Capítulo XXIII: Lobito, lobito, lobito.

Anissa recogió su cabello en una trenza y tomó un viejo libro de historia antes de salir de su habitación. Debía regresar al calabozo para continuar vigilando al demonio mayor que tantas dudas había logrado sembrar en su mente y al cual pensaba desafiar hasta sentirse satisfecha. O, al menos eso es lo que había decidido mientras tomaba un delicioso baño, sin embargo, la verdad era que se sentía confundida cuando se hallaba frente a él.

De cualquier forma, buscando la determinación que había reunido en su descanso, descendió las escaleras que conducían a su destino y tras tomar el picaporte, se tomó un segundo para entrar.

Aquí vamos, Anissa. Se dijo.

El sonido de la puerta cerrándose a sus espaldas atrajo la atención de la pequeña fae que se encontraba de pie.

—Señorita, ha vuelto —observó Lau al verla avanzar en su dirección.

—Por supuesto, los guardianes de almas no nacimos para descansar —respondió, aunque si era honesta consigo misma, prefería estar fuera de aquel palacio aniquilando demonios en vez de estar allí custodiando a uno.

—Comprendo, no obstante, ¿no desea tomarse más tiempo para usted?

Anissa negó con la cabeza a pesar de que la oferta había sido tentadora.

—Te lo agradezco, Lau, pero estoy lista para pasar otras largas y aburridas horas aquí —aseguró con un encogimiento de hombros—. Además, debes haber pospuesto muchos de tus labores por venir a relevarme.

—Ciertamente —reconoció—, sin embargo, una orden...

—Es una orden —interrumpió ella; completando la frase con una sonrisa divertida. Haniel solía decirle aquello a menudo cuando era pequeña, en especial cuando se resistía a llevar a cabo alguna misión que consideraba insignificante—. Lo sé, pero te aseguro que estoy como nueva. En especial porque probé la delicia que preparó Edrielle para el desayuno.

Lau sonrió débilmente.

—Está bien, señorita —dijo alisando su vestido—. Avisaré al señor Haniel que usted retomó la custodia del prisionero.

—Has eso. —Anissa vio a la fae inclinar la cabeza ligeramente antes de voltear y encaminar a la salida. Cuando Lau salió, ella giró en dirección a Elián—. Somos tú y yo. Otra vez. Y ahora, hablarás conmigo. Me contarás lo que quiero saber.

Elián enarcó una ceja en su dirección.

—¿Por qué haría algo así?

—Porque tú eres el prisionero.

Hubo un destelló de diversión en el rostro del contrario, sin embargo, Anissa pasó de él. No quería seguir nadando en dudas cada vez que lo observara e ignorarlo no era una opción que ella, tan poco paciente como directa, estuviera dispuesta a considerar.

—Y como tal...—continuó—, vas a responder cada una de mis preguntas con la verdad.

—¿Cómo sabrás que digo la verdad? —preguntó él, y no hubo rastro de malicia en su voz, solo una profunda curiosidad que la empujó a seguir hablando.

—Porque si hay alguien capaz de reconocer una mentira, esa soy yo —explicó—. Y es por eso logras confundirme tanto, porque veo en cada uno de tus actos honestidad.

Por primera vez, Anissa contempló el desconcierto atravesar la mirada del contrario, sin embargo, solo fue durante una fracción de segundo, pues una sombra se ganó lugar en su rostro.

—¿Él te ordenó que lo hicieras?

—¿Hacer qué?

—Comportarte como si vieras en mí más allá de un monstruo. —El desprecio fulguró en sus iris oscuros cuando él la miró. Por un momento, Anissa dudó si el desprecio iba dirigido a ella o a él mismo—. No llevo la eternidad a mis espaldas para caer en eso, guardiana.

—Yo no...—Anissa apretó el libro que tenía entre sus manos—. Desde siempre me han dicho que los demonios solo conocen el odio y la venganza, pero tú amas a Caslya. Eso puedo verlo, pero no comprenderlo. Y quiero comprenderlo, y no porque me importes, por mí, puedes regresar ahora mismo al Infierno del que te escapaste, sino que lo hago porque quiero ser una mejor guardiana y para ello necesito hablar contigo, saber de ti. Así que no metas a Haniel en esto porque él no tiene nada que ver.

Elián se mantuvo un instante en silencio, meditando las palabras que habían sido pronunciadas por la rubia; de la misma manera, la contempló durante unos largos segundos antes de que una vaga sonrisa se ganara lugar en sus labios.

—Está bien —dijo él y ella no pudo evitar sorprenderse.

—¿Hablas en serio?

Elián asintió, no obstante, cuando ella fue a hablar nuevamente, él la interrumpió.

—Pero, a cambio de mi sinceridad, quiero algo de ti.

Al oír eso, Anissa sintió un escalofrío de desconfianza que la llevó a fruncir el entrecejo.

—No te daré mi alma —espetó, provocando que la sonrisa en los labios del contrario se ensanchará burlona.

—No me interesa tu alma, guardiana.

—¿Entonces qué es lo que quieres que te dé?

Él señaló el libro que ella aún sujetaba entre sus manos.

—¿Mi libro?

—No tu libro, quiero una historia —explicó y al ver que la confusión se ganó total lugar en su rostro, agregó—: Cada día me contarás una historia sobre ti y cuando finalices, podrás preguntarme lo que desees y yo te contestaré con total honestidad.

Fue imposible para Anissa fingir que no la había desconcertado la propuesta del demonio. Después de todo, había esperado —en el mejor de los casos— que la rechazará en aquella tonalidad fría que ya le había escuchado utilizar, sin embargo, no solo había aceptado, sino que también mostraba interés en ella. ¿Qué estaba tramando?

—¿Por qué quieres que te cuente una historia sobre mí? —preguntó invadida por la desconfianza.

A modo de respuesta, Elián se encogió de hombros.

—Dada la situación, es lo mejor que puedes ofrecerme —dijo y Anissa no pudo no concordar. De todas las posibles propuestas que cruzaron su mente, aquella era la única que a ella la había hecho dudar—. Entonces, ¿aceptas?

Anissa se tomó un momento antes de responder; un instante en el que se fijó en los oscuros ojos del demonio y en ellos vio un desafío. Él no parecía creer que ella fuera capaz de abrirse a él, porque era eso lo que haría si le hablaba de ella, de su vida, sin embargo, no iba a dar marcha atrás cuando estaba a un paso de saciar sus dudas. Así que, con un suspiro, ella deshizo la tensión de su cuerpo y recuperó su característica confianza.

—Acepto. 

Gideon observó como Luvia y Ares se desvanecían en la distancia antes de alejarse del camino para utilizar su poder. Después de todo, ningún simple mortal podía saber que los guardianes de almas existían, mucho menos, que se encontraban entre ellos. Y eso, Gideon lo sabía perfectamente.

De cualquier forma, no tardó demasiado en sentir que se hallaba lo suficientemente apartado de la civilización, así que, sin perder tiempo, concentró aquella energía que vibraba en su cuerpo en la palma de sus manos. Sintió el cosquilleo en las yemas de sus dedos y el poder emerger de él, sin embargo, cuando el portal comenzó a tomar forma bajo el pensamiento del palacio, un grito lo desconcentró.

Gideon miró rápidamente a sus lados. No había nadie allí y por un instante, pensó que estaba imaginado cosas, no obstante, cuando un segundo grito llegó a sus oídos, supo dos cosas: la primera, que no estaba solo, y la segunda, que no eran gritos, sino aullidos.

Instintivamente comenzó a correr en dirección al sonido, y mientras lo hacía, extrajo del carcaj una fecha y la colocó en su arco. Si alguien corría peligro, él actuaría.

Con cada paso que daba las voces y los gruñidos amenazantes cobraron claridad.

—¡Quédate cerca! —La voz demandante de un hombre llegó a él y le hizo aminorar su avance. Necesitaba evaluar la situación antes de actuar. Eso es lo que Haniel le había enseñado—. Solo es un estúpido animal salvaje. ¡Distráelo para que pueda dar el tiro de gracia!

El guardián se detuvo detrás de un árbol y recorrió con la mirada la escena. Dos hombres se encontraban allí, vistiendo ropas de cuerpo y portando armas de caza, las cuales apuntaban hacia... La respiración de Gideon se entrecortó al observar que allí, delante de los hombres, gruñendo y amenazando, había un lobo de oscuro pelaje. Sin embargo, él vio en su tamaño y en su gloriosa apariencia, que no era un individuo ordinario. En realidad, era mucho más que un animal...

—Ven, lobito, lobito, lobito. —El hombre obedeció la orden de su compañero y comenzó a intentar atraer la atención de la criatura moviendo sus manos sin valor de acercarse demasiado.

Y es que Gideon comprendía la cobardía del hombre sin llegar a entender por qué la criatura no se abalanzaba hacia ellos. En el fondo, el joven de cabellera castaña sabía que podría despedazar a sus cazadores sin recibir un daño significativo. Así que, para evitar un daño mayor, decidió avanzar cuando uno de los hombres habló.

—¡Vamos, idiota! ¡Hazlo bien! —espetó aquel que parecía dar las órdenes. Atrayendo la atención del guardián—. Van a darnos mucho dinero por estos dos ejemplares.

Dos... Esas palabras hicieron a Gideon detenerse y prestar más atención. Efectivamente, detrás del lobo mayor había otro mucho más pequeño, pero de igual color. Lo único que los diferenciaba —además del tamaño— era el brillo de sus ojos, pues el más grande poseía unos grandes ojos azules que fulguraban en rabia y desprecio, mientras que el otro, con sus oscuros ojos cafés, contemplaba la escena con temerosa indecisión.

—¡Te dije que lo distrajeras! —gruñó el hombre de más edad al empujar al otro.

La mirada del lobo siguió al que había dado unos traspiés hacia delante y Gideon pudo ver que fue su peor error, ya que aquel que llevaba las decisiones, elevó su arco y dirigió una flecha al cuello de la criatura. La misma gruñó de dolor cuando la flecha atravesó su piel.

—Observa esto, imbécil —dijo mientras preparaba su arco para lanzar otra flecha, pero Gideon no lo permitiría. No podía, así que elevó su arco y cuando la flecha del cazador fue disparada, él soltó la suya. La misma impactó con la del otro y la desvió, provocando que la atención del hombre fuera hacia él.

—Baja el arma, por favor —pidió Gideon sin dejar de apuntar otra flecha en su dirección.

—¿O qué?

—O te meterás en serios problemas con la ley.

El hombre enarcó una ceja al tiempo que el otro continuaba apuntando al lobo más pequeño con su arma. A ojos de Gideon, el lobo mayor estaba protegiendo al menor. Una familia, pensó.

—¿La ley? —El hombre soltó una carcajada maliciosa—. Estos lobos serán míos.

Al decir eso, elevó su arco, pero Gideon no le dejó disparar, pues él fue más rápido y su flecha se deslizó entre los dedos del cazador. Había sido un tiro tan limpio que el otro palideció.

—No me hagas lastimarte —indicó—. Tampoco me hagas redactar al rey lo que ha acontecido aquí.

—¿Al rey? —Esta vez fue el otro hombre el que habló. Al parecer, la amenaza le había acobardado.

Gideon lo observó.

—Soy emisario del rey —dijo enseñando una pequeña insignia que llevaba en sus prendas. Técnicamente, no mentía. Los guardianes de almas tenían cierto contacto con la realeza—. Y me ha enviado a evaluar sus tierras. La caza ilegal está terminantemente prohibida y se paga con la cárcel, lo saben, ¿verdad?

Los hombres se observaron entre ellos.

—Marcus, no podemos. No quiero ir a la cárcel.

Marcus —que era el hombre de más autoridad— chasqueó su lengua.

—Tú, el rey y su ley se pueden ir al infierno —escupió, sin embargo, y para sorpresa de Gideon, retrocedió con el arma en alto—. Muévete, Flynn.

Cuando los dos hombres desaparecieron en la distancia, Gideon se acercó al lobo, el cual, a pesar de no estar gravemente herido, parecía a punto de perder el conocimiento. De cualquier forma, gruñía a la defensiva y cuando él se acercó, le enseñó los dientes. Gideon no retrocedió.

—Sé lo que son —dijo y al sentir la mirada del lobo en su arco, lo arrojó a un lado—. No quiero lastimarlos. Soy un guardián de almas, no un asesino. No tengo nada en contra de los seres de ElOtroLado. Así que, por favor, permítanme ayudarlos.

El lobo de mayor tamaño no pareció satisfecho con la explicación dada, sin embargo, el más pequeño se acercó a él y con su nariz le dio un leve golpecito para atraer su mirada.

—Déjenme ayudarles a volver a casa.

Los desconfiados ojos azules del lobo volvieron a él y durante un instante, Gideon sintió que calaban en lo más profundo de su alma y por un momento, juró que todo lo demás había desaparecido. ¿A caso su corazón se había acelerado? De cualquier forma, no obtuvo respuesta, pues con un aullido de dolor, el lobo tembló y cayó al suelo, y él, guiado por su deseo de servir, se acercó más.

—Déjame quitarte la flecha —pidió cuando el lobo le gruñó—. Debe estar intoxicada con algún sedante.

O con veneno. Agregó para sus adentros, pero no quiso decirlo en voz alta, pues el lobo más pequeño lucía realmente preocupado.

El lobo herido le dedicó una última mirada de advertencia antes de apartar la mirada rendido. Gideon, incapaz de contenerse, sonrió. Luego, se dio cuenta de lo desubicado que había sido sonreír en dicha situación y recobró la seriedad para tomar la flecha con cuidado. Sabía que podía ser catastrófico quitarla, pero confiaba en que se activara la curación del lobo. Así que sin perder ni un segundo, respiró hondo y la quitó.

—Muy bien, ahora...—Sin embargo, no pudo continuar hablando, ya que el lobo se desplomó inconsciente en el suelo—. No te desmayes.

El otro lobo se aproximó a Gideon, y no hizo falta que pudiera hablar cuando señaló el bosque con sus oscuros ojos, porque éste le entendió con claridad. El guardián no se detuvo a pensar en las consecuencias de sus actos, ni en que diría Haniel al respecto, simplemente tomó al lobo de mayor tamaño entre sus brazos y se puso de pie.

—Guíame.

Y el lobo más pequeño así lo hizo. 

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