Capítulo X: Otra ilusión más.

La primera idea que cruzó su mente fue la de huir; la de ponerse de pie y correr lo más lejos que pudiera de aquel lugar. Quiso espantar todas las interrogantes que se sacudieron en ella y simplemente irse; atribuir todo aquello que había vivido a un mal sueño y empezar su vida en cualquier parte, siendo cualquier persona. Después de todo, no tenía a nadie. Nunca había conocido a sus padres y la única persona que creyó real y a la que se aferró dentro de aquel remolino de fantasía en el que se había introducido, no había sido más que una mentira..., sin embargo, allí estaba, aún sentada y con la mirada fija en los ojos del ángel caído.

—¿Por qué cree eso? —preguntó en voz baja, sintiendo que una parte de ella no quería oír la respuesta. La otra parte, en cambio, deseaba escuchar algo que le diera sentido a su vida.

—Porque sé reconocer el poder cuando lo tengo delante de mí —respondió seguro, haciéndola sentir extraña. Luego, tomó su mano, que minutos atrás había envuelto con el suave pañuelo y, sin romper la conexión que se había entablado entre ellos, comenzó a desatar el pequeño nudo que había hecho—. Puede creer en mi intuición o no —continuó él—, pero dígame, ¿puede desconfiar de lo que sus propios ojos ven?

Caslya siguió la mirada de Haniel cuando ésta se dirigió a su palma descubierta. Allí dónde poco tiempo atrás había habido un pequeño corte sangrante, ahora no quedaba nada; solo una fina línea rosácea que prometía desaparecer.

—¿Qué es lo que debo ver? —preguntó.

—La rapidez con la que se ha curado, ¿no la sorprende?

—¿Es que acaso eso no es lo normal?

Haniel parpadeó, ligeramente sorprendido con su respuesta.

—No lo es, querida. El ser humano no posee tales dotes de curación —observó—. Los humanos sangran durante largo tiempo y las heridas tardan semanas en cicatrizar. En cambio, un guardián de almas sana a un ritmo impresionante.

—Aunque eso sea verdad..., ¿Cómo sé que yo misma me he curado? —preguntó elevando su mirada hacia el etéreo rostro frente a sí, buscando desesperadamente aferrarse a lo mundano que ella conocía, a la chica que ella era—. ¿Cómo puedo estar segura de que no ha hecho magia para curarme y así hacerme creer que soy lo que en realidad no soy?

Haniel rió suavemente y ella frunció su entrecejo.

—No puedo hacer magia, querida —contestó y hubo una chispa de diversión en su voz—. No corre sangre fae por mis venas, ni he nacido hijo de Alice, por lo tanto, imposible sería para mí sanar sus heridas.—Caslya renunció a pedir una explicación y se mantuvo firme en su postura—. De todos modos —continuó Haniel—, me impresiona su suspicacia.

Ella apartó su mano incapaz de creer en las palabras de Haniel. Tal vez él no me ha curado. Se dijo. Pero eso no significa que yo sea una guardiana. No puedo serlo.

—Agradezco lo que ha hecho por mí —aseguró y no mentía. Le debía su vida al ángel caído que ahora la observaba, después de todo, si él no hubiese enviado a los guardianes a buscarla, los sabuesos del infierno se habrían dado un festín con su cuerpo—. Pero no puede pedirme que crea que soy una guerrera destinada a dar mi vida combatiendo la oscuridad. No a mí. No sin pruebas sólidas.

—Lo sé —dijo en una tonalidad comprensiva que resultó reconfortante—, sin embargo, quizá sus deseadas pruebas no se encuentran tan lejos de usted cómo cree.

—¿Qué quiere decir con eso?

—Que tal vez las pruebas que quiere —empezó a decir acercando su rostro al de ella— están aquí. —Ella cerró sus ojos durante un instante cuando el dedo de Haniel dio un golpecito en su frente—. Si me permite entrar a sus recuerdos, ambos saciaremos nuestras dudas.

Ella retrocedió hasta que su espalda tocó el respaldo del sofá; sintiéndose atemorizada ante la idea de que él entrara en su mente.

—Lamento no haber sido sutil con mis palabras —se disculpó él al ver la expresión que se había adueñado del rostro de la castaña—, mas le pido que no desconfié de tal manera de mí. No está en mis planes hacerle daño alguno, solo deseo asegurarme de que usted es quien creo que es.

Caslya tragó saliva sin poder evitar mirar a ambos lados en busca de una oportunidad; esperando con ansias que hubiese una nueva forma de hallar las pruebas que quería, sin embargo, tal parecía que la única manera de desaparecer para siempre las dudas era aquella que el ángel caído le proponía. Un suspiro escapó de sus labios y tras un segundo en el que meditó lo que sucedería, se acercó nuevamente al de cabellos blanquecinos.

—¿Dolerá?

El contrario sonrió con amabilidad; provocando que, de algún modo, su repentino nerviosismo fuese sosegado y su cuerpo, como consecuencia, se relajó.

—No si confía en mí —contestó. Caslya se preguntó si podría hacerlo, después de todo, la única persona en la que siempre había confiado, ni siquiera era una persona y el temor a que Haniel la estuviese utilizando abordó su sistema, no obstante, apartó la idea y asintió para darse ánimos—. Ahora, por favor, míreme —le pidió—. No aparte sus ojos de los míos —indicó y le fue imposible desobedecer. Se concentró en aquellos hermosos orbes dorados y admitió que le gustaba observarlos porque engendraban una mirada intensa y magnífica. Con cada latido, ella comenzó a sentir que él estaba más cerca, pero por más extraño que pareciese, no le importaba, lo deseaba—. Cierre los ojos —dijo y ella, sin buscar una razón, lo hizo.

Y antes de poder saber siquiera qué estaba sucediendo, la oscuridad la tragó en silencio y por un momento, todo dejó de existir. Incluso ella misma pareció haberse detenido junto al tiempo, pero cuando una luz encandiló sus parpados aún cerrados el aire golpeó sus pulmones con rudeza, haciéndola toser. Rápidamente abrió los ojos para darse cuenta que, de algún modo, la bella sala en la que se encontraba había desaparecido por completo y ahora, lo único que existía era el cielo sobre ella.

Infinito, pensó y sintió que, cualquiera fuese aquel lugar, emanaba algo que la hacía sentir una profunda calma.

—Ahí está. —La voz de Haniel provocó que se incorporara—. ¿Cómo se siente? —El ángel caído le tendió la mano con el fin de ayudarla a ponerse de pie, y ella, en el instante en que aceptó y miró sus ojos, recordó cómo él la había hecho caer en una especie de fascinación que la hizo apartar la mirada con cierto nerviosismo—. ¿Sucede algo?

—No —dijo y se alejó—. ¿Qué es este lugar? —preguntó mirando en rededor en busca de desviar la conversación y adivinar en dónde se encontraba.

Su intento fue en vano: allí solo existía el cielo y su imagen.

—Un reflejo de su personalidad —contestó él, haciéndola voltear con las cejas ligeramente enarcadas, ¿por qué su personalidad se mostraba tan vacía, tan calmada? Ella no se sentía de esa manera—. O al menos, es lo que debería ser. Nuestros recuerdos conforman quienes somos —contó Haniel como si aquello pudiera darle sentido al porqué su subconsciente se mostraba de aquella manera—, mas sin recuerdos reales, nuestro subconsciente no tiene a qué aferrarse para existir, creando esto.

—Sin recuerdos reales...—repitió ella confundida—. ¿Qué quiere decir con eso?

—Quiero decir que alguien se ha encargado muy bien de esconder quién es usted.

—Entonces..., ¿todo lo que recuerdo es una mentira? —preguntó con la esperanza de que el ángel caído lo negará, sin embargo, antes de que Haniel pudiese responder una risa infantil la llevó a voltearse para ver que, a la distancia, una pequeña niña de largos cabellos castaños corría y se reía, mientras la falda de su vestido se balanceaba al ritmo de sus pasos. A pesar de no comprenderlo, había algo en la pequeña que hizo sentir a Caslya confundida—. ¡Oye! —le gritó, pero la niña no se detuvo y antes de que Haniel pudiese detenerla a ella, Caslya empezó—. ¡Espera!

Mientras avanzaba, Caslya era capaz de verse a sí misma: el suelo parecía un inmenso lago que lo reflejaba todo; un espejo que hacía aún más inmenso el infinito de su subconsciente, cargado de recuerdos falsos... Ella apartó esos pensamientos y continuó corriendo detrás de la niña. Tal vez ella sabía algo. Algo real.

—¡Niña, detente!

La pequeña lo hizo, pero no porque Caslya se lo hubiera pedido, sino porque sus piernas le fallaron y la hicieron caer, provocando que la castaña se apresurara a alcanzarla.

—¿Estás bien? —le preguntó, no obstante, sus labios se cerraron cuando observó de cerca. Cabellos castaños, facciones de muñeca y unos brillantes ojos ámbar iguales a los suyos. Aquella niña era ella misma y lo supo cuando recordó el momento en el que había utilizado ese vestido con volados de color celeste.

Caslya vio a Haniel detenerse a su lado.

—Soy yo —le dijo viendo como la niña miraba su rodilla al tiempo que sus ojos se empañaban; sin siquiera percatarse de la presencia de ellos dos. Era como si la realidad de la menor fuese otra—. ¿Cómo es posible?

—No todo lo que recuerda es mentira —indicó Haniel—, simplemente sus recuerdos se encuentran desorganizados y ocultos; entre lo real y lo ficticio.

En ese momento, y de la nada, un joven apareció cerca de ellos. Caslya sintió un nudo en la garganta al darse cuenta que era Elián quien, con una expresión preocupada corría hacia la pequeña. —hacía ella misma—, para tomarla entre sus brazos y cargarla tal cual princesa. No había voces, pero tampoco eran necesarias para que ella recordara lo que había sucedido aquella vez, ni tampoco, para saber que, después de que ella se hubiese caído, y tras llegar de regreso a la casa, él le había preparado un té y un pastel de manzana. Y durante toda la tarde, había permanecido con ella como si aquel simple rasguño hubiese sido la peor de las enfermedades.

—Incluso la mentira más grande puede esconder sentimientos verdaderos —comentó el ángel caído mientras observaban como Elián desaparecía con la niña a pocos metros por delante de ellos. Caslya no quiso buscar un significado a las palabras, simplemente avanzó hacia el lugar por donde habían desaparecido, dándose cuenta, al llegar, que no podía avanzar porque allí había una pared que ella no podía ver. Al parecer, aquel lugar no era tan infinito como parecía, solo era una ilusión.

Otra ilusión más.

—Por favor, Haniel, quiero salir de aquí —pidió sin apartar la mirada de la pared, como si allí radicase todo lo que ella quería. No deseaba volver a encontrarse con algún fragmento de sus recuerdos, no sin saber qué ocultaban cada uno de ellos.

Él la observó durante un instante y asintió a pesar de que ella no lo viese. Luego, apoyó su mano en el hombro de la chica y cuando ésta cerró sus ojos, todo se desvaneció. Otra vez, hubo vacío y luego, en el momento en que sus ojos se abrieron nuevamente como si escapase de un letargo, se encontró frente a Haniel.

—Siento no haber podido hallar las pruebas que ambos deseábamos encontrar—dijo él mirándola con sinceridad.

Ella negó con la cabeza.

—Quizá no encontramos las pruebas —empezó a decir Caslya—, pero sabemos que están ahí, solo necesitamos ir con quién me hizo esto.

Por primera vez, Haniel pareció realmente sorprendido con las palabras de la castaña.

—¿Está segura de lo que quiere?

No había dudas en su mente de que lo que quería en ese entonces era encontrar las respuestas que tanto necesitaba para saber quién era y a dónde pertenecía en realidad, y solo había alguien que sabía lo que ella no; solo existía una persona que había sido real en sus recuerdos y a pesar de que el dolor se instalaría en ella al mirarle a los ojos, era necesario. Así que asintió.

—Sí —dijo—, quiero ver a Elián. 

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