Capítulo XI: El último día de mi vida inmortal.
El silencio al que el demonio había decidido ser fiel, solo conseguía inquietar aún más a la joven guardiana. Después de todo, sus pasos, recorriendo de un lado a otro la habitación, eran lo único que creaba sonido en aquel inmenso lugar construido en piedra. Luego de haber sido atendida por Lau —la pequeña fae de cabello oscuro—, Anissa había recibido la orden de permanecer en el calabozo. Desde entonces, sentía una extraña incomodidad que le impedía mantenerse quieta y que la prohibía de encarar al horrible ser que se encontraba prisionero en una de aquellas frías celdas, pues, cada vez que lo observaba, no conseguía ver al monstruo que debía odiar, sino que se encontraba a un joven sometido en sus pensamientos.
Cuando sus ojos se dirigían al demonio mayor, Anissa recordaba lo que él le había hablado en la granja acerca de proteger a Caslya, y del mismo modo, la hacía pensar en la manera en la que se había dejado atrapar... Él la había dejado vivir por segunda vez, aun cuando podría haberla destrozada, él no lo había hecho. Y no era tonta, sabía que no había sido por ella, no obstante, no podía evitar preguntarse por qué él era tan igual, y a la vez, tan diferente a las bestias que ella había estudiado...
En un gesto inconsciente, apretó el puente de su nariz y soltó una maldición. Estar en aquella situación la hacía sentir incompetente y patética, ¿qué le sucedía? Aquella criatura era un ser sin sentimientos; un demonio que únicamente obtenía gratificación del dolor, de la angustia. No merecía la duda.
Los demonios no protegen. Se recordó. Ellos destruyen. Y con ese pensamiento, se acercó a las rejas que mantenían al demonio mayor lejos de ella, tragó saliva y habló:
—¿Por qué? —le preguntó sin demostrar que una respuesta era, probablemente, lo que más quería en ese momento—. ¿Por qué permitir que te encierren cuando tienes el poder para huir? —Él no la miró y ella no se sorprendió por ello—. Esta mañana estabas dispuesto a todo por encontrar a Caslya y ahora que lo has hecho, la dejas quedarse con nosotros. Con tus enemigos. ¿Por qué no llevarla contigo incluso a la fuerza?
La mirada de Elián continuaba en sus manos, sin embargo, Anissa era consciente de que él la oía. Lo notaba por la forma en la que el cuerpo del demonio se había tensado sutilmente. Así que no se detuvo y continuó hablando:
—Podrías haberlo hecho —indicó—, pero no lo hiciste, ¿por qué? ¿Qué es lo que la vuelve tan importante? —Ni una palabra llegó como respuesta, no obstante, no iba a darse por vencida. Necesitaba una reacción, al menos; una reacción que la condujera a una respuesta—. O es que como ahora sabe qué eres, ¿ya no te importa lo que pueda sucederle? Es eso, ¿no es así? Se terminó el juego de fingir ser su hermano...
Antes de que ella pudiera siquiera reaccionar, él ya estaba de pie frente a ella; tan cerca que le fue imposible no sorprenderse. De cualquier forma, no retrocedió, se mantuvo allí y elevó la mirada para poder verlo a los ojos. Sus orbes oscuros deberían reflejar frialdad, pero en aquel instante se mostraban cargados de emociones que Anissa no pudo dejar pasar.
—Vuelve a insinuar que no me importa —dijo—, y desearas que termine lo que empecé.
Un escalofrío recorrió la espalda de la chica y la necesidad de retroceder abordó por un momento su sistema. La ignoró. No iba a mostrarse inferior a él. Así que se limitó a tomar nota del rostro del contrario; recorrió sus facciones y buscó más allá de esa ira que fulguraba en sus ojos. Ella le había lastimado al decir que Caslya ya no era importante para él, sin embargo, ¿cómo? ¿Cómo él era capaz de sentir emociones tan mortales?
—No lo entiendo —confesó ella guiada por sus pensamientos.
Él sonrió mordaz y tal como si hubiera podido leerla, respondió:
—Créeme, hay muchas cosas que no entiendes, guardiana.
En ese momento, la puerta del calabozo se abrió.
Caslya había seguido al ángel caído de cerca a través de varios corredores y había bajado con cuidado las escaleras de piedra que conducían al lugar donde Elián se encontraba prisionero. Las penumbras provenientes de los rincones entregaban al lugar un aire misterioso que erizaba los vellos de sus brazos, así también, la humedad, el frío y la oscuridad conformaban un trío que la mantenía en alerta. Después de todo, estaba convencida de que se dirigían a un sitio donde muchas criaturas horribles debían haber sido cautivas y torturadas.
Asesinadas. Pensó e impidiendo que su mente se sumergiera en una idea que la revolvería por dentro, Haniel se detuvo y la observó.
—Cuidado, es el último escalón.
Siguiendo su advertencia, Caslya se detuvo a su lado, delante de una puerta de madera y hierro. De repente, se sintió nerviosa. Del otro, se hallaba aquel a quien ella había entregado toda su confianza; el ser a quien ella más había sentido amar estaba encerrado a pocos metros por delante suyo. Inevitablemente se preguntó cómo estaría y qué pensaría. Se cuestionó si él estaría enfadado con ella por haber permitido que todo eso sucediera o si, por el contrario, estaría esperando verla.
—¿Segura de querer entrar? —preguntó su acompañante, quien, iluminado por las tenues luces de las velas que se habían encendido en su andar, parecía de esencia hechizante; sus ojos dorados habían tornado de una oscuridad que escondía secretos mientras que sus rasgos, entre sombra y luz, parecían volverlo mucho más sabio.
Ante la pregunta, ella guardó silencio durante un momento antes de asentir sin pronunciar palabra. No importaba si su seguridad estaba entablada o no, ver a Elián no era un deseo, era una necesidad. O al menos, eso quería hacer creer. Se sentía dolida y traicionada, pero no podía apartar de golpe todo lo que hasta entonces había sentido por quien había creído su hermano.
—Como usted prefiera —le dijo, sin embargo, en el momento en que él sujetó el pomo, ella lo detuvo tomándolo por el brazo.
—Espera.
—¿Qué sucede? —preguntó, y el dejo de sorpresa en su voz se acentuó en su mirada cuando recorrió la mano de la joven que le sostenía antes de fijarse en sus ojos. Ella, a modo de respuesta inmediata, apartó su mano sintiendo que lo había incomodado. Antes de responder, apretó sus labios.
—Yo... ¿Puedo entrar sola?
Él la observó, y por un instante, pareció sorprendido de que ella le preguntara eso. No obstante, y tras un segundo en el que meditó la respuesta, dijo:
—No puedo permitirle entrar sola —indicó; causando que el semblante de ella se ensombreciera ligeramente—, pero puedo permanecer al margen de su conversación con él. Otorgarles cierta privacidad, si es lo que usted quiere.
Caslya asintió ante lo último, sabiendo que era lo más que Haniel estaba dispuesto a hacer por ella en aquel entonces.
—Gracias. —Fue lo único que ella contestó.
El ángel caído no pronunció más palabras tampoco, solo le dedicó una mirada que la hizo sentir comprendida y eso era mucho más de lo que podía pedirle a alguien que conocía desde hacía tan poco. Luego, y con un movimiento de mano él abrió la puerta, la cual emitió un chirrido cuando fue deslizada hacia atrás. La mirada de Caslya recorrió rápidamente el lugar que se mostró ante ellos; arcos de piedra, madera y brillantes metales eran todo lo que ella podía distinguir. En efecto, aquel lugar era muy distinto al resto del palacio que relucía en blancura y oro. Allí el terror parecía hallarse grabado en las paredes, oculto en cada una de las celdas que debían existir.
El espacio era grande, pero vacío, así que Caslya no tardó en encontrarse con la mirada de Anissa, la hermosa joven de ojos plateados que le había prometido traer a Elián a casa, el mismo Elián que había intentado asesinarla. La vergüenza la asaltó al percatarse de que, si la joven hubiera muerto, definitivamente, habría sido culpa suya. De cualquier manera, Anissa no detuvo su atención en ella, ni en Haniel por demasiado tiempo, sino que, regresó la mirada al frente y luego, como si ya no tuviese nada más que hacer allí, avanzó hacia ellos.
—Con su permiso —pronunció cuando estuvo a pocos centímetros de ambos, y sin esperar una respuesta por parte del ángel caído, la rubia se marchó.
En otro momento, Caslya hubiera seguido los movimientos de la joven e incluso se habría preguntado qué le sucedía, no obstante, era incapaz de apartar la mirada del lugar que Anissa había abandonado, ya que allí, con la frente apoyada en los barrotes, se encontraba Elián. Caslya sintió que su corazón se oprimía dentro de su pecho y se vio obligada a reunir coraje para no salir corriendo. Debía acercarse a él y pedirle lo que a ella le pertenecía, sin embargo, no podía. Dudaba. Y no fue hasta que la mano de Haniel rozó su brazo en un mudo gesto de apoyo, que ella tragó saliva y avanzó.
Tengo que hacerlo. Se ordenó.
Sus pasos sonaron en el silencio del lugar; causando que sus propios pensamientos hicieran ruido dentro de su cabeza. No sabía qué hacer, qué esperar. Todo en su mente era confuso y eso la mantenía cautiva de las dudas, pero necesitaba estar allí y hablar con él. Deseaba obtener respuestas y por ello, se detuvo frente a la celda que mantenía al otro prisionero.
—Elián...—lo llamó en un tono de voz tan bajo, tan roto, que creyó que él no la había escuchado, mas no fue así, pues la mirada del demonio se elevó con desconcierto. Estuvo claro, por la forma en la que sus oscuros ojos la observaron que no era a ella a quien esperaba ver frente a él.
—Cassie —pronunció de tal forma que ella creyó que no podría resistir verlo sin recordar todo lo que junto a él había vivido—. ¿Estás bien? —quiso saber, y ella desde la distancia se dio cuenta que no había nada nuevo, nada distinto en él. Al mirarlo, no veía un monstruo capaz de causar daño, pero él lo había hecho. Ella lo había visto y eso no podría olvidarlo nunca—. ¿Ellos...? —empezó a preguntar, no obstante, cuando su mano intentó tocarla en un acto fraternal, ella retrocedió y él dejó caer sus manos aún engrilletadas como si ella acabase de abofetearlo.
Al observar su reacción, Caslya apartó la mirada sin estar segura de por qué se había alejado de él de esa manera. ¿Por qué había rechazado un gesto que tantas veces había calmado los nervios que roían por su piel?
—¿Crees qué te haré daño? —le preguntó él y hubo dolor en sus palabras.
No. Fue lo que una parte de ella rogó que pronunciara, pero no pudo. Simplemente la voz escapó de su garganta cuando quiso dar respuesta. Elián no la lastimaría, no a ella, sin embargo, no había podido evitar sentirse acorralada cuando él se aproximó. No había podido contraer el recuerdo de él convertido en todo lo que ella temía; en un ser infernal capaz de arrasar con todo lo que se interpusiera en su camino.
—Contéstame —le pidió sin esconder el desespero de su voz, sin ocultar la realidad de que aquella distancia que se había entablado entre ambos le disgustaba.
—No puedo —dijo ella tras reunir el valor para volver a fijarse en los ojos ajenos.
—¿Por qué?
—Porque no sé quién eres —contestó intentando no quebrarse a mitad de sus palabras—, porque confiaba en ti más que en mi misma y me traicionaste, me mentiste, Elián. Creí que eres mi hermano, pero resulta que eres...
—¿Un monstruo? —atinó a responder de forma pausada, como si la sola idea de que ella creyera eso de él le destruyera.
—Un demonio —concluyó ella pasando de lo que él había dicho. No era momento para pensar en ello, pues no buscaba agregar más confusión al caos que reinaba en su cabeza. Cuando obtuviera todas las respuestas que quería, podría tomarse el tiempo de organizar sus sentimientos, sus ideas y sus deseos—. Y no sé de lo que eres capaz. Ya no. Antes me habría aterrorizado la idea de que estuvieras aquí encerrado porque creía saber quién eras, pensaba que te conocía de la misma manera que tú me conocías a mí, pero ahora... Yo...
El final de la oración se ahogó en su garganta y el rostro de él se ensombreció ante lo dicho. En ese momento, Caslya sintió que había dejado salir más de lo que en realidad quería, pero no había podido contenerse. De cualquier forma, él se aproximó a ella lo más que las rejas le permitieron y ella lo observó con la mirada empañada.
—Sé que ahora sientes que no me conoces, Cassie, pero te juro que a pesar del engaño en el que tuve que sumergirte, yo te amo —declaró—. A pesar de que por nuestras venas no corra la misma sangre, para mí siempre serás mi hermana pequeña, ¿entendiste? Sin importar qué, porque prometí que te protegería con mi vida de ser necesario y planeo mantener esa promesa hasta el último día de mi vida inmortal.
Una lágrima rodó caliente por su mejilla y ella cerró sus ojos.
—Mírame y dime que me crees.
Ella hizo lo que él le pidió.
—Pruébalo —dijo sujetándose de su propia fuerza—. Pruébame que me amas, Elián.
—¿Cómo?
—Devuélveme mis recuerdos.
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