✡ CLVI
Capítulo 156: Muerte
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Fran no le daba tregua a su rival.
Sin tener otra opción, Sir Collow se veía forzado a esquivar los interminables ataques de Fran, los cuales no parecían tener fin.
El gordo se encontraba cada vez más agitado y hasta furioso, ya que no podía lanzar ningún contraataque debido a que sus manos estaban ocupadas sobre la herida de su pecho, en un desesperado intento por detener la hemorragia. Pero, juzgando por la abundante sangre que le brotaba de manera incesante, la herida debía ser extremadamente profunda.
Mientras tanto, los demás miembros del equipo se limitaban a mirar la escena sin hacer ningún movimiento, ya que, de todas maneras, no podían hacer gran cosa para ayudar a su líder. Ambos luchadores eran extremadamente rápidos como para intentar lanzar algún ataque a distancia.
Pero por fortuna Sendor todavía contaba con la ayuda de su increíble bestia mágica. Aquellas criaturas eran como títeres: No necesitaban de ninguna clase de descanso, no tenían miedo, no pensaban por sí mismas, ni siquiera estaban vivas. Solo se limitaban a seguir las órdenes de quién las había creado. Para hacer que una criatura mágica se moviera, el mago debía de otorgar gran parte de sus energías vitales al animal. La bestia nunca llegaba a cansarse por más trabajo que hiciera, pero el mago sí lo hacía. Además uno siempre tenía que estar controlando sus movimientos, puesto que, tal y como las marionetas, éstos no se movían por sí solos.
La desfigurada quimera, bajo el control de Sendor, se dirigió silenciosamente hacia Collow por su espalda, y acto seguido efectuó un extraordinario salto con las garras extendidas sobre su aplanada cabeza.
Pero el obeso ni siquiera tuvo que girarse para enfrentarlo. Mientras esquivaba los brutales ataques de Fran, Collow utilizó su brazo derecho para atacar a la bestia salvaje en un golpe de revés tan endemoniadamente veloz como un rayo, el cual le arrancó la cabeza a la quimera en un estallido estrepitoso.
Entonces el cuerpo de la quimera desapareció por completo, el cual se convirtió en el báculo mágico de Sendor que cayó silenciosamente al suelo a unos metros de la batalla principal.
El mago, quien se encontraba sobre la terraza de una vivienda cercana, escupió al suelo y soltó vociferantes maldiciones en tres idiomas diferentes. ¡La criatura que tanto trabajo le había costado crear había sido derrotada con una facilidad inconcebible! Era absurdo...
Por un segundo, Raidel se sorprendió cuando vio que la quimera decapitada se transformaba mágicamente en el brillante báculo de Sendor, pero al instante recordó que, si un mago quería crear un animal de la nada, debía de utilizar necesariamente el báculo sagrado para transformarlo en la bestia que planeaba crear.
Entonces una especie de estallido resonó en el lugar de la batalla, lo que hizo que Raidel se volviera a fijar en el combate. Observó que el monstruoso gordo ya no tenía las dos manos sobre la herida, sino solamente una.
—¡Ya estoy harto de todo esta mierda! ¡Harto! —gritó Sir Collow con una voz gutural que parecía que procedía desde alguna oscura catacumba. A continuación sus despiadados ojos se fijaron en Fran, mientras añadía—: ¡Ya tuviste tus dos malditos minutos de protagonismo, ahora muere!
Todos miraron aterrorizados como el gordo utilizaba su mano libre para lanzar un contraataque. El puñetazo hendió el aire como un misil y produjo una onda expansiva alrededor suyo.
Afortunadamente Fran logró esquivar el golpe, aunque solo fuera por centímetros, lo que hizo que el puño de Sir Collow impactara contra el suelo como un meteorito. El piso bajo sus pies se llenó de tantas grietas profundas y extensas que una docena de casas y edificios se derrumbaron instantáneamente, ocasionando una cadena de estruendos estrepitosos que resonó ensordecedoramente en toda la región. Las grietas alcanzaban tal extensión que Raidel no podía ver en dónde terminaban...
Fran casi cae a al suelo, pero se las arregló para retroceder unos veinte metros de su rival. Estaba absolutamente perplejo por el poder de éste.
Pero retroceder tantos metros no le sirvió de absolutamente nada porque Sir Collow lo alcanzó en menos de un segundo.
Esta vez su puñetazo lo golpeó directamente.
El impacto hizo que Fran saliera volando por los aires, con los brazos llenos de sangre. Él había bloqueado el ataque con su Xen, pero por lo visto no había sido suficiente.
El golpe lo había hecho desplazarse medio centenar de metros. Fran cayó al suelo como un cadáver, aparentemente inconsciente o muerto.
—¡Fran! —gritó Keila, mientras corría a ver su estado.
—¡USTEDES SON LOS SIGUIENTES! —gritó Sir Collow, soltando una desquiciada carcajada.
Raidel, Alisa y Sendor lo observaron. Parecía que el gordo había perdido el juicio. Sus ojos se encontraban tan rojos como si estuvieran inyectados en sangre. Sus manos temblaban con un frenesí incontrolable, y los dioses sabían que sus demenciales risotadas no podían pertenecer a nadie que estuviera totalmente cuerdo.
Entonces Sir Collow alzó ambos brazos al cielo, como si estuviera rezando antes de aniquilar a los enemigos que quedaban en pie. Fue allí cuando todos pudieron observar la profunda y aterradora herida de su pecho.
El gordo tenía básicamente un enorme y oscuro agujero en la parte lateral derecha de su pecho del tamaño de un puño, el cual era increíblemente profundo. Aunque lo peor de todo era que el agujero estaba completamente calcinado y chamuscado, debido al contacto con la lava de Fran.
De aquella herida mortal salía tanta sangre que, llegados a este punto, prácticamente todo el torso desnudo de Sir Collow estaba empapado con su propia sangre.
Raidel entrecerró los ojos. ¿Cuántos litros de sangre habría perdido ya? ¿Dos, tres? ¿Quizás más? Pero más importante aún, ¿cómo era posible que alguien con semejante herida pudiese estar de pie y riéndose como un loco? ¿Acaso era inmortal?
Y una vez que bajó las manos, Sir Collow se fijó en sus estupefactos oponentes.
—¡Tengo la aprobación de los dioses! ¡Hoy morirán, malditos asesinos!
Y en cuanto se disponía a dar el primer paso, un puño cubierto de lava atravesó su espalda hasta asomar por su vientre en un ataque repentino e inesperado.
Sir Collow escupió una bocanada de sangre y apenas pudo girar la mirada para ver que Fran, quien estaba detrás de él, lo había apuñalado cobardemente por la espalda.
—¡Tú...! —articuló el obeso al mirar la sonrisa de Fran. Un estremecimiento de rabia asesina sacudió su cuerpo. ¡El maldito cobarde lo había atacado por detrás!
—¿Nunca te enseñaron a no dar la espalda a tus oponentes? —dijo Fran con tranquilidad, pese a su voz entrecortada y a sus jadeos rasposos.
—¡Tú...! —repitió el gordo con una voz cada vez más terrible—: te voy... te voy... ¡TE VOY A MATAR!
Y entonces Sir Collow lanzó el que probablemente fuera su golpe más mortífero.
Esta vez Fran no pudo bloquearlo ni esquivarlo. El puñetazo enemigo impactó de lleno en la parte izquierda de su rostro en un horrible crujido estrepitoso.
—¡NOOOOOOOO! —gritó Raidel mirando como su líder era elevado por los cielos debido a la terrible fuerza del impacto. Su desfigurado rostro pareció sonreír por un segundo antes de cerrar los ojos y exhalar su último suspiro.
Fran había muerto.
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Tras haber asesinado a Fran con el puñetazo más aterrador que ninguno de los compañeros hubiera visto jamás, Sir Collow observó a sus rivales con una furia demoníaca. Su voluminoso cuerpo estaba bañado completamente en sangre, pero su espíritu parecía más vivo que nunca... Él no parecía un hombre, parecía un espectro del infierno que ascendió a la superficie en busca de venganza... A Raidel le dio la impresión de que su simple mirada aterrorizaría incluso al guerrero más poderoso...
Entonces Sir Collow empezó a caminar lenta pero decididamente hacia sus oponentes,
—¡MÁTENLO! —chilló Sendor con un rugido estrepitoso—. ¡MÁTENLO! ¡MÁTENLO!
Los proyectiles de hielo y bolas de fuego volaron por los aires y fueron a impactar directamente contra el cuerpo de Sir Collow. Las dagas se clavaron en su cuerpo y se quedaron allí incrustadas. Las bolas de fuego chocaron y quemaron ciertas partes de su piel... Pero Sir Collow seguía avanzando hacia ellos como un maldito zombie. Ni siquiera mostraba signos de dolor ni malestar... Tampoco intentaba bloquear los ataques... Parecía un muerto viviente.
Y, mientras el gordo seguía caminando hacia sus enemigos como si estuviera en piloto automático, Sendor agarró su báculo mágico y lo utilizó para lanzar innumerables rayos contra él.
Los ataques impactaron de lleno contra su maltrecho cuerpo. Sir Collow tampoco intentó bloquearlos.
Keila alzó muros de tierra frente al enemigo, pero él los destrozó de un simple manotazo... Nada lo detenía; nada podía detenerlo.
Dagas de hielo, bolas de fuego y rayos surcaban el cielo, pero era completamente en vano. Pese a que la mayoría de los ataques daban directamente en el blanco, no surtían ningún resultado. Era como si cuatro niños pequeños se estuvieran enfrentando contra una descomunal bestia asesina.
Entonces Alisa detuvo sus ataques de manera repentina al notar algo crucial. Acto seguido soltó una profunda exhalación como si se estuviera preparando para algo grande... Recubrió su cuerpo con una gruesa armadura de hielo y entonces se lanzó al ataque.
—¿Hey, pero qué demonios se supone que haces? —gritó un Sendor furioso, mucho más enfadado que preocupado—. ¡Él te matará! ¡No vayas hacia ese monstruo!
Pero Alisa ignoró su consejo. Simplemente corrió hacia el gordo con las manos completamente vacías. ¿Es que acaso quería morir? ¿Qué era lo que pretendía exactamente?
Al ver que su rival se dirigía hacia Sir Collow, Raidel también hizo lo mismo, mientras gritaba:
—¡Tú no lo matarás! ¡Lo haré yo!
—Olvidalo, mocoso. La bola de grasa es mi presa —replicó ella sin detenerse.
Raidel y Alisa emprendieron una carrera hacia el gordo, mientras Sendor les gritaba desesperadamente que se detuvieran.
Quien primero llegó hasta él fue Alisa, la cual, tras detenerse ante el gordo, formó una temible espada de hielo en su mano derecha.
Raidel se detuvo unos seis metros más atrás y llenó sus pulmones de una gran cantidad de aire.
A continuación el muchacho escupió de su boca una oleada de fuego del tamaño de un hombre adulto, la cual se dirigió hacia el gordo y, al alcanzarlo, empezó a quemarlo de pies a cabeza.
Mientras tanto, al mismo tiempo en que sucedía aquello, Alisa dio una voltereta en el aire y utilizó su espada de hielo para perforar el cráneo de Sir Collow hasta el cerebro en una estocada perfectamente ejecutada.
El cadáver de Sir Collow se mantuvo de pie por unos pocos segundos y luego cayó al suelo en un estrépito debido a todo su peso acumulado.
Y fue solo entonces cuando los compañeros se permitieron soltar suspiros de alivio y relajar sus músculos.
Alisa estaba algo sorprendida de que su ataque hubiera funcionado con tanta eficacia. Desde hace algún tiempo que ella ya era capaz de crear espadas de hielo, pero solo podía mantener su filo cortante unos pocos segundos tras haber creado el arma. También se encontraba aliviada de que sus sospechas hubiesen estado en lo correcto: Sir Collow había perdido la consciencia poco después del último ataque de Fran. El gordo simplemente había estado caminando en piloto automático. Si él hubiera estado consciente, Alisa no se quería imaginar lo que hubiera pasado.
Raidel se sentó en el suelo para tomar un respiro y ocuparse de sus propias heridas.
—Bueno, al fin está muerto... —se giró hacia los demás y con una pequeña sonrisa dijo—: Me complace anunciar que yo lo aniquilé.
Alisa entrecerró los ojos.
—¿De qué demonios hablas, mocoso? —manifestó, visiblemente furiosa—. ¡Tú solamente recubriste su cuerpo con tu inservible fuego! ¡Yo fui quien perforó su cabeza con mi espada de hielo! ¡Yo lo maté!
—Estás demente —soltó Raidel, saliendo de sus casillas—. ¡Él murió en cuanto yo le lancé mi oleada de fuego!
Y mientras ambos se peleaban entre sí, intentando descifrar inútilmente quién lo había asesinado, Keila se giró bruscamente hacia las sombras de un lóbrego callejón.
—¡FRAN! —gritó al tiempo en que corría en su ayuda. Sendor también se apresuró en ir hacia el lugar.
Raidel y Alisa, quienes estaban a punto de disputar a golpes quién había asesinado al enemigo, se callaron repentinamente al escuchar a sus compañeros. ¡Era verdad! ¡Se habían olvidado de Fran!
Los compañeros encontraron el cuerpo de su líder tendido sobre un puente cercano que pasaba por arriba de un pequeño lago.
Keila, quien llegó primero hasta él, le tomó los signos vitales y luego dijo, completamente horrorizada:
—¡Su corazón no está latiendo!
Y por un largo y estremecedor segundo, ella no supo qué hacer pero luego empezó a darle compresiones en el pecho, en un intento por regresarlo a la vida.
Pero transcurrían los segundos y aquello no parecía dar ningún resultado... Pero Keila no se rindió y siguió intentándolo.
Sendor se fijó en la Bolsa Interdimensional que Fran siempre llevaba consigo y soltó una exclamación, como si hubiera recordado algo fundamental.
El mago se acercó a él y abrió rápidamente la bolsa.
—¿Pero qué estás...? —empezó a decir Raidel con los ojos entrecerrados en una expresión de incredulidad.
—¡Aquí Fran guarda algo fundamental! —se limitó a explicar Sendor, mientras sacaba un objeto tras otro de la increíble Bolsa Interdimensional, intentando encontrar lo que sea que estuviera buscando.
Todos pudieron ver que en aquella pequeña bolsa, Fran guardaba un sinnúmero de objetos: media docena de armas, frascos de medicina, su Espada Maldita, monedas de oro, botellas de agua, comida a montones... Pero Sendor seguía sacando y sacando objetos, con una desesperación cada vez mayor.
—¿Dónde está? ¿Dónde está? ¡¿Dónde cuernos está?! —gritaba una y otra vez.
Raidel se fijó por un segundo en los anillos que Fran llevaba en los dedos. ¿Por qué él no había invocado a sus criaturas mágicas para que lo ayudaran en la pelea? Pero recordó que si uno invocaba a criaturas mágicas perdía una considerable porción de su energía vital por el simple hecho de hacerlo. De manera que invocar una bestia mágica solo era de ayuda cuando había una gran cantidad de oponentes...
Sendor siguió sacando objetos de la bolsa mágica hasta que su mirada se iluminó en cuanto sus manos se toparon con una especie de plancha metálica del tamaño de una mano.
—¡Aquí está! ¡Lo encontré! —farfulló atropelladamente. Acto seguido se dirigió hacia Keila y dijo—: Yo me haré cargo.
El mago colocó la plancha metálica sobre el pecho de Fran.
—¿Qué se supone que es esa... cosa? —dijo Alisa con la nariz arrugada.
Como si fuera a modo de respuesta, la plancha metálica empezó a vibrar y luego soltó una potente descarga eléctrica que sacudió el cuerpo del líder de pies a cabeza.
Fran emitió una especie de tos ronca y volvió a quedar inmóvil en el suelo.
Keila volvió a tomarle los signos vitales. Y la expresión que compuso al instante siguiente les reveló a todos el estado de Fran.
—Está vivo —dijo soltando un profundo suspiro de alivio.
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