Capítulo 3 El tren de Don Hugo


Capítulo 3 El tren de Don Hugo

Luego del desayuno, Romynah y Lynnes estaban en su alcoba pasándola de lo lindo fabricando ilusiones. Las rubias habían convertido su habitación en un burdel y sobre sus camas bailaban los hombres escasos de ropa pero bien dotados en otras partes. Las jovencitas se sonrojaban mientras bailaban con sus imaginarias pero casi tangibles parejas de pechos desnudos y todo lo demás también.

En esos instantes Nana entró en la habitación sin avisar y antes de que las gemelas lograrán desvanecer por completo la escena impúdica que tenían en sus cuartos, la mujer pudo atisbar parte de la ilusión.

—¿Pero qué es esto?— La nana estaba confundida pues la visión de hombres desnudos bailando con las niñas sobre las camas la dejó patidifusa.

Romynah y Lynnes que aún estaban de pie sobre sus camas se miraron entre sí con pícara complicidad y contestaron a coro. —¿Qué cosa Nana?

—No me quieran ver la cara que aquí habían hombres desnudos... ¡Yo los acabo de ver! ¡Jesús, María y José! ¿Dónde están?— la niñera corría histérica por toda la habitación rebuscando los rincones, debajo de las camas y hasta en el barandas fuera la ventana.

—Nana, sólo estamos nosotras aquí. Estábamos jugando sobre las camas—, dijo Romynah mientras trataba de contener la risa.

—Si, Nana. Debe ser que estás cansada y andas imaginando cosas... ¿Hombres desnudos Nana? Estás desvariando—, añadió Lynness guiñando el ojo a su hermana.

La mujer, entendiendo que todo había sido producto de su fatigada mente se dio por vencida y aceptó su confusión momentánea sonrojándose al recordar lo delicioso que se veían aquellos caballeros sin ropa. En verdad que hubiese querido encontrarlos en algún sitio del cuarto, después de todo. —Oh, bueno... Debe ser el calor que me hace ver cosas. Jijijiji. Nada. Sólo venía a decirles que su madrastra las espera en la sala de estar. Dice que tiene algo muy importante que decirles.

La Nana y las niñas llegaron a la sala donde la bruja... es decir, Aimeé las esperaba muy sonriente junto con Abelardo, el notario.

—Hola mis pequeñas. Siéntense... Usted también Nana. Creo que su opinión será muy importante en este asunto a discutir—, Lynnes, Romynah y Nana se miraron intrigadas, pero procedieron a tomar asiento. Mientras, Aimeé continuó hablando. —Bien, quisiera comentarles que hay un asunto que anda dando vueltas en mi cabeza desde hace tiempo y es relacionado con la educación de las niñas. Los tiempos cambian y ahora las jovencitas de sociedad se educan y estudian idiomas, historia, música y todas esas cosas en las que se preparan las princesas hoy en día. Abelardo me ha conseguido información de los mejores colegios internados de la región...

-¿Internados? ¡Pero eso sería enviarlas lejos!— Interrumpió Nana algo sorprendida de la propuesta. —No sería mejor contratar una institutriz y profesores de arte y música como es la usanza.

—Ay Nana, de eso se trata, de ponernos al corriente con los tiempos modernos. Las niñas podrían recibir la mejor educación en internados en Francia, Suiza... — Con cada país que Aimeé mencionaba los ojos de las gemelas se abrían más y su sonrisa se iluminaba con picardía y emoción —Roma, España. En fín. Donde ellas gusten.

A Nana esto no le parecía nada bueno y comenzó a mirar con suspicacia a la ahora reina. La pelirroja disimulaba cuanto esto le desagradaba mostrando una enorme, dulce e hipócrita sonrisa pero sabía que a Nana la idea no le simpatizaba.

Las chicas parecían estar a gusto. Lynness preguntó emocionada. —Mami Aimeé, ¿nos dejarías ir donde quisiéramos?

—Bueno, para estudiar sí... Es más, tengan. El buen Abelardo fue y buscó estos folletos informativos para ustedes. Échenle un vistazo y me dicen cual les agrada más... Hay uno en Suiza que me parece fenomenal. Y en el de Roma estudian las niñas más refinadas—, Aimee colocaba los papeles en las manos de las niñas quienes comenzaron a leerlos todos con entusiasmo.

La mujer y  el notario cruzaban miradas de complicidad mientras la niñera observaba todo con recelo. Justo al lado de ella las gemelas comentaban de este internado y el otro colegio y discutían con su madrastra todo lo maravilloso que le parecía. Aimeé no podía estar más contenta. Jamás pensó que la idea del internado le fuera a agradar tanto a las rubias mellizas. Habían resultado más libertinas de lo que esperaba.

En esos momentos un papel de pergamino delgado y doblado cayó desde el montón de opúsculos académicos al suelo. Romynah se dio cuenta y lo recogió. Con detenimiento lo estudió y de repente reaccionó con regocijo. —¡Aquí! ¡Aquí es que quiero ir!— y comenzó a leerlo en voz alta—. Situado en el magistral y antiguo castillo de Hogwarts en un reino fantástico y lejano. Aquí aprenderás y desarrollarás tus talentos de manera única y especial—. Y le mostró el frente del papel a su madrastra quien leía en voz alta el nombre de "Hogwarts". Mientras, hacia la cara de la niña, quedaba la frase impresa que leía "Escuela de Magia".

Pasadas unas semanas, Aimeé llevó a las niñas hasta la estación del tren. Allí en la estación conoció a Hugo, el maquinista. Era un hombre muy apuesto y la mujer quedó prendada con él. Así se retiraron del grupo de adolescentes que esperaban en la estación ferroviaria pues Hugo ofreció darle un recorrido por su 'inmensa máquina de hierro' antes de que partieran.

Lynness y Romynah conocían a quienes serían sus nuevos compañeros de clase en Hogwarts: Antonella, Nia, Dayana, Baragund y Noelia. Las gemelas escuchaban todo lo que contaban sus nuevos amigos que el año anterior ya habían estudiado en Hogwarts y eran aprendices de magos y brujos. En esos momentos se escuchó un grito, o más bien un gemido que provenía del vagón justo detrás de ellos, que subía y bajaba oscilando violentamente. En el lado interior del cristal empañado de la ventana del carro del tren, como si dentro de ese vagón la temperatura estuviera a cien grados, salió una mano blanca que palma abierta dio en el cristal y se deslizó resbalando hacia abajo dejando la estela húmeda del sudor que destilaba.

Todos los jovencitos se miraron confundidos por el extraño movimiento y la mano femenina sudada en el cristal. Pero justo en esos instantes se escuchó un grito de desesperación que provenía de la plataforma de espera del tren. Era un jovencito que venía corriendo a toda prisa empujando hacia los lados a todo el mundo mientras vociferaba. —¡Espérenme! ¡Espérenme! Por allí voy.

Todos se quedaron observando al chico que corría a toda prisa y con todo y su equipaje se lanzó de plano hacia una de las columnas de piedra y ladrillos en la plataforma del tren. Como era de esperarse el joven se estrelló con la pared y salió botado cayendo de culo al duro suelo de la estación; las maletas a un lado y la nariz rota y ensangrentada.

Todos los chicos estallaron en carcajadas altisonantes. Uno de los jóvenes, Baragund, ahogado en risas le habló al accidentado muchacho. —Ay Roque, me meo de la risa. Si serás tonto. Nadie te dijo que la columna mágica ya no funciona y que este semestre nos vamos en el tren de Don Hugo.

—Pero Roque, así no es que se espera que desarrolles tu poder de sentir el dolor... ¡Jaja! No es el tuyo el que debes sentir... Es el de los demás—, le comentaba Dayana en un tono de broma.

Todos en la estación del tren se reían... Bueno, todos excepto el pobre Roque.

***Y ahora es que la cosa se va a poner buena... Llegaron los chamaquitos dioses/brujos a la historia. En este capítulo se incluye a Hugodemerlo @DayanaSidus @anto154 Nicowriten @Steph_Nia Baragund y @yuuki345

Sorry Nicowriten por estrellarte contra la pared. Sabes que te quiero mucho!! Jijijiji

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