Capítulo IV: Bienvenida al hogar de los Guardianes de Almas.
Luz fue todo lo que vio y un zumbido todo lo que oyó cuando fue tragada por el deslumbrante portal. La mano de Gideon, aún sujetando la suya, fue lo único que sintió real mientras se dejaba caer hacia un sitio desconocido. Si bien solo había bastado una fracción de segundo para llegar a su destino, Caslya mantuvo los ojos cerrados hasta que sus pies dejaron de sentirse en el aire y su cuerpo recobró el sentido. Cuando los abrió, se percató de que Kyriel no estaba y de que Gideon le sonreía.
—¿Ves? Te dije que no te iba a pasar nada —comentó él, sin embargo, cuando ella intentó responder, su estómago se revolvió con tal desagrado que la llevó a doblarse sobre sí y vomitar—. Bueno, casi nada —agregó observando como la chica limpiaba su barbilla con el reverso de su mano—. En cualquier caso, es normal que te hayas mareado. Le sucede a todo el mundo en su primera vez.
Caslya elevó la mirada del asqueroso líquido verdoso que había manchado el pulido suelo con la intención de mirar a su acompañante, no obstante, su atención se perdió al darse cuenta que el lugar en el que se encontraba era, sin lugar a dudas, inmenso. Inmenso y hermoso. Se corrigió. Las paredes se extendían metros y metros a sus costados cargadas de diseños ornamentales que sobresalían de la blanca pared en tonalidades doradas. Había muebles y espejos refinados, y una larga alfombra recorría gran parte de la habitación. El techo, por su parte, fue aquello que la enmudeció, pues, al inclinar su cabeza hacia atrás contempló el magistral diseño que allí se hallaba pintado. Un cielo celeste, alas y luz podrían resumirse en trazos dignos de un artista de la corte real. Admirar aquello era como admirar el cielo del mismo paraíso y eso la hizo maravillarse.
—¿Dónde estamos? —preguntó volteándose hacia el joven que, al parecer, había guardado silencio mientras ella se dejaba envolver por el lugar. Las luces de las velas que mantenían aquel sitio encendido centellaban y su voz se escuchó demasiado pequeña.
—Bienvenida al Edén, Cass —contestó él—. Bienvenida al hogar de los Guardianes de Almas.
—Guardianes de Almas —susurró y no pudo evitar sentir que, en algún lugar alguien le había hablado sobre ello. Sin embargo, por más que intentó recordar no supo ni de quién, ni en dónde lo había escuchado—. ¿Quiénes son?
—Guerreros destinados a proteger a los humanos de demonios —explicó, y por la forma en la que había hablado, Caslya no pudo asumir que bromeaba. Y, aunque una expresión incrédula poseyó su rostro, el recuerdo de las bestias de apariencias horrorosas a las que Gideon había llamado sabuesos del infierno, la hicieron tragar saliva.
—No es posible..., los demonios...
—¿No existen? —concluyó una voz a sus espaldas en una tonalidad suave que la llevó a voltear. Detrás de ella las puertas estaban abiertas de par en par y allí, de pie había un hombre cuya belleza no tenía precedentes. Tenía una alta y esbelta figura, y unos intensos ojos dorados que, tal como si estuviesen pintados por manos divinas, brillaban al contraste de los blanquecinos cabellos que sobre su espalda caían—. ¿Qué me dice de los ángeles? ¿Tampoco existen?
Caslya tragó saliva sintiéndose, de repente, intimidada por lo etéreo de aquel sujeto cuyas prendas le recordaban a la de un noble de alta alcurnia. Aun así, no pudo evitar dirigir una mirada a Gideon en busca de respuestas, sin embargo, este había adoptado una expresión seria ante la presencia de aquel hombre. Esto la hizo pesar que, fuese quien fuese, era importante y, saberlo solo la inquietó un poco más.
—¿De qué habla? —inquirió intentando no fijarse en la sutil sonrisa que se había ganado lugar en los perfectos labios del extraño—. ¿Quién es usted?
—Mi nombre es Haniel —respondió sin perder esa serenidad que parecía emanar de todo su ser—, y soy uno de los cuatro ángeles caídos que rigen este lugar.
—Un ángel caído —repitió fregando su rostro con sus manos sucias de tierra, intentado asimilar las palabras pronunciadas por el hombre; esforzándose, más que nada, en no creer que había enloquecido...—. No puede estar diciendo la verdad.
—¿Por qué no? —preguntó curioso, pero Caslya no se vio en condiciones de dar respuesta. En aquel momento difícilmente sabría discernir entre lo que era real y lo que no.
Ella, que acababa de contemplar una silueta oculta entre los árboles y a bestias sanguinarias dispuestas a asesinarla sin piedad alguna, se sentía mareada. Había sido salvada por el joven de cabellos dorados y arrastrada a un portal por Gideon, y ahora... Ahora estaba frente a un supuesto ángel caído y eso, innegablemente, era lo más surrealista que había vivido nunca.
Gideon dio un paso hacia ella al admirar la confusión que marcaba su semblante, sin embargo, fue Haniel quien se adelantó para apoyar sus manos en los hombros de Caslya; haciéndola elevar la mirada hacia los orbes dorados que, de cerca, resultaban tan hermosamente aterradores como la caída de una estrella.
—Comprendo la confusión de la que debe ser víctima en este momento. Su mundo acaba de comenzar a desmoronarse para dar paso a la realidad y he visto cuando duro puede ser ello —comentó, y hubo algo en la forma en la que lo dijo que logró apaciguar las emociones que picaban en su interior. De todos modos, no se permitió relajarse bajo el contacto cálido del contrario—. Así pues, le propongo que descanse esta noche en alguna de las habitaciones del palacio. En la mañana enviaré a alguien en su búsqueda y...
—No —le interrumpió con más firmeza de la que hubiera esperado y se apartó de su contacto—. Agradezco la oferta, pero no puedo permanecer aquí.
—¿Desconfía de nosotros? —Una pregunta calculada a la que Caslya se vio tentada a asentir, no obstante, no lo hizo, ya que no era ese el sentimiento que impulsaba sus palabras.
—Es mi hermano —dijo en voz baja, tal como si mencionar a su única familia la hiciese sentir de repente frágil—. Él volverá a la granja en dos días y esas criaturas pueden...—La voz pareció huir de su garganta al imaginar a Elián siendo atacado por los monstruos de piel chamuscada y ojos carmesíes de los que ella había logrado escapar—. Está en peligro y debo advertirle.
Más que Haniel, Caslya le hablaba a Gideon, quien, al encontrarse con la mirada ambarina de la chica, asintió como si su prioridad se hubiera vuelto la de ella.
—Regresaré y montaré guardia hasta su llegada —dijo, y el movimiento de sus manos confesó a Caslya que estaba dispuesto a regresar y poner en riesgo su vida por Elián, un completo desconocido. Cuando el brillo dio inicio en el aire, Haniel le detuvo con un sutil agarre de muñeca que extinguió la luz y llevó al joven a observarle—. Es un humano, nuestro deber es...
—Sé cuál es su deber, Gideon —respondió circunspecto—. Y es por ello que no puedo permitirle hacer eso.
Los labios del joven se abrieron para replicar, pero la mirada severa de Haniel le hizo guardarse sus palabras.
—Él no tiene que quedarse, solo permita que me lleve de regreso —insistió ella. Sabía que era peligroso, pero debía convencer al ser que la observaba si su deseo era salvar a su hermano.
—Cass...—Gideon pronunció su nombre como si ella estuviera diciendo locuras y tal vez, así era, pues no estaba segura de qué o cómo haría para escapar de los sabuesos si continuaban merodeando su hogar. De todas formas, tampoco podía quedarse con los brazos cruzados en un sitio lujoso como aquel a la espera de que su hermano sobreviviera por sí solo.
Elián era solo un chico de veinticinco años. No era un guerrero que pudiera acabar con unos monstruos como esos y por ello, era su deber ir en su búsqueda y advertirle del peligro. Contarle, aunque él la acusara de haber perdido la cabeza, de lo que había y estaba sucediendo.
—Es mi hermano —repitió como si eso fuese suficiente para acabar con las dudas de Haniel—. Así que quiera o no ayudarme, yo voy a ir por él.
Una sonrisa divertida se formó en los labios de Haniel, dejándola tanto a ella como a Gideon en una nota de desconcierto.
—¿Qué es lo divertido? —preguntó.
—Nada. Nada lo es —contestó sin deshacerse por completo de la sonrisa. ¿Los ángeles caídos podían mentir?, porque estaba claro que algo había despertado aquella sonrisa en el de ojos dorados—. Solo que, en ningún momento, he dicho que no iba a ayudarle.
—Sea claro.
—Quiero decir que, en la mañana, enviaré un equipo a su hogar para asegurar el bienestar de su hermano. Después de todo, usted misma lo ha dicho: el volverá en dos días —explicó; haciendo que un alivio se extendiera en ella para hacerla sonreír. Elián va a estar bien, se dijo—. Si no tiene ninguna otra objeción, le pido me disculpe, pero debo retirarme. Gideon se encargará de mostrarle una habitación donde podrá asearse y descansar. Mañana será un día espeso para todos.
Antes de que Caslya pudiera preguntar a qué se refería con lo último, Haniel se volteó con una elegancia angelical y encaminó hacia la salida. Un suspiro escapó de sus labios cuando a solas quedó con Gideon, quien, al ver desaparecer a su superior, la observó un instante como si comprendiera lo que ella estaba pensando; como si la compadeciera por sentirse tan desorientada y abatida.
—¿Me sigues? —le preguntó de forma pausada, como si temiese que de hablarle de cualquier otra manera la haría salir disparada de allí.
Ella asintió y comenzó a caminar a su lado. Los pasillos del palacio por los que él le hizo transitar eran altísimos y lujos; espacios iluminados por velas ocultas que parecían eternas y otorgaban un aura mística a la tonalidad dorada de las paredes. A pesar de que la oscuridad reinara en gran manera y que el aire susurrase con calidez, Caslya no se sentía asustada en compañía de Gideon. En realidad, creía que podía confiar en él. Después de todo, él había salvado su vida.
—Siento que esto esté siendo tan extraño —le dijo en un tono condescendiente mientras avanzaban; haciendo que ella le mirase.
—¿Por qué?
—Porque comprendo por lo que estás pasando —respondió él—. Sé lo que se siente ser alejado de tu hogar y llegar a un sitio dónde no conoces nada ni a nadie. Todos los guardianes de almas lo entendemos, en realidad.
Caslya se detuvo en seco.
—¿Tú eres uno de esos guerreros? —preguntó incrédula; causando que Gideon enarcara sus cejas con asombro antes de reírse durante unos segundos.
—¿No te lo había dicho?
Caslya negó con la cabeza demasiado impresionada para pronunciar palabra; sin poder entender del todo como un joven que no debía tener más edad que ella podía cargar con una responsabilidad tan grande.
—Entonces déjame presentarme otra vez —dijo tras carraspear dramáticamente. Luego, pasó una mano por sus cortos cabellos castaños y agregó—: Mi nombre es Gideon y soy uno de los doce guardianes de almas destinados a proteger a la humanidad de todo y cuanto la amenace. —Ella parpadeó en un intento de creer que era real y él sonrío—. Ahora —continuó en un tono divertido—, permíteme mostrarte una habitación. No es con ánimos de ofender, pero necesitas un baño.
Cuando él hubo dicho esto, ella prestó atención a sus propias prendas totalmente estropeadas y apreció la mugre que manchaba sus piernas y se escondía bajo sus uñas. Miró sus pies descalzos por haber corrido sobre la tierra y sintió el asqueroso sabor a vomito que aún residía en su lengua. Definitivamente, Gideon estaba en lo cierto: necesitaba un baño.
—Por favor —contestó, y él, sin perder esa chispa divertida en su mirar, hizo lo que ella le pidió.
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