Capítulo IX: Quiero entender qué está sucediendo.

Sentada en la sala, Caslya sostenía entre sus manos una taza de té que, poco a poco, iba perdiendo calidez. El aroma dulce que emanaba no era suficiente para calmar la catástrofe que eran sus pensamientos, ni para amansar los sentimientos que sacudían su interior. Se encontraba demasiado confundida para siquiera pronunciar palabra así que simplemente se había dejado invadir por un millar de interrogantes que dolían.

—Señorita...—La voz de aquella pequeña joven de cabellos negros no fue suficiente para hacerla elevar la mirada del líquido dentro de la taza—, ¿puedo hacer algo más por usted?

Caslya negó con la cabeza sutilmente. Apreciaba la atención de la contraria y, en parte, agradecía no estar sola en la inmensa habitación en la que se encontraba desde que Gideon la había llevado allí luego de su ataque de llantos. Recordarlo la hizo cerrar los ojos. Recordar porqué había derramado lágrimas se sintió peor que una bofetada.

Elián no era su hermano.

El joven con el que ella solía pasar cada día ni siquiera era humano. Era un demonio.

La puerta fue abierta. Caslya escuchó la voz de Haniel pronunciar palabra y a la joven de cabellos oscuros despedirse, pero estaba demasiado sometida a la idea de que todo lo que conocía era una mentira como para responder. Más allá de su burbuja había una realidad llena de monstruos que nunca había querido conocer. Aquel no era el mundo del que ella quería formar parte, no era la vida que soñaba tener desde lo alto del árbol.

Inconscientemente apretó la taza y ésta se quebró en sus manos; derramando su contenido sobre la bellísima alfombra que acariciaba sus pies aún desnudos. Caslya se puso de pie al tiempo que de sus labios escapó una débil maldición.

Haniel se detuvo frente a ella y la observó con sus brillantes ojos dorados.

—Permítame —dijo y sin esperar su consentimiento, tomó con gentileza las manos de la chica y observó las heridas que se había hecho con la porcelana. Con delicadeza, desenterró el pequeño fragmento que había herido su palma y lo dejó sobre una pequeña mesa que allí se encontraba.

A pesar de no querer el cuidado del ángel caído, no pudo apartar su mano. En el fondo no quería desagradar al de cabellera blanquecina, después de todo, gracias a él, Elián..., el demonio, aún estaba vivo.

—Debe tener más cuidado —le dijo él sin dejar su tarea, y ella apartó la mirada hacia las afueras de la sala; miró la vegetación que lo cubría todo y el cielo más allá—. Si abusa de la fuerza en aquello que es delicado, se quebrará. Y cuando algo se quiebra, querida, se vuelve letal.

Ella regresó la mirada para fijarse en sus ojos.

—¿Qué quiere decir?

Él le sonrió ligeramente.

—Que no apriete tazas de porcelana.

Estuvo claro, para la chica, que las primeras palabras del contrario habían significado mucho más que aquello que él había dado como respuesta, sin embargo, no pudo evitar que una insinuación de sonrisa tirara de sus labios.

—Lo tendré presente —aseguró ella.

Haniel asintió y liberó durante un instante las manos de la joven con el fin de tomar el pañuelo que guardaba dentro del bolsillo de su saco. Sin perder segundos, el ángel caído limpió la sangre y el té que manchaba las manos de la castaña con gentileza. Sin poder evitarlo, el gesto la llevó a recordar a quien no deseaba recordar y, antes de darse cuenta, estaba sintiendo esa quemazón en medio de su pecho.

—¿Quiere hablar de lo que sucedió allí fuera? —preguntó Haniel con suavidad, envolviendo la mano de ella con el pañuelo; cubriendo el pequeño corte que allí permanecería.

—Quiero entender que está sucediendo —respondió prestando atención al vendaje en su mano por un instante—. Quiero entenderlo todo.

Y era verdad. Deseaba comprender todo aquello que en su mente no encajaba; armar el puzle que se había volcado dentro de ella con todas las piezas que pudiese encontrar, y estaba convencida de que Haniel podría ayudarla con ello. Él debía saber mucho más que cualquier otro en aquel palacio.

—Para entender lo que está sucediendo, debe, primero, conocer una historia —dijo, causando que ella elevara la mirada hacia él con una chispa de intriga—. Una historia que cambiará para siempre la manera en la que ve el mundo, y de la cual, no podrá escapar. Cuando la escuche, quedará atada a una realidad de la que tal vez no quiere ser parte, por lo tanto, dígame, ¿quiere escucharla?

Caslya apretó sus labios durante un momento en el que se dejó invadir por ese millar de interrogantes sin respuestas; en el que acarició las piezas que debían ser ensambladas y en el que se preguntó que tanto le costaría negarse.

Elián. Pensó. Si me voy jamás sabré por qué se esforzó tanto en mantenerme aislada del mundo, por qué se empeñó tanto en que estuviera a salvo. Si me niego a saber la verdad, viviré en una mentira por el resto de mi vida.

—¿Tengo opción? —preguntó al final.

—No realmente.

—Entonces lo escucho.

—Hace muchos años, una guerra entre la luz y la oscuridad amenazó con destruir todo aquello que hoy ves —explicó Haniel en un tono que le recordó a la forma en la que Elián solían narrarle viejos cuentos; su voz era serena y profunda y la historia estaba destinada a colarse en ella para siempre—. La tierra era destrozada en cada sanguinario enfrentamiento y el agua era una con la sangre del masacrado. Cada día era igual al anterior: los gritos y los aullidos exclamaban los buenos días mientras que la muerte y el dolor susurraban las buenas noches para aquel que había logrado sobrevivir.

» De todos modos, era la humanidad la que se veía teñida por la desesperación, pues no solo ángeles, no solo demonios eran los que perdían la vida en el enfrentamiento, sino que los humanos también lo hacían —aseguró, y hubo algo en la forma en la que sus orbes dorados se oscurecieron, que hizo a la chica preguntarse qué tan horrible debió haber sido contemplar un escenario de muerte—. Sin embargo, no era la idea de saber que tarde o temprano acabarían acompañando a sus hermanos a la tumba la que les robaba el sueño, sino que ellos creían que la guerra no encontraría su fin y que sus vidas se resumirían a correr de un lado a otro del mapa en busca de refugio.

Caslya sintió los vellos de su piel erizarse. Imaginó lo que debían haber sentido esas personas y se sintió afectada por ello; tan solo pensar en el miedo que debía colarse en ellos, la hizo pensar cuán miserables debían ser y se preguntó, en silencio, porqué nadie detenía aquello. ¿Los humanos no importaban?

—Con el tiempo, la victoria parecía tan solo el delirio de algún moribundo y el afán que había llevado a ambos bandos a la guerra se iba diluyendo con cada caído. La situación llegó a lo insostenible, las fuerzas celestiales se agotaban al igual que las huestes del Infierno, así que, frente a eso, los ángeles rogaron a su señor el arma que les cediera la victoria y éste, sin medir consecuencias, se las otorgó. —Al oír esto, fue imposible para Caslya no sentir curiosidad, pues el hecho de que Haniel no se incluyera en la narración, significaba que él ya había perdido sus alas antes de eso, sin embargo, ¿por qué?, ¿qué había hecho el etéreo ser ante ella para merecer eso? La duda le hizo cosquillas en las palmas de las manos, pero nada más. No podía permitirse el preguntar. No en ese momento, al menos—. Él creó a una hermosa guerrera celestial con la capacidad innata de aniquilar a los demonios sin misericordia.

—Hablas de Jehannette, ¿verdad? —preguntó, recordando las palabras del de blanquecina cabellera—. La creación favorita de Dios.

Haniel sonrió como si lo hubiese sorprendido el hecho de que ella recordarse sus palabras.

—Jehannette era un arma que libraría a la tierra de aquella peste que la estaba carcomiendo sin importar absolutamente nada más —continuó—. O al menos, ese era el deseo que su creador había impuesto en ella.

—¿Ella desobedeció la voluntad de Dios?

—No al principio —indicó—, sin embargo, aquel espíritu frío fue tocado por la humanidad y antes de que siquiera ella se diera cuenta, su corazón ya latía al ritmo de la esperanza humana. A pesar del desagrado del Cielo, Jehannette eligió de entre los humanos que eran erradicados como triste consecuencia de la guerra, a doce de los hombres y mujeres más fuertes y le dio a cada uno un don; un don que les permitiría defender a los suyos y el cual siempre volvería a la tierra, incluso después de la muerte de sus portadores originales.

—Los guardianes de almas —susurró más para sí que para él, pero eso no impidió que el ángel caído asintiera.

—Jehannette y los guardianes se unieron a la guerra y lucharon como nunca nadie antes había luchado: con pasión y esperanza. No obstante, nadie, ni siquiera los ángeles, contaban con la astucia de los demonios, quienes al enterarse de la nueva creación divina y temiendo, por primera vez en mucho tiempo, ser erradicados, crearon a un ser despiadado por cuyas venas corría la sangre de los demonios más poderosos de todo el Infierno.

La idea de que un ser como tal existiese la hizo padecer de un leve escalofrío que tensó sus músculos, pues a su mente acudió el salvajismo de las bestias que la habían atacado la noche previa para hacerla sentir nerviosa. Pensó en un ser que contuviera tanta oscuridad en su cuerpo y no pudo más que evocar a un monstruo de pesadilla, sin embargo, recordó a Elián. Él también era un demonio y su apariencia no era la de una criatura sanguinaria, con colmillos y garras, era la de un joven agraciado al que podrías entregarte. En quien podías confiar...

—Laedion era el nombre del engendro y fue quién durante años lideró las tropas oscuras —continuó Haniel atrayendo su atención—. Jehannette y él se enfrentaron una infinidad de veces, hasta que un día, todo acabo. Jehannette había descubierto la forma de proteger a los humanos y aunque nadie sabe por qué, ni cómo, ella unió su alma a la de Laedion y sellaron al mundo mortal con el fin de separarlo eternamente de los dos reinos. Ellos se volvieron uno. Él y ella, una sola alma, un solo corazón que late eternamente para proteger a la humanidad —concluyó como si recitase un viejo poema que sabía de memoria—. O eso es lo que me gustaría decir.

—¿De qué habla?

—Nadie sabe con exactitud por qué, pero el sello se debilita —contestó él, y hubo contrariedad en su voz—. Y no de forma paulatina, para ser honesto, pues cada día más criaturas infernales logran cruzar las grietas que se han originado con el único fin de convertir este mundo y todo lo que en él hay, en suyo.

Si la creencia de que un ser como Laedion existiera en algún fragmento de la historia la había hecho tensarse ligeramente, la idea de que el mundo se encontrase invadido por millones de bestias sedientas de destruición, la obligó a sentarse consternada. Su mirada se elevó hacia la de Haniel tras un segundo, quien la observaba con sus imponentes orbes dorados; la estudiaba y Caslya se preguntó por qué. Él le había dicho aquella mañana que la humanidad no sabía de los guardianes de almas, entonces ¿por qué ella estaba oyendo tales palabras?

Caslya mordió el interior de su mejilla de forma dubitativa, pero al final, cedió a su curiosidad.

—¿Por qué me cuenta esto? —preguntó, y no pudo evitar sentir que fuese cual fuese la respuesta que el ángel caído le otorgaría, la haría perder la razón.

—Porque creo que usted es una guardiana de almas.

Y definitivamente, su mundo colapsó. 

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