Capítulo III: No cometas imprudencias.
El desconocido pareció pasar de su reacción y avanzó en su dirección con pasos sueltos. La castaña siguió sus movimientos y sin pensarlo, guiada por aquellos instintos de supervivencia que habían nacido con la presencia de las horribles bestias que momentos antes habían intentado asesinarla, tomó la daga del contrario y, aunque temblorosa, se puso de pie.
—No te me acerques —tartamudeó apuntando al de cabellos dorados, quien, tal como si no la hubiese oído, continuó avanzando hacia ella. ¿Qué estaba haciendo? Él había salvado su vida del monstruo y ella le estaba amenazando con su propia arma..., sin embargo, no le conocía. No sabía quién era aquel joven, ni cuál era la razón de que estuviese allí—. Retrocede o..., ¡o te haré daño! —insistió sin confianza, sin embargo, él no dio importancia a sus palabras e hizo exactamente lo contrario: caminó hasta que la punta del arma estuvo rozando su pecho.
—Hazlo...—empezó a decir él en un tono de voz que provocó un escalofrío en el cuerpo de la chica—... y yo te lo haré a ti —finalizó y antes de que ella pudiese preguntar a qué se refería, el frío filo de un arma se hizo notorio sobre la tela de su camisón; acariciando la piel de su vientre.
La mirada de Caslya descendió para encontrarse con que, una daga idéntica a la que ella sostenía, se encontraba lista para ser clavada debajo de sus costillas. La idea de ser herida la hizo tragar saliva. Cuando sus ojos regresaron a la expresión del desconocido, se preguntó qué clase de persona estaba frente a ella.
—¡Kyriel! —Aquel chillido horrorizado la hizo desviar la mirada hacia un joven de cortos cabellos castaños y brillantes ojos verdes que, en aquel momento, se encontraban abiertos de par en par ante la escena. El aparecido no era demasiado alto, ni parecía demasiado fuerte, sin embargo, cargaba un arco plateado que otorgaba a su apariencia frágil un dote de capacidad del que emanaba respeto—. ¡Por el sello! ¿Qué demonios estás haciendo? ¡Baja el arma!
Con un vago movimiento el rubio guardó la daga que punzaba suavemente sobre su piel y retrocedió como si no sintiese nada; dejándola con el corazón latiendo al ritmo de los nervios. Aun así, Caslya no bajó su arma y no dio paso a la confianza.
—Lo lamento —se disculpó el recién llegado sin avanzar; mantenía su distancia, lo cual, la infundió de cierta seguridad. Si algo salía mal tendría algo de ventaja al huir...—. Mi compañero se comporta de un modo agresivo cuando tiene hambre —agregó al tiempo que dirigía su atención al de los ojos azules, quien se limitó a apartar la mirada sin ninguna clase de emoción surcando su rostro. El castaño suspiró con cansancio antes de regresar la mirada a ella y agregar—: No le hagas caso, por favor. No hemos venido a hacerte daño.
El tono del nuevo desconocido la hizo recordar al de aquel que la había advertido de darse un golpe fatídico contra un árbol momentos atrás y ello, por algún extraño motivo, la llevó a creerle. De todos modos, su lado racional, tan fuertemente afectado esa noche, se negó en rotundo a dejarse convencer por una apariencia amable y una voz tranquilizadora. La había salvado, sí, pero ¿y si era una trampa? Las caras bonitas también podían ser letales.
Caslya negó con la cabeza. Necesitaba centrarse. Obtener respuesta antes de pensar en cualquier otra cosa.
—¡¿Entonces a qué han venido?! —Habló demasiado confundida para sonar amenazante, pero dentro del desespero no se hallaba el miedo que había recorrido su cuerpo por culpa de las criaturas—. ¿Quiénes son ustedes?, y... Y ¿qué eran esas horribles cosas que me estaban siguiendo?
Un intercambio de miradas entre ambos extraños la hizo fruncir el seño.
—¡Díganme! —demandó cuando creyó que se establecería el silencio. Necesitaba una explicación lo antes posible para entender qué estaba sucediendo, no obstante, sería mentira decir que, en el fondo, no deseaba que todo aquello fuese un sueño; una mala pesadilla de la que despertaría pronto.
Los labios del menor se abrieron para pronunciar palabra, pero un relinchido asustadizo recorrió la noche para cortar cualquiera que fuesen las palabras que iba a pronunciar. Aun así, aquello no importó en lo absoluto cuando se percató de que el animal que había causado tal sonido había sido su caballo.
—¡Kayden! —gritó dispuesta a correr en su búsqueda. Si llegaba, tal vez podría salvarle de lo que fuese que le había atacado... Sin embargo, impidiendo que pudiese cumplir su objetivo, una mano la tomó por la muñeca y la hizo retroceder con brusquedad en el momento exacto en que uno de aquellos perros demoniacos surgió de la nada con la intención de saltar sobre ella.
Una flecha se hundió en el cuello del animal para hacerle desaparecer en polvo justo antes de que sus garras se enterraran en su rostro sucio. Caslya, sin estar segura de cómo reaccionar, desvió la mirada para contemplar que, el desconocido de ojos verdes había vuelto a salvar su vida. Sus labios no tuvieron intención de abrirse para pronunciar un agradecimiento, pero cuando él le sonrió de una forma encantadora, ella supo que tampoco había sido necesario.
Una serie de gruñidos amenazadores le helaron la piel y la llevaron a apartar la mirada para observar que, entre las sombras de los que les rodeaban se hallaban una decena de garras y fauces mortales esperando pacientemente atacar.
—No cometas imprudencias y quédate a mí lado sin importar el qué —le ordenó aquel a quien habían llamado Kyriel, soltando su muñeca y colocándola detrás de sí en una actitud protectora que la dejó desconcertada.
A pesar del tono frío que había utilizado, Caslya no se negó a cumplir con la orden. Después de todo, su vida dependía de aquellos desconocidos.
Dos de las bestias avanzaron hacia ellos con las fauces abiertas y babeantes, con un deseo de sangre clavado en sus miradas que sólo hizo más difícil el quedarse inmóvil. Cuando ambos se lanzaron al mismo tiempo sobre ellos, Caslya no pudo evitar cerrar sus ojos a la espera de una mordida letal. Sin embargo, eso no sucedió y cuando a un golpe seco lo acompañó un alarido, la chica abrió sus ojos para ver como uno de los sabuesos había sido lanzado contra uno de los árboles, al tiempo que el otro se encontraba gruñéndole a Kyriel como amenaza antes de saltar sobre él.
El chico le esquivó con gracia y enterró el arma en la espalda del animal, quien aulló de dolor cuando éste dejó abierta una profunda herida de la que brotó una espesa sangre negruzca. La bestia se volteó y lanzó una mordida que intentó atrapar el brazo del rubio, no obstante, fue en vano, pues el joven aprovechó la oportunidad para colocar la daga de forma vertical en las fauces de la criatura y utilizando la misma fuerza del mismo el arma se hundió en su cráneo de una forma brutal que revolvió el estómago de Caslya cuando el animal cayó inerte al suelo. Después y como si nunca hubiese estado allí, desapareció.
La chica no tuvo tiempo de procesar aquello porque el sabueso que había sido lanzado contra el árbol regresó a por venganza.
—¡Detrás! —gritó ella como advertencia y antes de siquiera razonar, lanzó la daga en dirección al animal; golpeándole en un ojo con la empuñadura de la misma y haciéndolo retroceder el tiempo suficiente para que Kyriel se diera la vuelta para apoyar su mano en la cabeza de la cosa que iba a devorarle y saltar, por encima de él en una perfecta acrobacia que concluyó cuando el rubio quedó a horcajadas del lomo de la criatura y desgarró su garganta con la daga que se había robado la vida del otro can.
El sabueso desapareció con la misma simpleza que el otro y Kyriel quedó agazapado, su mirada se cruzó con la de Caslya hasta que una nueva serie de ladridos guturales le hizo ponerse de pie, tomar la daga que ella había lanzado y prestar atención en rededor. Tres flechas fueron lanzadas de forma consecutiva hacia tres de las bestias que se dispusieron a avanzar; acertando, cada una de ellas en el cráneo de las criaturas.
—Son demasiados —comentó el castaño, acercándose a ellos con el arco tensado en dirección a la oscuridad del bosque, desde dónde provenía el crujir de ramas. Había más. Decenas de perros debían encontrarse ocultas en la vegetación—. Tenemos que volver, Kyriel —agregó y por la forma en la que el rubio tensó la mandíbula, Caslya supo que no era de aquellos que se retiraban—. La misión era encontrarla, no enfrentarnos a una manada de sabuesos del infierno.
Kyriel chasqueó su lengua para expresar su desconformidad ante la idea de irse. Luego, pronunció:
—Abre el portal, yo te cubriré.
¿Un portal? Repitió para sí misma. Al tiempo que el rubio se disponía a destrozar a las criaturas que una a una aparecían, el de complexión delgada guardó la flecha que se encontraba lista para ser disparada contra cualquier bestia, bajó el arco y, tras ello, se dispuso a dibujar en el aire una serie de trazos invisibles. Caslya observó atenta e incrédula y se sorprendió cuando aquellas líneas sin sentido brillaron en una tonalidad blanquecina que la cegó por un instante.
Aun así, como si de la luz del sol se tratase, la joven no demoró en acostumbrarse al fulgor de lo desconocido, por lo que fue abriendo sus ojos poco a poco para descubrir que frente a ella se encontraba un remolino de tonalidades doradas que la hizo tragar saliva impresionada.
—¿Qué...? —No encontraba palabras para entender qué era lo que sus ojos presenciaban o cómo había sido posible que aquel chico frente a ella, tan pequeño a comparación con el otro, hubiese sido capaz de crear algo que, de lejos, emanaba poder.
—Te lo explicaré cuando crucemos —le aseguró con sinceridad el de los ojos verdes—. Ahora, lo más importante, es salir de aquí, ¿verdad, Kyriel?
A pesar de la amabilidad en el tono de voz del castaño, el de mirada impasible se limitó a guardar las dagas en un compartimiento que se perdía bajo la gabardina y caminó, en silencio, hacia aquello que habían llamado portal; perdiéndose a través de él como si hubiese sido devorado por la luz.
Caslya se atemorizó ante lo desconocido y retrocedió. No iba a arriesgarse.
—Tenemos que cruzar —insistió con condescendencia el joven; volteándose hacia ella para dejar a sus espaldas el portal—. Confía en mí —le pidió, tendiendo la mano en dirección a Caslya—. Toma mi mano si temes, pero te prometo que no va a sucederte nada si cruzas conmigo. Así que, por favor, déjame cumplir con mi misión y protegerte.
Por un instante, lo observó dubitativa, sin embargo, sin ningún hogar al cual volver y sin fuerzas ya para siquiera escapar de las seguras criaturas que aún escondidas en la noche estaban, sujetó la cálida mano del joven del cual aún no sabía su nombre y éste le sonrío con una dulzura que, por un instante, la hizo sentir a salvo.
—Soy Gideon —se presentó él con una resplandeciente sonrisa.
—Caslya —contestó ella centrándose en la mirada del contrario e intentando, con todas sus fuerzas, pensar en cualquier otra cosa que no fuese la energía que la atraía hacia el enorme remolino como si estuviese hecha de polvo de metal—. Me llamo Caslya Alcaelis.
—Un placer conocerte, Cass —replicó y, sin darle tiempo a responder, tiró de su mano para atraerla hacia sí, y hacerles, a ambos, dejar atrás el único lugar del que ella siempre había formado parte.
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