Guerra de diosas (¡Santos Terrores #1)

Venus me la tenía jurada.

Pero que se apuntaran al concurso Laskmi y Freyja se pasaba de castaño oscuro. ¿Cómo iban ellas a competir conmigo, la grandiosa esplendorosa y magnánima diosa Afrodita?

¡Estaban locas! Y para dejarlo claro había encontrado al mortal perfecto que me diera la victoria. Todas estábamos de acuerdo y habíamos bajado de nuestros respectivos reinos celestiales para que ese joven presentador de televisión (sí, has leído bien, presentador de televisión) diera su veredicto sobre nosotras.

El concurso se haría en la ciudad de Almería, al sur de España, donde el calorcito y la brisa veraniega eran perfectos para llevar a cabo tal evento como el de escoger a la diosa más guapa.

La primera en presentarse fue Freyja, que se vanagloriaba de sus cualidades físicas despreciando a las demás. Era rubia con ojos verdes, pero eso no quería decir que fuera a ganarnos.

Se acercó al micrófono y habló con una voz más falsa que una moneda de tres euros, toda inocente e infantil:

―Si me votas a mí prometo que tu ciudad estará llena de frutos todo el año.

Puse los ojos en blanco mientras esperaba entre bastidores: eso no valía, chantajear o persuadir no estaba dentro de las normas. Solo debíamos presentar nuestros talentos más ocultos y dejar que él decidiera delante de los telespectadores que desde su casa veían el concurso «Reina de la belleza celestial». Tanto el nombre como el concurso habían sido cosa de Laskmi, ya que ninguna de las cuatro se ponía de acuerdo en la manera en la que se elegiría a la más bella de nosotras.

Todas habíamos estado de acuerdo en que los mortales serían benevolentes con nuestra hermosura y serían los más indicados para elegir quién debía ostentar el primer puesto.

Andrés Soto solo era el peón principal del juego, ya que había ganado fama presentando concursos similares en la televisión mundial, así que me había parecido un buen candidato para nuestro objetivo.

―Eso es estupendo, Freyja ―dijo el hombre―, ahora, por favor, muéstranos qué es lo que sabes hacer.

―Cariño ―le dijo, un tanto descarada, ahora la inocencia que había lucido se había quedado en un segundo plano―, sé hacer muchas cosas ―le guiñó un ojo―, pero me centraré en uno de mis talentos: el cambio de estación.

Un segundo después, ella movió los brazos hacia arriba y hacia abajo y varios copitos de nieve empezaron a caer sobre el escenario, que estaba situado a pie de playa mientras una cámara retransmitía todo lo que allí ocurría.

También teníamos público presencial. Y muchas de las personas allí congregadas no pudieron reprimir un sorprendido «Oh», mientras observaban los copos caer. Poco tiempo después, la arena estaba cubierta con una fina capa blanca.

Debía reconocer que la muy harpía era buena. Y el paisaje con el mar de fondo había quedado espectacular.

El público aplaudió como loco, entusiasmado.

―Gracias, Freyja ―le dijo nuestro presentador―. Siguiente, por favor.

Era el turno de Venus, mi copia romana.

Me crucé de brazos con una ceja alzada y un rictus serio en los labios, ¡a ver con qué salía esta ahora!

Venus apareció saludando al público cual princesa europea mientras sonreía con condescendencia.

Estaba claro que pensaba que las personas que había allí estaban por y para ella, como si fueran sus súbditos y no seres libres, como bien le habíamos dejado claro las demás diosas cuando ella había sugerido torturarlos hasta que dijeran uno de nuestros nombres para coronarnos como «Deidad de la belleza».

―Venus, estás impresionante ―elogió Andrés. Y ella dio una vuelta sobre sí misma; su cascada de rizos castaños se movió con elegancia con el gesto.

Para mi desgracia, tenía que reconocer que sí que estaba impresionante. Y sus ojos almendrados solo denotaban lo feliz que estaba porque creía de verdad que conseguiría la victoria.

―Gracias, humano ―le dijo coqueta.

Andrés sonrió, benevolente.

―Dinos, preciosa, ¿qué nos vas a enseñar? ―siguió el presentador.

―Yo, al igual que Cupido, tengo un talento especial: este es hacer que dos personas se enamoren. Solo que yo no lanzo flechas, sino besos llenos de amor ―canturreó como una voz melodiosa.

―Ajá, interesante ―el locutor parecía intrigado―, ¿cómo podemos saber si eso es verdad?

Venus le dedicó una mirada sensual, de esas que ponen las sirenas cuando encuentran una presa a la que quieren engatusar.

Envió un beso volado hacia él.

Y no fue difícil apreciar el cambio que se produjo en el chico cuando el ósculo llegó directo a su corazón. Aquella cara de bobo enamorado solo podía significar que bebía los vientos por ella.

―¡Eso es trampa! ―gritó Freyja.

Me alegraba que alguna lo hubiera dicho porque yo estaba a punto de lanzarme a la yugular de esa romana fullera y entonces empezaría a decir que era por la supuesta envidia que le tenía.

Venus elevó los ojos al cielo, como cansada de perder el tiempo.

―Vale, tiquismiquis ―dijo chasqueando los dedos.

El presentador pareció volver en sí.

―Venus, las normas ―le indicó afable.

Aburrida de todo, Venus empezó a mirarse las uñas recién pintadas de rojo.

―Qué más da: ya he demostrado mi poder, no tengo que dar más explicaciones. ―Sin más, se colocó al fondo, con Freyja.

La siguiente en presentar sus encantos ocultos era Laskmi, cuyos rasgos hindúes eran bastante bonitos. Su pelo negro y sus ojos oscuros eran una delicia para la vista de aquellos humanos, todos se habían quedado con la boca abierta, observándola.

―Laskmi, nuestra belleza oriental es la tercera participante. ¿Con qué nos deleitarás?

La diosa se acercó al micro con pasos pausados y las manos unidas, sonrió como dicta el protocolo y sus dos brazos no visibles se desplegaron detrás de ella.

Asombrado, el público aplaudió enloquecido.

Torcí los labios en una mueca de disgusto: nadie podría competir con eso.

―El poder que voy a demostrar ante vosotros está estrechamente ligado a la Naturaleza.

Entonces, de sus manos aparecieron aterciopeladas flores de loto, que arrojó al público una y otra vez, llenando el escenario de perlas vegetales de la madre natura.

Por supuesto, eso la catapultó en otro chorro de aplausos.

―Maravilloso, sencillamente maravilloso ―aduló Andrés aplaudiendo con el resto del personal  presente.

Laskmi hizo una pequeña reverencia y se situó en un segundo plano junto a las otras diosas, que la miraban con ira contenida. 

Me erguí en todo mi esplendor, cuadrando los hombros: ahora era mi turno.

―Y ahora vamos con nuestra belleza olímpica, Afrodita ―me llamó Andrés.

Puse mi mejor cara y salí al escenario luciendo mi preciosa túnica blanca. El broche con el que la sujetaba me lo había regalado el mismísimo Zeus esperando que me llevase el primer puesto.

Ya no las tenía todas conmigo, pero no podía desistir: yo era Afrodita, no iba a dejarme intimidar tan fácilmente.

―Me encanta tu peinado, Afrodita, no te recordaba tan hermosa ―me halagó el muchacho.

Hice un leve asentimiento con la cabeza mostrando una sonrisa moderada.

―Gracias, eres muy amable ―contesté.

Yo estaba de acuerdo con él: había recogido mi melena morena en una estilizada trenza de lado, la cual me llegaba casi a la cintura. Mis doncellas me habían puesto unas margaritas de cristal desperdigadas por todo el peinado, y sabía a ciencia cierta que, si las mirabas de lejos, parecían brillitos que adornaban perfectamente mi piel olivácea.

―Dinos, ¿qué vas a exponer, diosa griega? ―preguntó el chico.

Había pensado en hacer algo parecido a Venus, pero ya no podía presentarme como la diosa del amor, claro estaba. Si hubiera salido la primera, la que se hubiera fastidiado habría sido ella. El orden de presentación lo habíamos echado a suertes, así que la fortuna no estaba conmigo.

Tenía que improvisar y a la vez cautivar a aquel humano como lo había hecho con Paris, pero no quería que los acontecimientos de Troya se volvieran a repetir, así que tiré de otras artes que nada tenían que ver con el poder de la magia, sino más bien de la maña de quien empuñara el artefacto con el que se realizaran.

Cogí aire a la vez que cerraba mis ojos azules, luego lo solté lentamente antes de hablar:

―Voy a deleitaros con música divina, procedente directamente de los dioses.

Hice aparecer un arpa entre mis manos y comencé a tocar una de las piezas que me había enseñado la musa Euterpe.

Cerré los ojos y las notas fluyeron.

Unos minutos más tarde, cuando acabé y despegué los párpados,  el silencio reinaba en la estancia mientras todos me contemplaban emocionados. Después, aquellos mortales exclamaron vítores mientras me aplaudían tanto como a las demás diosas.

―Vaya ―comenzó el locutor, serio―, me lo habéis puesto muy difícil.

Fui con las demás candidatas, mientras el hombre recapitulaba y anotaba algo en un papel.

Andrés se masajeó las sienes; estaba sudando la gota gorda, preocupado.

―Veréis... elijo el comodín del público ―se dirigió a la cámara que tenía más cerca y preguntó―: Y tú, ¿quién crees que es la más hermosa?

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