Capítulo VII: Fui un ángel.
—¿No quiere que la acompañe de regreso a su habitación y mande llamar por usted cuando hayan noticias? —le preguntó Haniel desde el sofá. Su postura despreocupada y aquel aire de soberanía que emanaba de él, la hicieron negar con la cabeza repetidas veces. No quería irse y mucho menos regresar al cuarto en el que había tenido una pesadilla. Haniel debió de notar su inquietud porque continuó—: Su hermano estará bien, Caslya —aseguró, observando con sus inquisitivos ojos dorados como ella recorría la espaciosa sala de un lado a otro—. Solo debe ser paciente.
Ella se detuvo para mirarlo.
—Lo sé —respondió y en su voz se coló la inquietud que rondaba en ella. ¿Los guardianes habrían llegado a tiempo? ¿Habían encontrado a su hermano? De ser así, ¿él estaba bien o había sido...?—. De todos modos, no pienso moverme de aquí hasta tener noticias de Elián —agregó tras espantar la idea de que su única familia estuviese herida.
—Como desee. Puede seguir caminando si eso la hace sentir de utilidad alguna.
La nota de sarcasmo oculta en las palabras del de blanquecina cabellera la hicieron abstenerse de dar una respuesta, pues de hacerlo, estaba convencida que no lo haría con gentileza. Se sentía inútil. Mientras su hermano corría peligro, ella se hallaba allí, protegida detrás de las paredes de un magnifico palacio y bajo la atenta mirada de un ángel caído.
Caslya cerró sus manos en dos puños, frustrada. Nada productito nacía del desespero, sin embargo, ¿cómo evitaba dejarse ganar por sus emociones?
—Sabe, me resulta muy curioso que no me haya hecho preguntas aún —comentó Haniel desde su lugar; hablando en un tono que se insinuaba sorprendido.
—¿Preguntas? —repitió ella sin comprender.
Él asintió.
—Normalmente, aquellos que se encuentran en mi presencia suelen hacer preguntas —explicó—. ¿Qué es esté lugar? ¿Por qué estoy aquí? ¿Acaso soy especial? —Haniel movió su mano como si pudiese resumir con aquel gesto el millar de inquisitivas que podía utilizar de ejemplo—. Sin embargo, usted no ha preguntado nada.
Ella guardó silencio durante un instante. No es que no tuviera preguntas, en realidad, estaba invadida de ellas. Quería descubrir tantas cosas de aquel mundo del que nunca se había sentido parte, pero con Elián en peligro su curiosidad había pasado a segundo plano. No deseaba saber nada, no buscaba confundirse mientras estuviera rodeada de desconocidos. Quería, más que cualquier otra cosa, estar con su hermano y que fuera él quien le enseñará aquella realidad.
—No hay nada que quiera saber ahora —dijo, y, de cierto modo, no mentía.
—Quizá no haya nada que quiera decirle más tarde —replicó el ángel caído.
Ella mordió el interior de su mejilla ligeramente fastidiada, preguntándose por qué le resultaba tan molesto entablar una conversación con el ser allí presente. Caslya sabía que era probable que Haniel estuviera hablando en serio, por lo tanto, hizo caso a su curiosidad solo por una vez.
—¿Los humanos saben de la existencia de... de esto? —preguntó, ya que Elián, desde que ella era niña, le había dicho que los ángeles, los demonios y cualquier ente sobrenatural eran mera fantasía, palabras escritas por alguien que, preso de la desesperación, había creado a seres hermosos y poderosos cuya obligación era la cuidar y perdonar a la humanidad. Su hermano le había contado que las personas eran demasiado orgullosas para admitir sus propios errores y que necesitaban de alguien a quien culpar.
Haniel se mantuvo en silencio antes de responder, aun así, una débil sonrisa se había colado en sus labios al oírla preguntar.
—No, los humanos no saben de nuestra existencia en la tierra —respondió él—, sin embargo, sí son conscientes de que existe algo que mantiene el orden en su mundo y que les protege del caos.
—¿Dios?
El ángel caído se encogió de hombros.
—Para muchos, sí —dijo y hubo un poco de recelo en su voz—. Aunque, quién sabe, los humanos tienden a tener mucha imaginación.
—Pero usted es un ángel, debe conocerle...
—Fui un ángel —indicó él en un tono impasible que hizo a la chica arrepentirse de sus palabras—. Cuando arrancaron mis alas dejé de serlo.
Dolor fue la única palabra que cruzó la mente de Caslya en aquel momento. Imaginó al ser frente a ella cruzando los cielos con unas hermosas y enormes alas blancas; alzándose entre la multitud con ímpetu y una belleza descomunal. Magnifico. Haniel debió haber sido magnifico con alas, sin embargo, allí estaba, etéreo, pero incompleto. Inevitablemente, ella se preguntó cuánto tiempo le habría costado adaptarse y cuál, de entre todos los pecados, había sido el que le había condenado a perder sus alas.
—Lo siento —se disculpó al ver la sombra de recuerdos que surcó el rostro del ángel caído.
—No tiene porqué —replicó—. Sabía lo que estaba haciendo cuando decidí seguir a Jehannette y, la consecuencia de mi desobediencia fue perder aquello que me volvía algo que no quería ser. Por lo tanto, no lo considero un castigo, sino el costo de una salida.
—¿Jehannette?
Haniel sonrió.
—La creación favorita de Dios —contestó y antes de que ella pudiese siquiera preguntar cualquier otra cosa, una de las dos inmensas puertas de aquella deslumbrante habitación fue tocada, atrayendo la atención de Haniel y la suya propia—. Adelante.
Caslya observó que la puerta era entreabierta por una joven que por un momento pareció mortal por causa de las sencillas ropas que llevaba puesta, sin embargo, sus cabellos negros recogidos en un perfecto moño dejaban en evidencia unas orejas puntiagudas que arrebataban cualquier simpleza. Su piel acaramelada y sus brillantes ojos oscuros, su pequeña estatura y sus delicados rasgos daban la idea de debilidad, no obstante, había algo en la forma en la que se movía que la hacía letal.
—Siento la intromisión —dijo ella y su voz fue como una melodía para Caslya; suave y dulce—, pero el desayuno está servido.
El de cabellera blanquecina se puso de pie.
—¿Han avisado al resto? —preguntó Haniel en un tono autoritario que conseguía robarle la seguridad a la de cabellos castaños, mas, a la joven frene a ella no parecía afectarle del mismo modo y, tal como si estuviera acostumbrada, asintió.
—Edrielle y Mab se están encargando de ello, señor.
—Perfecto —pronunció a nadie en concreto antes de dirigir la mirada a Caslya—. Si me acompaña, prometo responder a las preguntas que brillan en sus ojos.
—Ya le he dicho que voy a ir a ningún lado hasta tener noticia de Elián—le recordó ella, aunque no estaba tan segura de querer desperdiciar la oportunidad de saber más.
—Lo entiendo —comentó al tiempo que avanzaba en dirección a la joven de cabellera negra. Por un segundo Caslya se sorprendió de que no insistiera, sin embargo, antes de abandonar del todo la sala, su voz llegó otra vez—. Vendré a informarle cuando las noticas lleguen. Después de todo, yo soy siempre el primero en enterarme.
Antes de que ella pudiera procesar lo que él acababa de decirle, Haniel abandonó la sala.
—Con su permiso —le dijo la aparecida, y tras dedicarle un asentimiento educado a modo de despedida, salió detrás de Haniel.
Caslya miró hacia ambos lados, indecisa. Las probabilidades de que Gideon eligiera aquel como lugar de llegada eran pocas teniendo en cuenta lo inmenso del sitio en el que se hallaba, por lo tanto, lo mejor, a pesar de que no lo pareciera, era permanecer próxima al ángel caído. No obstante, cuando se apresuró a salir para ir con ellos, el pasillo se encontraba desierto.
Inconscientemente suspiró mientras examinaba en rededor. No era capaz de oír voces, ni pasos y, aunque pudiese darse la vuelta, tomar asiento y esperar dentro de la habitación a sus espaldas, decidió que no quería darle el gusto a Haniel. Así que, insegura, comenzó a caminar en la dirección opuesta a la que había llegado junto a Baztiel.
—De acuerdo, ¿qué tan complicado puede ser encontrar el comedor? —se dijo sin detener su andar, intentando ser positiva, pero difícil era cuando incluso acompañada había sentido que podía extraviarse.
Los pasillos eran bellísimos ante sus ojos y era un reto no distraerse con las obras colgadas en las paredes; paisajes que rebosaban lo mágico y personas que emanaban una voluntad inquebrantable dentro de aquellos escenarios bélicos. Muerte y dolor; esperanza y anhelo. Caslya se preguntó qué habría ocurrido y quién habría llevado a un lienzo tal realidad.
Al tiempo que descendía una ancha escalera y dejaba atrás los cuadros con la segura idea de que encontraría más en la planta inferior, la chica no pudo evitar evocar las innumerables ocasiones en las que ella se había sentado a un lado de Elián para observarle pintar de una manera talentosa. Cuando lo miraba se perdía en las pinceladas que él trazaba sobre el lienzo tal y como si estás la hechizaran.
Él solía hacer hermosos retratos de personas que ella no conocía, pero que causaban algo en su interior que difícilmente podría explicar con palabras. De todos modos, pensar en su hermano solo la hacía sentir angustiada, por lo tanto, intentó centrarse en otra cosa.
Afortunadamente, unos ruidos fueron suficientes para hacerla avanzar lejos de sus pensamientos. Con paso sigiloso recorrió aquel corredor hasta detenerse por causa de una puerta abriéndose. Tras ella, apareció una esbelta joven de largo cabello castaño. Al verla Caslya enarcó sus cejas ligeramente, pues la sorpresa la invadió cuando se percató de que la piel de la chica era de una tonalidad rosácea que se acentuaba con su vestido blanquecino.
La de extraña piel masculló una palabra que Caslya no alcanzó a comprender y elevó su mirada café, sorprendiéndose de verla. Observándola de frente, Caslya apreció que su belleza no era etérea como la de los otros habitantes de aquel palacio, sino que denotaba ese algo mundano que ella había visto y leído en cuadernillos que su padre le había enviado de sus viajes.
La desconocida también la miró, pero con una leve curiosidad que desapareció cuando los labios de Caslya se abrieron para preguntar quién era. Sin darle tiempo, la joven apartó la mirada como si de repente se hubiese sentido amenazada y pasó por su lado para desaparecer en la bifurcación del pasillo. Por un momento, Caslya pensó en seguirla y preguntarle si había hecho algo que la hubiera molestado, no obstante, un nuevo ruido proveniente de dentro de aquella habitación atrajo su atención.
Sin miramientos la de cabellos castaños se aproximó a la abertura de la puerta con paso cauto; no quería molestar o interrumpir a quien fuese que estaba allí, no obstante, era importante encontrar el comedor y, por consiguiente, a Haniel. De todos modos, imposible le fue evitar que un calor invadiera su rostro cuando su mirada se encontró con el torso desnudo del joven que, demasiado concentrado para notarla, se hallaba entrenando.
Caslya no tardó en reconocerlo como el chico del día anterior; aquel joven de cabellera rubia que, con una expresión impasible, había descansado la punta de una daga en su vientre. Inevitablemente, se sintió pequeña al recordar la forma en la que él la había mirado, pero difícil se le hizo apartar la mirada del ajeno. Se sentía extrañamente fascinada admirando su musculatura y la forma en la que, veloz y eficaz se movía por la inmensa sala.
Tal fue su concentración, que no se dio cuenta que se había apoyado en la puerta y ésta, bajo su peso, se abrió aún más. Antes de poder decir o hacer nada, una daga fue lanzada en su dirección; tan cerca y tan rápido que Caslya apenas pudo reaccionar. Por instinto miró detrás de ella para ver como el arma había quedado clavada en la pared y, con el corazón acelerado regresó la mirada a Kyriel, quien la estaba observando con una expresión de piedra.
—¡Estás demente! —le gritó y cuando él comenzó a avanzar, ella tragó saliva—. ¡Podrías haberme matado...!
—De haber querido matarte, lo habría hecho —respondió él, y sin dedicarle siquiera una mirada, se dispuso a desenterrar la daga de la pared.
—Eso no es una disculpa —observó ella sintiéndose levemente molesta; volteándose con la intención de mirarlo. Comprendía que no había hecho bien en espiarle, pero la manera en la que él había reaccionado había sido exagerada.
—No me estaba disculpando. —El tono de su voz era frío, ajeno al sarcasmo y distante de la amabilidad. Sus palabras solo eran una observación vacía que no buscaba provocar nada en ella y sus actos eran desinteresados, como si ella no fuese nada que pudiera requerir su atención.
La idea de que él la viese como un insecto molesto, la hizo morder el lado interno de su mejilla y cuando más palabras iban a salir de sus labios, él entró a la sala de entrenamiento y cerró la puerta justo frente a sus narices.
Ante tal gesto, ella pensó en abrir la puerta y gritarle, sin embargo, su lado racional la convenció de no hacerlo y en su lugar, decidió seguir avanzando. Más importante que discutir con un joven con el que no pensaba entablar ningún vínculo, era encontrar a Haniel y con él, esperar la llegada de noticas sobre su hermano.
De todos modos, no tardó en encontrarse dentro de una sala lujosa con inmensos ventanales cuya vista daba a un hermoso jardín de hermosas flores y vividos colores. Sin detenerse a observar la decoración del lugar, Caslya atravesó la habitación y abrió la puerta que allí se encontraba; aquella que indudablemente la conduciría afuera.
La brisa matutina acarició su piel dulcemente y la fragancia de las flores la hizo sentir ligera; como si fuese aquel sitio el ideal para permanecer en calma. Con cuidado, descendió los escalones de una escalera mientras se dejaba invadir con la belleza del escenario frente a ella; color y vida. Más allá se extendía un bosque. No había muros, no existían limites, solo ella y la naturaleza.
Cuando sus pies desnudos alcanzaron a sentir el césped, ella miró hacia atrás y contempló lo inmenso del palacio en el que se hallaba. Definitivamente, su magnificencia distaba mucho de aquellos dibujos que había podido ver, no obstante, no fue esto lo que robó su aliento e hizo despertar los nervios en su piel, sino lo que oyó.
—¿Cassie?
Esa voz....
Caslya se volteó y buscó entre lo verde a quien no esperaba hallar.
—¿Elián? —preguntó sin estar segura de haber escuchado bien; quizá el viento le había tendido una trampa.
—¡Caslya!
Y en el segundo llamado, fue cuando ella lo vio.
A la distancia, cerca de los árboles estaba su hermano.
Su corazón dio un brincó dentro de su pecho y sus ojos se inundaron de felicidad, y, dejándose llevar por su emoción, corrió hacia él.
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