para esto, ¿saben? —gruñó la voz de Fran cerca de ellos—. ¡Miren al frente!
Y fue recién entonces cuando Raidel y los demás se fijaron en el campo de batalla.
La situación había cambiado drásticamente en estos últimos segundos. Los guerreros del White Darkness corrían desesperadamente hacia el Castillo, intentando esquivar inútilmente a los demonios que iban tras sus cabezas. Los engendros simplemente eran demasiado numerosos, sin mencionar su extraordinaria velocidad y su capacidad para succionar a quién sea que estuviera dentro de su rango de alcance.
Los chillidos y alaridos de dolor se escuchaban por doquier. Pocos eran los que habían burlado a los demonios y ahora se dirigían apresuradamente hacia el Castillo, no sin cierto temor y reticencia que acompañaba a sus rígidos movimientos.
Alisa se preparó para echar a correr, pero Fran le agarró una mano para detenerla.
—Espera un momento —dijo el líder del Equipo, mientras se sacaba uno de los anillos que llevaba en los dedos, el cual tenía innumerables de runas mágicas grabadas en su superficie.
Alisa pareció ligeramente sorprendida.
—¿Por qué me detienes? ¿No me digas que esos monstruos te intimidaron?
—Tengo una pequeña idea —anunció—. Por lo que parece, los demonios no atacan a Raidel, así que será mejor ir juntos.
A continuación, Fran lanzó su anillo a los aires y gritó:
—¡Yo te invoco, Cladeus!
El anillo se agrandó de manera repentina hasta alcanzar varios metros de extensión. Luego se transformó en una especie de portal interdimensional de color rojizo oscuro y por allí salió un gigantesco pájaro prehistórico: un pterodáctilo.
No importaba cuántas veces Raidel viera aquello; le seguía pareciendo un gran espectáculo para la vista.
El pterodáctilo, quien de alguna manera parecía saber todo lo que estaba sucediendo allí afuera, aterrizó de inmediato enfrente de Fran y los demás miembros del Equipo. Se trataba de una inmensa bestia cuyo pico era largo y puntiagudo, tal y como los extremos de sus alas y la parte superior de su cabeza, la cual acababa en algo que parecía un cuerno.
El animal ladeó la cabeza de un lado a otro y observó a todos los miembros del Equipo con sus diminutos ojos. Acto seguido soltó una especie de graznido, como si les estuviera incitando a darse prisa.
—¡Suban! ¡Suban! ¡Suban! —exclamó Fran, sin muchas ganas de perder un segundo más.
Los compañeros se pusieron en movimiento y, en apenas unos segundos treparon hasta el lomo del animal, el cual era lo suficientemente espacioso como para dar cabida a los cinco guerreros. Evidentemente era una criatura muy grande.
Una vez que todos se colocaron en sus posiciones, el pterodáctilo emprendió el vuelo, ascendiendo hacia los aires a la velocidad de un misil. Luego, en cuanto ya se encontraba a una altura segura, la gigantesca ave describió un arco en el aire y se dirigió hacia el Castillo, sin disminuir en lo absoluto su vertiginosa velocidad.
Y aunque los compañeros ya estaban algo acostumbrados a la increíble rapidez del animal, de igual manera tuvieron que agarrarse bien para no caerse.
Debido a la velocidad, el viento golpeaba sus rostros sin piedad alguna, por lo que ellos tuvieron que agacharse lo que más pudieron para no salir despedidos por los aires.
En medio del trayecto, pudieron ver a muchos otros animales que estaban surcando rápidamente los aires; Al parecer el Equipo Ceifador no era el único que había invocado a un animal mágico.
Se veían criaturas voladoras de todo tipo: gigantescas águilas, descomunales búhos, halcones blancos, marrones o negros… Pero también habían animales de tierra, tales como sapos, tigres, panteras, cangrejos… Todos habían invocado o creado a sus animales mágicos para intentar huir de los demonios. Y los que no tenían animales simplemente corrían hacia el Castillo como podían.
Raidel se fijó en que el primer Equipo en cruzar la puerta y entrar al Castillo fue el Equipo de Dem, el hombre de goma, quienes se encontraban sobre una rana gigantesca de ojos saltones y piel escamosa, la cual probablemente había sido creada por Selia, la maga.
Tras ellos, entraron varios Equipos más. Todos los presentes consideraban que internarse en el mismísimo infierno era mejor opción que enfrentar la ira de Vork. Y se podía decir que consideraron bien.
Sin embargo, los engendros no se quedaron quietos, sino que empezaron a perseguir a los invasores a gran velocidad. Varios demonios escupieron abundantes chorros verdes y putrefactos por la abertura que tenían en el centro de sus cuerpos, la cual Raidel suponía que era el equivalente de una boca, pero ésta era tan extraña y horriblemente deforme que sin duda no se la podía llamar como tal.
Los profusos chorros verdes salieron disparados contra los invasores. Algunos dieron en el blanco, bañándolos por completo con aquella espantosa sustancia, lo que provocó que los desafortunados guerreros cayeran inmediatamente al suelo y se revolvieran del dolor, mientras que la piel de sus cuerpos se ablandaba y posteriormente caía al suelo en rodajas, dejando al descubierto los músculos, los cuales también empezaron a disolverse al entrar en contacto con el terrible líquido.
Raidel no fue el único que tuvo que contener las ganas de vomitar al ver semejante escena tan sobrecogedora. La sustancia verde parecía de naturaleza corrosiva, pero guardaba ciertas diferencias… Parecía más bien que era una especie de jugo gástrico. El muchacho se estremeció de solo pensarlo.
Los gritos de horror y desesperación resonaron nuevamente por todo el campo de batalla.
Los engendros atacaban despiadadamente a todo lo que se movía, pero, por alguna extraña razón, ninguno intentaba agredir al Equipo Ceifador, quienes sobrevolaban rápidamente los aires sobre el pterodáctilo de Fran... Pero lejos de servir como consuelo, eso aterraba a Raidel aún más.
La suposición de que los demonios estaban evitando atacar al muchacho ganaba cada vez más y más fuerza. Llegados a este punto, y en vista de las circunstancias, Raidel ya lo consideraba como un hecho. ¿Sería cierto que él era en realidad “El Dios de la Muerte”? ¿Era un maldito demonio como aquellos horripilantes engendros que casi mataban a sus amigos? Aquello aterrorizaba al muchacho hasta límites inconcebibles…
—¡Hey! Vuelve a la realidad, ¿quieres? —gritó Fran al ver que Raidel estaba completamente ensimismado en sus pensamientos—. ¡Estamos a punto de entrar en el Castillo! ¡No sabemos lo que encontraremos dentro, así que necesito que todos estén bien concentrados! —se giró hacia Raidel y lo miró fijamente a los ojos antes de añadir—. ¿Lo entiendes?
—Sí, señor —respondió Raidel de inmediato y con tono solemne.
Fran soltó un suspiro. El muchacho debía estar realmente alterado como para responder de esa manera; algo que cualquiera que lo conocía sabía que no era nada habitual en él.
Aunque también cabía mencionar que los demás miembros del Equipo no estaban mucho más tranquilos que Raidel. Todos sabían que era muy probable encontrarse con un millar de demonios o magos oscuros una vez que entraran por las puertas del Castillo, por lo que la situación no era precisamente favorable… Además, aunque los demonios quisieran vivo a Raidel, seguramente no sería lo mismo para los demás miembros del Equipo…
Sendor empezó a recitar un largo hechizo, mientras los demás desenfundaban las armas que habían traído para la batalla. Fran volvió a sacar a Tharot de su bolsa mágica. Su hoja era tan delgada como una aguja.
El líder no estaba precisamente entusiasmado de emplear a Tharot, ya que era un Arma Maldita y como tal era muy peligrosa. Pero dadas las circunstancias no veía más opción.
—¿Seguro que estarás bien? —dijo Keila. Por las misiones anteriores, ella ya conocía cómo funcionaban las Armas Malditas. Si bien eran armas terriblemente poderosas, el precio a pagar por usarlas era quizás demasiado alto… y Fran lo sabía muy bien.
—Harían mejor si se preocuparan por ustedes —respondió Fran, cuya voz reflejaba una serenidad aparente, pero su corazón sentía otra cosa—. ¡Una vez que estemos dentro, la guerra de verdad dará inicio!
—¡Me parece bien! —exclamó Raidel con una repentina confianza que había salido de quién sabía dónde—. ¡Pateemos el culo a esos estúpidos demonios y destrocemos la maldita plataforma de invocación en mil pedazos! —esbozó una pequeña sonrisa antes de añadir—: ¡Ha hablado el Dios de la Muerte!
Aquel comentario le había hecho sacar una sonrisita a Keila, algo que ella nunca hubiera creído posible en una situación como esta.
Fran asintió con la cabeza. Él ya estaba más que preparado para patear traseros.
Pero Alisa se limitó a entrecerrar los ojos con expresión pensativa.
Y luego de unos pocos segundos, el pterodáctilo finalmente cruzó la enorme puerta de quince metros de altura y entró al gigantesco Castillo, en dónde solamente los dioses sabían qué clase de horribles y diabólicas criaturas los estaban esperando.
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El campo de batalla se había convertido en una espantosa carnicería.
Era una maldita masacre.
Vork se encontraba de pie, estático, sobre la enorme muralla que rodeaba al Castillo. Su rostro estaba inexpresivo, pero sus ojos ardían con una llama de profunda ira; Y no era para menos porque frente a él yacían los destrozados cadáveres de al menos la mitad de su Batallón, quienes habían sido asesinados de las formas más horribles que uno podría imaginar.
Vork observó cómo, uno tras otro, los Equipos iban entrando al Castillo, mientras que las nauseabundas criaturas del abismo los perseguían con su antinatural desplazamiento.
Entonces el mago recitó un hechizo. Sus labios se movieron a tal velocidad que solamente le tomó dos segundos completarlo.
Acto seguido un enorme portal de color azul cielo apareció junto a él, y por allí salieron un sinnúmero de avispas, abejas, moscas, polillas, y muchos otros insectos voladores, los cuales se dirigieron inmediatamente al Castillo a gran velocidad.
Los guerreros que todavía seguían rondando por aquella zona alzaron sus miradas y se quedaron boquiabiertos al ver que miles y miles de insectos estaban volando por los aires. Eran tantos que cubrían una considerable parte del cielo. Todavía faltaba una o dos horas para el eclipse, pero el cielo se había oscurecido considerablemente a causa de su presencia.
Y fue luego de unos minutos cuando el portal finalmente se cerró. El mago sonrió, mientras se acomodaba su sombrero puntiagudo sobre la cabeza.
A continuación una figura voló por los aires y fue a aterrizar junto a él.
—Haces justicia a tu apodo —comentó el recién llegado—. Vork, el rey de las moscas.
El mago no despegó su vista del frente. Simplemente dijo:
—Lo mataste rápido. —Su rostro pareció sonreír—. Él puso de cabeza a todo mi Batallón, pero luego apareciste y de alguna manera te las arreglaste para aniquilarlo tú solo, cuando él tenía el poder suficiente para hacer frente a los cien soldados de nuestro bando.
—Efectivamente el bastardo de piedra resultó ser un oponente temible —asintió Zoden—. Tal vez habría acabado conmigo si mis nuevas amigas no me hubieran ayudado… —Zoden acarició sus hachas doradas, las cuales resplandecían de manera intensa, brillando con luz propia—. Son armas únicas…
—No lo dudo.
Zoden miró como el innumerable enjambre de insectos se dirigía hacia el Castillo. Él sabía muy bien que aquellos animales eran los ojos y oídos de Vork... Había una buena razón para que el White Darkness hubiera escogido a Vork y a su Batallón para esta misión.
A continuación Zoden se fijó en el campo de batalla. Los demonios todavía seguían matando a los guerreros que allí se encontraban…
—¿Qué haremos con esos engendros? —preguntó de repente.
—Dejar que maten a nuestros soldados —respondió Vork con tranquilidad.
—¿Qué? —dijo Zoden sin poder ocultar el desconcierto de su voz. Aquella respuesta le había cogido desprevenido.
—Lo que escuchaste —replicó el mago—. Los demonios no son seres vivos, y por ende no se les puede “matar” —esbozó una pequeña sonrisa—. En cierto modo son seres inmortales, ¿sabes?
—Eso lo sé perfectamente bien —replicó Zoden—. Pero existen otras alternativas aparte del asesinato.... Puedo usar mi Rem para mandarlos a volar por los aires… Puedo enviarlos muy lejos…
—Eso no serviría de nada —insistió Vork—. Esas criaturas son muy rápidas. Sin importar lo lejos que los envíes a volar, ellos volverían en cuestión de minutos —se encogió de hombros—. Así que como dije antes, simplemente dejaremos que maten a nuestros soldados.
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