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Capítulo 101: Wissen

La luna llena brillaba en lo alto en todo su esplendor.

La paz y tranquilidad de la noche se había visto interrumpida gracias a un extraño forastero que había llegado al Distrito Negro a altas horas de la madrugada haciendo extrañas preguntas y exigiendo a gritos que el jefe del lugar se presentase ante él lo antes posible.

Sin embargo, si de algo era conocido el Distrito Negro era por la violencia y brutalidad de los miembros que residían en dicho lugar, por lo que, en vez de acceder a las demandas del extraño encapuchado, empezaron a perseguirlo con antorchas a la mano, machetes, espadas, cuchillos, tridentes y todo lo que tuviera filo que pudieran usar como arma.

De manera que, al verse rodeado por varias docenas de enfurecidos brutos, al forastero no le quedó más remedio que salir huyendo del lugar.

El extraño abandonó apresuradamente el Distrito Negro y luego siguió corriendo por una amplia y desierta avenida que atravesaba el reino de sur a norte... pero los salvajes que iban tras él no eran la clase de personas que dejaran pasar una ofensa con tanta facilidad, de modo que continuaron persiguiéndolo con un frenesí tan intenso que sin duda debían estar pensando en despellejarlo en cuanto lo tuvieran enfrente.

—¡Mátenlo! ¡Mátenlo! —vociferó una pesada y áspera voz a sus espaldas, lo que no hizo más que confirmar las sospechas del desconocido. 

El numeroso y ascendente ruido de pisadas que resonaban tras él le revelaron al forastero que las pocas docenas de personas que habían empezado a perseguirlo en un principio se habían convertido repentinamente en un centenar, o quizás todavía más.

Y ante tal cantidad de gente en busca de su cabeza, el encapuchado se vio forzado a tomar acciones drásticas: Trepó como un mono hacia la terraza de una casa de dos pisos y luego se puso a saltar rápidamente por los innumerables tejados de las viviendas que habían repartidas por el reino, en un intento por escapar de sus obstinados perseguidores... Sin embargo, fue en vano. Ellos simplemente eran demasiados. Así que lo acabaron rodeando en cuestión de minutos.

Y fue solo entonces que el forastero se detuvo por completo, en una inmovilidad absoluta. A todos los presentes les pareció que se estaba rindiendo... Pero entonces éste gritó con una vehemencia bastante marcada en la voz:

—¿Qué demonios sucede con ustedes? —exclamó—. ¡Yo solo quería hacer unas cuantas preguntas!

—¿Y se supone que tenemos que creerte? —dijo un calvo con una barba larga y enmarañada que le llegaba al pecho—. ¿Cómo sabemos que no eres un espía del usurpador?

El forastero no sabía quién demonios era "el usurpador", ni tampoco le interesaba, así que gruñó:

—¡Ya acabé de mencionarlo, demonios, yo solo vine a buscar información! ¡Una vez que la obtenga me retiraré sin causar más problemas!

El calvo hizo señas a cinco hombres robustos, quienes estaban armados con largas espadas y relucientes cotas de malla, los cuales avanzaron lenta y cautelosamente hacia el desconocido hasta detenerse frente a él.

—Sácate esa capucha. Queremos ver tu cara —ordenó uno de los guerreros; un gordo seboso que tenía los ojos acuosos.

El desconocido obedeció a regañadientes: Lentamente alzó una mano y con ella desplazó la capucha hacia atrás, dejando su rostro al descubierto. 

El centenar de hombres que lo estaban rodeando ahogaron una exclamación de asombro, puesto que el forastero no resultó ser más que un simple muchacho que no parecía tener más de quince años. No obstante, lo más sorprendente de él era su cabello, el cual era de un color rojo tan intenso y profundo como la sangre. Daba la impresión de que estaba teñido, pero algo les decía que su color era completamente natural.

Raidel soltó un suspiro de fastidio.

—¿Ahora sí responderán a mis preguntas?

—¿Qué es lo que quieres? —dijo el calvo, quien por primera vez le parecía que las intenciones del chico podrían ser auténticas.

—Quiero información acerca del White Darkness —dijo Raidel con un extraño brillo centelleante en los ojos.

Los hombres se miraron entre ellos, con expresiones de confusión en sus toscos rostros.

—¿Qué demonios es eso? —preguntó el gordo al cabo de un rato.

Raidel entrecerró los ojos. Ya era de esperarse que aquella manada de simios ignorantes no supieran nada al respecto, pero aún así lograron decepcionarlo. Aunque en realidad no fueron los únicos: Raidel buscó información sobre el White Darkness en varios reinos, pero nadie había sido capaz de proporcionarle ninguna clase de pista que valiera la pena mencionar.

Y fue apenas hace pocos días atrás que él había llegado a Wissen, un reino que era al menos cuatro o cinco veces más grande que Ludonia.

De hecho, Wissen era el reino más extenso y poblado que Raidel había pisado jamás, así que había tenido grandes expectativas en cuanto llegó a él. Sin embargo, sus inocentes esperanzas no tardaron en verse cruelmente destrozadas una vez más.

Lo primero que notó cuando llegó a Wissen fue que el reino estaba atravesando por una especie de golpe de estado. Aunque quizá fuera más preciso decir que era una guerra interna entre dos bandos rivales. Por un lado estaba el rey con su ejército de innumerables soldados, y por otro se encontraba la facción subversiva conocida como Ala Rota. Raidel había escuchado que ésta última era algo así como un bando rebelde que se oponía abiertamente al rey y a sus mandatos. El objetivo principal del Ala Rota, según se decía, era despojar al rey de su cargo y, por si no fuera suficiente, también buscaban matarlo.

El muchacho ya había tratado de hablar con el rey en cuanto llegó a Wissen, pero sus intentos habían sido infructuosos, ya que, debido a la guerra interna, el Palacio Real y los alrededores se hallaban fuertemente protegidos las veinticuatro horas del día por un millar de poderosos guerreros con armaduras relucientes, los cuales no permitían el paso ni a una mosca.

Raidel pensó que tal vez podría infiltrarse de algún modo y hablar con el rey, pero sospechaba que la única manera de hacerlo era a la fuerza, y no creía que el riesgo valiera la pena. Además, era probable que ni siquiera el rey supiera nada acerca del White Darkness.

Así que el muchacho pensó que, si no podía hablar con el rey, entonces solo le quedaba reunirse con el segundo hombre con más autoridad e influencia en el reino: El líder del Ala Rota.

Y de ese modo fue que terminó en el Distrito Negro, el temible sector en el que habitaban los miembros del Ala Rota. Es más, dicho lugar era tan endemoniadamente inmenso que no era una exageración decir que representaba una generosa porción del reino. El Distrito Negro abarcaba aproximadamente diez mil viviendas... Y todas las personas que vivían allí pertenecían a aquella facción rebelde, por lo que no buscaban más que ver muerto al rey.

Y aunque fuera difícil de creer, el poder de ambos bandos rivales estaba bastante parejo. La guerra había durado algo más de veinte años, y en todo ese tiempo ninguno había logrado exterminar al otro.

El muchacho había ido al Distrito Negro con la esperanza de poder encontrarse con el líder, pero ahora veía que eso probablemente sería más difícil que infiltrarse en el Palacio Real...

—Bueno —dijo el calvo con el tono de voz elevado, lo que hizo volver a Raidel a la realidad—. Supongo que eres demasiado joven para morir, pero no te emociones porque eso no quiere decir que te vas a librar de ésta —Con un puntiagudo dedo señaló al muchacho, mientras se giraba hacia sus compañeros para decir—: Vamos, ¿qué esperan? ¡Apresenlo! Ya veremos qué hacer con él más tarde...

Varios hombres se dirigieron hacia Raidel y le colocaron pesados grilletes en las manos y piernas para inmovilizarlo.

Y mientras era encadenado, Raidel simplemente compuso una amplia sonrisa, pensando que fácilmente habría podido derrotar a todos aquellos enclenques, pero la verdad era que quería saber a dónde le llevaba todo esto...

Ludonia

Legnar, el Comandante General del ejército de Ludonia, se encontraba en sus habitaciones privadas del Palacio Real. Hacía poco tiempo que se había pasado a vivir allí, ya que ahora tenía más responsabilidades tras la muerte del rey.

Habían transcurrido un par de semanas desde aquel trágico acontecimiento, pero todavía no habían elegido a un nuevo rey. No obstante, ya tenían a varios candidatos para el cargo, la mayoría de los cuales eran miembros del consejo.

Legnar se encontraba en su escritorio, con una montaña de papeles encima de la mesa. Estaba en medio de su interminable tarea de revisar documentos cuando alguien tocó la puerta con rápidos y fuertes golpes. Quien sea que fuera, evidentemente tenía bastante prisa.

—¡Pase! —gritó Legnar sin despegar la vista de los papeles.

La puerta se abrió bruscamente, y por allí entró alguien agitado y jadeante.

Legnar se volteó para ver qué se trataba del mensajero Pirer, cuyo rostro reflejaba una notable inquietud.

—¿Qué sucede? —apremió el Comandante.

El mensajero, quien sin duda había subido corriendo todos los escalones hasta las habitaciones de Legnar, estaba tan agitado que las balbuceantes palabras que salieron de su boca resultaron incomprensibles para el Comandante. Aunque si algo entendió fueron dos únicas palabras que el mensajero repetía una y otra vez:

—La tumba... La tumba... La tumba...

—Toma un respiro, ¿quieres? —dijo Legnar, algo molesto—. ¿De qué tumba estás hablando?

Pirer inspiró una bocanada de aire antes de farfullar atropelladamente:

—El enterrador... La tumba... La princesa Misha... El cadáver fue robado...

A Legnar le tomó unos segundos relacionar lógicamente aquellas frases inconexas.

—¿Estás diciendo que alguien robó el cadáver de la princesa?

El mensajero asintió bruscamente con la cabeza.

—Así es, señor... —dijo con voz temblorosa y vacilante, como si creyera que Legnar le iba a echar la culpa a él; Algo que el viejo rey solía hacer bastante a menudo.

—¿Quién pudo...? —empezó a decir el Comandante, pero luego se respondió a sí mismo tras recordar los desagradables acontecimientos recientes—. Los miserables cazarrecompensas han estado robando cadáveres últimamente —gruñó—. Alrededor de veinte cuerpos han desaparecido en las últimas semanas... 

—¿Los cazarrecompensas? —dijo Pirer, bastante sorprendido. Evidentemente no estaba al tanto de las últimas noticias.

—Los cazarrecompensas están robando cuerpos con la finalidad de sacarles los órganos internos y venderselos al clan de los carroñeros... —soltó un amargo suspiro—. En fin, ¿no tienes más detalles sobre este asunto?

—No, señor —murmuró el mensajero, apenado—. El enterrador dijo que la tumba de la princesa amaneció abierta... Su cadáver desapareció y no hay rastro de él... Tampoco hay ningún testigo...

—¿Cómo no se me ocurrió poner guardias en el cementerio? —gruñó Legnar por lo bajo, como si se estuviera reprochando a sí mismo—. Si un cadáver estaba en alto riesgo de ser robado, ese sin duda era el de la princesa...

—¿Y ahora cómo procederemos? —dijo el mensajero tras varios segundos de un incómodo silencio.

—Enviaré al equipo especial en busca de los cazarrecompensas —dijo—. Descuida, los encontraremos... Y les haremos pagar por sus crímenes...

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