Continuación: Venus.
¡Hola a todos! Me he animado a seguir esta historia aunque no tenga nada que ver con el concurso. Espero que os guste. :D
Capítulo 2 Venus
¿¡Cómo podía ser posible que hubiese un cuádruple empate!? ¡Eso no podía ser!
¡Yo era la mejor! ¡Con diferencia! ¡Venga, hombre!
—Humano tramposo... —le recriminé encolerizada al tal Carlos. El suelo tembló bajo nuestros pies. El público ahogó un grito.
—Calma, V, que te van a salir arrugas —me dijo la insolente de Afrodita.
La miré con la ira plantada en la cara.
—¡Esto ha sido trampa!, ¡trampa! —me obcequé en decir—. No puede usar comodines, ¡tiene que decidirlo él! —aduje señalándolo.
—Los concursos de televisión son imprevisibles, preciosa, pero seguro que en el próximo programa se desempatará —me dijo el presentador cohibido ante mi amenazante presencia.
—Claro, V. Tranquila, mujer. Hazle caso a Carlos, que para eso lo elegimos como jurado. —Aquella risita de griega volvió a enfadarme. Afrodita se divertía a mi costa.
Esa engreída me ponía histérica. Se vanagloriaba de ser la primera, de que yo fuera su "copia", pero no era cierto. Yo ya existía cuando el mundo la conoció a ella. Sin embargo, la historia me había tratado mal, mi figura se había reinventado en un segundo plano. Los griegos era coetáneos a nosotros, los romanos. ¿Cómo era posible que tuvieran más prestigio que nosotros? Vale, tal vez mi gente se hubiera pasado un poco tomando "prestadas" algunas leyendas... pero la mayoría de nuestro panteón ya estaba pululado en el mundo cuando los romanos se apropiaron de referencias culturales ajenas.
—Para ser la diosa del amor tienes muy mala leche —me reprendió Laskmi.
Me crucé de brazos, toda justiciera yo.
—¡Mira quién fue a hablar! La que va de mujer sosegada por el mundo. Todas sabemos lo poco benevolente que eres como diosa.
Me regaló una sonrisa forzada.
—Seguro que tengo mayor puntuación que tú en eso.
Hice una mueca.
—Una cosa es la imagen que proyectas ante los demás, y otra distinta si el resto del mundo se lo cree o no.
Frejya se rio de mis palabras, la muy maldita.
Elevé una ceja.
—¿Y a ti qué te pasa, vikinga?
—Dios mío, eres tan tonta como demuestras, Venus. Cálmate, la corona es importante, pero no tanto como para fundir al personal presente con un rayo.
Lo decía porque había nombrado a Júpiter y sus magnánimas características celestiales. De hecho, había deseado que desatara alguna tormenta eléctrica sobre la Tierra. ¡Estaba demasiado enfadada con los mortales!
¿Quién si no iba a ser la diosa del amor? ¡Si hasta un planeta tenía mi nombre! ¿Qué más querían para demostrar que la más popular era yo?
—¿Y cómo queréis que esto se arregle? Al final nuestro numerito en la Tierra no ha valido para nada -me quejé.
No esperé a que me contestaran. Me desvanecí en el aire y me manifesté en el templo edificado para mí y la ciudad de Roma, en el Foro Romano. Hoy había pocos turistas, mejor, así podría ser visible. Cuando los turistas atestaban las calles milenarias de lo que fue la vieja ciudad de Roma me ponían nerviosa y tendían a hacerme invisible para el ojo humano. Ahora que había salido en la televisión, poniendo así fin a mi anonimato, sería lo más recomendable desaparecer por un tiempo.
Contemplé las columnas de mi templo ya prácticamente destruido. Fue el emperador Adriano quien lo mandó construir para mí.
Suspiré, triste al recordarlo. Esto del concurso de las dioses me había hecho pensar en un pasado remoto que casi había olvidado. No mucha gente lo sabía, pero Adriano fue importante para mí, cuando desapareció de este mundo... Bueno, digamos que me costó como un milenio olvidarlo.
Por eso no me relacionaba mucho con los mortales. Yo podría ser la diosa del amor, pero eso implicaba también enamorarse. No era inmune a mi propio poder. De hecho, lo vivía más intensamente que los demás dioses.
Siempre había intentado mostrar una coraza delante de los demás, pero Adriano me caló desde el principio, fue mi único gran amor. Por supuesto que tuve más romances con otros humanos y dioses, pero él fue el único que realmente vio en mí más allá de una cara bonita y unas curvas voluptuosas.
—Disculpa —me apeló alguien desde atrás—, ¿estos son los restos de lo que quedan de lo que fue el templo dedicado a la diosa Venus?
Me giré hacia el desconocido, que se encontraba a mi izquierda. Iba a replicarle que me dejara en paz cuando lo miré y me quedé, textualmente, sin respiración.
Por Júpiter. Aquellos ojos eran como los de él, como los de Adriano. Tenían ese azul cian que me enamoró cuando lo conocí guerreando contra los rebeldes de tierras bárbaras como general del ejército. En las manos portaba el típico mapa arrugado que llevaban los turistas de antaño, cuando no había móviles que les dijeran a los humanos dónde se encontraba todo.
—¿Señorita? —frunció el ceño, extrañado ante mi estupefacción.
—Adriano...
Pareció sorprenderse ante esa palabra.
—En realidad, Adrián, pero ¿cómo lo sabe usted?
Lo miré de arriba abajo por tercera vez. No podía ser, ¡aquello debía de ser un espejismo! Mi corazón acelerado y las pulsaciones a cien por minuto fueron suficientes para hacer que esta diosa se desmayara de la impresión.
***
—¿Señorita? —preguntó alguien a mi lado.
Cuando abrí los ojos, unas esferas celestiales me contemplaron desde arriba con verdadera preocupación.
"No ha sido un sueño", me dije a mí misma.
Me recompuse un poco y carraspeé para que me saliera la voz.
—¿Qué... qué ha pasado? —Me incorporé un poco con su ayuda.
—Se ha desmayado usted. Debería ir a un hospital.
El solo hecho de plantearlo me hizo emitir una carcajada. ¿Yo?, ¿la diosa Venus en un hospital? El hombre, de unos treinta años, no entendió en absoluto el porqué de mi actitud.
—Tranquilo, no lo necesito. -Me puse un poco más seria—. Es que... me ha recordado usted a alguien importante para mí.
Adrián sonrió y mostró una hilera de dientes blanca y perfecta.
Y no sé por qué aquello me hizo enrojecer.
—¿Sabe? Usted también me recuerda a alguien, pero estoy seguro de que nunca nos hemos visto porque, de ser así, jamás hubiese olvidado un rostro como el suyo.
Aquello me dejó sin palabras.
Terminé de levantarme con su ayuda. Seguía sin poder responderle. Es que aquello era... ¡inaudito! ¿Cómo se podía parecer tanto a él? Le rogué a Júpiter que me diera un poco de ambrosía para que se convirtiera en un semidiós, pero nunca cedió. No me perdonó que dejara a su hijo Vulcano, al cual me entregó y del que nunca estuve enamorada.
A Adriano lo emparejó con su prima Vibia Sabina. Obligó a Cupido a que lanzara una de sus flechas hacia él para alejarlo de mí. Y así sucedió; después de eso, jamás volvió a tener ojos para mí.
Fue entonces cuando desistí de ir más allá con el género masculino: divertirme, sí, enamorarme, no.
—Perdone, tengo que irme —dije con un nudo en la garganta.
Salí corriendo por el Foro romano. Me desvanecí en el aire en cuanto estuve segura de que lo había dejado atrás.
Con la respiración agitada, reaparecí en el Panteón, estaba cerrado al público porque había unas obras próximas al edificio y, por precaución, lo habían acordonado hasta nueva orden.
Me dejé resbalar por la pared de la edificación, sopesando en lo que acababa de suceder. Si ese hombre era Adriano, estaba claro que no me recordaba y me surgía la duda de cómo diablos estaba aquí, en Roma, en carne y hueso. Y, si no lo era, se parecía tanto que daba miedo. Me había dicho que no sabía quién era yo, aunque seguramente mi cara le sonaría del concurso de diosas.
***
Obvié el suceso del hombre durante días. No iba a ir a buscarlo.
Las heridas que me había causado la pérdida de Adriano eran demasiado profundas como para volver a reabrirlas. Además, él mismo me lo había dicho: no sabía quién era yo. Presentarme y contarle por qué su presencia me turbaba tanto era como luchar contra un muro de hormigón. ¿Qué podía hacer contra eso?, ¿qué podía hacer él si yo le iba contando historias antiguas? Ese hombre podía estar felizmente casado y yo no era nadie para él. Pero... ¿por qué no podía quitármelo de la cabeza?
Un remolino de aire se materializó a mi lado. De pronto me puse rígida, ¿quién demonios...?
No me dio tiempo a terminar de formular la pregunta en mi mente cuando la respuesta se presentó en forma de diosa griega: Afrodita.
—Vaya, vaya —tenía un toque burlón en la voz—. Mira quién tiene mal de amores.
Alcé los ojos al cielo a la vez que maldecía al firmamento. ¿Por qué de todas las diosas del amor ella era la que había tenido que sentir mis sentimientos? Ese poder era algo intrínseco a nosotras. Cuando los humanos sufrían por amor nosotras éramos capaces de percibir sus sentimientos. Y... cuando éramos los dioses quienes padecíamos de la "enfermedad" del amor, éramos las propias diosas del amor quienes percibíamos dichos sentimientos. Había tenido la esperanza de que los míos no fueran tan fuertes como para alertar a ninguna de ellas, pero... la presencia de la olímpica me confirmaba lo contrario.
—¡Déjame en paz, Afrodita! —le grité levantándome del suelo de un salto.
La diosa sonrió con un aire indolente.
—Jamás te había visto así.
Fruncí los labios.
—Así ¿cómo?
—Tan humana —respondió con condescendencia.
Me sorprendió que no se refiriera a mí de una forma más prepotente. Era como si le diera... lástima.
—¡No te atrevas a compadecerme, griega! —le increpé enfadada.
Afrodita bufó.
—¿Por qué no dejas que te ayude? Es obvio que sufres de amor.
Reí de forma irónica.
—¿Por qué querrías tú ayudarme a mí?
—Porque, en el fondo, nos parecemos más de lo que parece a simple vista.
No esperaba aquello. Así que, como me había pasado con Adrián, no supe qué responder.
—No puedes ayudarme. Sufro por alguien que ya no existe —dije más calmada.
Afrodita elevó una ceja a modo de confusión.
—Pero hoy has sentido amor. Algo muy intenso, lo que dices no es posible —se extrañó.
Suspiré. En otro momento le hubiera rebatido que se metiera en mi vida, pero no tenía ganas de discutir con ella.
—He visto a alguien que me ha recordado a un antiguo amor... Eso es todo.
Afrodita arrugó el cejo un poco más.
—¿Eso es todo? Tienes el corazón hecho trizas y ¿eso es todo?
—No es asunto tuyo. ¿No tienes un concurso que ganar?, ¿qué haces aquí perdiendo el tiempo conmigo? —No fui borde, pero lo dije lo suficientemente seria como para que entendiera que la conversación estaba zanjada—. Mi corazón sanará, como siempre lo ha hecho.
—Si no hubieras huído como una furia sabrías que el concurso quedó aplazado por un mes para que la gente decidiera su voto. Laskmi amenazó a la compañía televisiva con enterrarlos a todos en flores venenosas sino hacían un programa de desempate, así que supongo que requerirán de nuestra presencia dentro de no mucho. Y, sobre lo segundo que me has dicho, si eso es lo que piensas, que estás bien sin mi ayuda... Me retiro. —Inclinó la cabeza a modo de despedida y se marchó.
Y yo exhalé aire, más devastada de lo que realmente me hubiera gustado reconocer.
***
Estaba tomándome un helado cerca de la Fontana de Trevi, contemplando cómo los turistas lanzaban monedas y pedían deseos.
Pobres ilusos, si supieran que los deseos los concedíamos los dioses según nos viniera el día...
La chica pelirroja acababa de pedir que le tocara la lotería, ¡ja! Cómo si eso fuera tan fácil de cumplir. el chico castaño quería que no le llegara una multa de tráfico. Bueno, eso era algo que estaba fuera de nuestra jurisdicción, aunque si teníamos en cuenta al cartero tal vez...
—Hola —dijo alguien a mi espalda. El helado salió volando de mis manos y cayó al suelo como una masa aplastada—. Perdona, siento haberla asustado -dijo él, ¡Adrián!
Mis ojos debían de tener el tamaño de la luna llena; no esperaba volver a verlo jamás.
—Hola —conseguí articular.
El volvió a mostrar su hilera de dientes blancos. Ese gesto me desarmó por completo.
—¿Sabe? No he dejado de pensar en usted en toda la semana. Incluso le pedí a la fuente volver a verla. Supongo que es cierto que escucha nuestras peticiones.
¿En serio? ¿Qué dios le habría concedido tal cosa?
—Puede ser. Aunque dudo que a todo el mundo se le concedan sus peticiones. —Bien sabía yo que no.
El rostro de Adrián se tornó un poco más sombrío.
—Le va a resultar extraño pero, ¿querría tomar un café conmigo? Necesito contarle algo.
Desconcertada, lo miré dudosa. ¿Cuánto de bien me hacía estar cerca de este hombre que, además del nombre, se parecía profundamente a mi antiguo amor? La respuesta era cero. Sin embargo, acabé asintiendo con la cabeza.
Después de andar un par de minutos en silencio, Adrián rompió el silencio.
—Por favor, no me tome por loco pero... he estado teniendo sueños con... usted.
—Por favor, tutéame, porque se me hace raro que alguien me trate de usted.
Entre los dioses nunca se hacía; todos nos considerábamos mejor que el resto, así que el trato de respeto se había perdido, salvo para referirse a Júpiter, que a veces le daba por ahí y sentenciaba que lo llamásemos "su majestad".
—De acuerdo. —Esbozó una leve sonrisa de las suyas—. No te veo tan sorprendida como cabría de esperar, así que creo que puedo continuar contándote sin que me consideres un perturbado mental.
Reí ante la ocurrencia.
—He escuchado cosas peores. Supongo que suscito ese tipo de sueños en el género masculino —aduje bastante segura de ello.
Oh, sí, los hombres me habían dicho verdaderas barbaridades. Además, que soñara conmigo tampoco era tan raro. Yo era guapa, la diosa de la belleza, ¿quién no tendría sueños con una mujer como yo?
No estaba especialmente orgullosa, ya que nadie me veneraba por mi inteligencia que, aunque las demás diosas pensaran que no. Nunca fui tonta, aunque mi hermosura tenía tantos matices bueno como malos. Era beneficiosa en muchas ocasiones, pero también eclipsaba todo lo demás, mis otras cualidades.
El chico se sonrojó.
—¡No, no quiero decir ese tipo de sueños! A ver, quiero decir de ti, en un templo, con una túnica blanca y flores en el pelo. Y yo, contigo... sonriéndote mientras te decía... —Sacudió la cabeza, como librándose de la idea—. Da igual. ¿A que es una locura? Quizás no debería habértelo confesado. Después de todo, no nos conocemos en absoluto. —Parecía avergonzado de haberme revelado aquello.
Él continuó andando, pero yo me detuve en seco en mitad de la calle.
Cuando se dio cuenta de que no lo seguía, se giró hacia atrás. Inquieto, deshizo sus pasos y se posó a un paso de mí.
—¿Qué ocurre? —interrogó con el semblante afligido.
En un primer momento no lo entendí, pero después me di cuenta de que estaba llorando. En realidad, no me extrañaba mucho, esas palabras habían desenterrado muchos recuerdos. ¿Cómo era posible que él supiera que aquello había pasado? El día al que él se refería había sido el momento en el que Adriano me había confesado sus sentimientos. Aunque yo ya los conocía de antes, esperé pacientemente a que diera el paso. No quería presionarlo por su posición en el imperio.
—Lo que me dijiste fue: "Eres la estrella más brillante del cielo, por eso lleva tu nombre".
Adrián abrió los ojos sorprendido.
—Pensaba que mi mente me jugaba malas pasadas, pero el recuerdo era tan real... Tú y yo nos conocemos de antes, ¿verdad?
No tenía sentido mentir.
Asentí.
—Desde hace... muchísimo tiempo.
No lo había dicho como una pregunta, pero, de todas formas, corroboré la información asintiendo de nuevo.
—¿Cómo es posible? —Denotaba extrañeza.
Negué con la cabeza, aun llorosa.
—No lo sé. —De forma involuntaria, puse una mano en su pecho—. Apenas puedo creer que seas real, Adriano.
Él se acercó a mí y tomó entre sus dedos un mechón de mi pelo castaño. Se acercó a él e inspiró.
—Hueles igual que en mis recuerdos, a flores de lavanda y naturaleza.
No pude más y acabé lanzándome hacia él, abrazándolo. Él también cernió sus brazos entorno a mi cintura.
—Me siento como si te conociera de toda la vida —confesó.
Y yo lloré aún más.
—No quiero que vuelvas a marcharte.
Él nos separó un instante, y me miró a los ojos con gesto adusto.
—Venus, te llamas así, ¿verdad?
—Sí —afirmé.
—Venus, no sé qué te hice en el pasado, pero quiero saberlo todo. Me gustaría volver a conocerte, siento que debó hacerlo. Llevo una semana obsesionado contigo. Y, te juro que, si tú estás contenta conmigo, no me separaré de ti jamás.
Lloré como una tonta, porque ¿cuánto tiempo había añorado su presencia en mi vida?, ¿dos mil años? Sin embargo, no las tenía todas conmigo, ¿cómo era posible que Adriano estuviera allí? Júpiter había sido muy claro con sus órdenes.
Como si me hubiera leído la mente, Adriano me contestó:
—El destino nos ha vuelto a unir porque jamás debimos separarnos.
—El destino y yo, que he hecho he hecho que pensara en venir a la Fontana porque sabía que tú estarías aquí —dijo una voz que conocía muy bien desde detrás de Adriano, pero él no la escuchó: Afrodita estaba en modo invisibilidad—. Y tiene razón, puedes considerar que el destino os ha dado una segunda oportunidad. He estado investigando y, por lo visto, tus Parcas cortaron su vida antes de tiempo por petición divina, imagino que Júpiter o Vulcano, y hace unos años le devolvieron la vida, ya que en el reino de los muertos solo gritaba tu nombre. Es cuestión de tiempo que se acuerde de todo —me informó—. Sé que me dijiste que no me metiera en tu vida, y no lo he hecho... del todo. Si lo dejaba así tu corazón no era el único que iba a quedar maltrecho; tu dolor me oprimía las entrañas.
Resultaba curioso que me hablara con tanta familiaridad, había esperado un tono jocoso por su parte, o alguna burla sobre que me había enamorado de un simple humano. Pero Afrodita no parecía burlarse de mi situación, parecía más bien que me comprendía.
Esbocé un "gracias" con los labios y le dediqué una sonrisa. Lo cierto era que no tenía cómo pagárselo.
Afrodita me guiñó un ojo y desapareció. Entonces me centré en Adriano.
—Tienes razón. Nunca debimos separarnos.
Cogió mi mano con suavidad y la besó.
—Pues no lo volvamos a hacer. —Sonrió de aquella manera que a mí me gustaba tanto.
Estaba totalmente de acuerdo con él.
En ese momento, decidí abandonar el concurso de diosas: yo ya había ganado mi premio.
Bueno, pues, me he animado, así que espero sacar otras dos partes con las otras dos diosas. Siento que los guiones no estén como corresponde, pero lo he hecho en plan borrador, lo cambiaré en breve.
Os dedico el capítulo a vosotros, lectores, porque con vuestros comentarios me habéis animado a continuar con la historia de las diosas :)
Espero que os guste, aunque haya salido muy romanticón jeje
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