Capítulo XXXIV: No eres un extraño.
Caslya no sabría decir en qué momento el sueño la había apresado, pero cuando un escalofrío la hizo despertar envuelta en el velo de una pesadilla, se incorporó. Había soñado con aquel oscuro encierro y con que la sacaban de allí; había sentido en carne propia como la arrastraban a ciegas hacia el campo de lucha y había vuelto a ver a una siniestra criatura gruñir detrás de aquellas inmensas rejas; y otra vez, había fallado... Para su suerte, despertó antes de que el castigo quemara su espalda. Rápidamente limpió las lágrimas que habían dejado huellas en sus mejillas y miró en rededor. La sangre de su cuerpo se heló al ver que pocos metros por delante de ella se encontraba la figura encapuchada que tantas otras veces había visto, pero no estaba sola. A su lado, gruñendo y enseñando los dientes estaban dos sabuesos del infierno.
—Abres los ojos a tiempo para la función —pronunció aquel ser, en una tonalidad siniestra que la hizo tragar saliva.
Caslya no entendió a qué aludió el desconocido hasta que su mirada se dirigió hacia la derecha. Instintivamente, siguió el recorrido hasta que sus ojos se encontraron con los de Kyriel: impotencia y furia era todo lo que brillaba en sus orbes azules, sin embargo, cuando se fijaron en ella, un ápice de preocupación la estremeció. ¿Qué estaba sucediendo?
—Kyriel... —susurró e intentó ponerse de pie, pero una fuerza invisible y oscura la retuvo en su lugar, apretaba sus hombros y parecía quemar su piel. Desesperada, Caslya miró al encapuchado—. No le hagas daño, por favor. Yo..., no sé quién eres, ni qué quieres, pero ten piedad de nosotros. No te hemos hecho nada.
—¿Crees que acabar con mi especie no es motivo suficiente para que decida acabar con cada uno de ustedes? —preguntó. Caslya se sintió horrorizada. ¿Acaso iba a morir en manos de un demonio? Y aún peor, ¿dejaría a Kyriel morir allí?—. Pero puedes despertar, Caslya. Despertar y detenerme.
El encapuchado volvió su mirada a Kyriel y una sombra rodeó el cuello del guardián.
—¡No sé de qué hablas! —chilló invadida por la angustia. Sus ojos se habían llenado de lágrimas e intentaba fervientemente liberarse de las ataduras que la sujetaban—. ¡No sé cómo despertar! ¡Dime cómo y lo haré! Solo no lo lastimes.
Pero el ser frente a ella pareció pasar de sus palabras. En su lugar, la oscuridad se aferró aún más al cuello del guardián; tanto que su rostro comenzó a cobrar una tonalidad violácea al tiempo que sus ojos comenzaban a salirse de sus órbitas. Caslya sintió la impotencia apoderarse de su cuerpo y, sin embargo, ante el temor, creyó distinguir un extraño cosquilleo en la yema de sus dedos; un cosquilleo que tomó intensidad y luz... Y cuando sus ojos —que no recordaba haber cerrado— se abrieron, volvía a estar acurrucada contra el tronco en el que se había quedado dormida tiempo atrás.
¿Acaso estaba soñando?
Con su corazón latiendo con fuerza dentro de su pecho y con las emociones a flor de piel, Caslya se puso de pie y recorrió la cueva con la mirada. Silencio. El fuego estaba a punto de apagarse y Kyriel no estaba allí. ¿Dónde estaba? La idea de que no hubiese sido solo una espantosa pesadilla la llevó a correr hacia la salida. Tenía que encontrar al guardián de almas, tenía —y no sabía por qué—, que asegurarse que estaba bien.
Afuera la noche lo poseía todo y Caslya apenas era capaz de distinguir más allá de sus manos, no obstante, el estar a ciegas no fue suficiente motivo para detenerla y continúo avanzando hasta que un crujido la hizo detenerse bruscamente y una mano tiró de su brazo.
—¿Qué...? —Pero cuando su mirada se fijó en la azul que, curiosa y molesta, la observaba, no pudo evitar que el alivió se extendiera calmando cada uno de sus temores.
—¿Puedes explicarme qué carajos estás haciendo fuera de la cueva?
Pero ella no se vio en condiciones de responder, simplemente se dejó llevar por sus emociones y rodeó al joven con sus brazos para aferrarse a él como si aquello fuese lo único que necesitaba para estar en calma consigo misma.
—Estás bien —susurró al sentir el calor del contrario contra sí—. Estás bien.
Kyriel no correspondió su gesto, pero tampoco se apartó, simplemente permaneció así, junto a ella, dejándose abrazar.
—Solo fui a recoger leña para el fuego... —indicó sin esconder que se sentía vagamente confuso—. No creí que despertarías antes de mi regreso. Mucho menos pensé que te asustaría el estar sola...
Ella se apartó lo suficiente para mirarlo. ¿Cómo podría explicarle que le había asustado verle correr peligro en sus sueños?, qué aquello que la había hecho correr despavorida había sido el temor de que él estuviese... No pudo siquiera terminar la oración en su cabeza, ell recuerdo avivó la inquietud que se había evaporado y una corriente de aire frío la hizo temblar ligeramente.
—Tuve una pesadilla —confesó.
Para su sorpresa, Kyriel se alejó y colocó su chaqueta sobre los hombros de la chica en un gesto que la hizo sentir querida. Luego, recogió las ramas que había dejado caer y le indicó que se mantuviera junto a él.
—Volvamos dentro —dijo—. Allí me contarás qué soñaste y, como consecuencia, aprisionaras tus miedos.
El que Kyriel recordará lo que ella le había dicho en el Palacio Feérico la hizo sonreír ligeramente y la llevó a asentir antes de seguirle de regreso a la cueva. Al llegar, ella tomó asiento junto al fuego y observó al guardián reavivarlo con más leña; el calor que emanó de allí alivió la opresión que ella sentía en su pecho, y cuando Kyriel se ubicó a su lado para escucharla, ella suspiró.
—Te escucharé sin interrumpirte —indicó él, acomodándose contra el tronco y cerrando sus ojos—. Lo prometo.
Ella lo observó, parecía dispuesto a dormirse e ignorar al completo lo que a ella tanto la había asustado, sin embargo, algo en la forma en la que le había hablado le confesó que, en realidad, solo quería hacerla sentir a gusto. Kyriel tenía una forma extraña de actuar, pero no iba a engañarse, le gustaba eso de él. Así que, sin perder tiempo, narró su pesadilla y al hacerlo, también se vio obligada a contar las veces en las que se había visto frente a aquel ser encapuchado y cómo la atemorizaba su forma de exigirle que despertase.
—¿Por qué te preocupa tanto lo que pueda pasarle a un extraño como yo? —preguntó él tras un momento donde el silencio reinó, y no hubo más que una fría curiosidad en su voz. Su rostro se mantenía impasible, pero desde que ella le había contado que había sido a él a quién había visto ser herido, Caslya lo notaba inquieto. Tanto que se había incorporado para mover y remover las brasas del fuego.
—Tú no eres un extraño para mí, Kyriel —contestó ella en voz baja, segura y tímida a la vez—. Quizá seas malhumorado y cruel en ocasiones, pero me has cuidado a lo largo de esta misión y te estoy profundamente agradecida por ello. Sé que no es un favor —agregó rápidamente con un encogimiento de hombros—, y que tampoco te agrado demasiado, pero, aun así, eres mi compañero y quiero protegerte.
Durante un momento, Caslya creyó que Kyriel no respondería, que se limitaría a permanecer dándole la espalda, sumido en cuanto pensamiento ella desconocía, no obstante, él dijo:
—Puedes perder mucho intentando proteger a alguien.
—Lo dices como si lo hubieras perdido todo.
Una sonrisa amarga se ganó lugar en el rostro del contrario.
—En parte, así fue —observó—. Solo que no fui yo quien tomó la decisión de sacrificarlo todo por un bien mayor. —Caslya abrió sus labios para responder, pero Kyriel la interrumpió—: La medianoche recién ha pasado y no hay nada más que puedas hacer hasta la mañana. Intenta volver a conciliar el sueño. La pesadilla se ha ido y yo estoy aquí. Nada vendrá a atemorizarte, si eso te preocupa.
Dubitativa, Caslya asintió y se acomodó contra el tronco de la mejor manera que pudo. Sin embargo, notó que las palabras de Kyriel la inquietaban, así que habló:
—Sabes, nadie nos asegura que las decisiones que tomamos son las adecuadas o las más beneficiosas para todos —aseguró mientras cerraba sus ojos—, pero si lo que te impulsa a hacerlas es el amor, creo que es lo más cercano a lo correcto que podemos estar.
Un agradable aroma la llevó a despertarse y mientras se incorporaba, se dio cuenta que estaba tapada por los trozos del vestido que Kyriel había puesto a secar la noche anterior. Por un instante se desconcertó, pero no tardó en darse cuenta que debía haber sido él mismo quien, en algún momento, la había tapado. Con una sonrisa, fijó su atención en el guardián de almas, más específicamente en los dos pequeños trozos de carne que se hallaba cocinando. Caslya pasó de preguntar su procedencia y recogió su cabello.
—Gracias por cuidar de mí anoche —dijo atrayendo la atención del contrario, quién respondió sin siquiera mirarla.
—Te lo dije ayer: si te enfermas, te volverás una carga y, como consecuencia, entorpecerás la misión.
Caslya enarcó una ceja, confundida.
—Ayer no me dijiste eso.
—¿Por qué otro motivo querría evitar que te enfermes? —preguntó él y Caslya mordió el interior de su mejilla. No se había referido únicamente al hecho de que la tapara, pero aún así...
—¿Por qué tal vez te diste cuenta que no soy la niña caprichosa e impulsiva que creías que era al principio y empiezo a caerte bien? —atinó a responder, porque era incapaz de creer que a esas alturas de la misión Kyriel la siguiera viendo como una carga, mucho menos después de la noche anterior...
Caslya distinguió una breve sonrisa formarse en los labios ajenos.
—¡Ajá! —exclamó—. Has sonreído. Eso significa que no estoy tan errada.
—No he sonreído —espetó.
—Sí lo has hecho. Y lo sabes.
Kyriel no respondió, en su lugar, tomó una de las varas donde se hallaba un trozo de carne y se lo entregó.
—Come y deja de perder el tiempo diciendo tonterías.
—No son tonterías —indicó ella tomando la carne y llevándosela a los labios. El simple aroma le hizo agua la boca. Por un momento se preguntó cómo había hecho el joven para preparar algo tan apetitoso con tan pocos elementos—. Si me siguieras considerando una molestia, continuarías pasando de mí como lo hacías al principio. Y no lo haces. —Caslya le sonrió—. Tarde o temprano lo reconocerás y cuando lo hagas, te diré: te lo dije.
Kyriel ignoró al completo sus palabras y ella, divertida, dio un primer mordisco a la carne. El aroma era de lejos, mejor que el sabor, pero para el hambre que arañaba su estómago, era un manjar traído del mismísimo paraíso. Caslya no tardó en devorarse su alimento, y Kyriel la siguió con más calma. Al terminar, él arrojó en su dirección una pequeña bolsa de tela.
—Son bayas —respondió ante la mirada interrogante de la chica—. Guárdalas por si te da hambre en el camino. No pienso hacer otra parada para que descanses o te alimentes antes de llegar a la Corte Eterna.
—¿Crees que encontraremos a Vreya hoy? —preguntó.
—Con suerte, llegaremos a ella antes de que caiga la noche.
Al oír eso, un golpe de ansiedad la hizo tragar saliva.
—Entonces debemos ponernos en marcha ya mismo, Kyriel —dijo poniéndose de pie—. Y no nos detendremos por mi causa, lo prometo.
Kyriel la observó durante un instante cómo si intentase comprender cómo había pasado de actuar como una chiquilla bromista a una joven que sabía lo que quería en tan poco tiempo. Al final, asintió en silencio y arrojó tierra al fuego.
—Sígueme —fue lo único que él agregó antes de darle la espalda.
Ella, decidida a acabar con la misión, lo obedeció.
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