✡ CIX

Capítulo 109: La Montaña Therd

Los días transcurrían, uno tras otro, y Raidel estaba cada vez más seguro que Keila le estaba llevando por el camino largo, puesto que a estas alturas ya era obvio que estaban bordeando los lugares en vez de ir en línea recta.

Al principio a Raidel no le importó demasiado, pensando que ella debía tener sus buenas razones, pero luego de darse cuenta que no estaban avanzando nada en lo absoluto y que todo lo que hacían era moverse en círculos, ya no pudo permanecer callado.

Y fue cuando estaban escalando una rocosa colina de cien metros de altura que Raidel dijo:

—Hey, ya ha sido suficiente, ¿no crees? —dijo el muchacho, jadeante, intentando seguir el acelerado ritmo de su compañera—. ¿Qué se supone que estamos haciendo exactamente?

Keila, quien iba al frente, se detuvo y se giró hacia su compañero.

—¿De qué hablas? —dijo sin entender a lo que éste se estaba refiriendo. Vio que Raidel estaba bastante sudoroso y agitado. Sin duda el entrenamiento estaba dando resultado.

—Vamos, no finjas —dijo el pelirrojo, limpiándose el sudor de la frente con el reverso de la mano—. Yo sé que estamos andando en círculos...

Keila se sorprendió un poco al escuchar esa declaración. Ella había tenido mucho cuidado para que pareciera que estaban yendo en línea recta.

Raidel se sentó por unos segundos en una enorme roca lisa y redondeada para recuperar energías. El calor que estaba haciendo aquel día era insoportable.

—Tengo que decir que tu engaño fue bastante elaborado... Yo jamás me habría dado cuenta de ello si no hubiera sido por el hecho de que... tengo una brújula —reveló él, al tiempo en que sacaba el pequeño objeto de su mochila—. Sin esto nunca lo hubiera sabido...

Ella soltó un suspiro.

—Bueno, entonces ya no tiene más caso fingir...

—¿Qué es lo que pretendes exactamente con todo esto? —inquirió Raidel, mientras tomaba un pequeño sorbo de agua de su botella; estaba caliente y tenía un sabor algo desagradable, pero al muchacho no le importó demasiado—. ¿Acaso planeas llevarme a algún otro lado?

—¿A dónde más podría llevarte? —dijo Keila con una sonrisa. Luego fue hacia Raidel y se sentó junto a él. El Sol estaba tan ardiente que hasta ella necesitaba un breve descanso—. Bueno, supongo que no me queda más opción que decírtelo...

—¿Decirme qué? —se impacientó Raidel.

—Seguramente el Ermitaño no nos va a recibir con los brazos abiertos, así que tenemos que estar bien preparados antes de llegar a él... No te mencioné nada de esto porque supuse que querrías llegar a la montaña Therd lo más pronto posible, por lo que si ese fuera el caso, no habrías escuchado mis razones.  

Raidel compuso una expresión pensativa.

—¿En serio es una persona tan mala? —dijo—. Pero más importante, ¿tú también vas a ir a visitar al Ermitaño?

Keila bajó la mirada al suelo, lo que confirmó las dudas de Raidel.

—Yo abandoné la montaña Therd sin decirle nada, así que supongo que debe estar muy enfadado conmigo... —soltó un suspiro—. Desde hace tiempo que he querido ir para arreglar las cosas entre ambos, y esta me pareció la mejor oportunidad de hacerlo ya que tu también quieres visitarlo... Pero si las cosas se ponen feas, tendremos que enfrentarlo...

Raidel no estaba muy preocupado.

—No creo que se muestre hostil con nosotros. Después de todo, ¿qué clase de persona puede lastimar a su propia aprendiz? —dijo—. Además ni siquiera vamos para pelear. Vamos en son de paz...

—Tú no lo conoces tan bien como yo —se limitó a decir ella con la mirada sombría. A continuación se puso de pie y añadió—: Vamos, ya hemos descansado demasiado.

—¿Seguiremos yendo por el camino largo y difícil? —quiso saber Raidel, sin poder ocultar la disconformidad de su rostro.

—Lo siento —dijo ella—. Tenemos que estar en plena forma.

Una arruga apareció en el entrecejo del muchacho.

—No me gusta tener que decir esto, pero no creo que sirva de nada entrenar —dijo con sinceridad—. Si el Ermitaño realmente es el hombre más poderoso de nuestro continente, tal y como dijiste antes, entonces no creo que podamos hacer nada ante él.

—Tienes razón —concedió Keila—. Pero de igual manera no está de más entrenar... Tal vez nos sirva de algo, ¿no crees?

Raidel también se puso de pie, mientras sacudía la cabeza.

—Por cierto, es increíble que Philm te haya permitido acompañarme cuando la batalla final entre él y el Usurpador está tan cerca...

—Él entendió mis motivos —dijo—. Además en el Ala Rota la gente es libre de marcharse o regresar cuando le plazca. Al fin y al cabo somos nosotros los que estamos ayudando a Philm a recuperar su trono.

—El gordo es un buen tipo —reconoció Raidel luego de una pequeña pausa.

Para desgracia del muchacho, Keila escogió los trayectos más difíciles. Ambos escalaron inmensos peñascos, bajaron por insondables barrancos, lucharon contra toda clase de bestias salvajes. La lluvia cayó sobre ellos y el ardiente Sol los abrasó con toda su furia. Tuvieron que caminar sobre estrechas pendientes en las que un solo tropiezo o error bastaba para precipitarse al vacío de varios kilómetros de caída libre. Aunque nada de esto habría representado gran problema para Raidel si no hubiera sido por el hecho de que el muchacho tenía que seguir el brutal ritmo de Keila, la cual se movía tan rápidamente en cualquier tipo de terreno que al pelirrojo no le cabió la menor duda de que ella había pasado gran parte de su existencia viviendo en las montañas.

Y fue cuando transcurrieron dos semanas que el muchacho ya estaba cerca del colapso. Se encontraba deshidratado, hambriento, y gran parte de los músculos le dolían con una intensidad tan terrible que por un momento le pareció que se habían desgarrado. Además, llevaba dos grandes y oscuras ojeras debajo de los ojos que delataban el profundo sueño que tenía, ya que últimamente solo habían dormido de tres a cuatro horas al día.

Y cuando Keila percibió que el agotamiento de su compañero estaba llegando a niveles peligrosos, detuvo la marcha de inmediato.

De modo que ella hizo una fogata y asó un par de conejos mientras Raidel dormía bajo la sombra de un árbol torcido.

Y cuando el muchacho despertó, estaba visiblemente más enérgico y sus ánimos habían vuelto a subir.

—Bueno, ya estoy listo para continuar con el entrenamiento —dijo Raidel, mientras agarraba el conejo asado que Keila le estaba ofreciendo.

—Nada de eso —dijo ella, dando un mordisco a su propia comida—. Ya terminamos.

—¿Qué? —saltó Raidel, sin dar crédito a lo que sus oídos escuchaban. Creyó que el entrenamiento se iba a prolongar por varias semanas más—. ¿Lo dices en serio?

—Ya estamos cerca de Therd —le informó Keila—. Ya no tiene sentido entrenar más. Mejor ahorra todas tus energías para cuando lleguemos...

Raidel notó que por alguna extraña razón, ella estaba algo nerviosa, como si dentro de poco tuviera que enfrentarse contra sus peores temores.

El Ermitaño sin duda debía ser alguien terrible como para poner a Keila de semejante manera...

Después de un par de días de una caminata lenta y discontinua, ambos finalmente lograron vislumbrar la montaña Therd, la cual se alzaba a lo lejos en toda su monstruosa inmensidad. Era una montaña tan gigantesca que dejaba a todas las demás que la rodeaban como simples colinas insignificantes.

La parte superior de Therd estaba cubierta de nubes, por lo que la cima estaba fuera de la vista, pero Raidel ya se hacía una idea de su inmensidad, ya que era tan ancha como cinco montañas de tamaño promedio. 

Keila tragó saliva al contemplar el panorama. ¡Cuántos recuerdos le traía aquella vista! Desde hacía tanto que se había marchado de Therd...

—Bueno, el tiempo apremia —dijo Raidel—. Las cosas aquí serán simples: Iremos y le sacaremos al Ermitaño toda la información que tenga acerca del White Darkness... Y si se rehusa, no quedará más opción que patear sus flácidas nalgas de anciano hasta que escupa la información que queremos.

Su tono era sarcástico y burlón. El muchacho pretendía animar a Keila, pero al parecer no había dado resultado, porque ella seguía con la vista al frente, sin apenas parpadear.

Sin embargo, luego de unos segundos Keila giró su vista hacia Raidel.

—Vamos —dijo ella, sin más. Su tono de voz era indescifrable.

Ambos se pusieron en movimiento.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top