Capítulo XXVIII: Mi pareja.

—Así que eres la hija del Alfa, ¿eh? —Gideon enarcó una ceja, impresionado—. Eso debe de ser interesante.

La pequeña se encogió de hombros con desinterés.

—O tal vez no —agregó. Había intentado distraer a Nora desde que habían salido de la casa, pero la mirada de la menor estaba fija en ésta—. Él estará bien. De eso estoy seguro.

—Lo sé —dijo ella—. Will es fuerte, una flecha envenenada no va a acabar con él.

—¿En qué piensas, entonces?

Nora dejó escapar un suspiro antes de dirigir su atención a sus manos.

—En mi padre —confesó—, en las consecuencias de lo que hice. No tenía que haber roto las reglas, pero...

—Aún eres una niña —pronunció Gideon como si así fuese capaz de calmar la preocupación que roía a la menor—. Es normal que quieras romper las reglas, que quieras dejarte llevar por tu curiosidad y conocer más allá de tu realidad. No creo que debas sentirte mal por ello...

Por primera vez, ella lo miró y en sus ojos él fue capaz de ver una triste condescendencia.

—No lo entiendes —indicó, y, de cierto modo, así era—. Si fuera cualquier otra niña de la manada, estaría bien, pero no lo soy. No soy una simple integrante de la Corte Luna, soy la hija del Alfa y como tal debo ser ejemplar. Debo ser una gran guerrera, una erudita y, sobre todo, ser una creyente fiel... —Nora negó rápidamente con la cabeza y sonrió nerviosa—. Ah, debo estarte aburriendo tanto. Lo siento.

Él abrió sus labios para negar aquella afirmación, pero fue incapaz de responder, ya que la figura del licántropo al que habían llamado Dionisio atravesó la entrada. Gideon, por primera vez, se percató de que caminaba extraño —apoyaba todo el peso de su cuerpo en su pierna derecha—, por un instante, se preguntó qué le había sucedido.

—Su hermano está bien, princesa —dijo, y el guardián notó que gran parte de la tensión desaparecía del cuerpo de la pequeña cuando ésta se puso de pie. Por más que hubiese dicho no estar preocupada...—. Y quiere verla.

—Gracias, Dionisio.

—Agradézcaselo a la Diosa Luna, ella ha sido quien, a través de mí, ha sanado a su hermano. —Nora asintió antes de pasar del sacerdote—. A usted también quiere verle, guardián de almas.

Las palabras le desconcertaron, pero fue incapaz de negarse, porque antes de poder evitarlo, Nora estaba tirando de él hacia el interior de la casa. Dionisio se hizo a un lado.

—No creo que sea...

—Nos ayudaste —lo interrumpió la menor—. Claro que es correcto.

Al ingresar a la casa, Gideon no pudo evitar sentir la mirada escrutadora del Alfa sobre él, estudiando y analizando cada uno de sus movimientos. De no estar acostumbrado a miradas como aquella, se habría sentido incómodo. Antes de que Nora pudiese acercarse a su hermano, su padre se interpuso. Con autoridad, le habló:

—En diez minutos, quiero verte en la Sala de reuniones. Hay temas que deseo y debo tratar contigo.

—¿Diez minutos?, ¿no puedes darme más? Quiero quedarme cuidando a Will...

—¿Cuidarlo? —La tonalidad de su padre fue hiriente—. Me sorprende oírlo, después de todo, eres responsable de que esté herido. Si hubiera muerto, llevarías la culpa sobre tus hombros, Nora.

Gideon vio como el labio inferior de Nora tembló, y ello, inevitablemente, le produjo malestar. Sabía que no debía meterse, sin embargo...

—Padre. —Will habló primero—. Ya hemos hablado sobre eso, y Nora no tiene la responsabilidad de mi propia debilidad.

—Will...—La voz de Nora sonó quebrada.

El Alfa miró a su hijo durante unos largos segundos.

—Hablaré más tarde contigo también, William. —Fue lo único que le dijo antes de dirigir su atención a Gideon—. A ti, guardián, te ofrezco mi gratitud, pero no mi hospitalidad. Márchate antes de que la Luna ilumine el cielo.

Gideon rebuscó educación.

—Descuide, señor. Así será.

El Alfa le dedicó una última mirada frívola antes de retirarse. El castaño lo observó marchar, y vio cómo, al pasar junto a Dionisio, le susurró algo incomprensible debido a la distancia. Probablemente, se dijo, le ha dicho que me vigile.

—No pongas esa cara —pidió Will, entreabriendo uno de sus ojos para observar a la niña—. No te desharás de mí tan fácil, hermanita.

—No es gracioso...—dijo ella—. Padre tiene razón en lo que ha dicho. Siempre te pongo en peligro.

—Padre ha exagerado, como de costumbre —indicó él—. Eres mi hermana menor, Nora, y es mi deber protegerte. Incluso si eso significa ir en contra de las reglas. Así que deja de martirizarte y ve a tomar una ducha antes de ir a la Sala de reuniones. —Will arrugó su nariz—. Hueles a sudor y malas energías.

La menor lució divertida.

—Porque tu hueles muy bien, ¿verdad?

Will sonrió débilmente.

—Es la primera coherencia que dices desde que entraste.

—Sucede que no todos tuvimos el lujo de ser cargados como princesas de cuento —respondió antes de marcharse, y aquella sonrisa que había poseído los labios del de oscura cabellera, se borró. Gideon no pudo evitar reírse por lo bajo al observar a Will apartar la mirada.

—Esa fue una réplica ingeniosa —indicó Gideon.

—Demasiado ingeniosa para mi gusto.

La sonrisa de Gideon se ensanchó al oír eso y tras unos segundos toda la instancia fue rodeada por un incómodo silencio. El guardián no estaba seguro de que debía hacer en aquella situación, en realidad, pensaba que debía tomar su arco y regresar al Edén. Pero allí estaba, de pie y esforzándose en mirar otra cosa que no fuera al joven licántropo.

—Creí que eras de los que no podía quedarse mucho tiempo en silencio —comentó Will, y Gideon le dirigió una mirada interrogante—. Cuando me traías, tuve lapsos de consciencia, y en ellos, lo único que escuchaba, era tu voz. Realmente irritante, a decir verdad, pero suficiente para mantenerme lucido a pesar del dolor.

—Es el cumplido más extraño que me han hecho —confesó el guardián—, pero lo aceptaré con gratitud.

Will pareció arrepentido de lo que había dicho.

—No fue un cumplido...

—Ah, ¿no? —Gideon se confundió—. Creí que lo había sido.

El herido abrió sus labios para responder, pero al parecer no fue capaz de encontrar las palabras adecuadas, así que, en su lugar, dejó escapar un suspiro e intentó incorporarse en el sofá. Una leve mueca se formó en sus labios y Gideon, inconscientemente, se aproximó a él para ayudarlo en la tarea. A regañadientes, el contrario aceptó su ayuda.

—Solo...—Will relamió sus labios—. Gracias por habernos ayudado.

—Los ayudé porque necesitaban ayuda —indicó él—. No tienes que agradecerme por ello, Bello Durmiente.

Si hasta entonces el licántropo había evitado el contacto visual con el guardián, la pronunciación de aquel apodo lo llevó a hacerlo. Solo que ni Will esperaba estar tan cerca de Gideon, ni Gideon esperaba que Will volteará así hacia él, así que cuando sus miradas se encontraron, sus rostros estaban tan próximos que ninguno de los dos pudo evitar sentir una extraña sensación recorrerlos...

—¡William! —El llamado hizo a Gideon retroceder sobresaltado para observar cómo una joven de larga cabellera dorada avanzaba hacia el licántropo a grandes zancadas. Al llegar hasta él, lo rodeó con sus brazos y Gideon no pudo evitar pensar que la chica ni siquiera se había dado cuenta de su presencia—. ¡Oh, gracias a la Diosa que estás bien!

Will pareció desconcertado durante los segundos en los que se dejó abrazar por la contraria.

—Lo estaría más si no apretaras la herida, Levana —dijo y a pesar de su tonalidad, Gideon fue capaz de distinguir una pequeña sonrisa burlona en los labios del contrario.

La joven se apartó torpemente.

—Uy, lo siento —se disculpó avergonzada—. Pero cuando llegué a la Sala de reuniones y no te vi ahí, supe inmediatamente que algo estaba mal. Y cuando pude al fin preguntarle a tu padre que había sucedido, me preocupé mucho. —Había total sinceridad en su voz, y Gideon no pudo evitar sentirse fuera de lugar—. Inmediatamente corrí hacia aquí. Quería abrazarte.

—Como ves, estoy bien —aseguró Will al encogerse de hombros—. Y es en parte gracias a ese tipo de ahí.

Levana volteó rápidamente y fijó sus ojos verdes en él. Al observarla de frente, Gideon contempló la cicatriz que la joven tenía en su mejilla izquierda; una cicatriz que iba desde el pómulo hacia la barbilla —delgada y antigua—, y que otorgaba salvajismo a aquel rostro bonito. Al verlo, ella lució sorprendida, pero enseguida dio un paso hacia él y tomó sus manos entre las suyas.

—Gideon, ella es Levana —los presentó el licántropo—. Levana, él es Gideon.

Levana le dedicó una sonrisa cargada de gratitud, y Gideon pensó que era una chica simpática.

—Gracias por ayudar a mi Will, guardián de almas.

—Siempre es un placer ayudar a quien lo necesite —indicó Gideon con honestidad. Sin embargo, una duda asaltó su mente—. ¿Tu Will?

La joven asintió mientras liberaba las manos del guardián y regresaba a un lado del herido.

—Will es mi pareja —explicó, y Gideon, sin estar seguro de por qué, sintió un escozor nacer en su pecho.

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