Capítulo VIII: Ella verá el monstruo que eres.

Las manos de Anissa se hallaban manchadas de sangre y su respiración se estremecía bajo los pensamientos que sofocaban su mente. Su brazo dolía terriblemente por causa del daño que el demonio mayor le había causaba, sin embargo, no se animaba a dejar de hacer presión sobre la herida sangrante de su compañero.

—Resiste, Baz —ordenó como si él pudiese oírla. De repente notaba lo acelerado de sus latidos—. Sobrevivimos a un maldito demonio mayor —continuó intentando no pensar en el líquido carmesí que manchaba las sabanas de aquella cama en la cual lo había recostado con ayuda de Gideon—. Debemos celebrar por ello. Debemos... —Las palabras se negaban a salir calmadas—. ¡Maldita sea, Gideon! ¿Dónde estás?

—¡Aquí! —exclamó el de cabellera castaña ingresando a la habitación junto a dos de las tres faes que residían en el Edén: Edrielle y Mab—. Yo..., siento...—Anissa sabía perfectamente que era lo que sentía el de apariencia, pero no tenía tiempo para ser compasiva.

—¿Qué es lo que sucedió? —preguntó Mab acercándose a Baztiel. La fae de piel rosácea había remangado las mangas de su vestido y observaba la escena con atención. Parecía confundida y levemente desorientada, pero eso no hizo mella en su determinación cuando apartó a Anissa y apoyó sus manos en la herida del pelirrojo.

—Un sabueso del infierno lo atacó —respondió la rubia sin apartar la mirada del cuerpo moribundo de su amigo.

Mab asintió como si aquella información fuese lo más útil que Anissa pudo haber pronunciado. Luego permitió que el poder fluyera desde su interior hacia la yema de sus dedos, esparciéndose en el cuerpo de Baztiel en busca de salvar su vida.

—Elle, necesito que regules el sangrado mientras yo me encargo de expulsar el veneno —dijo a continuación, no obstante, la otra parecía haberse dejado invadir por un malestar. La sangre, la herida y la tonalidad que estaba adquiriendo la piel Baztiel la habían llevado a desconectarse de la escena—. ¡Edrielle! —El grito de la otra hizo que la joven de ojos blancos se sobresaltara ligeramente—. Regula el sangrado o él muere.

Edrielle pareció recibir un escalofrío, tragó saliva y avanzó para cumplir con lo que le había ordenado su compañera. A pesar de todo, Anissa comprendía la inseguridad que sentía la joven y no la culpaba por ello, después de todo, no era habitual que ninguno de ellos recibiera heridas de tal grado... O al menos, se corrigió, eso era antes. Cada día más demonios lograban colarse por las grietas del sello y eso, indudablemente, se estaba convirtiendo en un problema.

—¿Hay algo que podamos hacer para ayudar? —preguntó Gideon, atrayendo la atención de Anissa. Las manos del chico se encontraban tan sucias como las de ella y se veía, en su expresión, que se sentía abatido. Él tampoco quería perder al joven que yacía con los ojos cerrados—. Haremos cualquier cosa por ayudar, ¿verdad, Issa?

Anissa asintió. Ella lo conocía lo suficiente para saber que Gideon no era de aquellos que esperaban pacientemente cuando alguien estaba en peligro. Él actuaba.

Mab no elevó la mirada cuando le respondió.

—Irse.

Los labios del castaño se abrieron como si fuese a replicar, sin embargo, para impedir sus palabras la rubia volteó con el fin de apoyar su mano en el hombro del contrario y se aceró a él.

—Debemos avisar a Haniel acerca del mayor —dijo en voz baja, ya que no deseaba alertar a las que, con dedicación, intentaban salvar a Baztiel—. Vendremos a verlo más tarde.

Gideon dudó un instante, pero no se opuso a seguirla.

—Daremos todo de nosotras para salvar su vida. —Las palabras de Edrielle llegaron a ellos cuando salían de la habitación.

—Lo sabemos —contestó Anissa y tras ello, cerró la puerta. 

Con cada paso que dio hacia su hermano, Caslya notó la emoción incrementándose en su interior. Elián estaba allí, a salvo. Los guardianes lo habían rescatado y él había ido en su búsqueda porque la extrañaba. La extrañaba tanto como ella lo había extrañado a él desde que había sido rescatada. Su corazón se regocijó en su pecho mientras avanzaba hacia el joven que pudo haber perdido por causa de unas horribles criaturas que creía irreales y que ahora se encontraba allí, tan cerca que cuando sus brazos lo rodearon creyó, por un instante, que estaba soñando..., pero no era así, él era real y al sentir el cuerpo del joven junto al suyo, se dejó acobijar por su calor y por la sensación de que todo iba a estar bien.

—Lo lamento —dijo él apretándola contra sí con tal fuerza que ella sintió como si él hubiese temido perderla para siempre—. Lamento no haber sabido protegerte como prometí, Cassie... Yo..., creí que estarías a salvo en la granja.

Ella se apartó ligeramente para mirar la expresión de culpa que teñía el rostro de su hermano y negó con la cabeza para impedir que él se culpará de algo que ninguno de los dos habría siquiera imaginado.

—Estoy a salvo. —Fue lo que respondió—. No debes preocuparte.

La mirada del joven recorrió sus facciones como si la estudiase, al tiempo que sus ojos, inquisitivos, la observaban en busca de algo a lo que ella no pudo dar nombre. Luego, un crujido proveniente del bosque más allá hizo que él tomará el rostro de Caslya entre sus manos en un gesto de tener toda su atención.

—Tenemos que irnos —dijo y por la manera en la que había hablado, Caslya supo que no era una pregunta, que no la dejaría rebatir, sin embargo, ella no podía irse. No de aquel modo tan irrespetuoso—. Y no me contradigas. No hay tiempo para eso —agregó al dejar de tocarla; quedándose de pie frente a ella.

—No podemos irnos así —contestó en un intento de convencerlo—. Debo agradecerles por salvarte. Por traerte conmigo.

El rostro de él se tensó ante lo dicho tal como si cada una de esas palabras fueran agujas enterradas en su piel y, del mismo modo, sus ojos se cerraron en busca de contener un sentimiento que ella reconoció como cólera. Cuando volvieron a abrirse, ella contempló una frialdad que la hizo encogerse.

—No. —Fue lo único que sus labios pronunciaron.

—Elián...

—He dicho que no —sentenció y ella sintió que le dolía estar pasando por aquello a minutos de haberse reencontrado. Al parecer, Elián notó el sentimiento que se adueñó de ella porque su expresión se suavizó—. Por favor, Cassie, no puedo permitir que ellos te hagan daño. No a ti también.

Caslya frunció su entrecejo, presa de la confusión.

—¿De qué hablas?

Impidiendo que las palabras de su hermano dieran respuesta a su pregunta, una flecha se deslizó por su lado a una velocidad y fuerza impresionante; cortando el aire y haciéndola desconcertarse por un instante. Tras él, el arma penetró la ropa y la piel de su hermano, enterrándose en su pecho de una forma tan brutal que le arrebató a ella la respiración y a él lo hizo retroceder.

El tiempo pareció dejar de correr cuando contempló la expresión que se dibujó en el rostro de Elián al ver el extremo de aquella flecha sobresalir de su pecho. Si antes sus ojos se habían empañado por la felicidad, ahora se encontraba siendo enroscada por una horrible sensación de pánico que la llevó a perderse en la escena que acontecía frente a ella.

La mirada de su hermano se elevó para encontrarse con la suya y ella dio un paso para acercarse a él, para ayudarle, sin embargo, el suelo tembló y desde las entrañas del mismo emergieron raíces que, como tentáculos, atraparon al de cabellera negra desde sus pies con el fin de trepar por sus piernas, estrujándolo e hiriéndolo.

El horror gobernó su sistema al contemplar aquello, y por instinto, quiso ir hacia su única familia. No obstante, una mano la sujetó por la muñeca con rudeza y la retuvo allí.

Sus ojos viajaron desde la mano que la aprisionaba hasta el bello rostro de Kyriel. Y vio, que, a su lado, se encontraba la chica de ojos grises que horas atrás le había prometido salvar a su hermano. ¿Qué estaba pasando?

Ellos estaban atacando a Elián.

Era su culpa que él estuviera sufriendo.

—Ven conmigo —le dijo Kyriel en aquel tono insensible que parecía caracterizarle.

—¡Suéltame! —le gruñó intentando zafarse del agarre, pero el rubio era más fuerte que ella y toda fuerza parecía ser en vano—. ¡Están enfermos! —chilló mirando a ambos jóvenes; la chica parecía guiar los movimientos de aquellas raíces que mantenían cautivo a Elián—, ¿por qué..., por qué lo atacan?

Kyriel no dirigió una mirada para responderle, pues su atención estaba puesta en Elián, quién había sido elevado del suelo.

—Porque es un demonio.

Caslya se paralizó.

¿Demonio?

¿Por qué llamó así a su hermano?

Sus ojos viajaron hacia Elián como si todo a su alrededor se hubiese esfumado. El chico no había perdido la noción. Estaba vivo. No había sangre carmesí naciendo de la herida ni manchando sus prendas. Ni siquiera había dolor en sus facciones..., solo una feroz molestia que la hizo tragar saliva.

¿Qué estaba sucediendo?

—Mientes —susurró—. Es mi hermano, no es un demonio —aseguró en un tono desesperado; quería que Kyriel entendiera que estaba equivocado e intentaba conversarse a sí misma que había un error, que, de algún modo, Elián había sobrevivido a aquella flecha que se había enterrado en su pecho. Sin embargo, Kyriel la observó con sus imponentes ojos azules teñidos con una leve curiosidad que ella, por un instante sintió esperanzadora, pero cuando él apartó la mirada, ella supo que no lo había convencido de algo que ella misma estaba dudando.

—¿La engañaste para que creyera que eres su hermano? —Las palabras evidentemente no iban dirigidas a ella—. Los tuyos tienen realmente una buena imaginación, debo reconocer.

—Él no...—No había palabras que quisiesen salir de sus labios, ni existía en su mente una explicación racional para comprender por qué su hermano continuaba vivo.

Ella lo miró buscando que él hablara, que él, su propia sangre le otorgará algo que la convenciese, pero al observarle a los ojos vio aquello que la hizo retroceder. Las pupilas de su hermano se habían contraído, asemejándose a las de un felino y sus iris se habían vuelto como el fuego. Era como si las mismísimas puertas del Infierno se hallaran en su mirada...

—No puede ser...

—Siento que tengas que descubrirlo de este modo, Cassie —dijo él y ella sintió que el mundo le caía encima cuando unas sombras comenzaron a consumir la prisión que le sujetaba en el aire, incluyendo aquella flecha que atravesaba su pecho para dejar una herida; una herida se esfumó frente a sus ojos, cerrándose como si nunca hubiese estado allí.

Definitivamente mi hermano... No... Ese sujeto es... Un demonio.

—Lamento haberte mentido —continuó aquel al que ella había llamado hermano—, pero era la única manera de protegerte.

Él la miró y en sus ojos, a pesar de lo distinto, ella encontró al joven con el que había crecido. De cualquier modo, estaba demasiado confundida para decir o hacer algo. Sus pensamientos eran una catástrofe que dolía y ardía y cuando el pronunció lo siguiente, su corazón pareció dejar de latir:

—Cierra los ojos. No quiero que veas esto.

No obedeció. No entendía qué estaba sucediendo. Así que cuando Kyriel, en un acto defensivo, la colocó a sus espaldas como si pudiese defenderla del demonio mayor, ella lo permitió.

—Ve dentro. —Las palabras de Kyriel fueron una orden que ella, por un momento, dudo en cumplir—. ¡Ahora!

Ella corrió.

—¡Caslya! —El gritó de Elián estuvo invadido de dolor y la única sensación que se instaló en ella era que lo estaba traicionando... No obstante, una fuerza invisible la detuvo, inmovilizándola en el lugar sin darle la oportunidad de escapar.

¿Él estaba haciendo eso?

Sus ojos se empañaron y los cerró al preguntarse si Elián había existido en realidad. Pensar en que siempre había sido un demonio quien había estado con ella, la hizo sentir débil.

Al instante, escuchó al de cabellera oscura gruñir y ella cayó de rodillas al suelo cuando fue liberada con brusquedad. Sin detenerse a pensar, se volteó para observar cómo Kyriel era lazado hacia atrás tras haber provocado un corte en la mejilla de Elián y cómo Anissa era elevada del suelo por la misma fuerza que a ella la había detenido. Caslya fue testigo de que la joven sí era capaz de moverse, pero eran movimientos desesperados por recuperar el aliento. Estaba siendo ahorcada. Su hermano... El demonio mayor la estaba matando.

—Perdoné tu vida una vez... —escuchó decir a Elián. Su voz..., la tonalidad dulce de siempre había sido remplazada por una cargada de rencor y molestia. Definitivamente, él no era quien la acobijaba por las noches, era alguien a quien ella no conocía—. No cometeré el mismo error dos veces.

Alguien se detuvo al lado de Caslya en el momento en que Anissa profirió un gemido lastimero.

—Mátala y ella verá el monstruo que eres. —Las palabras de Haniel parecieron más fuertes que cualquier golpe, pues el Infierno que brillaba en los ojos de Elián cesó para dejar paso a unos hermosos iris oscuros que se dirigieron primero al ángel caído y luego a ella.

Algo mortal se dibujó en el rostro del joven al contemplar el terror que figuraba en el rostro Caslya, y fue ese mismo sentimiento el que lo llevó a dejarse caer de rodillas rendido. En consecuencia, Anissa aterrizó a pocos metros por delante del demonio. Estaba viva y consciente, así que cuando su cuerpo tocó el suelo, su mirada se dirigió a aquel que había atentado contra su vida. Caslya no quería engañarse, pero notó confusión en la expresión de la rubia.

No obstante, no fue hasta que vio a Kyriel acercarse al demonio mayor como un depredador, que Caslya se puso de pie. Observar la daga que sujetaba el rubio resplandecer bajo una promesa de muerte, despertó un sentimiento de angustia que la llevó a correr hacia él. Elián la había visto, de eso no cabía duda, pero no se movía. Estaba quieto y a la espera de un final. ¿Por qué? No lo sabía, sin embargo, tan solo pensar en que fuese asesinado, revolvió todo en su interior.

—¡No lo mates! —ordenó interponiéndose entre el guardián y el demonio; impidiéndole llevar a cabo su cometido. Los ojos azules del joven se clavaron en ella como si le estuviese estorbando, no obstante, había algo más que se ocultaba en el brillo de sus ojos; algo a lo que ella no dio nombre—. Por favor, no lo mates —insistió en ruego.

Sabía que no podría luchar contra el rubio por defender a quien se encontraba detrás de ella, pero no podía dejar que lo mataran. No podía permitirse verle morir sin saber, de sus propios labios, el por qué la había engañado. E incluso cuando quiso convencerse de que era solo eso, no pudo. Había muchos más motivos por los cuales no podía dejar que tal acto aconteciera.

A pesar de esperar lo contrario, la respuesta del rubio no la sorprendió.

—Apártate.

Ella relamió sus labios.

—No.

Él se acercó tanto que, por un instante, ella pensó lo peor, sin embargo, solo la observó a los ojos como si buscase respuestas.

—Kyriel. —La voz de Haniel habló desde la cercanía—. No lo mataremos hasta obtener respuestas. —Caslya notó la tensión en la expresión del rubio al oír esas palabras—. Es una orden —agregó el ángel caído y, sin dar objeciones, tan solo dedicándole una última mirada que pareció atravesar más allá de todo lo que ella era, Kyriel se marchó.

—Gracias —le dijo a Haniel cuando éste se aproximó a ella seguido de Gideon.

—Es muy pronto para que me agradezca —replicó el de cabellera blanquecina antes de hincarse frente a Elián y tomar sus manos. Al hacerlo colocó en sus muñecas unos grilletes.

Para sorpresa de ella, el contrario no opuso resistencia, simplemente se dejó llevar. Elián parecía sumido en sus propios pensamientos; aislado de la realidad. Su mente estaba tan lejos que Caslya sintió su corazón oprimirse.

—¿Qué hará con él? —preguntó, y aunque temía la respuesta, se sintió vacía cuando Haniel no le respondió.

Ella dio un paso para ir tras él, no obstante, Gideon le impidió avanzar.

—Debo...

¿Qué debía hacer?, ¿qué era lo que tenía que hacer a partir de ese momento?

—Todo estará bien —susurró el joven al rodearla con sus brazos en busca de ser consuelo suficiente, no obstante, tal acto solo causó que se desmoronara en lágrimas.

Nada tenía sentido. Nada parecía ser real. Su vida era un caos, y por un momento, Caslya rogó nunca haber salido de la granja.  

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